Capítulo 4: Alaska

2903 Words
Sus ojos cafés me estudiaban, pero yo no cambiaba mi gesto, no lo iba a cambiar, no le daría el gusto, sé que intentaba descolocarme, le encantaba hacerlo, siempre con sus dobles sentidos, actuando como si todo le importara un carajo todo y después siendo atento hasta el punto de joderte la cordura. Jamás me había importado tratar con él, nunca tuve esa necesidad, cuando éramos chicos quise ser su amiga, me acerqué a él porque los chicos lo molestaban constantemente, era mucho más delgado en aquel entonces, siempre estaba con la cabeza agacha, llevaba el uniforme de la escuela – que siempre terminaba sucio porque le pegaban - le quedaba un poco grande, pero siempre olía increíble. Me acuerdo que trate de ser su amiga en esa época, que estuviera con nosotros, hablamos dos veces, hasta que otra pelea comenzó y termino golpeando fuerte a Morrison, le sangraba mucho su nariz, después de eso se hicieron amigos, se convirtieron en uña y carne, yo no volví a hablarle, no hasta que tuvimos dieciséis. Ahora Jared era otro chico, metro noventa y dos, ojos cafés brillantes, su rostro rectangular estaba más marcados, sobre todo las dos líneas que bajaban para definir su mentón. Su cabello azabache combinando con sus cejas pobladas, este chico frente a mis ojos, no era más que noventa kilos de músculos. Junté mis cejas un poco y lo analicé, como si sus palabras hubieran despertado algo, como si tratase de recordarlo, aunque lo hacía, lo recordaba muy bien, pase gran parte de mi vida viéndolo, compartiendo clases con él, ambos fuimos al mismo curso por años y no fue hasta que decidió jugar conmigo, que me di cuenta que ese niño de cabeza agachas, era un cabrón. Dudaba que hubiera cambiado y no me imaginaba que había hecho para merecer esto, oh, las fotos. Joder, no ayudaba más a Clara. - Perdón, trato – una falsa modestia invade mi voz – Pero no sé de qué hablas – hablo con calma – Creo que te has confundido de persona – enarca una ceja. - No, no lo he hecho - cruzó los brazos haciendo que todo se marcará más, no mires ahí Hil – Hilary Pride, hija de George Pride y Emily Hamilton, tienes tres hermanos, el mayor Ben, los mellizos Pilar y Brandon – ok, se acordaba demasiado de nosotros – Hemos compartidos clases desde los seis años. – termina. - Vaya, hiciste la tarea – aplaudo y vuelve a presionar el ajuste de sus brazos, no mires, quiere eso. – Eso lo puede saber cualquiera – giro y comienzo a caminar. – Lo siento, pero no recuerdo la gente con la que curse. - El último año que cursé contigo, nos hicieron hacer un trabajo juntos… - habla mientras me sigue – De hecho, ese año pasamos bastantes días juntos – me frené. – La primera vez que fuimos a tu casa, tú padre te prestó el auto, en una ocasión lo sacaste sola cuando estuvimos solos – se para frente a mí. – Fuimos a la tienda por frituras para comer mientras veíamos una película. - Jared – golpeó mí frente haciéndome la tonta – Ya sé quién eres – chasqueo los dedos – Perdón, no me acuerdo bien de los idiotas, no son gente que tenga presente – elevo una ceja y paso de nuevo por su lado – Ahora si me disculpas – chasqueo la lengua. - Merecía eso - elevó una ceja y puso sus manos en el bolsillo mientras me volvía a obstruir el paso – Pero al menos todavía te acuerdas de mí. - sus dientes blancos asoman. - Sí, hagamos un fiesta, te aviso cuando pueda – moví mí mano – No me hagas perder mí tiempo, las tutorías son esos días, no estudias, me molestas, se cancelan. Vuelvo a caminar y él también, es un molesto, pesado bueno para nada, que en vez de dejarme tranquila decide joderme la existencia, porque diablos no se fue a otro lado, justo aquí, yo que estaba pasándola tan bien, apresuró mis pasos un poco intentando obviar que me ha llamado dos veces. Mis