Ismael
Al comienzo no quise admitirlo, pero después de tanto molestarme, acabé rindiéndome ante mi hermana quien tuvo razón al decir que Dior sería una excelente compañía para mí. Reconozco que me es difícil acostumbrarme a cuidar de nuevo de alguien tan indefenso, también porque ha provocado muchos daños en la habitación obligándome a hacerle cambios y comprarle un par de cosas extras como un gimnasio para gatos, aunque cada día pensaba en hacerle uno fijo a la pared, lo que inevitablemente me terminó llevando a la conclusión de que en algún punto quise establecerme en una casa y, por ende, quedarme en la ciudad al estar más cerca de mis hermanos.
Es por eso que en los últimos días estuve hablando con una agencia de bienes raíces recomendada por Marcus, todavía no definía en si quería una casa o un departamento, pero sí tenía claro que quería residir en una zona tranquila y familiar para no estar en medio del caos urbano. Quizás al vivir tantos años en un pueblo ya me acostumbré a esa paz y quería mantenerme en esta tanto como fuese posible.
Por tal razón, programé para hoy una cita revisando varios lugares hasta encontrar uno que tenía lo que necesitaba, así que quedé en verme con la agente por la tarde para hacer el papeleo, mientras tanto, decidí dar una caminata, almorzar por fuera y de paso llevar a Dior al veterinario para las vacunas, pero no caí en cuenta de que aquel día no me dieron mayor información sobre el pequeño, por eso decidí buscar el lugar donde se encontraban aquellas chicas, no esperaba encontrarlas considerando que han pasado dos semanas, pero tampoco perdía nada con intentarlo.
—Dame un minuto, Dior, parece que es la agente —dije al pequeño quien se encontraba inquieto en el transportín.
En lo que atendí la llamada, que resultó ser de mi hermana, saqué a Dior colocándole una correa para que caminara conmigo por las calles ya que esta zona no estaba tan concurrida.
—Isma, ¿hiciste lo que te pedí?
—No, hermosa, recién llego a Manhattan, pero estoy cerca del hotel que me dijiste.
—De acuerdo, no tardes mucho y no olvides dejarlo a la habitación 317.
—No te preocupes que enseguida iré.
—Gracias, te debo una.
—Tranquila, me lo puedes compensar con la cena de esta noche ya que ayer desapareciste desde temprano —lancé mordaz sacándole un bufido.
—Si no le doy explicaciones a Marcus, mucho menos te las daré a ti, así que muévete con el encargo o no te guardaré doble ración de cerdo.
—Con ese incentivo dalo por entregado.
No sabía cuál era el misterio con el dichoso encargo y tampoco me meteré en lo que no me compete, aunque quizás sí debería hablar con Marc, algo muy malo debió hacer para que Livi esté a la defensiva cada que se lo menciono.
—¿Listo, Dior? Daremos un paseo en la gran manzana.
Como era de esperarse, el pequeño felino se llevó durante el trayecto las miradas de muchos, los mimos de varias mujeres y yo un par de halagos con dos números que me levantaron el ánimo, y de paso me dieron una gran idea al querer sacar a pasear más seguido a Dior.
Llegados
al hotel debimos esperar ya que todos estaban ocupados, pero al irse
aglomerando la gente en recepción, preferí meter al pequeño en el transportín
en lo que hablaba con el encargado, dejé la bolsa que me entregó Livi y salí
atendiendo la llamada de la agente de bienes raíces en lo que me dirigía a una
veterinaria que estaba cerca, mas fue al ingresar en esta y dejar el trasportín
en el recibidor que palidecí al no encontrar a Dior, pero sí una abertura.
Maldición,
ahora en dónde podrá estar…
(…)
Horas antes
Bárbara
Mi cabeza me martillaba, la luz de la ventana encandilaba mi vista y hasta la razón, no quería levantarme, no quería recordar mi nombre, pero el timbre del móvil impidió cualquier intento de dormir otra vez.
—L-Livi… Livi, ¿en dónde esta mi bolso? —pregunté arrastrando las palabras.
De seguro debe estar dormida, así que me levanté de a poco buscando el móvil y me arrastré de nuevo a las almohadas con el peso de todo el alcohol que bebí anoche.
—¿Hola?
—¡¿En dónde estás metida?! ¡Llevo llamándote desde hace horas!
Creo que acabo de ver a mis padres y mis abuelos en el más allá con el grito de Livi al otro lado de la línea.
Un momento… ¿Al otro lado de la línea?…
Abrí mis ojos de golpe revisando mi entorno, me encontraba en una habitación de hotel y por un bolígrafo sobre la mesa de noche, sé que se trata de uno lujoso.
