El Cazador

10. Harper (Parte 2)

Me senté afuera de la lavandería, meditando. Alcanzaba a escuchar a Marie pidiendo ayuda, no obstante, ya tenía la seguridad que no era lo suficientemente audible para llegar tan lejos. Tenía que trazar un plan, porque si bien, usaría a Marie, no la mataría.

Primero, estaba seguro que intentaría huir; así que, tenía que estar preparado para ello. La habitación más cercana a la lavandería, estaba justamente al frente. Me puse de pie y caminé hacia ella. Al parecer era una de invitados, porque lucía pulcra y sin uso. Comencé a detallarla: las paredes de color blanco resaltaban las decoraciones celestes, la cama era de madera y el colchón no tenía sábana, sino un plástico que lo protegía del polvo. La ventana era alargada, que iba de extremo a extremo de la recámara, era realmente impresionante la luz que entraba por ella; llegué a titubear ante la idea de utilizar ese lugar para encerrarla, pero lo que me hizo considerarlo, fueron las protecciones que tenía el cristal. Me acerqué para asomarme hacia el exterior, y no había nada para que pudiera escapar por ahí, ya que sólo contaba con un alfeizar si acaso de 5 centímetros. Bajé para buscar herramienta, que sabía estaba en el sótano.

-¡Elijah! ¡Aun estás a tiempo de arrepentirte! ¡¿Me escuchaste?! –Gritó desesperado Horacio, pero lo ignoré.

Llegué a la planta inferior, donde encontré el martillo y algunos clavos, así como unos radios intercomunicadores y una cuerda, eso me ayudaría. Volví a subir con los objetos que había encontrado, y por supuesto que Horacio volvió a suplicarme que no tocara a su esposa, obteniendo el mismo resultado, mi desentendimiento.

Los calvos, me sirvieron para asegurar la ventana, de esa forma, Marie no tendría oportunidad de abrirla y gritar por ayuda. Me aseguré también, de que no hubiera teléfonos o alguna otra cosa con la que pudiera comunicarse al exterior. El resto de objetos simplemente los dejé ahí, sobre la mesita. Ese era el momento de ir por Marie.

Abrí la puerta y en efecto, ella comenzó lanzando todo lo que encontraba en sus manos.

-¡Elijah! ¡No sé qué demonios te pasa, pero esto no tiene nada de divertido! –En cada palabra, seguía aventándome cosas. -En cualquier momento llegará Horacio y es mejor que no te encuentre aquí, de lo contrario, seguramente su amistad se verá afectada. –A cada paso, iba esquivando los objetos, hasta que acorté la distancia por completo.

La tomé con fuerza de una muñeca, levantándola por encima de su cabeza y provocando que gritara, como si ya estuviera haciéndole daño. Con el brusco movimiento, la forcé a pegarse a la pared, mientras con mi otra mano, la aprisionaba por el hombro entre mi extremidad y el cemento.

Acerqué tanto mi rostro, que nuestras respiraciones se mezclaban. –Vas a obedecer en todo lo que te digo; de lo contrario, te voy a hacer muchísimo daño. –Sus ojos se abrieron con sorpresa ante la amenaza.

-Elijah, por favor vete. Te lo suplico. No quiero que Horacio te encuentre aquí. –Habló tan rápido y con temor, que me provocó sonreírle con cinismo. Toda su actitud lo único que hacía era ayudarme.

-Horacio ya está aquí. Y si no me obedeces, también le haré daño a él. –Su respiración se aceleró demasiado, las lágrimas comenzaron a caerle de los ojos y terminó por asentir.

-Te voy a cambiar de habitación, te voy a poner cinta en las manos, porque no quiero que me lances cosas de nuevo. –Cerró los ojos, derrotada, y me ofreció sus manos con sumisión, clara muestra que obedecería. Comencé a pasar la cinta por sus manos, asegurándome que no pudiera zafarse. -Sé que no vas a intentar correr, porque simplemente no puedes. –La tomé del brazo sin cuidado, forzándola a caminar un paso adelante de mí.

Abrí la puerta de la lavandería, justo cuando estábamos a punto de salir, fue que la tomé con fuerza por su cintura con mi otra mano, y me acerqué hasta su oído. –Voy a disfrutar tanto de tu cuerpo. –

-¡No, Elijah! ¡No! –Empezó a gritar y a oponer resistencia corporal, pero yo seguí empujándola. -¡Por favor! ¡No! –A los pocos segundos, la voz de Horacio hizo eco por la casa, maldiciéndome. Atravesar el pasillo, en medio de los gritos desesperados de ambos, me hizo sentir satisfecho.

Entramos a la habitación, donde sin medir la fuerza, lancé a Marie a la cama, haciendo que rebotara. Dejé la puerta abierta a proósito, y tomé la cuerda con la que amarraría a la mujer a la cama.

-¡Por favor! ¡Por favor! –Observé su rostro, su expresión llena de pánico, con las lágrimas saliendo a caudales; y yo, yo pensé en Séfora. Ella había abandonado la vida en angustia, sabiendo que su hijo, nuestro primogénito había muerto; incluso, tal vez, hasta murió en sus brazos.

Las extremidades superiores de Marie, quedaron inmóviles sobre su cabeza, fijas a la cama; mientras el resto del cuerpo podría moverse si lo deseaba. Tomé la silla que estaba frente a un pequeño escritorio en la habitación, lanzándola con frustración, liberando la ira que me recorría. Mi acción provocó que Marie se asustara aún más, gritando en el proceso. Levanté la silla, para lanzarla de nuevo; así, un par de veces, con la voz de ella retumbando por la habitación. En lo que yo liberaba toda esa energía negativa que transitaba por mi cuerpo.

Tenía mi corazón un poco agitado, cuando la última vez que tomé la silla, la usé para sentarme a retomar mi respiración. El verme apaciguado, la calmó también, aun cuando me observaba con desconfianza y miedo. –Te voy a decir algo Marie. –A pesar de que hablé con tranquilidad, ella siguió viéndome en silencio. -Lo que le voy a hacer a Horacio, tiene una razón y te vas a enterar. –Me puse de pie, yendo hacia la mesita donde había dejado los demás objetos.

-¿A qué… A qué te refieres? –Tartamudeó. Encendí el intercomunicador, sincronizando el canal de ambos y probándolo para asegurar que funcionaría mi plan.

-Ya lo sabrás. –Fue lo último que dije y salí de la habitación, cerrando la puerta detrás de mí.

Necesitaba que ella estuviera enterada, no para que me perdonara, ni para que tuviera compasión de mí, ni siquiera para justificarme; sino para que comprendiera que tenía motivos.