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Amores (Libro #2 de Diario de un Vampiro)

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AMORES es el Libro #2 de la saga del Bestseller #1 DIARIO DE UN VAMPIRO (THE VAMPIRE JOURNALS), seguido del Libro #1, TRANSFORMACIÓN, que es un libro de descarga ¡GRATUITA!

En AMORES [Libro #2 de Diario de un Vampiro (The Vampire Journals)], Caitlin y Caleb se embarcan juntos en su búsqueda para encontrar el objeto que puede detener al inminente vampiro y la guerra humana: la espada perdida. Un objeto de conocimiento tradicional de los vampiros; hay serias dudas acerca de su existencia.

Si hay alguna esperanza de encontrarla, primero tienen que rastrear el linaje de Caitlin. ¿Es realmente la Elegida? Su búsqueda comienza con el padre de Caitlin. ¿Quién era él? ¿Por qué la abandonó? Cuando la búsqueda se amplía, se sorprenden al descubrir quién es ella en realidad.

Pero ellos no son los únicos en busca de la legendaria espada. El Aquelarre Marea Negra la quiere también y están cerca de la pista de Caitlin y Caleb. Peor aún, el hermano pequeño de Caitlin, Sam, sigue obsesionado con encontrar a su papá. Pero Sam pronto se encuentra a sí mismo muy intimidado, justo en medio de una guerra de vampiros. ¿Pondrá en peligro la búsqueda de ellos?

El viaje de Caitlin y Caleb los lleva a un torbellino de lugares históricos -- del Valle del Hudson, a Salem y al corazón de la histórica ciudad de Boston, el mismo lugar donde las brujas fueron colgadas en la colina del Boston Common. ¿Por qué son tan importantes para la r**a de los vampiros esos lugares? Y ¿qué tienen que ver con el linaje de Caitlin y en quien se está transformando?

Pero es posible que no lo logren. El amor que se tienen entre sí Caitlin y Caleb, está floreciendo Y su romance prohibido puede destruir todo lo que se han propuesto alcanzar.

Aunque AMORES es la secuela de TRANSFORMACIÓN, también destaca como una novela independiente. AMORES tiene 51.000 palabras.

“AMORES, segundo libro de la saga Diario de un Vampiro (Vampire Journals), es igual de estupendo que el primer libro TRANSFORMACIÓN y repleto de acción, romance, aventura y suspenso. Este libro es una maravillosa adición a esta saga y usted se quedará con ganas de leer más libros de Morgan Rice. Si le gustó el primer libro, ponga las manos en éste y vuelva a enamorarse de nuevo. Este libro se puede leer como la secuela, pero Rice lo escribe de una manera que no es necesario conocer el primer libro para leer esta maravillosa entrega”.

--Vampirebooksite.com

“La saga de DIARIO DE UN VAMPIRO (The Vampire Journals) ha tenido una gran trama y AMORES es especialmente el tipo de libro que le dará problemas para dejar de leer por la noche. El final de máximo suspenso es tan espectacular que inmediatamente va a querer comprar el siguiente libro, solo para ver qué sigue. Como puede ver, este libro fue un gran paso adelante en la saga y recibe una calificación de diez”.