pies pisan la entrada, bajo los seis escalones que dan al estacionamiento, Jared sigue llamándome, pero me importa poco, voy directo a mí coche, el camino de piedra esta algo húmedo porque han regado, los alumnos caminan de un aula al otro, y yo me freno en seco cuando una chica que no conozco está sentada en el capo de mi deportivo, sacándose una foto. Elevó una ceja, quiero matarla, me va a rayar la pintura y yo usaré la plata de sus extensiones para pagarla, su amigo deja el bolso en una motocicleta y bingo. - Veremos qué tan ciertos son esos videos de Tik tok. – murmuro. Camino a paso decidido y me siento en la moto, no es la gran cosa, doscientas cilindradas, un motor pequeño, asiento de cuero ecológico, retrovisores que parecen de juguetes, hay modelos mejores por el mismo precio. Mí trasero se remueve y miro mis uñas, Jared me observa curioso a mi lado, porque sí, todavía está siguiéndome como un perrito faldero, lo ignoro. Porque ahora me hago la desentendida cuando sé que tengo la mirada de la parejita sobre mí. - Disculpa esa es mi motocicleta – su mirada es gélida pero la mía también – ¿Puedes bajarte? - Claro, cuando dejen de sacarse fotos en mí auto – la chica levanta su culo del capo – Solo espero que no le hayas hecho nada o tu moto pagará la pintura. Me acerco y lo observó con cuidado, es n***o, lo que hace que cada pequeño detalle, por ejemplo, los dedos de la desgraciada, el chico suelta una carcajada y giró para verlo. - No le veo lo gracioso – cruzo mis brazos. - Mira si voy a creer que ese auto es tuyo – saco la llave y lo desbloqueo. - No me interesa lo que creas – mire la moto. – Al contrario de ti, yo sí creo que esa es tuya. – otro cuerpo se puso a mí lado. - ¿Qué dijiste? – dio un paso. - Será mejor que retrocedas – Jared hablo en tono amenazador – No creo que tu chica quiera ver cómo te patean el trasero – cruzo los brazos. El castaño de no más de un metro sesenta desvió sus ojos a Jared, su mandíbula se tensó un poco, su cuerpo se puso alerta, la realidad no tenía forma de ganar, era flacucho, con el pelo corto, la ropa le quedaba suelta, aunque tenía lindas facciones, no era competencia para el imbécil que estaba ahora a mi lado defendiéndome. Lo que sí me llamo la atención fue su chica, la rubia de ojos cafés mordió su labio mientras repasaba de arriba abajo a Jared, abrí mis ojos grandes en sorpresa, porque joder, estaba al lado de su chico, babeando por otro chico, que no estaba mal, pero por favor señora respeto. - Seguro es de él, el auto - murmura la chica - Barbie Malibú con suerte debe saber manejar. – sonreí, la zorra regalada se estaba bufando de mí. - Quien no sabe manejar es tu chico – cruzo los labios – Porque me imagino que, si manejara bien a su amigo, tú no estarías violando a otro con la mirada – escupo aquello con asco – Deberías cambiar tus gustos – lo miro – Y no solo hablo de las chicas – Jared comienza a reír. - ¿Qué dijiste? – rodé los ojos. - No tengo tiempo para esto – muevo la mano. - Me gustaría ver como lo manejas – dice el castaño después de lo que parece una eternidad. - A mí como se van – Jared vuelve a hablar. - Te mostraría lo que puedo hacer, pero justo hoy no puedo – hago una mueca - Pero si quieren el lunes o martes a esta misma hora los espero – abro la puerta y miro a la rubia – Ella puede agitar la bandera, le queda la pinta. Yo no peleaba con mujeres, jamás lo hacía, pero que me llamara barbie Malibú hizo que mi poca empatía por ella muriera, eso y su uniforme de porrista, tenía un problemas con ella, algo que se remontaba a años atrás, pero no vale la pena pensar mucho en ellos, solo diremos que me molestaban y yo les pinte el cabello con ayuda de Aaron y su fórmula mágica. - Hilary - Jared la sostiene evitando que la cierre - Veo que te