Bárbara
Ahora que Vio y Christy se encontraban en el departamento con nosotros, podíamos dedicarnos a cuidarlas junto a Becca, pero con un problema más encima y Mad y yo con la empresa cargándonos de trabajo, decidí llamar a mi hermana para que nos ayudase en casa en lo que yo trabaja por las mañanas, Mad lo hacía todo el día e Isma se encargaba del trámite legal con Marcus, pues al cabo de unos días recibimos la demanda en nombre de esa cucaracha de Dumas reclamando la paternidad de Christy para ser el único en tener potestad sobre ella, lo que él no sabía, era que el mismo día que nació, nos encargamos del registro con los apellidos solicitados por Vio, lo que le hizo rehacer la demanda dándonos un poco más tiempo para preparar la contrademanda, por suerte Robert se encargaría de ayudarnos como abogado de la familia dejando a Liam a cargo de la empresa que tenían ambos en Brooklyn, además de que Robby tenía licencia para ejercer en Europa y Estados Unidos, en cambio Liam solo tenía en Suiza e Inglaterra.
—No imaginas la tranquilidad que me da el dejar este asunto en tus manos, Robby.
—Descuida, tía, me aseguraré de que Dumas no pueda acercarse a ustedes nunca más.
—Gracias, tesoro, igual tú coloca la cifra que desees por los honorarios que yo…
—Alto, ¿qué fue eso? —cuestionó indignado—, me ofendes que creas que hago esto por dinero. Sé que tú y yo no fuimos tan cercanos, pero recuerdo bien el cariño que me has brindado desde niño en cada visita y lo mucho que te has preocupado por mí aun a la distancia.
—Ante todo eres mi sobrino, uno que adoro con el alma, pero esto es diferente, también sé que tienes ocupaciones con tu empresa, una vida de la cual encargarte y tu tiempo vale, así que esto…
—Esto es por la familia y no me hice abogado para sacarle dinero a mi propia familia, menos cuando se trata de mantenernos juntos —refutó con total firmeza—, solo ten la seguridad de que lo conseguiré y hagan lo que les indique.
—No sé qué haríamos sin ti, de nuevo gracias —lo abracé fuerte sintiéndome más acompañada que nunca.
—Es un placer, por lo pronto los dejo para que el tío Isma les comente el siguiente paso, Marcus ya está preparando todo.
—¿Preparando qué? —preguntó Vio quien ingresó a la sala.
—Ellos te explicarán mejor. Por cierto, Marcus y yo estuvimos hablando y creemos que lo mejor es tener un juicio cerrado, así que yo me presentaré en representación tuya para que no tengas que exponerte a no ser que te pida ir para declarar.
—¿Por qué? ¿Dumas hizo algo? ¿Nos amenazó? —preguntó nerviosa.
—Tranquila, todavía no, pero no nos fiamos de él y así tú también podrás estar tranquila con tu hija, necesitas descansar.
—Sabes que no lo haré hasta que este asunto termine, Robby.
—Lo sé, Vio, pero preocupándote y pasando noches en vela no te hacen bien, necesitas reponerte. ¿De acuerdo? —sí que sabe calmar a una mujer, definitivamente ser abogado le cayó como anillo al dedo.
—Está bien, gracias por ayudarnos.
—Gracias por la confianza, ahora los dejo.
—Isma…
—Lo sé, preciosa, lo sé —él invitó a Vio a sentarse con nosotros en lo que Livi le servía una aromática para calmarla—. Estuvimos hablando anoche y Livi, Marc y yo consideramos que lo mejor es sacar a Viola, Christy y Becca de Mónaco.
—¿A dónde iremos?
—Tranquila, mi niña, déjalo terminar —insistió Livi con suavidad, aunque yo estaba tan inquieta como mi hija al no saber nada de esto.
