1. HERIDAS DEL PASADO
Nueva York, Estados Unidos
Ismael Friedman
El cielo resonaba retumbando mi corazón y los gritos reventaban mis oídos de la misma forma en que yo reventaba mi garganta suplicándoles que no las lastimaran, pero igual lo hicieron. Vi cómo golpearon a mi esposa, mis hijas lloraban asustadas, desconsoladas, me suplicaban que las salvara, pero por mucho que batallé me fue imposible liberarme al ser golpeado frente a ellas por varios hombres, aun así no me rendí, me defendí tanto como pude, pero un fuerte golpe en la cabeza me hizo perder el conocimiento siendo el dolor de sus gritos lo último que escuché y lo que más se grabó en mi memoria junto a sus aterrorizados rostros antes de perder el conocimiento.
Esa pesadilla me ha perseguido desde aquel fatídico día, casi todas las noches tuve el mismo sueño, al principio me levantaba llorando entre gritos, con los años se volvió un silencioso llanto y hoy, cinco años después de la tragedia, son pocas las veces en que resurge la pesadilla al encontrar algo de paz en mi alma gracias a la forzosa llegada de mi sobrina en compañía de su difunta pareja, aquella mujer que perdió de una forma tan horrorosa como yo perdí a mi familia.
En un día nuestras vidas cambiaron para siempre, en un instante el cielo se oscureció para nosotros, pero a raíz de una inesperada calamidad, la vida hizo que tomásemos otro rumbo regresando a Nueva York, la ciudad donde viven mis hermanos.
—Buenos días —Livi, mi hermana menor, llegó a la cocina saludándome con un beso en la mejilla—, ¿descansaste?
—Sí, el colchón es muy bueno, gracias.
—Aunque todavía te ves agotado.
—Pesadillas de medianoche.
—Entiendo, entonces te prepararé el desayuno y saldremos a dar una vuelta, así te distraes un poco.
—No quiero molestar, de seguro debes estar ocupada.
—¿Bromeas? Despejé mi agenda por ti. Anda, salgamos.
—De acuerdo, preciosa, solo porque se trata de ti.
No comparto sangre con ninguno de mis cuatro hermanos, de hecho, las únicas que son hermanas de sangre son Olivia y Bárbara, pero Marcus, Oz y yo no tenemos consanguinidad con nadie, quedamos huérfanos desde jóvenes, yo vivía con un tío lejano al que no le importaba; los de Marc murieron cuando era un niño, fue criado por su abuela hasta que ella también falleció y después pasó a vivir con unos tíos sin recibir mucha atención ya que era una familia numerosa; Oz, bueno, su historia es más compleja, aunque fue el primero de los cuatro que conocí, después vino Marc y por último las hermanas, siendo ellas el faro de luz en nuestras vidas al conocer a su abuelo, Samuel Clyde, el hombre que se convirtió en nuestro padre, nos dio una familia y un futuro prometedor, mismo que vino acompañado de muchos baches y tragedias que, por muy dolorosas que sean, no han destruido el vínculo familiar que creamos.
Sin embargo, la pérdida de mi esposa y especialmente la de mis hijas es una herida que me tomó muchos años cerrar, me apartó de ellos, pero ahora que había regresado (para mala fortuna) a raíz del asesinato de Helena, la novia de mi sobrina Ragnar, quería acércame a ellos como antes sin interferir en sus vidas y por este motivo acepté quedarme en casa de Livi y Marc en lo que definía qué hacer, es decir, si regresaría al pueblo donde he vivido los últimos años o me mudaría a Nueva York con ellos.
—La idea de la salida era distraerte de tus pensamientos, no que me dejes sola —se quejó Livi sin abandonar la cálida sonrisa que tanto la caracteriza.
—Disculpa, es inevitable no pensar en ellas.
—Cuéntame lo que te atormenta, quizás te ayude hablarlo.
—En realidad, es el mismo vacío que me ha acompañado desde hace cinco años, lo impactante de la muerte de Helena y lo mucho que me gustaría tener a mis hijas conmigo.
—Si mal no estoy, ahora deberían tener entre diecisiete y dieciocho años.
—Sí, ya serían todas unas mujeres… —comenté melancólico—. ¿Sabes? Muchas veces imagino cómo se verían de seguir con vida, sus voces, el carácter de cada una y el prometedor futuro por el cual estarían luchando.
