Adrien con la mandíbula tensa cerró la puerta de su exuberante oficina, el mármol oscuro del suelo apenas atenuaba el eco de sus pasos decididos. Al entrar su mirada se centró en el muro de cristal que daba vista a los edificios aledaños.
Adrien se dejó caer pesadamente en su elegante silla de cuero, deslizó la mano por su rostro mientras revisaba los documentos sobre el escritorio. La pantalla de su computadora iluminaba su semblante cada vez más ensombrecido.
Había pasado al menos media hora desde que había visitado el departamento de diseño y, aun así, su molestia no cesaba, la habitación generalmente imperturbable, vibraba con la tensión que él mismo llevaba consigo.
Los rayos de sol que entraban por el cristal a su espalda resaltaban las diminutas partículas de polvo suspendido en
