Ismael
Intenté continuar con mi día a día empapándome del afecto de mis hermanos, de mis sobrinos y también me encargué de varios trabajos solicitados por Marc y Oz, pero al final del día siempre estaba su recuerdo, el perfume que portaba, el movimiento de sus manos al arreglarse, las caricias de sus dedos en mi rostro y los besos en mi pecho.
Hace mucho me despedí de ella y no hay día que estas paredes no me la recuerden, sé que le daría tiempo hasta febrero, sé que solo faltan unos pocos meses y más ahora que estamos a principios de diciembre, pero no soporto más, ansío verla, besarla, abrazarla, hacerla mía y perderme de nuevo en las sábanas de su piel.
A veces esta casa era desoladora para Dior y para mí al no estar ella ni mis hijas, cuánto ansiaba tenerlas conmigo, serían adultas, unas jovencitas hermosas dispuestas a conquistar al mundo según su propio criterio y con unas sonrisas que sanarían el corazón de cualquier marinero el cual yo borraría solo por haberse atrevido a voltearlas a ver.
—Parece que no importa el tiempo que transcurra, Dior, esta cicatriz no dejará de doler —el pequeño solo me observó y volteó la vista al panorama que nos ofrecía el ventanal.
De pronto el felino maulló corriendo hasta la puerta y el timbre sonó, no esperaba a nadie, pero vaya que me llevé una enorme sorpresa al encontrar a Rag al otro lado, se le veía afectada, no parecía ella, lo peor fue el horrible escalofrío que me recorrió al recordarme la noche que murió Helena.
—Rag, ¿qué tienes?
—¿Estás ocupado? —negué dejándola entrar—. No quiero molestarte, es solo que no sabía a dónde más ir.
—¿Qué pasa?
—Oz…
Oz… solo eso tenía que decir, Oz, el nombre de un hombre que era todo para ella, mucho más de lo que fue Helena, mucho más de lo que podría ser cualquier otra persona.
Nos adentramos al estudio sirviéndole una copa que no tardó en beber, la mía incluida, y no fue sino hasta la tercera que me contó sobre una fuerte discusión que tuvo con él, al parecer Oz había tenido una recaída, su demencia le jugaba una mala pasada y se había desquitado con ella.
—No sé qué le ocurre, Isma, pero este no es él, algo lo mortifica y es grave, lo sé.
—¿Quieres que hable con él?
—No, ahora no escuchará razón de nadie, lo mejor será esperar a que se tranquilice, pero temo que pueda hacer algo malo.
—Pequeña, ¿por qué no vienes conmigo al pueblo?
—¿Qué? ¿No se suponía que ya te quedarías aquí?
—Lo haré, pero necesito organizar los pendientes que dejé, quizás si vuelves podrías cambiar de aire y cerrar también tus pendientes en lo que Oz se tranquiliza, ya sabes.
—Supongo, pero preferiría que él viniese con nosotros, quizás le sirva de algo también, ¿no lo crees?
—Te diría que sí, pero cualquier cosa puede ocurrir con mi hermano.
Por desgracia no podía decirle que el verdadero motivo para ir no era solo lo dicho, sino que fue el mismo Oz quien me lo pidió para alejarla de él, ahora no se encontraba en condiciones para lidiar con nadie, menos consigo mismo, su demencia por desgracia sí le estaba pasando factura por algo aun cuando no quiso decirme la razón, así que debía ayudarlo pese a la desesperada preocupación de ella.
—Hablaré con él, no quiero que esté solo tanto tiempo.
—De acuerdo, igual estaré para lo que necesites, solo no olvides una cosa, Rag —cubrí su mano llamando su atención—, Oz no es cualquiera y lidiar con sus demonios es una tarea titánica aun para ti.
—No me importa, solo quiero que esté bien.
—¿Por qué?
—Porque él es mi oscuridad y no quiero perderlo, no importa lo que me cueste.
—¿No te preocupa tu propia vida?
—¿De qué sirve una vida si no estarás con la persona que más te importa, Isma? —sonrió melancólica estrujando mi corazón—. Yo podría vivir aun cuando estuviese a miles de kilómetros siempre y cuando tuviese la certeza de que él está a salvo, incluso de sus voces y demonios.
Mis hermanos y yo siempre dijimos que Oz encontraría algún día a alguien que lo aceptara aun con la peor parte de sí mismo, pero no creí que ella sería ese alguien y sin embargo, aquí estaba frente a mí con miles de emociones atormentándola al estar en un punto complicado de su vida, pero nada evitaba que él fuese su prioridad, ni Helena o su hijo, Oz siempre estaría en la punta de la pirámide.
—Isma, ¿por qué no buscas a Bárbara? —no supe cuándo me sumergí en mis pensamientos, pero la sola mención de ella me volvió a la realidad.
—¿A qué viene eso?
—Se nota que te sientes solo aquí aun con Dior acompañándote.
—Estoy bien, es solo que…
—Búscala, no esperes a que ella venga —había tanta seguridad en sus palabras que me estremeció—. Mis padres y Oz me contaron su historia y creo que deberías ir por ella.
—¿Para qué? Igual ella dijo que volvería.
—Llevas mucho tiempo alejándola de ti y ya es hora de unir las piezas, ¿o me dirás que no has pensado lo mismo?
Por desgracia tenía razón, pero antes de pensar en buscarla, todavía tenía mucho por hacer aquí y más si Rag y mi hermano me necesitaban con urgencia.