--The Dallas Examiner

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UNO Valle del Hudson, Nueva York (Día de hoy) Caitlin Paine se sintió tranquila por primera vez en semanas. Sentada cómodamente en el suelo del pequeño establo, se apoyó en una paca de heno y exhaló. En la chimenea de piedra, a unos tres metros de distancia, ardía un fuego encrespado; acababa de arrojar otro leño y el chisporroteo de la madera le brindaba tranquilidad. Marzo aún no terminaba y aquella noche había sido particularmente helada. La ventana en el muro más alejado ofrecía una vista del cielo nocturno y de la nieve que no dejaba de caer. Como el establo no tenía calefacción, se sentó cerca de la chimenea para que las llamas calmaran un poco su frío. Estaba muy cómoda y los párpados comenzaban a pesarle. El aroma del fuego invadía el lugar, y cuando se reclinó un poco más, sus hombros y piernas se relajaron. Pero por supuesto, sabía que la verdadera razón por la que sentía paz no era ni el fuego, ni el heno; ni siquiera el resguardo que le brindaba el establo. Era por él, por Caleb, a quien contemplaba desde donde estaba sentada. Caleb se reclinó y se mantuvo inmóvil frente a ella, a unos cinco metros de distancia. Dormía. Caitlin aprovechó la oportunidad para estudiar su rostro, sus rasgos inmaculados, su piel pálida y translúcida. Nunca había visto un rostro creado con tanta perfección. Era tan irreal como contemplar una escultura. No comprendía cómo era posible que tuviera tres mil años de vida. Ella, a sus dieciocho, ya lucía más grande que él. Sin embargo, había algo más allá de sus rasgos. Era cierto espíritu; la sutil energía que transpiraba. Una profunda sensación de paz. Cuando estaba cerca de él, sabía que todo estaría bien. Le hacía feliz verlo ahí, con ella; hasta se atrevió a desear permanecer juntos. Pero cuando apenas lo estaba pensando, se reprendió a sí misma porque sabía que se estaba buscando problemas. Sabía que los hombres como él no se quedan por mucho tiempo. Sencillamente no estaban hechos para eso. A Caitlin le era difícil asegurar si continuaba dormido porque su sueño era tan perfecto, que apenas se notaba su respiración. Caleb había regresado más relajado; cargaba una pila de leños y había encontrado la manera de sellar la puerta del establo para que no entrara la fría corriente de la nieve. Encendió la chimenea, y ahora que estaba dormido, ella atizaba el fuego para mantenerlo vivo. Caitlin se estiró, alcanzó su vaso y bebió otro sorbo de vino tinto; sintió cómo el tibio líquido la relajaba poco a poco. La botella la había sacado de un baúl escondido debajo de una paca de heno; estaba en ese lugar desde la ocasión en que Sam, su hermanito, la dejó ahí por capricho varios meses antes. Ella nunca bebía, pero le pareció que no había nada malo en tomar un poco, en especial, después de lo que había vivido. Tenía su diario abierto sobre el regazo; con una mano sostenía una pluma, y con la otra, el vaso con vino. Llevaba veinte minutos así porque no sabía por dónde comenzar. Nunca antes le había costado trabajo escribir, pero ahora era diferente. Los sucesos de los últimos días habían sido demasiado dramáticos, demasiado difíciles de asimilar. Esa era la primera vez que se podía sentar y relajar, que se sentía remotamente segura. Decidió que lo mejor sería comenzar por el principio; narrando lo que había sucedido. Por qué estaba ahí y quién era. Necesitaba procesarlo porque ya ni siquiera estaba segura de conocer las respuestas. La vida fue bastante normal, hasta la semana pasada. Me estaba empezando a gustar Oakville, pero luego llegó mamá un día y nos anunció que nos mudaríamos. Otra vez. La vida se volteaba de cabeza, como siempre sucedía gracias a ella. Sin embargo, era peor en esa ocasión. No nos mudaríamos a otro suburbio, sino a Nueva York. Sí, a la ciudad. Escuela pública, una existencia de concreto… y un vecindario peligroso. Sam también estaba