—¡Contesta, Bonny!
Estuve a punto de hacerlo cuando un espécimen de metro ochenta salió del baño secando su cabello con la toalla mientras algunas gotas caían en tan apetecible cuerpo prendiendo mis ganas, aunque no tengo ni idea de quién es ni qué tanto hicimos anoche, pero si eso me comí, eso mismo desayunaré.
—Hermanita, envíame un cambio de ropa al The New York Palace, habitación…
—317 —pronunció el desconocido a ronca voz con sonrisa seductora.
—317, y envíalo, no vengas por mí que no sé cuánto tardaré en desayunar.
—¡Es mediodía, alcohólica promiscua!
—Bueno, desayuno, almuerzo y si él quiere volvemos a cenar, así que hablamos después, hermanita —colgué sin importarme sus alegatos y levanté mi voluptuoso trasero provocándole una erección—. ¿No quieres ducharte de nuevo?
—Será un placer.
(…)
Después de unas increíbles horas repasando cada rincón de la habitación, un almuerzo y una segunda sesión en la ducha, solicité que llevaran a mi habitación lo que envió mi hermana en lo que yo estaba en el salón arreglándome el cabello y maquillándome, pensé ir al spa, pero al final me arrepentí al recibir una excelente dosis de vitaminas.
—Listo, señorita Clyde, ¿desea algo más?
—Así estoy bien, por suerte no arruiné la manicura, muchas gracias.
Volví a la habitación para terminar de arreglarme y ahora que era de nuevo la diosa empoderada con ropa, salí del hotel a paso firme dispuesta a dar un paseo en Manhattan, ¿y por qué no?, aprovecharía para visitar también la sede de Clyde B. y hacer una revisión sorpresa a mi tienda.
En el camino, no pude evitar disfrutar de las otras tiendas examinando la competencia y los nuevos diseños que, si bien eran muy buenos, no me atraían en lo absoluto, sentía que les faltaba chispa, algo más… volátil.
—Disculpa, ¿tienes algo en la bolsa? —preguntó una mujer dejándome confundida.
—¿Qué?
—Algo se está moviendo.
Revisé la bolsa donde tenía mi ropa percatándome de que sí se estaba moviendo y estuve a punto de soltarla pensando lo peor cuando de pronto una pequeña cabecita se asomó curiosa clavándome sus hermosos ojos azules.
—¿Tú quién eres y cómo te metiste ahí, cosita curiosa? —la mujer se había ido en lo que yo sacaba al pequeño felino blanco con manchas marrones y miel—. Pero mira nada más que hermosura —revisé el collarín improvisado encontrando un número y su nombre, mismo que despertó mi curiosidad—. Así que te llamas Dior. Bueno, Dior, tú y yo daremos un paseo por Manhattan en lo que encontramos comida y agua para ti.
Continué mi camino dispuesta a llegar rápido a Clyde B., ahora más que nunca debía hacerlo ya que este encanto decidió acompañarme quién sabe desde dónde y al ser tan pequeño no me percaté de su presencia, pero ahora estaba enamorada de Dior, jamás vi un gatico tan bello, hasta parece curioso que tenga ese nombre. ¿Será acaso alguna señal para aliarme con la casa Dior? Tengo entendido que tenían una propuesta para mí, pero con el asunto de Bonetti no me he puesto al día en el trabajo.
—Lo lamento —dijo una ronca voz que me generó un escalofrío.
Iba tan distraída en mis pensamientos y en Dior, que no me fije por dónde iba y terminé chocando con un sujeto.
—No, yo lo lamento, no vi que… ¡Ahh!
Grité al doblarse mi tacón que quedó atrapado en algo lastimando de nuevo mi pie, pero antes de que tocase el suelo, un fuerte brazo acompañando de una exquisita colonia me sujetó evitando la caída, mas fue al abrir mis ojos que la mayor sorpresa llegó a mí dejándome estupefacta… por no decir estúpida.
—Ismael…
—Bárbara —sonrió galante provocando un diluvio en mis labios.
No sé qué hace aquí, no sé cómo terminamos encontrándonos, pero Ismael Friedman después de muchos años sigue provocando mil llamas dentro de mí y valga aclarar que, con sus ojos grises que gritaban peligro, mirada furiosa que te incitaba a pecar, su varonil cuerpo que (pese a estar un poco más delgado a lo que recuerdo) sigue manteniéndose firme y solo Dios sabrá qué otras cosas más seguirán tan robustas y vigorosas en él, pero lo único seguro es que en solo unos segundos encendió un fuego que creí extinto en mí.