(…)
Tres semanas después – Francia
Bárbara
Desfiles, reuniones, fiestas, mi agenda ha estado tan ocupada desde mi regreso que apenas he tenido tiempo de dormir o siquiera comer, pero en cada minuto libre que he tenido su recuerdo vuelve como un espejismo reflejándose en cada cristal frente a mí.
No ha sido fácil esta separación y más de una vez quise escapar de mis responsabilidades, aunque sé que él me pediría volver al saber lo importante que es el trabajo para mí, solo que este vacío se hacía más pesado con cada semana transcurrida, solo eran dos meses los que me faltaban, solo dos y estaría de vuelta en sus brazos, pero en dos meses muchas cosas podían ocurrir y temía lo peor, pues aun en el tiempo transcurrido no habíamos podido hablar ni una vez, no solo por mi trabajo, sino porque sabía que si escuchaba su voz abandonaría todo en este país con tal de buscarlo.
—¿Mamá? —di un respingo al escuchar a mi hija entrar.
—Vio, cariño, me asustaste.
—Disculpa, ¿tienes un minuto?
—Claro, pasa —nos sentamos en el sofá de mi oficina con la nevada frente a nosotras—. ¿Qué puedo hacer por ti, cariño?
—Creo que es al revés, esta vez soy yo quien quiere saber qué puedo hacer por ti.
—¿De qué hablas?
—No te hagas, desde que volviste de Nueva York estás muy cambiada, Mad opina lo mismo y sabemos que se trata de tu vida, pero no queremos que vuelvas a pasar por algo como lo de nuestro padre… —se notó la amargura al llamarlo de esa forma, así como también era evidente su melancolía.
—No es nada, mi niña, es el cansancio, que no tuve tiempo para pensar en tu padre y…
—¿No tuviste tiempo? —rayos…— Te quedaste prácticamente un mes en Nueva York ¿y me dirás que no tuviste tiempo? ¿Qué hiciste?
—Ya sabes, ayudando a tu tía con algunas cosas de la casa, lidiando con su relación distorsionada con Marc y bueno, me enfoqué en mil cosas menos en Bonetti.
—¿En mil cosas o en una cosa? —comentó pícara sacándome una tonta sonrisa al recordar a Isma—. ¡Lo sabía! —exclamó eufórica asustándome.
—No sé qué sabes, pero sé que no sabes nada, ahora puedes estar tranquila que tu madre está muy bien —me hice la desentendida en lo que fui a revisar unos diseños en mi escritorio.
—No, no, no, no, a mí no me harás esa, Bárbara Clyde, tú y yo sabemos muy bien que algo ocurrió en Nueva York y esa sonrisa de adolescente enamorada es la prueba.
—¿Adolescente enamorada? Niña, por Dios, ¿qué cosas dices?
—Digo la verdad a diferencia de ciertas personas —se acercó bajando mi cuaderno—. Mamá, mereces ser feliz y si tu felicidad está allá entonces deberías buscarla, solo ten cuidado a quién dejas entrar en tu vida, mi hermana y yo no queremos que vuelvas a pasar por lo mismo con… ese hombre…
—No volverá a ocurrir, eso te lo aseguro, pero este no es momento de pensar en romances ni nada por el estilo, ya el tiempo dirá si hay algo más para mí o no.
—Yo sé que sí lo hay, solo debes ser cuidadosa y darte la oportunidad, tú más que nadie merece ser feliz —un beso en mi frente y una sonrisa fue lo último que me dejó antes de irse.
No había querido decirle nada a mis hijas por temor a que le hicieran algún reclamo a Isma cuando todavía no teníamos concretado nada, quería hacerlo después de nuestro reencuentro en febrero, quizás con una cena o yo qué sé, pero parece que esta situación ya se me estaba saliendo de las manos.
—Señora —mi asistente ingresó con el mismo cansancio que yo. Trabajar a mi ritmo no es fácil, pero ha estado tantos años conmigo que antes le agradezco por no renunciar—, ya los empleados se fueron, ¿necesita algo más?
—No, ve a casa a descansar, yo me haré cargo del resto y nos veremos después de año nuevo.
—¿Segura no quiere tomarse esos días?
—No si quiero terminar esto pronto, pero ve y descansa por las dos.
—Gracias, señora Clyde, igual no dude en llamarme si necesita algo —asentí despidiéndonos una última vez y quedé sola en mi oficina con la hermosa vista francesa tiñéndose de blanco.
Desde que me mudé al país, mi mayor anhelo era recorrerlo de la mano del hombre más importante en mi corazón, cada ciudad, cada comida, cada paisaje lo disfruté pensando en él preguntándome si también le gustaría lo que yo vivía en ese momento y ahora que ha regresado a mi vida lo único que anhelo es tener cinco minutos a su lado, solo cinco, no pido más, pero parece que aun eso es ambición.
De pronto vi reflejada su silueta en la ventana, una melancólica sonrisa salió de mí y una lágrima rodó trayendo consigo una avalancha de recuerdos y tristezas que me abrumó.
—No quiero estar sola, no soporto más esto…
Caí en el sofá hecha pedazos recordando los bellos momentos que viví con él queriendo reproducirlos en los años que me quedaban de vida, lo que inevitablemente incrementó el dolor en mi pecho, entonces una mano se posó en mi hombro, quizás mi hija había regresado, no quería que me encontrase así, pero tampoco me reprimí.
—Tranquila, cariño, mamá está bien.
—No es verdad, no lo estás —esa voz… ¿Ismael?…