molesto. Hablamos sobre no mudarnos, pensamos en escapar, pero la verdad era que no teníamos a dónde ir, así que le seguimos la corriente. No obstante, ambos juramos en secreto que, si no nos gustaba, nos iríamos. Encontraríamos algún lugar, cualquiera. Tal vez hasta podríamos tratar de encontrar otra vez a papá, aunque en el fondo, los dos sabíamos que eso no sucedería. Y luego, pasó todo lo demás. Fue demasiado rápido. Mi cuerpo mutó, cambió. Todavía no entiendo lo que sucedió ni en quién me convertí. Sólo sé que ya no soy la misma persona. Recuerdo aquella fatídica noche que comenzó todo. El Carnegie Hall, mi cita con Jonah, y luego… el intermedio. ¿Me… alimenté?, ¿asesiné a alguien? Aún no puedo recordarlo; sólo sé lo que me dijeron. Sé que hice algo aquella noche, pero sólo es un recuerdo borroso. Cualquier cosa que haya sido, todavía me produce la sensación de un hoyo en el estómago. Jamás quise hacerle daño a alguien. Al día siguiente me di cuenta de que había cambiado. Definitivamente me estaba volviendo más fuerte y más sensible a la luz. También podía percibir aromas; los animales actuaban de forma extraña cuando estaban cerca de mí, y yo, cuando estaba cerca de ellos. Y lo que sucedió con mamá: me confesó que no era mi madre biológica y luego fue asesinada por aquellos vampiros, los que me habían estado persiguiendo. Habría deseado jamás verla sufrir de esa manera; todavía creo que fue mi culpa. Pero al igual que con todo lo demás, es un problema que no puedo regresar a solucionar. Ahora tengo que enfocarme en lo que tengo frente a mí, en lo que sí está en mis manos. También me capturaron esos espantosos vampiros. Luego escapé y apareció Caleb. Estoy segura de que si no hubiera sido por él, me habrían asesinado… o algo peor. La Cofradía de Caleb, su gente. Era muy distinta a él a pesar de que, de todas maneras, todos eran vampiros. Territoriales, celosos, suspicaces. Me exiliaron y, a él, no le dieron ninguna prerrogativa. Pero Caleb eligió. A pesar de su situación me eligió a mí. Arriesgó todo para volver a salvarme. Por eso lo amo; mucho más de lo que jamás podrá imaginarse. Tengo que ayudarlo a volver; él cree que soy la elegida, una especie de mesías de los vampiros o algo así. Está convencido de que lo conduciré hasta donde se encuentra una espada perdida que impedirá la guerra entre los vampiros y salvará a todo mundo. Yo, en lo personal, no lo creo. Su propia gente no lo cree, pero sé que tiene gran fe en ello y que significa mucho para él. Además se arriesgó por mí, así que, es lo menos que puedo hacer. A mi parecer, ni siquiera tiene que ver con la espada; es sólo que no quiero que se vaya. Es por eso que haré todo lo posible por ayudarlo. De cualquier manera siempre he querido encontrar a mi papá y saber quién es en realidad. También quiero saber quién soy yo, si en verdad soy medio vampira o medio humana, o lo que sea. Necesito respuestas, y si no logro investigar mucho más, por lo menos necesito saber en qué me estoy convirtiendo… * —¿Caitlin? La chica despertó aturdida y volteó hacia arriba; vio que Caleb estaba al frente y que había apoyado las manos con suavidad sobre sus hombros. Sonreía. —Creo que te quedaste dormida —dijo. Ella miró alrededor, vio el diario abierto sobre su regazo y lo cerró de un golpe. Las mejillas se le habían encendido; esperaba que Caleb no hubiera leído nada, en especial, la parte en que describía sus sentimientos hacia él. Se sentó y talló sus ojos. Todavía era de noche y el fuego aún los calentaba a pesar de que ya casi sólo quedaban cenizas. Caleb también debió haberse despertado. ¿Cuánto tiempo habría permanecido dormida?, se preguntó. —Lo siento —dijo—, es la primera vez que concilio el sueño en días. Caleb volvió a sonreír y atravesó el cuarto hasta la chimenea. Arrojó varios leños más que crujieron y sisearon al alimentar la llama. El calor le llegó a Caitlin hasta los pies. Él se quedó parado mirando