Febrero – Princeton, E.E.U.U.
Bárbara
Creí que la noticia de mi embarazo acabaría todo, no sé por qué, pero en verdad vi mi vida derrumbarse ante la dura actitud de Ismael. Si tan solo hubiese recordado en ese instante que tampoco era una noticia fácil de asimilar para él, así como el hecho de que fuese una niña la que crecía dentro mí trayendo la ilusión del mayor deseo que tuvimos ambos en la juventud… Dios, fui una tonta en ese momento, era obvio que él deseaba gritar a los cuatro vientos por la felicidad que lo recorría, pero también eran demasiadas cosas las que lo agobiaban al igual que a mí, en especial su pasado y aun así, pese a todo pronóstico, nada detuvo los planes que él tenía para nosotros.
Tras una ardua labor que hice con su ayuda, la de mis hijas y mi asistente, pude organizar mi trabajo para hacer lo menos posible desde Estados Unidos, por suerte mis niñas decidieron acompañarnos, pero dijeron que llegarían cuando estuviese en mi último mes y hasta entonces se harían cargo de la empresa dando la cara por mí mientras nos contactábamos por videoconferencias y llamadas, de esa forma yo podría dedicarme a mi relación con Isma, el embarazo, la llegada de nuestra hija… en fin, todo lo que conlleva ser padres de una bebé.
No obstante, me resultaba extraño volver después de tantos años, notar los cambios en la ciudad, el vecindario que tantas veces recorrí en compañía de mis padres y esa casa, aquella donde viví miles de aventuras con ellos, mi hermana, los hermanos de corazón que llegaron a nuestras vidas, mi abuela hasta el día de su deceso, mis sobrinos, mis hijas y él, mi abuelo, Samuel Clyde, el hombre cuyas fotografías donde sale con sus hijos y nietos siguen reluciendo al ingresar a este significativo hogar.
—¿Pediste que la arreglaran? —pregunté al notar todo muy limpió y organizado.
—Le comenté a Livi que viviríamos aquí una temporada y ella dijo que se encargaría de todo para no preocuparnos.
—Me alegra, es como si el tiempo no hubiese pasado, excepto por algunos muebles.
—Lo sé. ¿Quieres ir a la recámara a descansar?
—No, mejor preparemos la chimenea y quedémonos en la sala como antes, me encantaría recordar viejos tiempos contigo.
—Por mí encantado, solo no te sobre esfuerces.
—Contigo al pendiente me dejaré consentir tanto como quieras.
En las siguientes horas nos dedicamos a comprar lo que hacía falta de la despensa, mi hermana nos dejó suficiente para un mes, pero con mis antojos necesitaría mucho más, lo bueno era que Isma sabía cocinar delicioso, al menos mejor que yo y estaba dispuesto a complacerme en todo. Cuando volvimos y organizamos las compras, dimos un recorrido juntos por cada rincón de la casa, desde el ático, las habitaciones del segundo piso, repasamos también los estantes en el despacho de mi abuelo y la habitación de Oz, incluso quisimos adentrarnos a su laboratorio para curiosear, pero no logramos abrirlo por ningún medio y tampoco encontramos llave alguna de la puerta, así que nos dedicamos a preparar la cena y ya mañana nos ocuparíamos de organizar las maletas.
En la noche la música nos acompañó junto a la chimenea, dos tazas enormes de chocolate caliente y una manta que nos abrigaba mientras estábamos acostados en el colchón que sacamos de la habitación de Oz, aunque mi mejor abrigo eran los brazos de Isma que calentaban no solo mi piel, sino también mi corazón.
—Prométeme que nuestros días serán así de ahora en adelante.
—A no ser que vivamos en un lugar donde haga frío todo el año, será difícil, pero te prometo que todos los días tendrás un abrazo de mi parte y un beso como mínimo.
—¿Solo eso? —me quejé indignada apreciando su semblante seductor.
