6. Kamil (Parte 2)

1198 Words
-¿Me recuerdas? –Cuestioné, mirándolo a los ojos, sintiendo el poder recorriendo libremente mi cuerpo. La adrenalina corriendo por mi venas, mezclada con la dopamina en mi cerebro, me hacían sentir un placer que jamás había experimentado. Euforia. Emoción. Su rostro tardó unos pocos segundos en detallarme, pero cuando me reconoció, vi en cámara lenta su expresión transformándose. La incertidumbre, pasó a ser sorpresa, para terminar siendo horror, pánico. -Escucha, fue mi primer y único trabajo con ellos. Yo no me dedico a eso. –Se apresuró a hablar. -Sé a lo que te dedicas Kamil –Sus ojos se abrieron aún más de la impresión tras escuchar su nombre. –También sé de tu papi, de tu mami, de tus hermanos… -Hablé con escarnio. -Ellos no tienen nada que ver con esto… –Me interrumpió, con notoria preocupación y angustia. Me puse de pie, para acercarme hasta tener a escasos centímetros su rostro del mío. -Mi familia tampoco tenía qué ver, y ya ves, terminaron muertos. –Afirmé con rencor. -Te juro que las instrucciones no fue matarlos. –Confesó atemorizado. -¿Cuáles eran las instrucciones? –Interrogué con interés. -Teníamos que ir por la información y salir de ahí sin ser vistos. El trabajo se escuchó muy sencillo, por eso acepté. –Me informó sin contenerse. -Si sólo iban por la información, ¿por qué cuatro personas? –Me pareció inverosímil que para tan simple tarea, requirieran de tantas personas. -No sabía que éramos tantos. Lo descubrí hasta que llegué esa noche al punto de reunión. –Respondió de inmediato. Lo que me hizo aceptar que decía la verdad. -¿Cómo supiste entonces del trabajo? –Con eso, tendría que nombrar a alguien. -Yo… -Titubeó un poco, incluso fue la primera vez que esquivó mi mirada. Casi con seguridad, no quería delatar a nadie. -Tal vez, necesitas que traiga a uno de tus hermanos para incentivarte a hablar –Lo amenacé. Regresó su vista a mí rápidamente. -¿Cómo puedo estar seguro de que no les harás daño una vez que te dé la información que quieres? –Preguntó envalentonado. Me quedé pensando por un minuto, sosteniéndole la intensa mirada. No distaba mucho de mi corpulencia. A pesar de haber retomado mi dieta y estar haciendo ejercicio, no había recuperado ni mi peso ni mi masa corporal; pero sin lugar a duda, me creía capaz de enfrentarlo a golpes. Porque tenía la necesidad de manifestar y sacar toda la furia que cargaba en mí. Asimismo, cuando repasaba los eventos de esa noche, recordaba que él fue el único que realmente no participó en nada, ni para bien, ni para mal. Y al menos le concedería eso: la oportunidad de salir con vida. -Bien, hagamos un trato. –Achicó los ojos. –Tú me dices el nombre de la persona que te propuso el trabajo, dónde y cuándo encontrarlo; además de su descripción física y señas particulares, para poder identificarlo; y yo, prometo soltarte. –Expuse con calma. -¿Soltarme? –Repitió incrédulo. -Sí. No creo que seas tan ingenuo; no me vas a decir nada aun y cuando jure que no tocaré a tu familia. Al menos, si te suelto, sabrás que si les sucede algo, yo estuve inmiscuido, y ya sabes dónde vivo –Me agaché, corté los amarres de sus pies como muestra de que cumpliría mi palabra, y con rapidez me puse frente a él otra vez. -¿Y bien? –Pregunté. Dudó por unos instantes, pero al final, cedió. –Justin. No sé su apellido. Lo conocí en el Club Nocturno Pani, suele reunirse ahí por las mujeres, lo vas a reconocer de inmediato porque es un acosador de mierda. –Confesó, removiendo en mi memoria el nombre. Sus ojos me veían sin apartarse en ningún momento, así que debía ser verdad. -¿Fue el que llegó sobre mi esposa? –Él simplemente cerró los ojos y asintió -Al menos uno de ellos –Sí, un par de bastardos. -Tiene perforadas ambas orejas, en las que usa expansiones y está rapado. –Fue el turno de la apariencia física. -¿Crees que pueda preguntar directamente por él en el Club? –Aunque el detective, debía tener mejores métodos. -Si dices que andas buscando trabajos especiales, con buena paga, podrían creerte –Me hizo saber que había una manera. -¿Es al único de los otros tres que conoces? –Insistí con eso. -Sí. Las instrucciones eran: llegar de n***o y ya con el pasamontañas puesto, no debíamos vernos las caras –Explicó lo sucedido. Me acerqué para cortas los amarres de las manos y liberarlo. Entonces, se puso de pie con un poco de desconfianza, y yo le extendí una navaja, provocando que levantara la vista hacia mí con temor. –Tómala –Lo insté. -Creí que me dejarías ir. –Noté la pesadumbre de su voz. -Dije que te iba a soltar. –Lo corregí. -Ahora, vas a pelear contra mí y sólo uno saldrá vivo de esta cochera –Le hice saber mis planes. Para mí, con cualquiera de los dos resultados salía ganando: matarlo o morir en el intento. Lo vi tragar saliva con dureza, tomó la navaja así como cierta distancia, y se posicionó para pelear. –Vas a ir detrás de mi familia, ¿cierto? –Cuestionó con indignación y repulsión. Solo me reí en su cara. La familia era el punto débil de cualquiera, y a mí, ya me la habían quitado. Lo haría sufrir con eso, con la incertidumbre del porvenir de las personas que le importaban. Tomé mi postura con navaja en mano para poder enfréntalo, con la idea liberadora de obtener venganza. Se lanzó hacia mí en un ataque frontal, que esquivé con seguridad y lancé el navajazo hacia su brazo. La sangre comenzó a chorrearle por su extremidad, con el siseo del dolor entre sus dientes. De inmediato, comenzó a huir; cada vez que intentaba acercarme, tomaba distancia. Si continuaba de esa forma, no llegaría a ningún lado. Fue mi turno de lanzarme, esperando el menor daño posible. Me enterró su navaja en la clavícula. Sí, esa donde había recibido el balazo con anterioridad, esa parte de mi cuerpo que ya tenía insensible. Sonrió sintiéndose victorioso; no obstante, su arma se quedó atrapada en mi carne, no pudo sacarla y fue el momento que aproveché. Le di un puñetazo en la cara, que lo tiró al suelo, me senté sobre él y a pesar del forcejeo, comenzó la carnicería. Huní la navaja en la carne. -Vas a morir y después de ti, el resto de tu familia -Hablé sin misericordia, con cinismo y maldad; ganándome su mirada de terror y las lágrimas de sus ojos. La sangre salpicaba mi rostro, haciendo que parpadeara de manera instintiva. En mis manos sentía la humedad y el calor del líquido rojizo. Mientras mi corazón desenfrenado latía con entusiasmo, mis oídos escuchaban el grito de dolor, mis ojos no se apartaban de la mirada de pánico y mi cerebro exigía más. Más de ese neurotransmisor que me producía placer. Un placer inmenso al que podría acostumbrarme.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD