Zúrich, Suiza
Oz
Recién volvía de Italia tras hacer una visita muy especial a un pequeño infante, un asunto pendiente cuya curiosidad despertó en mí tras una llamada, pero ahora que estaba de vuelta con las energías recargadas, me encontraba listo para evaluar los últimos avances que tenían en el CIS con las investigaciones que había solicitado, solo que, al llegar, no creí que encontraría a tantas personas en el piso administrativo.
—¿Qué está pasando? —pregunté a una de las asistentes antes de continuar.
—Con la expansión en la otra sede, se está contratando personal para que ayude en ambas instalaciones, tendrán dos meses de prueba y después serán escogidos según sus especialidades, necesidades del lugar y más.
—¿Algo interesante hasta ahora?
—Nada de su real interés —levantó su inquisidora mirada al saber que buscaba carne fresca para mis desenfrenadas locuras.
—No me dirás que sientes celos ¿o sí? —cuestioné jocoso fastidiándola.
—Por favor, ¿de esas? —señaló hacia los candidatos con el orgullo en las nubes—, para nada, puedo complacerlo mil veces mejor que cualquiera de esas frígidas —reí alejándome pues sabía cuánto le afectaba que la cambiase, pero aún más cuando me burlaba de ella al no ser propiedad de mis amantes, sino que ellas son las que están de rodillas ante mí.
Uno de mis asistentes se acercó a zancadas entregándome la carpeta en lo que me explicaba los puntos a evaluar durante la reunión que tendríamos en la tarde, entretanto, leía los informes y analizaba a cada uno de los postulantes adivinando cuáles podrían ser los mejores para dejar en cada sede, pero más que nada, buscaba a aquellos que pudiesen soportarme y los mejores para entretenerme en mis tiempos de aburrimiento, y esas caras de ratas de laboratorio mostraban el arduo entrenamiento que tendrían que soportar si querían mantenerse aquí conmigo.
—No creo que exista uno solo —comentó mi asistente adivinando mis pensamientos.
—¿Ni aun si lo envío contigo para que lo entrenes?
—En sus términos, doctor Oz —acomodó sus lentes en esa pose de “chico cool”—, todos tienen el culo tan blando como la masa del pan —reí palmeando su hombro.
—Y pensar que alguna vez tú fuiste uno de ellos.
—Pero no todos son como yo, así que no cuente con tanta suerte —le entregué las carpetas complacido por su respuesta.
En eso me indicó que debíamos ir a la sala de juntas, le ordené adelantarse en lo que yo iría al baño y cuando estaba a unos metros de llegar, un inocente chillido llamó mi atención y viré hacia un lado encontrando una ratoncita en el suelo buscando sus gafas mientras unos sujetos le pasaban de largo pisando una carpeta suya. Por un instante quise hacer lo mismo olvidándome de ella y lo habría conseguido de no ser porque algo llamó mi atención, un sutil movimiento de su perfil detuvo mi corazón obligándome a acercarme casi en automático mientras los recuerdos iban resurgiendo desde lo más profundo de mi ser convirtiéndose de una tórrida pesadilla en algo surreal.
—¿Becca?
La ratoncita levantó asombrada su rostro acomodándose los lentes a la brevedad y un brillo en su mirar llamó mi atención demostrándome que la realidad se tornó más cruda de lo que creí, entonces me hinqué en lo que ella balbuceaba y me levanté con su carpeta ignorándola por completo al leer lo que, según descubrí, era su currículum.
—Perla Bruni… —susurré casi decepcionado, aunque no sabía de qué, o más bien, no quería decirlo ni en mis pensamientos.
—Y-Yo… discúlpeme, doctor Oz, no era mi intención molestar a nadie —ella seguía de rodillas en el suelo anonadada ante mi presencia y le extendí mi mano sintiendo un escalofrío en cuanto ella posó delicada la suya—. G-Gracias, es muy amable.
—¿Ya hiciste la entrevista? —cuestioné con mi habitual frialdad.
—Solo la primera y también hice los exámenes correspondientes, ahora voy a la segunda entrevista que se supone será la definitiva —la analicé de pies a cabeza como queriendo degollarla.
—Sígueme.
—Pero la entrevista…
—¿No puede acatar una orden, señorita Bruni?
—Sí puedo, doctor —respondió apenada siguiéndome el paso.
Ya en mi oficina, me serví un trago en lo que leía su aburrido historial, no tenía experiencia ni suficientes estudios, pero en los pocos que la soportaban, mantuvo siempre el mejor rendimiento y sus cartas de recomendación eran muy buenas; no obstante, y lo que más llamó mi atención, era que se mantenía de pie en mitad de mi oficina sin quitarme la mirada de encima, aunque no demostré nada.
—¿Qué puede provocar a una rata de laboratorio trasladarse desde California hasta Zúrich, señorita Bruni?
—Puede provocar ansiedad, demasiada ansiedad, y también nervios que harían actuar torpe al roedor, pero si lo que le interesa saber es mi motivación para venir, entonces le diré que es algo más fuerte y personal —al menos no es tan tonta como aparenta.
—¿Esposo? ¿Novio? ¿Un amante que la abandonó a su suerte?
—Ninguna, solo quiero ser la mejor y para eso quiero estar con los mejores, aprender de ellos y en especial de usted.
—Mi campo es la medicina, señorita Bruni, usted es parte del laboratorio químico.
—Pero usted también posee experiencia en el campo, ¿me equivoco?
Chica astuta…
—¿Alguna vez le han dicho que es bastante atrevida con sus superiores? —la tensión fue evidente en ella exponiendo un silencioso pasado lleno de opresión—. Que la haya confundido con alguien no significa que le daré ventajas —ella recibió confundida la carpeta al extendérsela.
