Días después
Ismael
Aun cuando quise confiar en Viola, una espina dentro de mí me mantenía alerta de su comportamiento tras ese beso, dudé en decírselo a Bárbara al no querer un conflicto entre ellas, pero al final lo hice explicándole la situación a detalle y pidiéndole que no dijese nada, sino que esperara a que Vio lo hiciera por su cuenta o de lo contrario se olvidara del asunto, por suerte me escuchó y con su hija tampoco volvió a ocurrir nada, incluso nos tratábamos como antes dejándome más tranquilo.
Es así que hoy pude alistarme con total confianza para acompañarla en su cita con el obstetra junto a Barb y si todo salía bien nos dirían el sexo del bebé, lo que me emocionaba bastante, aunque, en contra parte, me preocupaba que mi pequeñita se tomara tanto tiempo, hace unos días debió nacer según lo estipulado por la doctora, pero Barb dice que necesita un poco más de tiempo y debemos ser pacientes.
—¿Están listos? —preguntó el obstetra y los tres asentimos ansiosos tomándonos de la mano para darle fuerza a Vio—. Todo luce muy bien, tiene peso y tamaño adecuados y… —guardó silencio incrementando mis nervios—, felicitaciones, señor Friedman, parece que su destino es estar rodeado de bellas mujeres porque otra princesita llegará a la familia.
No pude ocultar las lágrimas al escuchar esa increíble noticia y más al imaginar lo feliz que estaría Samuel si supiera que Vio tendrá otra niña. No sé cuál Clyde traiga un varón, pero al parecer en nuestro lado solo serían mujeres las que llevarían en alto el apellido de la familia siendo Becca la única que continuaría con mi linaje, lo mejor es que tendrá una sobrina de su edad para jugar y ser su mayor cómplice.
Después de la cita y comprar los suplementos de Vio, fuimos a celebrar en un restaurante la llegada de la nueva integrante y volvimos ansiosos a casa al querer hacer una videollamada para contarle a todos la noticia, pero mis chicas se sumergieron en una charla sobre las mil compras que querían hacer mañana en lo que yo les preparaba algo de beber.
—No imaginan lo importante que es para mí el que compartan este momento conmigo, estaba preocupada porque mi vientre casi no crecía, pero…
—Ahora no tienes de qué preocuparte, mi niña, ya escuchaste al doctor, estás en excelentes condiciones al igual que mi nieta —no sabía cuál de las dos estaba más feliz, pero sé que hoy no hay un hombre más feliz que yo sobre la faz de la tierra.
—¿Saben? Estuve pensando y ya tengo el nombre para mi hija.
—¡¿Cuál?! —preguntamos emocionados Barb y yo.
—B-Bueno, antes de decírselos quisiera pedirte algo, Isma, sé que puede ser abusivo de mi parte y solo lo haré si los dos están de acuerdo, así como también firmaré lo que sea para que no haya problemas.
—¿Firma? ¿De qué hablas? ¿Qué ocurre, hija? Me preocupas.
—Mamá, quisiera que mi hija llevara como segundo apellido el de Ismael —ninguno dijo nada pues la sorpresa fue enorme para ambos—. Como dije, firmaré el documento que sea para que no seas responsable legalmente de mi hija porque no es la intención, Isma, es solo que después de ese incidente… tú sabes —asentí—, me di cuenta de que te besé porque sí me sentía sola, pero el cariño que tengo por ti es filial, solo que no lo comprendí en su momento.
—¿F-Filial? —mi voz temblaba tanto como mi cuerpo siendo Barb quien intentaba calmarme con sus caricias.
—Sí, a decir verdad, has sido un padre ejemplar para mí más veces de las que mi propio padre lo fue y no te pido que me adoptes porque sería un poco extraño, pero sí quiero darle tu apellido a mi hija como una muestra del cariño que te tengo al verte como mi padre.
—Vio…
—Por favor, piénsenlo y luego me dicen qué decisión tomaron, igual si no les agrada la idea espero seguir contando con los dos.
—Cariño, creo que esa decisión debe tomarla él, es un obsequio muy bello de tu parte querer hacerlo, pero no sé si deba opinar al respecto.
—Me dejarías más tranquila, mamá, así que dilo con sinceridad.
—¿Isma?
El fuerte agarre de Barb llamó mi atención y aunque seguía sin salir de mi asombro, comprendí cómo se sentía en medio de su silencio, uno que me hizo observar su vientre que parecía a punto de reventar al igual que la ansiedad que me recorría desde hace días, entonces pasé al vientre de Viola imaginando el día que tuviese a su hija en brazos y no tuve dudas, creía en el veredicto de ambas.