—Como mínimo para empezar, de ahí en adelante improvisaré —me encerró más entre sus brazos generando un dolor en mi interior que no oculté—. ¿Estás bien? ¿Te lastimé?
—No… Creo que… —otra molestia confirmó mis sospechas, entonces tomé su mano colocándola en mi vientre—. ¿Lo sientes?
—Sí, es suave, pero lo siento… —había tanta ilusión en su mirada que la felicidad volvió a abrazarnos—. No puedo creer que pueda sentir esto otra vez y lo mejor de todo es que lo hago contigo.
—Espero que no pienses hacerlo con nadie más porque no te dejaré ir esta vez, no me importa lo que digas o hagas, estaremos juntos sin importar nada.
—Como siempre debió ser, preciosa.
Creo que pasar mi embarazo en esta casa fue la mejor idea que se le pudo ocurrir, pues era como tener de nuevo a mis padres y mis abuelos conmigo, y aunque nunca la conocí, también era como tener a la madre de Isma con nosotros resguardándonos los cinco de todo peligro.
(…)
En la tarde del siguiente día al estar más descansados nos arreglamos para salir, queríamos visitar un lugar en especial que nos afectaba demasiado, pero ambos necesitábamos hacerlo, así que llegamos al cementerio encontrando las tumbas de mis padres, mis abuelos y la mamá de Isma, aunque en su lápida también aparecían los nombres de sus hijas con las respectivas fechas.
—Intenté venir desde que volví a Nueva York, pero algo me lo impedía, ahora me doy cuenta de que no podía hacerlo sin ti —comentó con la vista fija en la lápida de ellas dejando unas flores blancas.
—Hoy es el cumpleaños de Norah.
—Sí, hoy sería una adulta de dieciocho años y yo un padre que lloraría al saber que ya no era una niña —solo de imaginarlo, una pequeña risa salió de mí.
—Desde hace años habría dejado de serlo y lo sabes.
—¡Claro que no, le habría prohibido crecer! —aun cuando siguió refunfuñando con sus celos paternales, esto no le impidió hincarse y limpiar las lápidas con mucho cariño, incluidas las de mi familia siendo la de mi abuelo y las Friedman donde más empeño puso—. Lamento tardar tanto en volver, pero siempre te tuve en mis pensamientos al igual que a ellas, viejo, y hoy, después de varios años, vengo de la mano de tu nieta como tanto quisiste para darte la noticia de que seremos padres. ¿Puedes creerlo? Y a la primera le atiné.
—No digas esas cosas —avergonzada, palmeé su brazo con la misma tonta risa cómplice que él tenía.
—¿Lo ves, viejo? Tardamos, pero al fin estamos juntos, por eso te pido a ti, a mi madre y mis hijas, desde donde quiera que estén, que por favor nos den su bendición, porque hoy seremos padres por tercera vez en nuestras vidas y necesitaremos de su ayuda para todo lo que se avecina.
Una lágrima salió de él y al descansar mi mano en su hombro como apoyo, la besó con ternura y se levantó tras acomodar las demás flores en lo que yo saqué una caja de mi bolsillo mientras él clavaba su curiosa mirada de mercurio en mí.
—Ismael Friedman, habría querido hacer esto cuando llegaran mis hijas, pero creo que este es el momento perfecto al tener a los que ya no están con nosotros como testigos —abrí la caja mostrándole una esclava de oro que lo dejó atónito.
—¿E-Es…? ¿Es en serio?… B-Bárbara…
—No tendremos otra hija después de esta considerando lo que dijo la doctora en la última revisión, por eso considero que a nuestra única pequeñita deberíamos llamarla Becca, igual que tu mamá.
—¿Estás segura?
—Siempre fue tu sueño, nuestro sueño, y ahora es real.
—Pero también querías tener a la tercera Bárbara en el linaje.
—Descuida, convenceré a alguna de mis hijas, quizás Becca sea quien tenga a la siguiente Bárbara.