el fuego y su sonrisa se desdibujó poco a poco hasta que se hundió profundamente en sus pensamientos. A la luz de la llamas, un cálido resplandor iluminaba su rostro, haciéndolo lucir aún más atractivo, si acaso eso era posible. Sus grandes ojos color avellana, estaban bien abiertos; y mientras ella lo contemplaba, se tornaron verde claro. Caitlin se enderezó y vio que su vaso de vino seguía lleno. Tomó un sorbo y, con eso, entró en calor. Como llevaba algún tiempo sin comer, el vino se le subió de inmediato a la cabeza. Vio el otro vaso de plástico y recordó sus buenos modales. —¿Quieres que te sirva un poco? —preguntó, y luego, añadió con nerviosismo— es decir, no sé si en realidad bebas… Calebse carcajeó. —Sí, los vampiros también bebemos vino —dijo sonriente y se acercó para tomar el vaso en que ella le había servido. Estaba sorprendida. No por sus palabras sino por la risa. Era dulce y elegante, y parecía desvanecerse con ligereza en la atmósfera del lugar. Como todo lo demás en él, su risa estaba llena de misterio. Caleb llevó el vaso hasta sus labios y ella lo observó con la esperanza de que él le correspondiera. Y lo hizo. Entonces ambos desviaron la mirada al mismo tiempo y Caitlin sintió que el corazón le palpitaba con más velocidad. Caleb regresó a su sitio, se sentó sobre la paja que ahí había y, reclinándose, volteó hacia donde estaba ella. Ahora parecía que era él quien estudiaba sus rasgos y eso la cohibió. Sin darse cuenta, Caitlin deslizó la mano por su ropa y pensó que le habría gustado estar mejor vestida. Pensó a toda velocidad y recordó que, en algún momento, no sabía cuándo con exactitud, se detuvieron en una tienda de ropa de segunda mano en un pueblo y ella consiguió ahí algunas prendas para cambiarse. Miró temerosa hacia abajo y ni siquiera pudo reconocerse. Llevaba unos jeans rotos y deslavados, tenis de una talla más grande que la suya, camiseta y un suéter. Encima de todo, se había puesto un viejo saco marinero color morado al que le faltaba un botón y que también le quedaba demasiado grande. Sin embargo, le brindaba calor, y en ese momento, era lo único que necesitaba. Caitlin se sintió apenada. ¿Por qué tenía que verla él así? Era pura mala suerte: la primera vez que conocía a un chico que en realidad le agradaba, y ni siquiera tenía la oportunidad de arreglarse. En el establo no había un baño en el que pudiera arreglarse, y de todas maneras, no llevaba sus cosméticos. Avergonzada, miró hacia otro lado. —¿Dormí mucho tiempo? —preguntó. —No estoy seguro; yo también acabo de despertar —le respondió Caleb mientras se recargaba y se pasaba la mano por el cabello. —Me alimenté temprano esta noche y eso me agotó. —Explícame eso —le pidió mientras lo observaba. Él no contestó de inmediato. —Alimentarse —añadió ella—, ¿cómo funciona? ¿tú… matas gente? —No, jamás —le contestó mientras trataba de ordenar sus pensamientos en silencio. —Como todo lo demás acerca de la r**a de los vampiros, es un asunto complicado —le contestó—. Depende del tipo de vampiro que seas y de la cofradía a la que pertenezcas. Yo sólo me alimento de animales, por ejemplo. Venados, casi siempre. Hay una sobrepoblación de venados, así que no hay problema. Los humanos incluso los cazan y ni siquiera para comerlos. Su gesto se tornó melancólico. —Pero hay otras cofradías que no tienen tanto tacto. Se alimentan de humanos. De los indeseables, por lo general. —¿Indeseables? —Indigentes, vagos, prostitutas… la gente a la que nadie extrañará si desaparece; el objetivo es no atraer mucho la atención. Así ha sido siempre. Los vampiros que se alimentan de esa forma, son vampiros impuros. Pero a mi cofradía, a mi r**a, se le considera de sangre pura: aquello de lo que te alimentas… te infunde su energía. Caitlin se quedó sentada pensando. —¿Y qué hay de mí?, ¿por qué sólo me dan ganas de alimentarme en momentos específicos?

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