—Será un honor darle mi apellido a tu hija y te aseguro que haré lo que sea para mantener la promesa que les hice.
—Gracias, Isma, y si no es incómodo para ti, también quiero que dejes de decir “tu hija” y comiences a llamarla “mi nieta”, porque ella es tu nieta y el mejor abuelo que conocerá serás tú —y yo que creí había llorado a mares con el nacimiento de mis hijas…—. Dicho eso, puedo decirles que en unos meses recibiremos dichosos a Bárbara Christine Clyde Friedman, en honor a mis padres.
—Mi niña, ven acá.
—No lloren que me hacen llorar.
Los tres terminamos en un fuerte abrazo con las lágrimas derramándose sobre todos ante el inmenso obsequio que nos dio Viola, pues no solo le daría mi apellido a su hija, sino que el amor de mi vida tendría a la siguiente Bárbara en sus brazos viendo su sueño y el de su abuela cumplido.
En eso el timbre sonó, apenas me limpie sin borrar la enorme felicidad que tenía dándole un beso a cada una y me dirigí a la puerta repasando una vez más mi camisa en el rostro ante unas traicioneras lágrimas, entonces abrí quedando atónito ante la inesperada visita que había llegado a Princeton, una cuyo sombrío semblante despertó un mal presagio en mi pecho.
—Oz…
—Ismael… —mi hermano no tuvo que decir una palabra más para corroborar mi sospecha, así que lo abracé esperando la peor noticia después de haber recibido una tan bella—. No creí que me darías ese recibimiento.
—Pero sí lo necesitabas —el pesado suspiro que dio me dolió hasta el alma—. ¿Quieres que vayamos al estudio?
—No, primero atenderé a mis chicas, se notan preocupadas y más porque sigues abrazándome, lo que comienza a incomodarme, aunque puede que también me excite.
—Idiota —me separé soltando una risa en conjunto por lo bajo—, ya quisieras tener un partido como yo.
—No gracias, prefiero tus cosas lejos de las mías y más porque tengo una belleza olímpica esperándome con muchas ansias de succionarme el alma y de paso los pecados.
—Bendita sea tu diosa.
El saludo entre ellos no tardó dándole a su vez las noticias que nos acompañaban hoy, aunque todavía no sabía la más importante de todas, el nombre de mi hija, lo mejor es que Barb no le diría nada al saber que era yo quien quería decírselo en persona, solo que no esperaba verlo tan pronto.
Con su compañía en casa el ambiente mejoró bastante con sus bromas y coqueteos, también preparamos el laboratorio por si llegábamos a necesitarlo, le ayudé a instalar los equipos mientras las chicas preparaban la cena y después de esta le pedí que revisara a Bárbara para asegurarme de que estuviese bien al igual que mi hija.
—¿Entonces? —pregunté ansioso.
—No veo nada inusual, solo es esperar, pero si en tres días no comienza la labor de parto deberé intervenir, no es bueno que quede tanto tiempo dentro.
—Te dije que no tenías de qué preocuparte.
—Lo sé, preciosa, pero sabes que muero por tenerla en mis brazos y con Oz aquí me quedaré más tranquilo que llevándote a una clínica.
—Gracias por la confianza —intervino Oz mientras la limpiaba—. Dime, nena, ¿ya decidiste qué tipo de parto tendrás?
—Quiero natural, nada de cesárea a menos que sea estrictamente necesario.
—De acuerdo, entonces prepararé algo que estimulará tu cuerpo, también un relajante muscular para las molestias y un multivitamínico.
—¿Tienes para tanto?
—Vine preparado. No sabía que serían dos bellezas las que me esperarían, pero igual alcanzará para ambas, no se preocupen.
En definitiva, podría dejarle la vida de todas mis hijas a mi hermano así tuviese que operarlas a ciegas en la habitación más putrefacta del planeta y sé que haría hasta lo imposible con tal de salvarlas.
(…)
Tras dejar a madre e hija durmiendo juntas pues Barb sabía que me quedaría hablando hasta tarde con Oz, me dirigí al jardín llenando mis pulmones del suave tabaco que se extendía en el aire.
—Huele delicioso, hace mucho no pruebo un cigarrillo —comenté sentándome a su lado.
—Eso imaginé, por eso te traje un paquete para después del nacimiento —me entregó la cajetilla y rellenó los vasos con nuestro trago de toda la vida, el buen Jack—. Brindo por tu nieta y tu hija, porque nazcan bien y rompan corazones antes de que tú acabes con los idiotas que se les acerquen.
