1. Una cita
Querida Lectora:
Las primeras líneas son para ti que has leído mi trabajo: ¡Gracias por leerme y seguirme! Te invito a que te sumerjas de nueva cuenta en mi imaginación. En esta ocasión, un poco dramática; pero te aseguro, igual de atrapante que todas las anteriores.
Si eres nuevo (a): Te agradezco que desees darle una oportunidad a esta historia. Te garantizo una trama sumamente interesante, que con toda certeza despertará en ti sentimientos.
En todo caso: ¡Bienvenido (a)! Eres libre de comentar, me encantaría leerte.
.
.
.
El hombre llegó más que puntual a la cita. Después de haber recorrido el pequeño pasillo del edificio miserable, sucio y de mal aspecto; abrió la puerta de la pequeña habitación, percatándose a primera vista de que apenas si tenía una cama, una mesa y una silla de madera; las tres maltrechas, pero recubiertas cuidadosamente de un fino plástico. Haciéndolo consciente que en definitiva, estaban preparadas para lo que acontecería.
Las manos le temblaban, el corazón exigía espacio en su pecho y, la adrenalina corría a gran velocidad por su sistema; no obstante, dio pasos firmes hacia el interior, porque la convicción ante la decisión que había tomado no mucho tiempo atrás, lo impulsaba a seguir.
Dejó la bolsa deportiva que cargaba a un lado de la cama, y caminó hacia la única ventana de la recámara. El escenario exterior, a pesar de estar a cierta altura, le permitía precisar: el pasto frondoso, las flores alegres, los árboles danzando con el aire, los pájaros cantando, infantes jugando; aceptando que, todo estaba lleno de vida. Excepto él. Su semblante entristecido, no cambió ante semejante muestra de vida y alegría. Los recuerdos siempre estaban mezclados, pero su presentación era consistente: uno feliz seguido del agónico, uno emotivo le precedía al nauseabundo; y así, infinitamente.
Sumergido más en sus ideas que en el exterior, fue que el tiempo transcurrió. Y sólo reparó de cuánto había pasado, cuando se giró a ver el reloj en el preciso instante que la puerta se abrió, dándole paso a su cita.
El sujeto inexpresivo, que había conocido hacía un par de días anteriores, cerró la puerta con rapidez, para después saludarlo con un simple asentimiento de cabeza. Se dirigió con confianza hasta la mesa, para dejar la mediana maleta que cargaba con él.
-Vas a tener que darme unos minutos. –El hombre no disimuló su nerviosismo, incluso abandonó la ventana que por un momento lo abstrajo de la realidad.
El sujeto de inmediato se quedó estático, pero clavó la vista en su cliente. -Te recuerdo que si te arrepientes, no te devolveré el anticipo. –Le habló con calma.
-¡No! ¡No me he arrepentido! –Respondió de mala gana, caminando un tanto desesperado por el pequeño espacio.
-Bien. ¿Trajiste el resto del dinero? –Le preguntó a su cliente, por la repentina desconfianza que lo embargó.
El hombre caminó hacia la bolsa, que el otro sujeto no había vislumbrado por la perspectiva; la tomó con molestia, y terminó lanzándola a la cama. –¡Ahí está! –Casi gritó.
Una muestra de emoción. El sujeto levantó ligeramente las comisuras de sus labios, en un intento de sonrisa; de esa manera, retomó lo que iba a hacer desde que llegó. Abrió la maleta con cuidado, dejando ver su contenido.
-¡Espera! –De nuevo la angustia invadió al hombre. El cual, comenzó a caminar a mayor velocidad por el pequeño espacio, pasando en reiteradas ocasiones sus manos por su cabello o por su rostro, mostrándose tenso, quizá hasta temeroso.
La calma y la inexpresividad del sujeto, regresaron -Sólo me estoy preparando. Después de todo, ya has pagado por este tiempo. Supongo que esperaré hasta que te sientas listo. –Dijo, mientras sacaba su traje de material desechable. –Lo mejor será que te sientes, que te sumerjas en tus buenos recuerdos y de esa manera, lograré hacer mi trabajo –
Buenos recuerdos.
Las dos palabras, hicieron que el hombre repentinamente se detuviera a mitad del lugar. Cerró los ojos y pasó una de sus manos por su cabello, en un ingrávido intento de controlar la tormenta de sentimientos que provocaban los recuerdos. La media sonrisa se dibujó en su rostro, con esa mezcla de tristeza, sufrimiento, frustración y burla ante lo que le dijo su, por el momento, empleado.
-Yo tenía una familia, ¿sabes? –El tono de voz que usó fue de coraje, rencor, furia. –Y todo lo que hice, incluso esto que voy a hacer, forma parte del amor que aún les tengo –Abrió los ojos, casi al instante de posarlos sobre el sujeto; que ya lo veía, con cierto fastidio y arrepentimiento. Arrepentido, porque sentía que el hombre comenzaría un monólogo del que no quería ser partícipe; sin embargo, descubriría que ya era tarde. Lo único que le quedaba, era guardar silencio y no provocarlo de nuevo; así que, simplemente, continuó con su labor. -¡Oh! ¡Sí! ¿No quieres escuchar la historia? –El hombre cuestionó con mofa, pero el sujeto no respondió.
La mirada se le obscureció. El hombre se había transformado, del nerviosismo que anteriormente había manifestado, la ira se había apoderado de él; la cual, era notoria en su respiración, en su postura; su completa expresión corporal, daban el aviso de que realmente era un hombre al que debía temerse y tener precaución. Inclinó su rostro, hasta el punto que se escuchó los huesos del cuello tronar.
El sujeto, por un breve instante, deseó que su empleador no fuera a perder la compostura, ya que aún no se encontraba preparado. Y por los trabajos que le había hecho, sabía de lo que era capaz.
-¡Oh! ¡Vamos! –Se giró para quedar frente a frente -¡Qué tengo grabado a detalle aquel día! ¡Desde que salió el sol! ¿No vas a preguntarme?... –
Y sin esperar respuesta, le narraría lo que el sujeto no quería saber…