—Y ésta es la sala —dijo Samantha cuando llegaron a la última habitación. En serio no había nada; ni cuadros en las paredes ni alfombras, sólo un pequeño sofá de dos plazas. —Disculpa que esté tan vacío —se disculpó—. Acabo de llegar y no quería traer todas mis cosas viejas. Se me ocurrió que podía empezar de cero. Sam se quedó ahí parado, asintiendo. Se moría por hacerle un montón de preguntas como, ¿de dónde eres?, ¿cómo murieron tus padres?, ¿por qué viniste aquí? Pero no quería presionarla, así que sólo siguió asintiendo como idiota. También estaba nervioso. Ella lo atraía muchísimo, más que cualquiera de las otras chicas que había conocido antes y no sabía qué decirle. De plano prefería quedarse callado porque le daba la impresión de que, si abría la boca, cometería alguna imprude