Meses después
Ismael
Hoy Barb y Vio viajarían a Mónaco por un inconveniente de la empresa que requería la presencia de ambas, por desgracia mi pequeña estuvo con fiebre hace unos días y Barb no quiso exponerla a que algo le ocurriera durante el vuelo, así que Becca y yo tendremos la casa solo para nosotros hasta el regreso de su madre y hermana.
—Llámame si algo ocurre y también a Oz, recuerda que estará en Nueva York estos meses, tampoco olvides calentar bien la leche, prepara siempre las compotas y no compres nada, todo natural y bien lavado.
A veces era un poco estresante cuando se tornaba sobreprotectora y me decía muchas cosas que ya sabía hacer, pero igual la comprendía, hace mucho no teníamos un bebé en brazos y era casi una novedad para nosotros, por eso evitaba discusiones innecesarias.
—Preciosa, tranquila, me las arreglaré con ella y tampoco tienes de qué preocuparte ahora que la fiebre se ha ido, verás cuando regresen que ella estará en una pieza, aunque no prometo lo mismo de mí.
—Eso no me ayuda mucho —la abracé cargándome tanto como podía de su calor.
—Becca y yo estaremos bien, no te preocupes por nada.
—¿Me llamarás?
—Cada día lo haré y si no hablamos esperaremos tu llamada.
Al estar tan estresada con el viaje, el alejarse de nuestra hija y mil cosas más, decidí dejársela mientras me despedía de Vio quien estaba con la ansiedad hasta el cielo al tener que regresar, pues temía encontrarse con ese sujeto.
—Descuida, Vio, también estaré al pendiente de ti —le dije tras darle un extenso abrazo—, no dudes en llamarme a la hora que sea aun si es para escucharte llorar.
—Gracias, igual me mantendré cerca de mi mamá o de mi hermana para no estar sola.
—Es lo mejor, así como también debes mantener la calma por tu bien y el de tu hija, recuerda que llevas a la hereda de Clyde B. contigo y la primera de la siguiente generación de este lado de la familia.
—Sí, no te preocupes, pero no dudes que te llamaré diario.
—Tres veces al día si te hace sentir mejor, pero quiero que me prometas algo si lo peor llega a ocurrir —levanté su rostro con cariño, pero firme—, pase lo que pase, no bajes la cabeza ante nadie, Viola, ante nadie, eres una Clyde y ese apellido pesa más que el dinero, que no se te olvide nunca.
—¿Y si él…?
—No, ni él ni nadie tiene derecho sobre tu cuerpo o sobre mi nieta, y si se atreve a tocarte un cabello, le demostraré de qué está hecho el horror, así que no temas porque tienes más de un apellido respaldándote. ¿Entendido?
—Sí, papá, gracias —se aferró como pudo de mi pecho en tanto acariciaba su enorme vientre dejando un beso en su frente antes de separarnos—. No te defraudaré.
—Sé que no lo harás, pero me importa más que ustedes estén bien.
—Lo estaremos, recuerda que no solo llevo a la heredera de Clyde B. conmigo, sino también a una Friedman.
El orgullo al mencionar mi apellido me conmovió hasta los cimientos, recordándome todas las veces que hablé con Bárbara sobre las hijas que tendríamos y ser padre de ella y Madge es un regalo que jamás podría dejar ir, excepto hoy donde su ausencia pesaría, pero al menos sé que sigue con vida.
(…)
Hacía unos días que mis chicas se fueron, las extrañábamos bastante, pero cada llamada era gratificante para Becca y para mí al escucharlas. En tanto las esperábamos, me dedicaba a los quehaceres, trabajaba en los proyectos solicitados por mis hermanos y otros independientes, daba paseos, compraba lo que hiciera falta y también cocinaba, todo en compañía de mi pequeñita la cual era gratificante en muchos sentidos. Asimismo, me era curiosa una sensación que había despertado desde que regresamos del aeropuerto, algo que se sentía con mayor fuerza en la sala, la cocina y el jardín, pues de alguna extraña forma era como si estuviésemos acompañados por alguien más, lo curioso era que mi pequeñita a veces reía al señalar las fotografías colgadas décadas atrás.
Quizás sea de locos, pero me gusta pensar que en verdad no estamos solos y es Samuel quien nos acompaña, y así como ayudó a Oz con Travis en su momento, también lo hace hoy conmigo al cuidar de mi pequeño tesoro. Algo que también me gustaba hacer en esos instantes, era pausar lo que hacía y cargarla en mis piernas contándole muchas anécdotas de cuando vivíamos aquí, ella señalaba a alguien en las fotos y me escuchaba atenta sacando esa sonrisota que me enamoraba cada vez más, igual a como lo hicieron mis hijas al nacer.
