Bárbara
Estaba en shock, no sabía si era un sueño o una alucinación, pero se sentía muy real.
—¿I-Ismael…? ¿Qué haces aquí?
—Me encontré con tu asistente, no creí que me recordaría, pero le bastó con verme para dejarme ingresar.
—No entiendo… —Isma se sentó a mi lado tomando mis manos con cariño.
—No soportaba un minuto más sin ti, Bárbara, juro que quise venir antes o llamarte, pero no quería molestarte y tampoco que te sintieras presionada ni nada por el estilo.
—Isma… —limpió mis lágrimas con una dulce sonrisa que aceleró mi corazón.
—Disculpa que tardara, pero también debí hacerme cargo de algunos asuntos primero y los vuelos estaban terribles por la época, el clima… en fin, al final le pedí a Marc que me echara una mano porque no aguanté más.
—¿Es real? ¿En verdad estás aquí? —rio por lo bajo ocultando su rostro en mi cuello, cuello que besó, que amó, que recorrió diciéndome en ese gesto que estaba conmigo.
—Soy muy real, preciosa, pero aun si es un sueño, déjame soñar contigo, anhelo perderme en tu piel, en tus brazos… Quiero ser tuyo otra vez…
Sus labios trajeron el calor más maravilloso a esta invernal noche francesa perdiéndonos en el otro sin creer todavía que estuviésemos juntos. Su cuerpo me llevó hacia atrás abriendo los botones de mi camisa en lo que el mío reaccionaba abriéndose ante él para que se acomodara entre mis piernas.
—Por cierto, ¿hay posibilidad de que alguien nos moleste en lo que resta la noche?
—Creo que no, Vio se fue hace poco y estará en una fiesta con sus amigos y su hermana.
—¿Era la chica del abrigo marrón? —asentí—. Sacó la belleza de su madre.
—¿Acaso desea seducir a mi hija, señor Friedman? —ensanchó sus labios dándome esa mirada seductora que me derretía.
—Es preciosa, no lo niego, pero estoy locamente interesado en la mujer que me acaba de abrir las piernas y a la que pronto haré mía —rasgó la falda sacándome un gemido al pegar su dura hombría en mi tanga.
—Parece prometedor —levantó presumido una ceja en lo que yo abrí su pantalón—. Solo le advierto que si se atreve a tocar a alguna de mis niñas, señor Friedman, tendrá un serio problema conmigo.
—Deja a ese par fuera que yo solo tengo ojos para ti, Clyde, pero si prefieres que regrese a Nueva York y contacte a la asesora que me vendió el departamento…
En un fuerte arrebato de celos lo apresé entre mis piernas clavando mis tacones en sus muslos, a lo que él pegó su pecho más al mío que sobresalió excitándolo.
—Me parece que tendré que dejarte en claro que ninguna otra puede tocarte, Friedman.
—¿Y por qué no? Que yo sepa no somos nada todavía y mi dedo sigue sin anillo.
—Ya veremos cómo quedará ese dedo cuando le ponga mi anillo el resto de la noche.
Esta vez no le dimos cavidad a la ropa, al tiempo ni a la soledad, sino que nos apoderamos del sofá en total desnudez devorándonos entre besos y éxtasis dejando muy atrás las lágrimas, mismas que fueron reemplazadas por la blanca nevada externa y el sudor que brotaba de nuestros poros ante cada embestida desesperada que se adentraba más y más en mi interior.
No sé cómo es posible que la llama que se encendió en nuestra adolescencia pueda prevalecer, pero me encantaba hallarme poseída hasta el alma por él quien siempre supo cómo llevarme al infierno de la pasión, uno que me trajo gratos recuerdos al levantarme pegándome descaradamente al ventanal sin importarle que el país entero me viese y la verdad, poco me importaba al quedar mi mente vacía siendo su mirada de mercurio la que me penetraba el alma, mientras su hombría resquebrajaba mi carne y su lengua se alimentaba de las montañas que seguían marcadas con su nombre.
