12.    PRINCETON, NUESTRO HOGAR

1522 Words
Dos horas después – Habitación 305 Ismael —Buenas noches, familia. ¿Cómo sigue nuestra paciente? —la médica ingresó revisando a Barb. —Mejor, pero ya deseo irme, así que dígame que fue por exceso de trabajo y que tendré que descansar las próximas dos semanas, le juro que no me levantaré de la cama excepto para ir al baño. Ella estaba muerta del miedo, Mad taconeaba por la ansiedad desde que llegamos y Vio se mantenía neutra al otro lado de la camilla sosteniendo la mano de Bárbara igual que yo, ninguno de los dos dijo nada en este tiempo y tampoco sabía qué pasaba por su cabeza para mantenerse tan silenciosa con su madre, pero yo… yo estaba… —Tranquila, señora Clyde, la verdad no hay nada de qué preocuparse, todo está muy bien y sí, deberá bajar el ritmo laboral y tomarse unas vacaciones. —¿Pero qué tiene? ¿Solo era fatiga? —cuestionó Vio. —Sí, solo era fatiga y también los síntomas del embarazo. Felicidades, señora Clyde, tiene cuatro meses según la prueba, en unos minutos vendrá la obstetra a revisarla y darle las indicaciones correspondientes, pero hasta ahora no hay nada malo con usted. De pronto la habitación oscureció siendo solo el preocupado semblante de Barb el que me detallaba esperando una respuesta de mi parte, pero nada salió de mi boca y lo peor vino cuando el miedo la invadió al soltar su mano. Mi pecho tenía un extraño latir al divisar su vientre y la pregunta de Mad hacia su madre sobre cómo era posible que no se diera cuenta en tantos meses del ausente sangrado caló en mí. A decir verdad, al comienzo creí que ella se estaba cuidando, después pensé que se había operado o ya no podía tener hijos definitivamente, pero Bárbara le explicó a su hija que antes del último incidente con Bonetti se había retirado el dispositivo al llegar la fecha límite, con todo el proceso legal se olvidó del asunto y al encontrarnos en Nueva York los encuentros entre nosotros fueron interminables, siendo ese mes cuando ella quedó embarazada; sin embargo, recordé el día que nos reencontramos y una duda surgió en mí, sé que no debería tenerla, pero no estaba de más descartarla. —Bárbara —mi actitud reticente la dejó nerviosa—, el primer día que nos vimos en Nueva York estuviste con alguien, ¿es posible que él…? —¡NO! —gritó horrorizada exaltando a todos menos a mí que permanecía impasible—. ¡Sí estuve con alguien, pero me cuidé en todo momento y lo sé porque vi las envolturas de los condones!… ¿A-Acaso…? —sabía cuál era la pregunta y sabía que ella temía hacerla—. ¿Crees que yo…? —No, pero no estaba de más preguntar, igual eres una mujer libre de hacer lo que desees. —¡Pero entre ese hombre y yo no pasó nada sin protección y nada se rompió, lo sé…! Créeme… —ella intentó tomar suplicante mi mano, pero la alejé. —Necesito estar a solas con ella antes de que venga la obstetra —de reojo noté cómo la habitación se vaciaba ante mi implacable orden aun cuando mi atención estaba fija en su vientre mientras mi cabeza divagaba en mil cosas. Sí me di cuenta al llegar que había subido un poco de peso, pero creí que sería por la época ya que a ella siempre le gustó comer más en esta temporada y al siguiente año solía bajar de peso. No obstante, y aun cuando creí que lo de tener un hijo sería una fantasía por nuestra edad, me doy cuenta de que estaba equivocado y ahora era una inevitable realidad frente a nosotros, algo tan real como las decepcionantes lágrimas que rodaban por sus mejillas creyendo que la abandonaría igual que Bonetti. —¿Sabías que podías quedar embarazada y aun así no me dijiste nada en Nueva York? —Lo siento, pero no sabía que… T-Te juro que no lo tuve presente, Isma… Y-Yo solo… —recogió las piernas cubriendo su lacrimoso rostro entre manos, mas yo lo descubrí aun cuando se resistió un poco. —Mírame —así hizo aun temerosa de lo que diría, pero yo tenía claro lo que deseaba y hoy más que nunca necesitaba sincerarme—. Quiero que descanses los siguientes meses y trabajarás desde casa sin rechistar, pero no aquí. —¿Q-qué…? ¿C-Cómo…? En eso nos vimos interrumpidos