Era tan hermoso sentir esto de nuevo, que por desgracia terminaba llorando cuando ella se dormía creyendo que en algún momento despertaría en mitad de la noche en ese pueblo pensando que era otro sueño donde era feliz cuando mi realidad era otra, pero no, Becca, no sé cómo, despertaba en mitad de un llanto y al encontrarme tan acongojado, tiraba su cabecita en mi hombro dándome su enorme cariño, diciéndome a su manera que no estaba solo, que esta era mi nueva realidad y hoy que vuelve a hacerlo, puedo comprender cuando una vez ocurrió una emergencia con Travis que nos asustó a todos dado su diagnóstico al nacer.
Recuerdo que aquella noche cuando le dieron el alta, Oz durmió en la cama con él pese a tener fuertes pesadillas que han sido su tormento desde que lo conozco; sin embargo, era la primera que tenía esa escena de ambos, una que solo hoy puedo comprender en su totalidad, pues ahora que he perdido la mitad de mi corazón, temo perder la otra parte y ella, con sus regordetas y sonrojadas mejillas, podía hacer un cambio drástico con su ausencia de la misma forma en que lo hacía con su presencia.
—Tranquila, papá está bien si tú estás bien, así que nada de enfermarte otra vez —murmullé meciéndola en mi pecho—. ¿Sabes? Muchas veces caminé aquí imaginándote así conmigo mientras todos dormían y mientras iba a la cocina, así como hago ahora, creía que me encontraría a tu abuelo preparando un café muy tarde en la madrugada —relaté con cariño.
No pude evitar detener mis pasos en la entrada de la cocina viendo aquel comedor donde me senté una madrugada como esta, aunque en verano, junto a mis hermanos y Samuel tras haber salvado a Bárbara de ser violada siendo ese el comienzo de esta historia familiar.
—Si alguien me hubiese dicho que esa noche lo cambiaría todo para nosotros, o que el hombre que nos miraba inquisitivo nos abriría la puerta de su casa y su vida para siempre adoptándonos, jamás lo habría creído, pues así como tu tío Oz, yo tampoco podía fiarme de que existieran buenos padres —curiosamente, ella levantó su carita al mencionar su nombre observándome con sus enormes ojos gatunos rasgados iguales a los de su madre.
Después de estos meses, comprobamos que nació con unos ojos que son en su mayoría café claro igual a los de Barb y a su vez poseían un degradado gris muy particular que se tornaba hipnotizante. Por otro lado, y contra todo pronóstico, Becca no tiene la piel tan oscura como su madre, sino que es un tono olivo que en ocasiones se tornaba más claro o más oscuro con la luz haciéndola casi mágica para mí, razón por la que a veces decía que era mi pequeña hada.
—¿Te gusta el tío Oz? —la sonrisa borró sus lágrimas removiéndose feliz en mis brazos—. ¿Qué tiene ese demente que las vuelve locas a todas? Incluso tú estás loca por el pervertido de tu tío Oz —en un chillido palmeó emocionada mi pecho y señaló una fotografía donde estaba él, Travis de bebé y Samuel—. Quizás nunca podamos tener una así con tu abuelo, pero me aseguraré de vivir lo suficiente y cuidaré muy bien a mamá para que tus hijos puedan tener una así con nosotros.
Limpié sus mejillas sintiendo su calidez en mi pecho mientras preparaba un café y su biberón, aunque antes de que estuviese listo, ella volvió a caer dormida y en aras de no despertarla, o quizás de no querer soltarla, la dejé dormida sobre mí sin importar cuánto se me adormecieran los brazos. Era difícil trabajar de esta forma y hacer planos con una mano, pero estos meses me han servido de práctica para cogerle el tiro incluso con mi mano izquierda.
Cerca de unas horas después, en tanto me encargaba de los planos para un nuevo proyecto que me había pedido Oz, un aroma particular llamó mi atención seguido de su llanto, por suerte siempre que estoy aquí mantengo su pañalera siendo el viejo escritorio de Samuel la mesa de cambio.
—Ya, ya mi pequeñita, no queremos alertar al abuelo y que nos venga a asustar el resto de la semana por ensuciar su escritorio ¿o sí? —le hice cosquillas en su barriga con mi boca haciéndola reír.
Es irónico que hace tantos años no cambie un pañal y hoy día sea tan feliz aun cuando el olor siga siendo nauseabundo, pero qué más da, mi pequeña hada me tiene como idiota igual que me tenían sus hermanas años atrás y limpiarla en la madrugada resulta muy entretenido, o quizás más, ya que a raíz de mi trabajo para el gobierno no podía estar tanto tiempo en casa compartiendo con mis hijas, en cambio hoy día tengo muchas horas disponibles para ella, solo que evito dormir mucho con tal de apreciarla cada minuto.
—Becca, colabórale a tu padre que no tiene veinte y ya estoy viejo para esto —reñí suave haciéndola más feliz, lo malo fue que la muy sinvergüenza pataleaba y aplaudía dichosa al ensuciar el nuevo pañal—. Eres el colmo, no te di tanta comida para que hagas este desastre… Quizás debí decirle a Oz que te dejara programada igual que él hizo con tu hermano Travis.
