-Amigo, necesitas disimular –El sujeto ya entrado en años, llamó mi atención.
-Disimular, ¿qué? –Bebí de mi refresco, fingiendo que no sabía de lo que hablaba; en tanto que el sujeto, se dejó caer en el asiento frente a mí.
Se inclinó sobre la mesa, acortando ligeramente la distancia. -Desconozco qué te haya hecho Kamil, pero si lo que deseas es encontrar la oportunidad para golpearlo, necesitas ser más discreto –Reveló casi en un susurro.
-¿Lo conoces? –El que dijera su nombre me sorprendió.
-Eso es lo de menos. Sólo te estoy dando un consejo. –Se puso de pie y estaba a punto de irse.
-¿Por qué? –Mi pregunta fue honesta. Era un desconocido.
-¡Ah! ¿Estás interesado? –Sonrió victorioso y regresó a su antiguo asiento.
-Interesado, ¿en qué? –Ya se había ganado mi completo interés.
-Te ofrezco mis servicios. –Fruncí el ceño. –Soy un detective privado, muy discreto, nadie sabrá que me contrataste para golpear a ese delincuente. –Eso explicaba todo. Él era un experto, por eso se percató de mi insistencia visual; y al parecer, buscaba empleo. Se inclinó ligeramente sobre la mesa una vez más. -Kamil es un estafador, un simple ladrón, y no dudo que estés buscando que te devuelva lo que sea, que te haya robado –Me había arrebatado a mi familia, pero no se lo diría.
El detective tenía razón, debía ser más inteligente.
-De acuerdo. –Sonrió de felicidad. –Quiero su rutina, su dirección, su número de teléfono, si tiene familia y el nombre de sus amistades. –Con esa información, sería mucho más fácil la caza.
-Tendrás todo eso mañana, en esta misma mesa a las 6 de la tarde. –Estrechó mi mano con entusiasmo, se levantó y se fue sin más.
Me levanté hacia la barra, justamente donde estaba el joven Kamil. Me coloqué a un lado de él, mientras escuchaba su conversación banal con la mujer de turno, observé su tatuaje. No había duda, era él. Pagué de inmediato y salí del bar con la emoción desbordándome.
Llegué a casa de Horacio, necesitaba compartir mi descubrimiento con alguien. ¡Quién mejor que él! Mi fiel compañero laboral, que había trascendido al plano personal.
Se sorprendió un poco al verme cuando abrió la puerta, pero se recompuso rápidamente. -¡Me alegra demasiado verte repuesto! –Me abrazó con calidez, permitiéndome entrar a su hogar.
-¡Elijah! –Marie, se puso de pie a prisa tan pronto me vio, para envolverme también en un cálido abrazo. -¿Quieres algo de beber? –Me ofreció con efusividad.
-Estoy bien Marie, eres muy amable –Le sonreí con gratitud ante sus atenciones.
-Los dejo, para que puedan hablar. –Nos hizo saber con una amplia sonrisa en su rostro, mientras apretó el brazo de Horacio como una muestra de afecto. –Me dio mucho gusto verte –Me habló con sinceridad y terminó abandonando la sala.
-Siéntate por favor –Horacio se sentó en el sillón individual. -¿A qué debo el honor de tu visita? –
Pero yo, estaba tan emocionado, que me mantuve de pie. –Encontré a uno de los culpables –
Su semblante cambió, poniéndose de pie al instante, quedó frente a mí. –Pero dijiste que todos usaban capuchas –
-Así es, pero uno de ellos tiene un tatuaje, esa noche se lo vi, y pude reconocerlo cuando lo volví a ver –Resumí torpemente lo acontecido.
-¡Esas son muy buenas noticias! –Aceptó, haciéndose partícipe de mi vehemencia. -¡Hay que ir con la policía, para que amplíes la declaración! –Comenzó a caminar hacia la puerta. Ese corto trayecto, lo vi en cámara lenta.
Me quedé estático en mi lugar. La policía. ¿Eso quería para él? ¿La cárcel? ¿Era suficiente castigo? Sin considerar la pérdida de tiempo del juicio y que, posiblemente hasta le darían pocos años. Sumándose la probabilidad de que la policía, lograra sacarle el nombre del resto que participó en el delito.
¡No! Mis planes eran diferentes. Séfora, Junior y Sara, merecían que sus victimarios pagarán el haber tomado de ellos algo irremplazable: su vida. Yo, merecía justicia.
-No, Horacio –Interrumpí su andar. La convicción se había fijado en mi cerebro. No había estado más seguro en toda mi vida de lo que quería.
-¡¿Qué?! – Se detuvo, mirándome incrédulo -¿Vas a dejar que ese delincuente ande suelto? –Cuestionó con molestia.
-No. –Negué además con la cabeza, mientras caminaba con dirección a Horacio -Yo quiero hacerlo pagar –Revelé mi siniestro pensamiento.
-¡Estás pendejo, Elijah! ¡Casi te matán! –Me tomó de los hombros con desesperación, sacudiéndome, tratando de sacarme la idea. -¡Vamos a la policía! –Insistió.