—Salud —chocamos y bebimos compartiendo su cigarrillo, aunque en esa calada el ardor en mi pecho revivió su pena—. ¿Me contarás qué ocurrió? Lo último que supe de ti fue que te recluiste en un sanatorio.
—¿Los demás lo saben?
—No, Rag me pidió que no dijese nada y solo me lo contó a mí por si llegaba a necesitarme, aunque no sé cómo podría ser de utilidad.
—Yo tampoco, pero han sido unos meses martirizantes…
Pareciera que el invierno hubiese llegado de golpe al contarme los terribles episodios maniaco-depresivos que vivió, lo mucho que lastimó a su hijo quien solo quiso ayudarlo a pesar de todo y cómo un fatídico día, cansado de ver a su padre en un estado vegetativo por la depresión, cortó su garganta trayéndolo de vuelta a costa de su propia vida.
La sangre se me heló al recordar lo que ha tenido que vivir desde el nacimiento de Travis, no creo que exista un hombre que puede amar a ese hijo más que él y los sacrificios y errores cometidos a lo largo de su vida son la prueba fehaciente de ello. Por suerte mi sobrino sobrevivió a la operación y está en buenas manos siendo cuidado por alguien de confianza.
—Aun así la culpa te carcome y considerando cuánto bajaste de peso, es obvio que te sigue consumiendo tu locura.
—Sí, pero fue horrible ver el filo atravesar su carne… Te juro que lo vi muerto, Isma —su voz se quebró cristalizando mis ojos—, la sangre corría por todas partes menos por sus venas, el color se iba de su rostro y cuando esa maldita máquina sonó advirtiendo que lo perdía… —tiró su cabeza hacia atrás queriendo evitar el llanto, pero fue inútil.
—No te desgastes más pensando en lo que pudo pasar, Travis está vivo, es un joven fuerte y saldrá de esta igual que ha salido de todo lo demás. Confía en él —presioné su hombro consiguiendo su atención—, recuerda que es un Oz y los Oz no se rinden fácil.
—Gracias, Isma, sé que esto no deberías escucharlo estando a días del nacimiento de tu hija, pero…
—Escucharé lo que venga de ti sin importar nada y lo sabes, por algo eres mi hermano.
—Vaya hermano de mierda el que te conseguiste.
—Me importa un carajo, no dejarás de serlo —asintió nostálgico queriendo encender otro cigarrillo, pero se arrepintió en el último minuto—. ¿Qué pasa?
—Recordé las veces que mi pequeño corría desnudo por toda la casa y luego saltaba emocionado en el jardín abriendo la manguera —el brillo de antaño iluminó los buenos recuerdos—. Mi petirrojo es un sinvergüenza desde pequeño.
—Igual que su padre y su abuelo, porque Samuel era otro aun cuando no quiso demostrarlo demasiado frente a nosotros.
—Sí, hay muchas cosas que odio del pasado, pero cada minuto que pasé en esta casa con ustedes y mi hijo son los más significativos.
—Para todos, aunque es una lástima que mi hija y Rag no hayan podido conocerlo, mis hijas apenas y lo recordaban, pero siempre les hablaba de él, les daba las lecciones que nos enseñó y les decía que sus abuelos nunca las abandonaría.
—¿Crees que Becca y Clyde sigan nosotros?
—Sí, y quizás esto sea una prueba de ello —le entregué un sobre sellado con su nombre—. Lo encontré entre las pertenencias de Samuel, estaba bien oculta, pero sigue en buen estado a pesar de los años.
Rellené los vasos mientras él leía la carta, no sabía qué decía pues nunca quise abrirla, pero supe que se trataba de algo muy bueno e importante en cuanto Oz sonrió entre lágrimas, la dobló al finalizar y bebió un trago.
—¿La leíste?
—No.
—Hazlo —ordenó entregándome la carta.
Intrigado, la abrí sumergiéndome en cada palabra escrita a puño y letra del hombre que fue un padre para nosotros colocando el mismo semblante que mi hermano, incluso las lágrimas corrieron en mí dándome un aire más profundo y conmovedor.
—Por Samuel Clyde —levantó su vaso.
—Porque no hay padres como él —brindamos hasta el fondo en su honor exhalando, de tal forma, que parecía soltáramos toneladas de peso de nuestros hombros.
Poco a poco nos sumergimos en los mejores recuerdos con nuestros hijos, hermanos, nuestro padre e incluso los días que pasamos con mi madre antes de que ella muriese, no hubo una sola memoria triste en esos minutos, pero cuando las carcajadas se hicieron estruendosas, un golpe nos alertó seguido de un desgarrador grito de Bárbara que despertó mis mayores angustias.