10. Harper (Parte 3)

1210 Words
Desabroché mi pantalón antes de bajar, despeiné mi cabello y mi rostro de placer no lo fingí. Horacio no tenía por qué saber, que el placer era provocado por su segura aflicción y desconsuelo. Bajé por las escaleras, viendo cómo estaba removiéndose en su lugar, en su inútil y patético intento por librarse. Tan pronto me vio, dejó de luchar contra la silla, dedicándome una mirada llena de desprecio y dolor. -¡Eres un maldito hijo de puta! –Me miró de arriba abajo. Le sonreí con malicia pero sin responder, porque antes de encararlo tenía que preparar el escenario. Me acerqué al mueble de la sala, ese que exhibía las fotografías de la feliz pareja que vivía en esa casa, para acomodar con disimulo mi celular en un buen ángulo, dónde se pudiera ver todo. Después, encendí el intercomunicador, dejando presionado el botón para que Marie escuchara toda la conversación. -¡Uy! ¡Discúlpame por no haberte invitado! –Me giré para quedar de frente a él, pasé una de mis manos por mi cabello, intentando acomodarlo; mientras con la otra sostenía un portaretratos. -¡Qué bien guardadito te lo tenías! ¡Ella es… Una belleza! -Moví la fotografía en mi mano con cinismo, le di media sonrisa y le guiñé un ojo. -¡Bastardo mal parido! –Lo vi removerse de nuevo, luchando contra los amarres. -¡Ella no tenía nada que ver con esto! –Gritó con furia, permitiendo un par de lágrimas escaparse de sus ojos. -¡Ni Séfora! –Le recordé a mi esposa, porque había despertado la furia en mí. -¡Pero a ella no la tocaron! –Se atrevió a argumentar. -¡No, la mataron pendejo! –Descargué un poco de mi ira con el portaretratos, lanzándolo con violencia al piso. -¡Yo no les dije que los mataran! –Me habló con rabia, hablando de toda mi familia. Eliminé la distancia que había entre nosotros, rugiendo frente a su rostro. -¡Fuiste tú quien los envió! ¡Sólo quiero saber por qué! ¡¿Por qué?! –Grité, porque al igual que él, las entrañas controlaban la lengua. -¡Porque necesitaba crecer en el Corporativo, ¿de acuerdo?! –Me sostuvo la mirada, fulgurando cólera y menosprecio. -¡Tengo el doble de años que la mayoría de ustedes trabajando en la compañía, y no he logrado acercarme a ser candidato siquiera para ser socio! ¡Tú eres muy talentoso, pensé que si lograba hacerme de al menos de dos de tus clientes no te afectaría en lo absoluto! –Lo dejé hablar con libertad, percatándome del nivel de envidia y complejo de inferioridad que tenía; sin embargo, era muy estúpido. -¡¿Y no consideraste, idiota, que me iba a dar cuenta?! ¡¿Cuando inexplicablemente las cuentas las estuvieras llevando tú?! –Le hice ver el hueco en su idea. Fue cuando esquivó mi mirada. -Ya tenía todo planeado, no te hubieras dado cuenta. – Tomé su rostro con fuerza, obligándolo a verme de nuevo. Y justo cuando estaba a punto de continuar con la discusión, su expresión cambió. Sus ojos cristalizándose, el ceño frunciéndose ligeramente y los labios temblando. -¿No lo entiendes? Yo nunca busqué que sucedieran las cosas de esa forma, quería los códigos, sí; pero no a ese costo, todo se salió de control. Fue algo que no pude prever. – Se estaba desmoronando frente a mí. Lo solté con rudeza, para girarme hacia el radio. –De cualquier manera, uno se hace responsable de sus decisiones y es responsable de lo que causa. –Solté con despreocupación. Apagué la transmisión especial que le estaba haciendo a Marie, ya había escuchado lo necesario y la tortura no tenía por qué oírla. Así mismo, detuve la grabación. Fui por un recipiente con agua a la cocina, para verter el líquido sobre Horacio de forma abundante, permitiendo que se derramara sobre el piso creando un charco. -¿Qué vas a hacer? –Preguntó desconcertado, pero no respondí, me limité a traer el arma de electrochoques que no le había devuelto al detective, y lo disparé hacia él. Lo vi convulsionarse ante la descarga eléctrica, que seguramente fue más intensa de lo normal, debido al agua que lo empapó. Los gritos que daba, provenían desde lo más profundo de su ser, los cuales disminuyeron de súbito, cuando perdió el conocimiento. Cambié el cartucho del arma, me senté cómodamente en el sillón, esperando a que despertara; pero, a los cinco segundos después, el reloj de péndulo se escuchó dando aviso que eran las ocho la noche. A diferencia de los demás delincuentes, no podía perder tiempo en lo que debía hacer, porque no lo tenía. Estaba en casa de Horacio, y en cualquier momento alguien podía llamar o tocar a la puerta. El castigo que le infringiría, no se compararía con el de los demás. Estaba ahí para mortificarlo, para hacerlo pagar con sufrimiento sus acciones. Y lo único que se me ocurría era utilizar a Marie; sin embargo, sólo contaba con al menos 12 horas. Me levanté para ir por la escoba, tomé un cuchillo y mientras esperaba a Horacio, afilé el extremo del palo. Finalmente abrió los ojos. En medio de su desconcierto, me acerqué para susurrarle al oído, -Marie es una delicia. – -Maldito perro. –Apenas si alcanzó a responder, con las lágrimas abandonando sus ojos. -Me voy a divertir tanto con ella, Horacio; pero no te preocupes, para ti todo pronto terminará. –Lancé la descarga eléctrica una vez más, viéndolo retorcerse del dolor hasta que perdió la consciencia de nueva cuenta. Salí al jardín trasero, donde Marie tenía una hermosa rosaleda, dividida por colores. El aroma que desprendían era exquisito, y a pesar de que la belleza y el aroma no iban acorde con el despojo humano que sería exhibido ahí, lo consideré apropiado, después de todo, a los muertos se les lleva flores. Hice un pozo en la tierra, para tener todo preparado. En medio de su desmayo, libré a Horacio de la silla, arrastrándolo por toda la casa hasta tenerlo frente al pozo. Levanté el rostro al cielo, cerré los ojos y di un profundo respiro, conteniendo el aire en mis pulmones, los rostros de Séfora, Junior y Sara aparecieron. Exhalé, para que en la siguiente inhalación, la cólera se adueñara de mi cuerpo una vez más. Tomé el palo, y la parte puntiaguda la hundí en la carne del hombre frente a mí. Recobró la consciencia con agonía, la cual no le duró mucho, seguramente el dolor lo hizo desmayarse. Levanté el cuerpo con el palo dentro de él, para que el extremo de la escoba que tenía la cabeza de púas, quedara en el pozo; fue cuando terminé por cubrir por completo el hueco con tierra. Eso permitiría a la gravedad continuar haciendo el trabajo que yo había comenzado. Ahí, el cuerpo comenzaría a deslizarse con lentitud, hasta desgarrar cada órgano por dentro, tal como me encontraba yo, destrozado en el interior. Me senté frente a mí creación, observando cada vez que Horacio se despertaba con el dolor, para verlo desvaneciéndose con constancia, hasta que falleció.
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