—Hemos encontrado algunas inconsistencias que nos tienen inquietos y en lo que se da la investigación y el juicio lo mejor es que las tres vayan con Livi y Marcus a Nueva York, allá estarán bien resguardadas, no les faltará nada y Livi estará al pendiente de lo que necesiten.
—Así es, quién mejor que su tía como segunda madre para cuidarlas.
—Livi…
—No me reclames nada, Bonny, sé que tú harías lo mismo por mí si se tratara de mis hijos o mis nietos, además, ten en cuenta que allá no les faltará cariño, Oz estará cerca de nosotras por si algo sucede y la mansión es una fortaleza, no tienes nada de qué angustiarte.
Es increíble lo mucho que el tiempo, las experiencias y los golpes han fortalecido a mi hermana, hace años ella estaría demasiado preocupada por todo, pero ahora, era una digna esposa de un poderoso magnate cuya mano sucumbía solo entre ellos y nadie más, y quizás ese mismo amor que él le había dado (pues ningún hombre que no fuese Marcus Jhonson podría darle), era la seguridad que yo necesitaba para aceptar tan descabellada idea aun cuando no me agrade estar lejos de mis hijas y mi nieta, menos porque no era lo que teníamos planeado cuando llegamos a Francia.
—De acuerdo, dejaremos a las tres en sus manos.
—¡No, mamá! ¡¿Y qué tal si a ese idiota le da por ir contra ustedes?! ¡No dejaré que los lastime! —pobre de mi hija quien no conocía todos los horrores de la humanidad, pero hoy tampoco será el día que los conozca.
—Vio, tu padre y yo nos quedaremos aquí con Mad y Robby para encargarnos del juicio y el trabajo, pero tú, tu hija y tu hermana deberán irse, me dejarás más tranquila si se ponen a salvo.
—No quiero…
—Sabemos que no quieres —intervino Isma abrazándola fuerte—, pero si no creyéramos que es lo mejor, no lo haríamos, así que confía en tu familia que si hacemos esto es porque las queremos.
—No quiero irme.
—Te guste o no, lo harás y no se discutirá el asunto —detestaba hablarle fuerte, pero era la única forma en que ella parecía entender.
—Ve con Livi a empacar tus cosas, viajarán con Marcus siendo custodiadas por él y sus hombres, nosotros nos mantendremos en comunicación.
—Pero, papá, hace unos días recién nació mi hija, no es bueno para ella —me senté a su lado limpiando sus lágrimas.
—Hija, esto es por su bien, no reniegues cuando debes ser más fuerte que nunca y obedecer lo que te decidimos.
—Pero…
—Igual no tienes de qué preocuparte, ya hablamos con la doctora y solo debíamos esperar dos semanas antes de viajar, estas ya se cumplieron, tu hija goza de buena salud y en dos días se irán con ellos —si ya hablaron con la doctora, eso quiere decir que desde el primer día en que Isma llegó estuvo pensando en sacarlas…
—No me hagan esto.
—Es lo mejor, ahora ve con tu tía, necesito hablar con tu madre a solas.
Con profunda tristeza partió junto a Livi preparándose para la tormenta que se avecinaba mientras ella quedaría con las manos atadas, pero la prefiero lejos y a salvo que aquí y en peligro.
—Isma, ¿por qué no me dijiste nada del asunto?
—Porque primero necesitábamos confirmar algunas cosas y no quería angustiarte más de la cuenta, sé que es mejor tener el panorama completo si te diré algo que te preocupará.
—A veces detesto que me conozcas tan bien —esta vez fui yo quien se refugió en su pecho.
—A mí en cambio me encanta conocer cada parte de ti porque así sé cómo cuidarte mejor.
—Al menos te agradezco por no hacer que viajase con ellas.
—Pensé hacerlo por el bien de Becca —me alejé sorprendida pese a su tranquilidad—, pero sabía que ibas a quedarte con la excusa de atender la empresa y también porque sacarías las garras para defender a Vio y Mad, quien se quedará aquí.