-No, esta vez, voy a estar preparado –Me solté de su agarre, con pleno conocimiento de que él no secundaría mis planes.
-¡Joder Elijah! –Alcancé a escucharlo cuando salí a toda prisa.
La idea me renovó por completo. Ahora tenía una meta: encontrar y hacer pagar a todos los culpables de la muerte de mi familia.
Al día siguiente llegué más que puntual al bar. Pedí lo que ahora estaba acostumbrando a beber: refresco de toronja.
A la hora pactada, el detective entró, esbozó una sonrisa cuando me vio, y con prontitud se dirigió a mi mesa.
-Lo prometido. –Extendió la carpeta donde se encontraba la información.
-¿Cuánto te debo? –Le pregunté. Y aunque estaba ansioso por leer todo lo que me llevó, me contuve de hacerlo en ese lugar.
-Dos mil –Se relamió los labios cuando extendí el dinero. El cual, tomó con rapidez.
-¡Toma mi tarjeta! –Sacó lo mencionado de su bolsillo, con presteza me la ofreció. -Si necesitas de nuevo mis servicios, puedes localizarme en ese número. 24 horas. –Me aclaró, mientras yo agarraba el pequeño papel.
-Ten por seguro que te llamaré –Si mis planes daban resultado, era casi seguro que lo volvería a llamar. Tomé la carpeta y salí del lugar.
Lo acepto, estaba emocionado. Saber que el tiempo estaba contando para Kamil, me llenaba de satisfacción.
Llegué a casa apresurado, abriendo los documentos con desesperación, comencé a leer la información:
Kamil Frank.
22 años.
Soltero.
Hijo menor de cuatro.
Escolaridad: Secundaria.
Su historial familiar era delincuencial. Todos y cada uno de sus familiares, había estado preso por fraude; era un milagro para él ser la excepción. Sin embargo, él y yo, sabíamos que además era un ases¡no. Un homicida desde el momento en el que no intervino en lo absoluto. Tal vez él no había jalado el gatillo, pero siendo testigo, decidió callar.
Presté suma atención a su rutina. Estudiándola a detalle, sabía cuándo y dónde atacarlo.
Aquella noche de sábado llegué al bar donde lo descubrí. Era ese lugar donde usualmente llevaba sus conquistas baratas, una vez al mes. Les invitaba un trago para poder cogérselas con total libertad y sin culpabilidad alguna. Salieron del callejón después del vulgar y depravado acto, y seguí a la feliz pareja. Era irónico, que el caballero acompañara a la dama hasta su casa.
Estaba nervioso, el corazón golpeaba con fuerza mi pecho, las manos me sudaban dentro de los bolsillos y mis pensamientos me traicionaban, queriendo que desistiera de hacer lo que me había propuesto. Mientras Kamil, ajeno a su alrededor, iba silbando, seguramente consideraba su noche finiquitada, todo acorde con su rutina. La calle donde había dejado mi auto estaba cerca, acorté la distancia cubriéndome por completo el rostro y mirando en todas las direcciones, me aseguré que las calles estuvieran desérticas.
-¡Pst! –Llamé su atención a escasos centímetros detrás de él, provocando que se girara desconcertado y con premura.
Recibió un golpe certero en el mentón, que lo noqueó con efectividad. Actué a gran velocidad, lo atrapé en el aire y lo cargué los pocos pasos que faltaban para llegar a mi auto. Lo lancé en la parte posterior, y todo el trayecto para subir al asiento del conductor, volví a girar en todas las direcciones de la calle.
Avancé unas cuántas calles, volví a estacionarme para pasar cinta adhesiva en las manos y en los pies de Kamil, porque no quería que si recobraba el sentido a mitad de camino hacia nuestro destino, intentara escapar. Lo llevé a mi casa. Por la hora que era, no había nadie en las calles; además, Kamil no había despertado, eso lo mantuvo oculto todo el tiempo en la parte de atrás del auto. La sensación de satisfacción, aminoró el nerviosismo, ya que todo estaba resultando tal como me lo propuse.
Me estacioné dentro de la cochera, antes de salir, esperé hasta que la puerta automatizada se cerrara completamente. Para ese momento, ya había sacado el auto de Séfora, para tener libre la otra mitad del lugar. También, había colocado una silla en medio, porque decidí que ahí estaría mi invitado; el cual, aún permanecía inconsciente. Lo acomodé y amarré a la silla, esperando pacientemente sentado frente a él, hasta que despertó.
-¿Dónde mierda estoy? –Estaba aturdido, movió la cabeza en varias ocasiones e intentó enfocarme.
Una extraña sensación me recorrió. Tenerlo frente a mí, con esa vulnerabilidad que yo había conocido hacía casi dos años atrás, y que se sumaba a mi conocimiento de que él era culpable; despertó en mí un hambre y sed por aniquilarlo. Un instinto de superioridad, saber que podía tomar de él su vida, sin que pudiera impedirlo.
¡Un monstruo estaba despertando en mí!