—Voltéate —ordenó al bajarme.
Así hice y él, aprovechándose de una saliente que estaba sobre mí, colocó mis manos en esta para que me sostuviera y me levantó ingresando sorpresivamente, no sabía si me sorprendía más la maestría que tenía en esta posición, el aguante al sostenerme y penetrarme o el control absoluto que tenía sobre mí, pero el calor que él me daba desde atrás combinado con el gélido cristal mantenía duros mis pezones que no hacían más que pegarse al vidrio exponiéndome como ningún hombre lo hacía hace años, aunque jamás creí que él, de entre todos mis amantes, fuese la persona que se atreviese a hacerlo.
(…)
—Eso estuvo… increíble… —me encontraba acostada en el suelo con él a mi lado tan agitado como yo y aunque no estaba tan sorprendido, sí se veía satisfecho y más por mi comentario.
—¿Creíste que estaba viejo para esto?
—Tu calambre de aquella vez no opinaría lo mismo.
—No molestes, eso le pasaría a cualquiera, ¿o crees que Oz siendo el más lujurioso de todos no los ha tenido?
—No sé si sorprenderme porque sabes que él los ha tenido o que él los haya tenido.
En una risa cómplice me atrajo a su pecho dándome la segunda parte que tanto me encantaba de su parte, el paraíso, aquel donde todo quedaba en paz mientras me envolvía en sus brazos dándome un amor indescriptible.
—Hemos vivido juntos muchas experiencias y por eso aprendí varias cosas en el proceso, pero un calambre no me detendrá nunca de disfrutarte.
—Eso espero… —lo abracé más sintiendo una horrible melancolía.
—Barb —levantó mi rostro intentando organizarme el desorden que tenía por cabello—, no quiero que vuelvas a decir eso —ladeé confundida mi cabeza—, no digas que estás sola porque no lo estás, nunca más te dejaré ir.
—Isma, nosotros…
—Exacto, somos nosotros, y te juro que de no haber perdido a mi familia hace años y entrado en depresión, habría finalizado el divorcio con Linda y te habría buscado enseguida, porque el que la vida nos reuniese en California fue una señal para mí y desde entonces anhelé verte junto a mis hijas, pero…
Me aparté lo suficiente al quebrarse su voz, tenía cristalizados sus ojos y lo atraje a mi pecho convirtiéndome en su refugio, mas él nos sentó acomodándome sobre sus piernas como siempre le gustó descargando en un par de lágrimas el dolor de tan hórrida pérdida.
—Te juro que daría nuestra felicidad con tal de devolverte a tus hijas.
—Yo también, te amo demasiado, pero sus vidas lo eran todo para mí e igual encontraría la forma de tenerte de nuevo conmigo.
—Isma, ¿estás seguro de continuar esto? Es decir… —levantó su rostro aferrándose de mi cintura.
—No tengo nada, Barb, la mitad de mi vida y mi corazón murió con mis hijas y el que queda es tuyo, late por ti, por la última esperanza que me queda al tenerte conmigo.
No tenía que ser adivina ni experta para saber que esas no eran solo palabras bonitas, sino que era una propuesta inamovible de su parte y que tantos años después esté dispuesto a formar el hogar que siempre quisimos lo era todo para mí.
—Yo no volveré a decir que estoy sola, pero tú no podrás decir que no te queda nada, sigues teniendo a tus hermanos, tienes a tus sobrinos, Dior necesita de ti y…
—¿Qué?
—Isma, si haremos esto, debes saber que mis hijas quizás te pongan travas, ellas quedaron muy afectadas por lo ocurrido con Bonetti y no será fácil que acepten a cualquiera en mi vida.
—Es una suerte que yo no sea cualquiera, pero al final del día no me importa si me odiarán o no siempre y cuando tenga tu amor, y sé que sigo teniéndolo.
—Hasta el final.
