–¡Carajo! Tengo que irme –habló al micrófono, se quitó los audífonos para ayudarme –. Vamos al hospital.
–La maleta del bebé está en su habitación –señalé.
–¡Mierda! ¡La maleta!
–¡Puedes dejar de decir tantas groserías!
Casi se cae subiendo las escaleras, regresó a toda prisa, le señalé las llaves de mi auto y entendió que nos iríamos ahí, me ayudó a subir.
–¿Cada cuánto tienes dolor?
Por suerte me había acompañado a las últimas clases para embarazadas, tenía que llevar a alguien y él se ofreció cuando dije que ya no iría más.
–¡¿Cómo carajos voy a saber?!
–Supongo que esa fue otra –murmuró, le hice mala cara –. Lo siento.
Cuando llegamos pidió una camilla, una enfermera me ayudó a entrar, Dewey se tenía que quedar a dar mis datos.
–¡Llama a Sean!
–Lo haré de inmediato –gritó.