—¿Ventajas?
—Sí, ventajas. Pero dígame, ¿por qué no se sentó al ingresar?
—No tuve su permiso, doctor.
—Muy bien, veamos entonces si puedes acatar bien una orden —asintió decidida esperando con sus fraudulentos ojos marrones puestos en mí—. Sírveme un trago.
Creí que volvería a cuestionarme, pero en vez de eso fue hasta el mini bar, sacó mi whisky y se acercó a mi escritorio rellenando el vaso del cual no había bebido ni un trago dejándolo hasta la mitad, y sutil, midió la temperatura con su falange y agregó tres cubos de hielo quedando después al otro lado del escritorio esperando la siguiente orden.
Los segundos transcurrieron lento sin que ninguno hiciera nada, ni siquiera me molesté en darle un trago o siquiera ver el vaso, solo estaba fijo en su cautivante belleza que despertaba más mi interés en ella junto a cientos de preguntas cuya única forma de resolverlas podría generar inquietudes en otros.
—Tendrás dos semanas de prueba, Bruni —sentencié—, te explotaré hasta el maldito cansancio, haré que desees arrastrarte hasta un jodido avión y volar de vuelta a la puta California sin fuerzas para maldecir mi nombre y cuando tengas un solo segundo de descanso después de eso, el peso de todo lo que te pondré a hacer volverá a acabarte.
—Espero mi contrato sobre la mesa dentro de dos semanas, doctor Oz, y su firma estará al pie de la página junto a la mía —contestó con una seguridad de admirar, pero ni así le mostré un céntimo de alegría, satisfacción o lo que fuese, excepto el más puro desprecio.
—Un error, Bruni, y me encargaré de que no puedas limpiar siquiera un jodido laboratorio en una primaria —caminé quedando frente a ella soltando el vaso a sus pies, aunque ella no se inmutó por el cristal roto—. Sígueme.
Nos trasladamos a uno de los laboratorios donde estaban colocando el nuevo equipo en lo que instruían al personal, saludé, hice las presentaciones y de paso la puse a prueba al hacerle una serie de preguntas que supo responder a la perfección dejando a más de uno impactado, excepto a mí, así que ordené su inmediata inscripción con el presente grupo, también que pasara después a Recursos humanos para el ingreso al CIS y salí sin decir más.
—¡Doctor Oz! —gritó ella alcanzándome en el pasillo.
Por poco cae al tropezar, pero tuve un extraño reflejo que me hizo sujetarla evitando su caída, cuando en general, habría hecho lo contrario mientras disfrutaba ver al condenado en el suelo.
—¿Olvidaste algo?
—No, solo quería agradecerle por la oportunidad que me está dando, juro que no lo defraudaré y haré lo que me ordenen con tal de quedarme… —se inquietó como debatiendo si decir o no lo próximo—. Y-Yo… no quise decirlo porque creí que sonaría irrespetuoso y falso en el momento, pero ahora que me ha contratado, puedo decirle que usted fue mi motivación para venir porque quiero ser como usted, doctor Oz… no tiene idea de cuánto admiro su trabajo y los grandes avances que ha hecho a la ciencia y la medicina.
Por lo general pisotearía a la dulce ratoncita con la verdad de mi trabajo y a su vez menospreciando los pocos logros conseguidos en sus tiernos veinticuatro años, pero no, me era imposible ser petulante con ella cuando algo seguía fastidiándome de su presencia y más al resaltarlo en esa delicada mirada de ternera bajo los horribles lentes.
—En una hora les darán el espacio para almorzar, ve al primer piso y cambia tus lentes, no quiero verte más con esa basura pegada con cinta transparente.
—Disculpe, pero ahora no cuento con dinero para…
—¿Quién mierda te habló de dinero? —se encogió de hombros cual niña regañada, pero esto no hizo más que enfurecerme llegando a tomarla de las mejillas con fuerza—. Mejor decide de una puñetera vez si te quedarás con las gafas o los lentes de contacto, pero no te quiero con los dos —ordené firme.
—Y-Yo…
—Perfecto, yo decidiré por ti —intervine al notarla indecisa—. Quítate esas lentillas color mierda, ve ya mismo al primer piso y haz lo que dije, diles que yo di la orden que ellos sabrán qué hacer, solo escoge el marco y haz el examen.
—¡D-Doctor Oz! —llamó al darle la espalda tomándome del brazo e interviniendo en mi camino—. No es necesario, solo espéreme por favor hasta el p**o del otro mes, por ahora no…
—Si me sales con la mierda de que no me defraudarás —abrió sorprendida los ojos al adivinar lo que diría—, mejor ahórratelo porque tus patéticas excusas ya lo están haciendo. Ahora… —la acorralé contra la pared rodeando su cintura con una mano y con la otra sujeté sus muñecas a la altura de su cabeza—, si vuelves a tocarme lo tomaré como una propuesta de tu parte y ten por seguro de que te haré una de mis mejores sumisas.
Aquellos finos ojos que me admiraban con total devoción, en vez de llenarse de miedo o excitación, se cargaron de una casta ilusión que me revolvió las entrañas y fue peor al reírse infantil.
—Es gracioso, doctor Oz.
—No bromeo, ratoncita, si conoces mi trabajo, debes conocer mi libertina reputación.
—Cosas se dicen, pero eso no afecta la admiración que siento por usted.
Maldición, odio a las personas como ella, pero debe ser una gran actriz o su inocencia es genuina, aunque será interesante evaluarla hasta escarbar su pasado.