El silencio reinaba en la habitación.
Paz. Tranquilidad. Quietud.
Mi cerebro se había apagado, las ideas desaparecido y las memorias, apaciguado.
Me dejé caer al piso, agitado, exhausto ante la actividad física y mental que había acontecido. Sentado, mi vista se quedó fija en el cuerpo inerte que yacía frente a mí, cubierto de un rojo que se iba obscureciendo a cada segundo, hundiéndome en el sopor.
No me percaté de cuánto tiempo había transcurrido, pero mi respiración se había regularizado, ya no me sentía cansado, incluso la luz matinal se filtraba, dando aviso del nuevo día. Fueron los rayos del sol los que me sacaron de mi letargo.
Los pensamientos llegaron: el detective.
Me levanté del que había sido mi lugar, para llamar al buen hombre.
-Necesito de nuevo tus servicios –Me apresuré a hablar, antes siquiera de que él lo hiciera.
-¡Vaya! Eso fue rápido. –Escuché la voz somnolienta, con toda certeza lo había despertado. -¿Quieres que nos veamos en el bar? –Sugirió en forma de pregunta.
-No. Necesito que investigues a un tal Justin. El tipo frecuenta el Club Nocturno Pani, tiene perforadas ambas orejas, en las que usa expansiones y está rapado. –Repetí la descripción que me había dado Kamil.
-Bien, me haré cargo. ¿A dónde te llamó cuando tenga la información? –Su respuesta me inconformó, porque yo estaba desesperado por finalizar lo que ya había empezado.
-Te llamó mañana en la tarde, para ver cómo vas –Presioné de manera sutil.
-Al parecer te urge… -Dijo asombrado.
-Un poco, te llamo después -Y terminé la llamada, ya que no deseaba que me hiciera preguntas.
Empecé a limpiar el lugar. Una especie de serenidad me embargó. Saber que un delincuente menos andaba rondando por las calles, era algo bueno. Y aunque consideraba que la familia de Kamil también merecía un castigo, porque a final de cuentas también eran unos delincuentes, no haría nada contra ellos. Después de todo, sus mismas fechorías los arrastrarían de a poco a su propia destrucción, tal como le sucedió a Kamil.
Entonces escuché el timbre de la casa. Maldije. Mis familiares habían dejado de visitarme, desde que dejé de responder los mensajes, las llamadas, y no recibía visitas. ¿Quién demonios podría ser? Vi por la mirilla de la puerta, y sólo porque era él, la abrí.
-Horacio, ¿qué sorpresa? –Lo era, no esperaba que llegara y menos en ese momento.
-Me dejaste preocupado ese día. –Entró sin siquiera ser invitado a pasar. Solo rogaba porque no se le ocurriera pedirme que lo llevara a algún lado de la casa. –Mi buen amigo Elijah, hazme caso, vayamos a la policía. –Evidenció el motivo de su visita.
-¿Para qué? No tengo pruebas para incriminarlo. En este caso, es mi palabra contra la de él. –Le compartí mis conjeturas, mientras nos dirigíamos a la sala.
-Al menos intentémoslo – Insistió con templanza, sentándose. Yo, sin embargo, continué de pie.
-No Horacio. En todo el tiempo que tengo consciente, la policía no ha podido encontrar a los culpables, ni siquiera a uno. Ya no estoy dispuesto a cederles la búsqueda de los criminales que me arrancaron a mi familia. –Y menos, cuando ya me había hecho cargo de uno, andaba detrás del segundo e iba a darles lo que realmente merecían.
-No seas necio, Elijah. Todo se te puede salir de control -Se puso de pie para acortar la distancia, intentando sujetarme de los hombros, pero me di la vuelta. Su insistencia me molestaba.
-No va a suceder –Comencé a caminar hacia la puerta. Una clara señal de que ya no lo quería ahí.
No me iba a convencer, ya había tomado la decisión.
Horacio pareció comprender la indirecta, porque me siguió sin detenerse, para alcanzarme en la entrada principal.