—Solo en esos momentos me encanta que me conozcas tan bien —rio enternecido dándome un profundo beso que sucumbió mi corazón.
—Te amo, preciosa, más de lo que puedas imaginar, pero si pedí quedarme a solas contigo no fue para reclamos, sino porque necesito mostrarte algo.
Nos dirigimos al estudio donde me extendió unas carpetas que tenía guardadas y en lo que él me servía un vino a más de la mitad de la copa (siendo la primera señal de que no me gustaría lo que encontraría), me dediqué a leer cada página palideciendo ante el problema mayúsculo en el que nos estaba metiendo Dumas por culpa de los negocios sucios que hizo su padre con Bonetti años atrás.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Marcus lo investigó, el problema es que no tenemos acceso a las oficinas de Bonetti donde se encuentran los archivos originales ya que ese imbécil hizo bien en no digitalizarlos.
—Y la oficina de Bonetti está junto a la de Dumas… —murmuré al recordarlo.
—Así es, por eso aprovecharé para ingresar al edificio, solo necesito que me digas en dónde está y cómo ingresar.
—Olvídalo.
—¿Disculpa?
—Tú no irás a ese edificio sin mí.
—Bárbara, esto no es un juego, hablamos de robar documentación importante que podría llevarnos a la cárcel.
—¡Me importa un carajo, Friedman! ¡Eres mi esposo y no dejaré que pongas en peligro tu vida mientras yo me quedo en casa como una estúpida mordiéndome las uñas pensando que pudieron dispararte por intentar detenerte!
—¿Tu esposo? —sonrojé ante su sorpresiva alegría, pues lo dije inconsciente.
—S-Sí, bueno, no estamos casados, pero igual eres mío y eso no entra en discusión —contesté digna queriendo evitarlo al fingir que leía los papeles, pero era imposible no darme cuenta de cuánto le había encantado lo que dije.
—Así que me quieres como esposo. Interesante, señora Clyde, muy… interesante —ronroneó a ronca voz colocando mis cruzadas piernas como gelatina.
—¡Ensériate que esto no es una broma y todavía tienes mucho por explicarme sobre estos papeles!
—Y te explicaré lo que quieras si vuelves a decir que soy tu esposo.
De un tiro arrojó las carpetas al suelo devorando mis labios con una pasión que casi me hace correrme aun sin adentrarse entre mis piernas, aunque sí adentró su lengua en mi escote en tanto volaban uno a uno los botones de la seda rosa que cubría en vano el errático aire que se adueñaba de mis pulmones, brindándole en bandeja de plata lo que él tanto saboreaba en fuertes succiones. Sin embargo, esta vez no quería caer en su red aun cuando me tenía en esta, así que lo empujé tomando ventaja al quedar a horcajadas encima de él cabalgando sobre su pantalón provocándole una inmediata erección.
—Eso es jugar sucio y lo sabes.
—Lo aprendí de los mejores —bajé restregando más fuerte—, pero si quieres el premio ya sabes qué hacer, aunque tú y yo sabemos que no me lastimarías.
—No, jamás lo haría, pero sí puedo hacer esto.
Con un fuerte golpe de su cadera me levantó, bajó su sudadera y antes de que cayese sobre su erecto m*****o pudiendo lastimarlo, él me dio una nalgada doble que me irguió en el aire y enseguida me bajó a sabiendas de que no tenía nada debajo de mi falda, pues horas atrás cuando salimos de ducharnos no me dejó ponerme nada, aunque ahora se lo agradezco más que nunca al sentir de golpe ese rígido mástil que se clavaba más profundo con cada movimiento de su cadera, demostrándome una vez más por qué le encantaba hacer este mismo ejercicio con una barra colocándole casi cien kilos de peso.
No cabe duda de que le sacaré el máximo provecho por los próximos veinte años, de la misma forma en que sé él hará lo mismo conmigo.