—Entonces no importa, preciosa, en cuanto tú lo quieras hablaré con ellas, pero no malgastaré mi tiempo demostrándoles nada y menos cuando me quedan tantas noches para ponerme al día contigo —y así como venía la tristeza, así mismo él podía disiparla trayendo la más bella felicidad a mi vida—. No sabía que todavía lo tenías —comentó viendo el anillo en el mismo dedo que lo colocó.
—¿Por qué me lo quitaría? Le diste un significado importante y no tengo por qué renunciar a él… o a ti.
Esa noche recorrimos el resto de la oficina entre charlas, abrazos, risas, unos pocos minutos de sueño por la incomodidad y mucho amor, uno que ya no estaba dispuesta a cambiar por nada ni nadie.
(…)
8:49 a. m.
—¿Quieres ir a casa o vamos a desayunar en algún lugar?
—Si quieres vamos a tu hotel, de seguro Vio y Mad estarán con resaca.
—Entonces dejaré que me recomiendes uno.
—¿Cómo? ¿No reservaste nada?
—Te dije que hablé con Marc para que me ayudase a venir, así que tuve un vuelo privado y en cuanto llegué uno de sus hombres me entregó las llaves de un auto, no pensé en un hotel, solo quería verte.
Por eso amo a este hombre, lo peor es que sus hermanos son iguales y sé que se confabulan a la perfección dando los detalles más hermosos, en especial si se trata de las mujeres que aman.
—Bueno —me acerqué sensual repasando mis uñas en su abdomen—, mis hijas todavía no saben si pasarán año nuevo conmigo, así que podría hacer un par de llamadas para confirmar y podríamos ir a un lugar más privado. ¿Qué dices?
—Mi maleta está lista, solo escoge el destino e iremos, pero antes vamos a comer, estoy seco y hambriento después de todo lo que me hiciste anoche.
—¡¿Yo?! ¡Tú fuiste quien me arrastró por cada rincón de esta oficina! —en verdad era como ser dos adolescentes otra vez, pero con las cicatrices de los años, unas que no opacaban nuestra felicidad.
—Y ten por seguro que te volveré a arrastrar por cada rincón de esta oficina y del edificio entero si es necesario, pero primero a comer.
—¿Y si me comes una última vez y después salimos? Hay un restaurante cerca muy bueno.
—¿Cómo rechazar la propuesta de tan distinguida dama? Pero esta vez te quiero ver a la luz del sol.
No supe a qué se refería hasta que retiró mi interior guardándolo en su bolsillo, con su boca despertó la pasión en mi cuello levantando la falda y volvió a cargarme hasta el ventanal, más exactamente a la saliente de anoche, solo que esta vez me encontraba de frente y no de espaldas, entretanto, yo me sostenía con fuerza envuelta en un velo exquisito al chupar cada uno de mis pezones que había sacado hábil con su boca y en menos de lo que imaginé, volvió a ingresar impetuoso sacándome los gemidos más profundos.
No sé de dónde saca este hombre tanta fuerza, creí que a lo mucho me tomaría en el escritorio considerando que no habíamos dormido ni cenado nada en toda la noche, pero eso demuestra que Ismael Friedman sigue siendo un amante excepcional y a mí me seguía dejando las piernas temblorosas con su fría mirada de mercurio.
—S-Sí, sigue… M-Más fuerte… —supliqué entre jadeos siendo prisionera de su ser.
—Como desees.
Mis piernas parecían querer partirse en cualquier momento siendo él lo único que me mantenía unida, aun cuando a su vez era el responsable de este increíble placer que no quería se acabara nunca y conociéndolo, sé que no pasará.
—Mamá, Eli nos dijo…
La oficina silenció ante las voces de mis hijas que ingresaron sin más quedando impactas al encontrarnos juntos; sin embargo, era la perversa sonrisa de Isma la que me dejaba muy confundida y más porque algo entre mis piernas seguía firme… demasiado firme…
—Esta vez no tienes escape, Clyde —murmuró Isma con suma diversión, casi como si lo hubiese planeado.
Solo espero que no haya sido así o comenzaré a sospechar que él y sus hermanos hicieron de las suyas, en especial con Oz…