5. Motivo para vivir

1257 Words
Un año después… Me había convertido en un fantasma. Un espectro que deambulaba por cada bar de mala muerte de la ciudad. No había duda de la poca monta de los lugares, ni de la clase de personas que los frecuentaba; pero eran los mejores lugares para perderte. La mayor parte del tiempo, no tenía idea de cómo regresaba a casa; simplemente, cuando abría los ojos, descubría que estaba tirado en la entrada, en la sala, en la cocina, en el sillón y si tenía mala suerte, en alguna habitación. ¿Por qué mala suerte? Porque cuando observaba las pertenencias de mi familia, cuando percibía el olor que aún guardaba el lugar, no podía contener el llanto; la angustia, la soledad, el vacío me golpeaba con fuerza, provocando que sintiera con mayor intensidad mi infortunio. En contadas ocasiones, Horacio iba a sacarme. Escuché su pesado suspiro detrás de mí. –Elijah, vamos a casa –Su voz cansina no pasó desapercibida. Ya llevaba un buen rato ahí, tal vez dos botellas de cualquier licor barato. La calidad era lo de menos, siempre y cuando lograran el efecto deseado: disminuir o liberarme de mí pesada carga. -Horacio, no hay nadie esperando por mí, ¿a qué regreso a casa? –Cuestioné sin ganas, y lo más seguro era, que la torpeza de mi lengua se debiera a los efectos del alcohol en mi cuerpo. Me giré a verlo, porque se sentó en el banquillo que estaba libre a un lado de mí. -¿Quieres compañía? –Me respondió con otra pregunta. -No quiero cualquier compañía –La última vez que mencioné que necesitaba de atención, me llevó con una prostituta, y no fue para nada lo que ella esperaba. En algún punto, terminé rogándole que fingiera, qué aparentara tener una vida conmigo, que yo era su amor y protector, tal vez a ella sí podría hacer feliz, tal vez a ella sí podría cuidar. Llorando le supliqué, que me hiciera pensar en otra cosa, que me ayudara a olvidar. Sin embargo, cuando se cumplió su tiempo, ese por el que había pagado, se fue, dejándome tan solo como me encontró. -Elijah, no ganas nada haciendo esto, al contrario, estás a punto de perderlo todo… -La indignación me recorrió. -Ya lo perdí todo, eres tú quien no se da cuenta… –Le hablé lleno de la furia que su comentario despertó. -¡Vas a perder la casa! –Tomándome del brazo, me habló con desesperación. –Ya perdiste el empleo, estás gastando todos tus ahorros, y sigue la maldita casa –Suavizó un poco su tono, dedicándome su mirada compasiva. –Séfora no habría querido eso. –Susurró. Escuchar su nombre, cambió la ira por desasosiego. -Séfora se casó con un perdedor, ella murió por mi culpa, yo debí haber muerto con ellos… - -¡Y casi mueres con ellos! Recibiste cinco disparos, –jaló mi camisa, para presionar sus dedos en la cicatriz de la clavícula, por dónde había salido una de las balas, –luchando contra ellos, Elijah. Te superaban en número, estaban armados, fue una suerte que sobrevivieras… –Todo lo que me dijo estaba lleno de desesperación, de la desazón que le producía verme en aquella situación; pero yo, no tenía justificación para seguir con vida. -Suerte que maldigo. ¿Acaso crees que la casa no me los recuerda? Cada día que pasó sin ellos es un suplicio… -Lo interrumpí, haciéndole notoria mi zozobra. -Entonces, ¿simplemente te estás dejando morir? –Me cuestionó con enfado, soltando mi camisa con fuerza. -Es lo que quisiera, morirme de una buena vez… -Confesé. Las lágrimas, salieron sin preverlo y el sentimiento opresivo en el pecho, se manifestó con intensidad. -¡Date un disparo en la cabeza entonces! –Explotó con tono ofendido -¡Deja de estar preocupando a las personas que te aprecian! Tus suegros, tus cuñados, tus padres, tu hermana y tus amigos, vamos a comprender tu cobardía… -Mentira, nadie jamás iba a comprender mi situación. -Quisiera que perdieras a Marie, a ver si te sigo pareciendo un cobarde… -Le solté, a final de cuentas, era lo que pensaba. -¡Eres un necio! –Dijo exasperado. En ese momento, vi entrar a la prostituta al bar, a esa que él me había contratado hacía ya muchos días atrás -¿Quieres que retome mi vida? –Le di el último trago a mi bebida, para ponerme de pie. -Quisiera que al menos intentaras vivirla –Y otra vez apareció el tono cansado. -¡Bien! Comencemos entonces –Caminé hacia la mujer, que venía acompañada de un hombre joven. –¿Me recuerdas? Quiero que me des un servicio –Si eso era lo que quería Horacio, por esa ocasión estaba dispuesto a dárselo. -¿De qué estás hablando? No tengo la menor idea de quién eres –La joven me habló desconcertada, con la clara muestra de sentirse insultada. -Elijah, ¿qué estás haciendo? –Horacio se acercó con rapidez. -Disculpa, la señorita viene conmigo –El joven intervino casi al mismo tiempo. -¡Oh! ¡Vamos! Aquella noche te pagué muy bien –Pero ignoré a ambos hombres, y me dirigí de nuevo a la chica, tomándola del brazo para intentar que me reconociera. -¡Suéltame! –Habló con el miedo siendo expresado en su rostro. La mano joven y masculina, me tomó de la muñeca y le vi el tatuaje en el dorso. La sensación estupefacta, prácticamente eliminó la borrachera –Señor, creo que está confundiendo a la señorita –Levanté la vista con rapidez, para descubrir al dueño de ese tono calmo, que se asemejaba al de aquella noche, sólo que no tembló ante la situación. -Sí, discúlpenlo. –Me dejé arrastrar por Horacio, pero sin quitarle la vista al joven. -Ha bebido demasiado. –Me jaló hacia la salida del bar, sin encontrar mayor resistencia. Haría caso a la frase que dijo Horacio; sí, yo estaba alcoholizado. Sólo porque necesitaba estar lúcido para tener mayor claridad en mis pensamientos. . . . Al día siguiente regresé al bar en busca del joven. Me quedé ahí, esperando sin tomar una sola gota de alcohol. Quería asegurarme de que no había alucinado. Aunque si lo encontraba, ¿qué iba a hacer? ¿Qué le diría? Mi estado deplorable no sólo era mental, se extendía a mi cuerpo enclenque. De aquel cuerpo de luchador no quedaba rastro. Necesitaba reponerme. Necesitaba trazar un plan. Gasté días, horas, minutos en el bar. Obsesionado. Esperando con impaciencia. Mismos días que dejé de beber, comencé a comer bien, a hacer ejercicio e intenté cambiar mi apariencia; porque si era verdad, si no había sido un delirio, no quería lucir como el mismo hombre al que habían destrozado, no quería que me reconociera. Aquella tarde de invierno, en la que de nuevo lo vi entrar con una mujer a la que no presté atención, mi corazón se aceleró. Ya sólo requeriría de la última confirmación: ver el tatuaje. Entonces, mientras lo observaba, él estaba riendo con total libertad. Fue cuando mi descubrimiento fue aún mayor: él había seguido con su vida, y los demás seguramente también. Y yo, durante todo ese tiempo, me había estado pudriendo en mi dolor, porque ellos me habían arrancado mi felicidad. La rabia me recorrió abrupta, llenándome de rencor, la idea se incrustó en mi cerebro: los cazaría. Ellos merecían sufrir más que yo. Y sería yo, el que les proveería de una muerte agónica.
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