-Sólo, considéralo por favor –Finalizó, poniendo una mano sobre mi hombro con fuerza.
-Está bien –Aunque en el fondo de mi ser, bien sabía que ni siquiera pasaría por mis pensamientos.
Salió de la casa y yo me dispuse a continuar con mis planes. La aparición de Kamil en mi vida, me permitió fijar una nueva meta, que estaba dispuesto a alcanzar a cualquier costo. Inclusive, me encontré experimentando un sosiego que no había tenido en mucho tiempo, el cual, sólo reafirmó mi decisión respecto a mi nuevo objetivo.
Increíblemente, la soledad no me pesó ese día. Empaqué las pertenencias de Sara, así como las de Junior. Separé los recuerdos que consideré que sus abuelos apreciarían tener: fotografías, trofeos, medallas, diplomas. El tener todo en mis manos, me hizo sonreír. Sí, con melancolía y nostalgia; no obstante, en ese preciso instante, fue que la aceptación de lo acontecido, inició. Así como guardaba un objeto en la caja, me aseguraba de guardar la memoria dentro de mí; porque las pertenencias, las cosas materiales se irían, pero ellos viajarían conmigo por siempre.
Eché todo al automóvil, para llevarlo a los respectivos lugares que ya les había destinado.
Y así, transcurrió el tiempo para llamar al detective.
-Necesito más tiempo para conseguirte toda la información. –Respondió a la llamada prontamente. Había preocupación en su voz, quizá vergüenza.
-¿Qué es lo que tienes? –Su oración, me dio el indicio de que tenía algo.
-Simplemente es alguien que se desvió. Viene de una buena familia, con solvencia económica, abandonó sus estudios por andar con unos vagos. Aun no sé dónde vive, ni su rutina… -Me informó prestamente.
-¿Lo encontraste en el Club? –Interrogué.
-Así es, sin problema alguno –Noté cierto orgullo en su declaración.
-Si va hoy al Club, llámame –Le di mi número de celular, porque le daría celeridad a mis planes.
Y me quedé ahí, esperando con paciencia su llamada.
Cuando llegara a casa con él, ¿qué haría? Caminé hacia la cocina, que fue la que me dio la idea. Y trabajé preparando el escenario.
A las tres horas, el teléfono timbró. –Acaba de llegar. –Fue todo lo que dijo, colgó de inmediato y yo, ni siquiera hablé.
Salí casi corriendo al destino ya fijado, repasando mentalmente lo que haría.
Llegué a los 20 minutos, el detective esperaba por mí en la entrada del bar, y solo pude pasar porque él intervino. Así, comencé a cazar a Justin. En el instante que se fue al baño, lo seguí. Cuando lo noté lo suficientemente distraído, le propiné un golpe en la parte posterior de la cabeza, que casi con seguridad tendría una contusión. Se desplomó sobre el piso de vinil, sin meter las manos. Otro golpe con el que tendría que lidiar.
Prácticamente después de la caída de mi víctima, entró mi acompañante. -¡¿Qué mierda?! –Dijo el detective desconcertado.
-¡Ayúdame! –Le solicité acelerado.
-¿Ayudarte? ¿A qué? –Pude ver que estaba consternado, pero no era el momento de titubear.
-A sacarlo hasta donde dejé mi auto –Le informé el plan.
-¡¿Estás mal del cerebro?! ¡Se van a dar cuenta! ¡Debiste hacerlo afuera! –Habló con rapidez, clara muestra de su espanto y su oposición.
-Diremos que está ebrio. Estás en un club, nadie va a sospechar –La coartada se escuchaba creíble. El sonido de la puerta, llamó nuestra atención. -¡Rápido! –Levanté a Justin sin esperar más.
-¡Maldita sea! –El detective pasó ambas manos con frustración por su cabello, apretó los ojos con fuerza y dio un resoplido derrotado. -¡Me vas a pagar el doble! –Sentenció, y mientras tomó el brazo de Justin para pasarlo por sus hombros, sonreí.