18.    SUS VIDAS EN TUS MANOS

1694 Words
Bárbara La llegada de Oz nos trajo una segunda alegría y también tranquilidad a Isma al saber que nuestras hijas y nieta estarían a salvo mientras él estuviese con nosotros, pero la congoja que atormentaba el corazón de nuestro hermano estrujó el mío, razón por la quise darle un día lleno de atenciones junto a mi hija, así como permití que Isma se quedara con él en la noche disfrutando como tanto les encantaba para que pudiera sacar ese mal de su cuerpo junto a su hermano. Todo parecía perfecto pese a la situación de Oz, pero pronto nuestra paz cambió al despertarme cerca de la medianoche para ir al baño y también por un vaso con agua al sentir la garganta seca. Iba camino a la cocina cuando una contracción me paralizó en la sala, el problema fue que no me fijé en nada y al intentar sostenerme de algo caí al suelo junto a una mesa intensificando el dolor, entonces el miedo me invadió al ver un poco de sangre correr entre mis piernas. En eso llegaron Isma y Oz corriendo quedando estupefactos ante la escena, pero si yo apenas veía un riachuelo de sangre, no quiero imaginar lo que verían ellos para perder el color en sus rostros, lo que sí, fue que Isma me cargó en lo que Oz tomó la delantera llevándome ambos al laboratorio. Mi hija estaba tan angustiada como ellos, sus voces me eran confusas y a veces se perdían entre mis gritos por las constantes contracciones, solo que estas eran muy diferentes a las que tuve con Viola y Madge, pronto la desesperación y el pánico se apoderaron de mí al creer que la caída pudo lastimar a mi bebé y el que ellos no dijesen nada lo hacía peor para mí. —¡Oz, dime que mi hija está bien! —supliqué desesperada tras dar otro grito, pero su semblante no me ayudaba. —Dame un minuto, nena, necesito que resistas en lo que el medicamento hace efecto —respondió sin dejar de hacer lo que sea que estuviese haciendo dentro de mí ignorando por completo mi petición—. Isma, trae el escáner. —Tranquila, mamá, todo estará bien, aquí estoy contigo. —Mejor sal, no quiero que esto afecte a tu bebé —otra contracción, otro grito… —No me iré cuando más me necesitas. M-Mejor hagamos los ejercicios de respiración juntas, eso podría ayudarte. Pobre de mi hija, se notaba cuán atemorizada estaba, pero le agradecía inmensamente que se quedara a mi lado en este momento tan difícil mientras Isma ayudaba a Oz haciendo todo lo que le ordenaba, solo que el dolor en mi vientre me decía que la situación empeoraba y más porque las contracciones casi no me daban un respiro. —Oz, ¿qué ocurre? —habló Isma al fin. —La caída aceleró el nacimiento provocando también una hemorragia que pude controlar, pero esto complicará el parto. —¿Harás la cesárea? —pregunté preocupada. —Ese es el problema, hacerlo por cesárea o al natural generaría otra posible hemorragia que empeoraría tu condición. —¿A qué te refieres? ¿Qué pasará conmigo y con mi bebé? —su silencio incrementó mi suplicio—. ¡Responde! —No importa el método, podrías morir al igual que tu hija, Barb, por eso les daré unos minutos para decidir cuál camino escoger. No hay manera de explicar lo que me recorrió ante la terrible noticia, pero sabía que no era la única que estaba así por cómo Isma sujetó mi mano gritándome suplicante en ese acto que no quería perdernos, y yo tampoco quería morir, no quería que mi hija muriese, pero tampoco sabía qué hacer. —I-Isma… —ocultó su rostro en mi cuello besándome desesperado. —No puedo vivir sin ti, Bárbara, no pasaré por ese infierno otra vez —susurró sollozante en mi oído aferrándose a mi existencia con su mano en mi vientre. De pronto cerré los ojos al escuchar un pitido en mis oídos que ensordeció el lugar y como si de un sueño se tratase, escuché la voz de mi abuela llamándome a lo lejos, así que abrí los ojos encontrándola en la entrada del laboratorio, lucía llena de vida y a medida que se acercaba me di cuenta de que solo estábamos las dos, entonces ella colocó su mano en mi vientre y me sonrió segura. —Confía en tu hija, en tu familia y en ti misma, mi niña. ¿Recuerdas lo que siempre te decía? —Una Clyde no baja la cabeza ante nada ni nadie. —Así es. Será una prueba dura, pero nosotros somos más resistentes —depositó un beso en mi frente uniéndola con la suya igual a cuando era una niña. —Tengo miedo —dije sollozante. —No lo tengas, solo mira a tu alrededor y date cuenta de que no estás sola, todos harán lo que sea para salvarlas, pero tú también deberás hacer tu parte —se alejó dándome a entender lo que debía hacer y lo mucho que sufriría. —No me abandones, no abandones a mis hijas. —Aquí me quedaré… ahora despierta, Bárbara… —¿Abuela?… ¡Abuela! —la llamé al escuchar mi nombre tan lejano. —¡Bárbara! —abrí los ojos ante el desesperado grito de Isma. —¿Qué pasó? —Eso te pregunto yo, estabas fría y no respondías nada —lo abracé fuerte mientras veía a mi hija y mi hermano esperando una respuesta mientras el dolor volvía a despedazarme, pero Isma me abrazó fuerte soportándolo conmigo. —Lo dejaré en tus manos, Oz, confío en ti, sé que tomarás la decisión correcta. —¿Segura? —asentí—. Entonces lo haremos al natural, pero te advierto que dolerá demasiado. —Pujaré tanto como pueda, solo asegúrate de que nuestra hija esté a salvo y si tienes que escoger, sálvala a ella. —¡NO! —Isma presionó asustado mi rostro—. ¡NO TE PERDERÉ, BÁRBARA! ¡NO PASARÉ POR ESA MIERDA OTRA VEZ! —con la mayor tranquilidad del mundo, pese al horrible dolor que me desgarraba desde las entrañas, lo besé recordando las palabras de mi abuela. —Confía, mi amor, yo sé que todo saldrá bien, estamos con el mejor, pero necesito que te enfoques y lo ayudes, tienes que asegurarte de que nuestra hija venga sana y salva. ¿Me entiendes? —Lo haré, haré lo que sea que me pidas, pero no te atrevas a abandonarme. —Entonces coloca tu cabeza fría para que ayudes a Oz y prepara la champaña que celebraremos más tarde, necesito una copa con urgencia —una risa entre lágrimas en tan extraño momento… Dios, esto parecía una despedida, pero no puedo pensar que perderé la batalla antes de empezarla. —Bárbara, te ayudaré un poco haciendo una incisión y estaremos monitoreándolas todo el tiempo, pero el resto dependerá de ti —avisó Oz sacándonos de este lastimoso momento. —Hazlo, ya no soporto más —avisé al venir otra contracción más fuerte. —Oz, dejó sus vidas en tus manos, así que te imploro por lo que más quieras que las mantengas con vida —jamás escuché tan asustado a Ismael como hoy y aunque no era para menos, no quería que colocase tan pesada carga sobre los hombros de nuestro hermano quien sé, pondrá todo de sí para mantenernos a salvo. Pronto nos pusimos en acción, aunque Oz le pidió a Isma que se quedara conmigo tras encargarle algunas cosas que necesitaría, entonces el bisturí rozó mi piel y Oz me indicó pujar en cuanto viniese la siguiente contracción, lo que no tardé en hacer pues cada vez eran más y más insoportables. Lo único que tenía en mente mientras lo hacía, era la visión de la mano de mi abuela en mi vientre, de alguna u otra forma quise creer que toda mi familia estaba conmigo dándome su fuerza para pasar este terrible momento mientras era sujetada por mi hija y el hombre que tanto amaba. En verdad daba todo de mí, pujaba tanto como el cuerpo me lo permitía, pero un extraño mareo comenzó a invadirme en cuanto Oz dijo que parte del pecho había salido, anhelé detenerme, mas un coro con las voces de mis difuntos padres y abuelos susurraron animándome a continuar, y así hice. Ellos eran mi fortaleza, ellos eran los que me permitían seguir pujando, incluso imaginaba a mi hermana junto a ellos aun cuando estuviese en Nueva York descansando plácidamente en su cama mientras yo estaba a punto de partirme en cuatro… y no como quisiera en realidad. Aun cuando no lo demostré, una risa me invadió por dentro ante la descabellada idea pujando una vez más mientras caía en la camilla sintiendo cómo salía mi hija, Oz me pidió no detenerme, pero no tenía fuerzas, no había más en mí excepto para ver a Isma quien relucía en la alegría más indescriptible y maravillosa del mundo, había tanta pureza en él, que en ese momento supe que mi hija estaba viva. —¿C-Como… está…? —Es hermosa, más de lo que llegué a imaginar —besó cada parte de mi rostro llevando calidez a mi pecho—. Gracias, preciosa, gracias por este regalo. ¿Cuánto amor puede caber en el corazón de este hombre que me enamora con cada palabra y acto proveniente de él? De pronto una alarma sonó seguido del vivaz llanto de mi hija anunciando su llegada, observé un instante a Viola quien decía algo que no lograba entenderle y para colmo la veía borrosa, entonces escuché a Oz a lo lejos decir que la hemorragia había empeorado y la placenta seguía dentro de mí. En eso sentí cómo cayó mi mano e Isma, asustado, me tomó del rostro gritando miles de cosas que tampoco lograba escuchar y aunque sabía lo que me decía, no podía dar más, pero al menos pude traer a nuestra amada y muy deseada hija al mundo cumpliendo el sueño de nuestras vidas… aun si era lo último que haría…
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