—Entonces hazlo tú por ellas —nos detuvimos al ella clavar su dulce mirada en mí—. Isma, mereces ser feliz y ahora que por fin saliste de tu exilio, la mejor forma es dándote la oportunidad de conocer a alguien y reconstruir tu vida poco a poco.
—Livi, tú sabes que no se puede reemplazar a un hijo.
—Y no lo harás, pero no por eso debes quedarte solo, al contrario, eres un hombre apuesto de cuarenta y dos años, inteligente, divertido, caballeroso, tienes una mirada matadora y una labia que pondría a cualquier mujer de rodillas.
—Creo que estoy fuera de práctica, mejor… mejor después, Livi.
—Piensa lo que te digo y cuando quieras te ayudaré, podemos ir a casas de citas, algún bar o hacerlo por tu cuenta, lo importante es que empieces a tener contacto con la humanidad.
—¿Casa de citas? ¿No se supone que estás con Marcus?
—¡Claro que no! ¡Marcus y yo no estamos juntos! —algo me dice que estos dos están de pelea.
—¿Ah no?
—¡No! —contestó a la defensiva dándome pie a molestarla.
—Recapitulemos: criaste a sus hijos que, si bien recordemos, uno es biológico y dos adoptados por calamidades de la vida, te mudaste a su casa, ayudas con las cuentas aunque él te diga que no, duermen bajo el mismo techo y aun cuando sus tres hijos ya están bastante grandes, tú sigues viviendo en su casa.
—B-Bueno, eso es porque… ¡Agh! No tengo que darte explicaciones de nada y no es de mí de quien hay que ocuparnos sino de ti, así que…
De pronto su voz se fue alejando al perderme en una imagen que me llevó a aquellos días de antaño donde la felicidad era lo único que existía en mi vida. Había dos jovencitas con una caja llena de gatos bebés y uno de ellos es idéntico a Dior, el gato que tenían mis hijas en aquel entonces, él tampoco sobrevivió a la tragedia, pero ver a ese pequeñín con su pelaje blanco y las mismas manchas marrón y miel, le brindó calidez a mi corazón.
—¡Isma! —su grito a la par de unos chasquidos, me sacaron de mi ensoñación.
—Lo siento, me perdí un instante.
—Eso lo sé —miró en dirección a los gatos—. Pensabas en ellas, ¿no es así? —asentí—. ¿Por qué no te llevas uno? Te hará bien su compañía.
—No, olvídalo, si soy descuidado conmigo, ahora sería peor con una mascota.
—No lo serás, lo sé.
A rastras, me llevó con ellas y se pusieron a hablar no sé de qué cosas ya que volví a perderme en el pequeño felino que cabía en la palma de mi mano, se veía algo gracioso al tener los pelos parados. Inundado por la nostalgia, me hinqué introduciendo mi mano para que él la olfatease y antes de lo que creí, me sacó una sonrisa al lamer mis dedos mientras ronroneaba.
—Parece que te ha escogido —comentó Livi con esa mirada que conocía bien. Se salió con la suya—. ¿Cómo le pondrás?
—Dior, queda bien sin importar el sexo y es igual que el gato que tuvimos.
—Quizás reencarnó para estar contigo ahora.
—Sé lo que haces, Livi.
—¡Excelente!, entonces tómalo y vámonos, hay mucho por comprarle.
Típico de las Clyde, pero si ella que es mi hermana menor me controlaba de esta forma, Barb era una historia muy diferente… una con un pasado muy significativo para mí.
—No puedo, ¿en qué me lo llevaré? —una de las chicas movió un trasportín evidenciando que mi hermana en verdad había hecho el papeleo.
—¿Nos vamos, señor Friedman? —por eso la adoro.
Al final del día terminé en su mansión con cintos de cosas en mi recámara y el nuevo integrante, Dior, un gato que me exigió mucho al explorar como un torbellino por toda la habitación revolviendo hasta las sábanas y como es tan pequeño, no sabía en qué escondite se metía, pero era hermoso verlo dormir, más porque a Jade y Norah les encantaba acostarse cerca de nuestra mascota para escucharlo ronronear.
—Quizás sí pueda haber un nuevo comienzo para ambos, Dior —dije con cariño acariciando sus diminutas patas.