por la llegada de la obstetra, yo me quedé de pie a un lado de Barb sin cambiar mi semblante, la mujer preparó todo y en cuanto cayó el gel en su vientre recordé las veces que soñé con este momento en mi juventud, así como también recordé las veces que acompañé a Linda en los controles cuando estaba embarazada de nuestras hijas. —Muy bien, veamos cómo está este pequeñín. ¿Desean saber el sexo del bebé? —apenas asentí ya que Bárbara seguía sin apartar su vista de mí, aunque su miedo podía sentirlo mejor por cómo se aferró de mi mano. Escuchamos lo que decía la doctora, o al menos yo lo hacía asegurándome de que no nos diese una mala noticia sobre el embarazo y más por su edad, los múltiples encuentros que hemos tenido siendo algunos un poco salvajes y el estrés por el trabajo constante, siendo estos factores la causa de un embarazo de alto riesgo, pese a esto, el bebé lucía en perfectas condiciones, tenía un desarrollo normal y tampoco se encontraba nada en el cuerpo de ella que pudiese afectarlos. —Hora de la verdad… —la doctora movió el dispositivo dejando a Barb más ansiosa, en cambio yo no sentía el dolor que me producía, solo quería saber lo que diría y que se marchara—. Muchas felicidades, será una niña. Por primera vez Bárbara la miró quedando más impactada que antes, ambos divisamos la pantalla y los altavoces se encendieron permitiéndonos escuchar su agitado latir lleno de vida, una vida que producía algo único e indescriptible en mi pecho. La mujer nos entregó una foto de la ecografía, dijo algo más que poco o nada me importó y le pedí que nos dejase a solas. —Isma, te juro que esta bebé no es de nadie más que… —solté su mano silenciándola, a lo que ella bajó la imagen y me observó entre la decepción y la duda—. ¿No me crees? —Te dije que sí te creo, pero eso no quita el hecho de que estarás en otro lugar conmigo. —¿A dónde iremos? —A nuestro hogar —contesté a secas levantando gentil su esquivo rostro. —No entiendo, dijiste que no estaríamos aquí. —Hablo de NUESTRO HOGAR, Bárbara, volveremos a Princeton, allá cuidaré de ambas y si Viola y Madge deciden venir con nosotros, que espero lo hagan, entonces cuidaré de las cuatro con mi vida entera hasta el día en que muera. —¿En verdad me crees? —¡Claro que te creo! —contesté obvio como si su repetitiva pregunta me sacara de ese extraño trance— Desde el comienzo lo hice y sabía que no era de ese idiota, pero tenía que preguntar igual. —Eres un… ¡Agh! De pronto comenzó a alegarme furiosa mil cosas que no me importaron, sino que preferí besarla para callarla en el acto mientras acariciaba su vientre bajo la bata llenándome de esa pequeña vida que crecía dentro de ella. —Te amo, Bárbara Clyde, te amo más que a nada y aunque no creí que esto pasaría, me estás dando lo más hermoso del mundo. —¿No te irás? —Nunca, preciosa, jamás podría dejarlas y menos ahora —me senté a su lado sin retirar la mano del vientre—. Supongo que al final todos tenían razón, este es nuestro momento de ser felices, es lo que siempre hemos deseado, pero quiero que lo hagamos en Princeton, al menos hasta que la pequeñita cumpla un año y ya después definiremos en dónde organizarnos. ¿Estás de acuerdo? —¡Sí! —me abrazó emocionada repartiendo besos en mi rostro—. Te amo, te amo. —Y yo a ti, preciosa, con todo mi ser. Lágrimas entre risas, lágrimas de felicidad, ese era el único motivo por el cual debía llorar. —Pero ni creas que por esto terminará el sexo —advirtió tajante sacándome una risa indescriptible. —Tranquila, solo tendré cuidado con las dos para no ser rudo, pero sé bien cómo complacerte aun sin esos juegos. —Por eso te adoro. Nos unimos en un fuerte abrazo que nos llenó el alma siendo este año nuevo el mejor en mucho tiempo, solo espero que mis pesadillas queden en eso, pesadillas, así como también espero que mis hermanos puedan superar sus problemas con sus hijos, aunque estoy seguro de que esta noticia ayudará a amortiguar las dificultades que pasa cada uno siendo nuestra hija la bendición que necesitaba la familia.
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