—No imaginas lo que esto significa para mí —comentó a entrecortada voz con los ojos cristalizados.
—Sí lo imagino y hacerlo en el cumpleaños de Norah es el mejor regalo que podrían recibir los Friedman, además de la llegada de la nueva integrante.
—Gracias, preciosa, mil gracias.
No existen palabras que describan la felicidad que había en él o el beso que me dio, pero sé que nada sería más importante para él que darle a la hija que su esposa no le permitió tener con el nombre de la mujer más importante en su vida y cuyo trágico final marcó la vida de nuestra familia años después.
(…)
Abril
Ismael
Mi vida devuelta en Princeton ha sido formidable, la paz que ha retornado desde el primer día no se compara con nada y más al tener la compañía de la mujer que siempre he amado junto a nuestra pequeñita que cada día crece más y más en su vientre. Claro que los cambios de humor y los antojos de Barb han crecido en la misma medida siendo a veces una locura, pero más loco era el hecho de que me daba igual, ella podía llorar a mares mientras veía una película romántica y devoraba mil cosas que podrían verse desagradables juntas, pero ella era feliz y yo también lo era al tener la oportunidad de verla en esta etapa, y que me permitiese estar a su lado para vivirla significaba todo para mí.
Es por este motivo que una o dos veces a la semana solía desviarme unos minutos al cementerio para darle gracias a nuestra familia por seguir cuidando de nosotros, en especial a ella quien ha tenido un embarazo muy sano contra todo pronóstico gracias a que me ha hecho caso en las indicaciones, aunque puede que sea también porque sé cómo persuadirla al conocerla de antaño; sin embargo, esto no quiere decir que no tuviese que conocerla nuevamente, pues a lo largo de estos años había cambiado bastante en muchos aspectos, pero no me importaba, al contrario, me encantaba descubrir algo nuevo en ella cada día enamorándome aún más de lo que estaba.
—¿Isma?… —ese tono…— ¿Saldrás hoy de casualidad?
Ya no tenía que verla para saber que un antojo se había atravesado en su camino cada que me hablaba con una voz medio aniñada de fondo, siendo siempre una sonrisa la que me salía al levantar mi cabeza intentando descifrar lo que deseaba.
—¿Salado? —asintió—. ¿Frituras de pescado y carnes asadas? —segunda afirmativa—. Y quieres un postre pequeño para no engordar —afirmé y ella se sonrojó apoyándose en el marco de la puerta, así que detuve mi trabajo y fui hasta ella—. Te traeré doble ración de postre, si comes los dos de una vez contará como uno.
—Por eso te amo.
¿Y cómo no ser feliz con ella?, aunque salga con antojos tan extraños.
Me alisté enseguida y la besé antes de partir recibiendo las llaves del auto, solo que en ese apasionado beso me retrasó y más al pasear su mano en mi pantalón sacándonos una risa cómplice.
—Si sigues así no iré por tu comida.
—Puedes ser mi segundo postre adelantado y después ir ella.
—La última vez que hice eso te enojaste porque tenías más hambre y me hiciste trabajar el triple.
—Ese día no escuché quejas, señor Friedman —se hizo la loca la muy desvergonzada.
—No se preocupe, señora Clyde, cuando salga del embarazo le pasaré la cuenta de cobro por mis atenciones.
—¡¿Cuenta de cobro?! Es tu deber como padre de nuestra hija consentirme y más porque no debes lidiar con el embarazo.
—No, debo lidiar contigo y con ella, eso es el doble de trabajo, pero como las amo y quiero que estén felices, me iré a buscar lo que desean y cuando termines de comer te daré un masaje.
—¿En la tina?
—¿En dónde más? —en un casto y rápido beso me despedí antes de que pudiera desnudarme, pero no creí que al abrir la puerta me encontraría con una sorpresa a punto de tocar el timbre dejándome anonadado—. ¿Viola?…