No sé cómo regañarla cuando me ablanda el corazón con esos ojos mágicos que tiene, no soy más que un caramelo derretido con esa niña al lado.
—De acuerdo, segundo intento, así que nada de hacerle otra travesura a tu padre —levanté sus piernas limpiándola otra vez y coloqué el nuevo pañal en tanto me detallaba de una forma especial—. Eso es, eres la más bella de todas, ahora vamos por tu biberón y otro café para mí. ¿Te confieso un secreto? Hace mucho tiempo no tenía una cita con una jovencita tan hermosa como tú.
Me había encontrado tan absorto en mi tonta charla monótona con mi dulce hada, que ni siquiera me fijé en qué momento amaneció, no quise trasnocharla más tiempo, por lo que decidí darnos un baño y dormimos juntos en mi cama hasta que su hora de comer nos despertó, pero quizás ella estaba tan cansada como yo que casi nos cogió el mediodía.
Al ser un día tan precioso, nos alisté para dar un paseo colocándole un hermoso vestido blanco con cintillos verdes que Barb le confeccionó, un abrigo al hacer un poco de frío y yo fui con un pantalón y camisa gris.
—Hoy conquistaremos muchos corazones, pero tranquila que no le daré el mío a nadie, aunque tú no eres celosa como mamá, ¿o sí? —ella negó risueña contagiándome—. No, claro que no lo eres, por eso me encanta salir contigo.
Con un beso en su frente y su pañalera en mi hombro, disfrutamos el día por fuera dando un paseo en una zona tranquila del centro, como era habitual, muchas mujeres se quedaban viendo enternecidas lanzando comentarios de todo tipo que levantaban mi ego, pero solo un par de ojos gatunos y unos labios definidos agrandaban mi corazón.
Fue en determinado momento que me detuve en seco al ver una tienda de tatuajes y los recuerdos burbujearon llevándome a Suiza cuando mis hijas y mi ex esposa llegaron al país gracias a Oz y Travis dándome la mejor sorpresa del mundo, pues llevaba muchísimo tiempo sin verlas al estar encerrado en una prisión de Australia. Sin embargo, aquel día fue muy especial, no solo por el reencuentro, sino también porque mis hijas insistieron a más no poder que me hiciera el tatuaje que llevo a un lado de mi pecho.
Aquel koala trepado en un eucalipto que representa a mi bella Norah, acompañado del gatico que tanto me insistió Jade hacer en su nombre, era el recuerdo más preciado y visible en mi piel, entonces al ver a mi pequeña no lo pensé dos veces, de hecho, casi me pareció escuchar de nuevo a mis hijas suplicándome entrar como aquella tarde, así que eso hice con un diseño en mente del mismo estilo minimalista, solo que esta vez sería una mariposa posada sobre el eucalipto en un tono morado, pero no sería lo único, también coloqué junto a estos un pingüino en representación de Vio al ser su animal favorito y un perrito en nombre de Madge, ya que tuvo un cachorro de niña que quería muchísimo y cuando murió le afectó bastante su pérdida, tanto así que, no se decide en tener otro porque según ella siente que lo traicionaría.
—Te prometo por mi vida, mi pequeñita, que las protegeré como no pude hacerlo con Jade y Norah, les daré hasta mi última gota de sangre para que estén a salvo y nunca les falte una sonrisa —dije a Becca mientras admirábamos la obra terminada clavándome de nuevo sus angelicales orbes—. No imaginas cuánto ansío que hables, deseo escucharte hablar, que me digas papá y me cuentes cada aventura en tu vida, pero quiero que me prometas algo —llamé su atención al tocar la punta de su nariz—, no crezcas tan rápido, es más, ni siquiera lo hagas, quiero que te quedes pequeña conmigo para consentirte mucho más y tenerte más tiempo en casa. ¿Sí?
Ella se quedó atenta como si supiese lo que decía y al mismo tiempo no, aunque su respuesta fue el abrazo más hermoso de todos escondiendo su carita en mi cuello dándome el calor de su infantil cuerpecillo.
—Te amo, mi pequeña hadita, quédate chiquita para tenerte siempre resguardada en mi pecho de todo peligro, que igual nadie te amará ni te protegerá como yo, eso te lo juro.
Sabía que era imposible, sabía que era muy pequeña para que algo así ocurriese y quizás la vocecilla que escuché en un dulce susurro en mi oído diciéndome papá, no era más que el recuerdo de mis hijas cuando me lo gritaban con todas sus energías haciéndome el hombre más feliz del mundo y un día, cuando Becca esté más grande, podré combinar sus tres vocecillas en mi cabeza donde podía tenerlas junto a mí sin dolor, sin distancia, todos juntos como la familia que siempre debimos.