siguen gustando los autos - mira el coche. - Joder ¿Qué quieres? - suspiro - Ya te dije los días y la hora. - Bien, lo sé, créeme lo entendí, lo que pasa es que hoy es jueves - abro la boca - Y no me dijiste dónde - aprieto mis dientes. – Así que, si te vas, no solo no llegare a las tutorías, sino que tendré que ir a preguntar al decano tú número y explicar que no me dijiste nada – abro la boca y sonríe. - Si te explique – niega. - No todo Hil – rechino mis dientes. - No me llames así – parece divertido – Dame tu móvil. Revisa su bolsillo y saca el teléfono para dármelo, es un aparato sencillo, bastante sencillo, un modelo algo antiguo lo que no tiene lógica porque es el mismo que tenía cuando hicimos el trabajo y era nuevo en ese entonces, en cuatro años no lo ha cambiado. Hago memoria, apenas lo usaba en ese entonces, solo enviaba mensajes y nada más, no tenía la mayoría de aplicaciones de podemos tener todos, para nada, solo las básicas. Su fondo de pantalla no es otra cosa que una foto del futbol, abro el menú y el circulo de las fotos me llama, me preguntaba si todavía tenía aquellas fotos que nos sacamos juntos o las abría borrado, fueron varias, solo porque decía que había que capturar el momento exacto de cuando reí, algo que según él era digno de capturar. Yo si cambie mi móvil, pero solo porque se me cayó de una tribuna mientras veíamos unas carreras con mi papá, se reventó contra el suelo, abriéndose en miles de pedazos, aproveche esa oportunidad para obtener el último modelo de la empresa de mi padre y tío, también cambie mí número en ese momento, solo para que no me hablara más, porque sí, siguió insistiendo. Creé una nota en un documento, anoté mi dirección, para mí desgracia las tutorías eran en mí casa, porque entraba a las seis y cuarto a mí clase virtual, no podía perder tiempo en viajes. O sea que lo tendría en mi lugar, en mi espacio personal, no era bueno. Termine de escribir la ubicación de mala gana y se lo pase, miro la nota y luego me observó, parecía algo curioso, se le notaba en la mirada, la forma en que me observaba era igual a la de unos años atrás, cuando le dije que sacaría uno de los autos, suspiro y negó divertido, estaba loco si pensaba que le iba a dar mí número eso nunca pasaría. - ¿No era más fácil tú número? – la sonrisa no se borraba de su rostro. - Solo algunas personas lo tienen – observó su mano en la puerta mientras la muevo un poco, Jared sigo con la mirada en mí, pero la saca – Llega puntual, no doy horas extras. - Claro que sí jefa. – puso la mano en su frente y la alejo. Encendí el auto mientras rodaba mis ojos, se alejó un paso seguramente procurando que no lo pisase, la pareja de la moto seguí viendo, por mí parte solo salí en reversa y me dirigí a casa, maldiciendo por lo bajo, golpeando el volante y con ganas de acelerar, pero le prometí a Mateo y mi padre que no lo haría en las calles de la ciudad. Maldigo, insulto, de mí boca ingeniosa salen mil formas de llamarlo a ese imbécil que me mira como si nada, que me llama como si nada y que tiene el tupé de recordar lo que hicimos, lo que pasó. Estacionó de muy mal humor, los hombres que me cuidan me observan de lejos, ellos me conocen, saben que no los quiero cerca, mi mamá lo sabe, hasta papá, muchas veces acelero y los pierdo por las calles haciendo que me llamen y minutos después que mi madre este con sus gritos en el altavoz. Saludo al conserje y tomo el ascenso, los números pasan muy lentos comparados con mi mal humor, quiero llegar a casa, gritar, enojarme, patalear de ser posible. Bajo en mi piso y camino hasta el departamento, mi pedo presiona la puerta abriéndola, mis manos tiran los libros en la mesa y la mochila en el suelo, no es hasta que esta la puerta cerrada que grito. - Maldito imbécil – vuelvo a quejarme – Aggg – camino hasta el balcón – Mierda. - ¿Qué te pasa? – Clara habla a mi espalda. - ¿Cuántas universidades hay en el mundo? – camino de un lado para el otro. - Veintiséis mil – responde mientras se limpia las manos. - ¿Cómo es qué sabes eso? – la miro confusa y sube sus hombros. - Okay, veintiséis mil – sigo - ¿Cómo es que de veintiséis mil universidad, el cosmo, el puto mundo decide llevarlo justo a mi carrera? ¡a mi facultad! – grito. - ¿Necesito llamar al psiquiátrico? – la fulmino – Ok, no entiendo de que hablamos. - ¿No se podía ir a Alaska? ¿Groenlandia? – paso la mano por mi rostro – La Antártida. - No hay universidades en la Antártida – la vuelvo a mirar. - ¿Cómo es qué...? – muevo la mano. – No importa, no interesa, porque el imbécil está aquí, él imbécil seguramente entro por el deporte y yo me pregunto, no podía haber seleccionado una de por allá, donde hagan menos treinta grados, para que cuando este levantado se le congele el pene y se le caiga al mal nacido – Clara levanta las manos. - Creo que sé que te tiene así, pero la probabilidades de eso ocurra, de que hablemos de la misma personas, son exactamente del cinco por ciento si nos referimos a todos los humanos de América y un cincuenta si solo nos centramos en las personas que te hacen reaccionar así – toma aire – Así qué, dime, quién es tu nuevo compañero. Mordí mi lengua, me queje, trate de obviar aquellas palabras porque no iba a decir más su maldito nombre, porque era un imbécil que había jugado conmigo, que no solo traiciono mi confianza y me uso, también hizo que no quisiera saber nada más con los hombres. - Hil, ¿De quién hablamos? – insistió. - Jared Thompson – volví a gritar – Alaska, ahí es donde tendría que estar, con los pingüinos. - No hay pingüinos en Alaska, Hilary – me observa como si fuera una idiota. - ¡Ya sé que no los hay! – grito exasperada – A ver, tendría que estar jugando con las nutrias en pleno invierno hasta congelarse – aclaro – No queda tan bien como los pingüinos. - Podrías decir los osos. - Si juega con un oso le saca un brazo Clara, lo mismo pasa con los lobos – me siento en el sillón. - Lo odiamos lo suficiente para que se le caiga su m*****o masculino, pero no para que pierda un brazo o la vida – mueve las manos – Es interesante. - Tampoco soy una asesina y no quiero meter perritos en esto – suspiro. - ¿Por qué tanto problema? Ignóralo y ya, eres buena haciendo con la gente – volteo para mirarla. - Hablo la señora, yo escucho todos los consejos y hago lo que se me canta las pelo... – levanto la mano. - Entendí, tranquila – vuelve a la cocina - ¿Cuál es el problema? - Tengo que darle las tutorías. La casa se sumió en un silencio sepulcral y luego la carcajada de Clara lleno el ambiente, la cabrona se estaba riendo de mí. Me levante mientras ella seguía riéndose a carcajadas, su cabello castaño asomo y le tire el almohadón del sillón, solo sirvió para que riera más. - Perdón, joder – siguió carcajeando – Hil, esto – no podía hablar. - No es gracioso – junto mis cejas. - Lo es, juraste no hablarle más, no mirarlo a la cara, nunca volver a ayudarlo y que primero te quemabas en el infierno antes de volver a verlo – recuerda - ¿A quién mataste para que la vida te quiera así? - Esto pasa por salir en las publicidades – niega. - Esto te pasa por tantas picadas ilegales – hago una mueca. - También puede ser eso – nos miramos. Ella apretaba los labios con fuerza, conteniéndose, pero no se aguantó, simplemente continuo mientras se agarraba la panza. - Jugando con los pingüinos en Alaska – sigue burlándose. - Eres una imbécil – comencé a reir con ella. - Oh Hil, estás jodida, super jodida. Lo sabía, no necesitaba que lo dijera, yo ya era consciente de aquello.
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