La claridad que desencadenaba el acto, llegó. En ese instante, los pensamientos me condujeron hacia las decisiones que debía tomar, ya sólo sería cuestión de que las concretara para que dejaran de ser simplemente ideas.
“Red,” estaba de nuevo esperando por mí. –Vamos a la habitación. –Habló con tranquilidad.
-No, tengo otro asunto. –Empecé a caminar hacia él, dispuesto a salir del edificio por la seguridad que me embargó en ese momento.
-Sólo date un baño y cámbiate de ropa, ya después puedes salir. –Insistió con seriedad, paseando su vista por mi anatomía. Entonces, comprendí lo que pretendía y solo asentí, para terminar siguiéndolo de nuevo.
Llegamos a la habitación, donde me di un baño con agua helada. Con la convicción adueñándose a cada segundo de mi voluntad: iría tras Horacio. Cuando creí que todo estaba a punto de terminar, apareció el verdadero autor intelectual. Se entregó por sí solo y no pude haber estado más que agradecido. Después de todo, la vida de Harper había estado peligrando.
Mi cabeza se encontraba saturada de repulsión, creada por la herida profunda que me había provocado el saberme traicionado, con pleno conocimiento de que no lo merecía. ¿Hasta qué punto había llegado la enviada de una vida que Horacio no tenía? La respuesta, que había sido materializada, era la consecuencia que me tenía sufriendo. Él merecía el mismo infortunio y agonía que yo.
Eran las 5 de la tarde cuando llegué a la Residencia Steel. Fue Marie quién abrió la puerta, y eso sólo terminó por armar en mi mente los actos que finalizarían con la cacería.
-¡Elijah! ¡¿Qué sorpresa?! –El saludo, vino acompañado con la expresión cándida de Marie.
-¿Cómo estás Marie? –Sonreí con pesar, porque a pesar de todo, ella sería una víctima al igual que mi familia.
-Muy bien, gracias. ¿Cómo has estado tú? –Noté su genuino interés y preocupación.
-Sobrellevando las cosas. –En eso no le mentiría.
-Horacio aún no regresa del trabajo, pero puedes esperarlo. –Se apresuró a hacerse a un lado de la puerta. -¡Pasa! ¡Qué grosera soy! –Reaccionó realmente apenada.
-No quisiera ser una molestia, Marie. –Mi inconsciente me hizo actuar por impulso, pero lo aplasté de inmediato. No había marcha atrás.
-¡Por supuesto que no eres una molestia! ¡Sácate eso de la cabeza, Elijah! –Entré a la residencia, entonces escuché a la mujer cerrar la puerta y venir detrás de mí, mientras me dirigía hacia la sala. Esa habitación que alguna vez nos recibió a Séfora y a mí, en alguna tarde de diversión.
-Eres muy amable Marie. Sólo tengo que advertirte que tendrás un acompañante un tanto aburrido. –Fue un intento de bromear, porque ya ni eso me quedaba.
-¡Qué cosas dices! ¿Quieres un café? –Su amabilidad, lo único que provocaba era a mi inconsciente, pero no cedería. Asentí en varias ocasiones y me sonrió, para guiarme hacia la cocina.
La vi preparar la mezcla homogénea en medio de una charla mundana. La cual no provocaba ningún sentimiento en mí. Mi atención estaba dirigida en otros eventos. Eventos que por el momento sólo se desarrollaban en mi cabeza. Miré la hora, y sabía que Horacio estaba a punto de llegar. Debía darle más que una sorpresa cuando lo hiciera.
-Hace algún tiempo, le sugerí a Horacio que mudara la lavandería a la segunda planta… -Recordaba la conversación a la perfección.
Ella me interrumpió. -¡Sí! Por mi problema de la rodilla, no puedo subir y bajar tantas escaleras. –Confirmó, lo que en aquella época mi amigo me había dicho.
-Supongo entonces que lo hizo. –Horacio mismo me lo había informado.
-Sí. Se esmeró en verdad para acondicionarme el área. - Lo dijo llena de orgullo y satisfacción. -Lo que no me dijo, fue que había sido idea tuya. –A mí no me sorprendía en lo absoluto.
-Será nuestro secreto Marie. –Uno de los secretos más pequeños que tenía.
-¿Quieres ver cómo quedó? –Pidió entusiasmada.
-Me encantaría. –Ella había mordido el anzuelo.
Subimos a paso lento, haciendo que me percatara de la seriedad de su problema. Cuando entramos, le permití pasar a ella primero. La escuché explicándome, cuánto se tardó y dónde había acomodado todo Horacio; en lo que yo examiné la puerta, ideando cómo dejarla encerrada en esa habitación que apenas si tenía una pequeña ventana.
En medio de su conversación, salí y cerré la puerta. A los pocos segundos la escuché llamándome, diciéndome que era una broma pesada, y terminó por dar gritos pidiendo ayuda. No me preocupó en lo absoluto, ya que justo a tiempo la puerta principal se escuchó, seguido del grito de Horacio dando aviso que había llegado. Bajé por las escaleras, percatándome que los gritos de auxilio no se alcanzaban a oír en la primera planta, seguramente por el material insonoro con el que había sido recubierto.
-Buenas tardes Horacio. –Saludé con educación, mientras lo veía acomodando su maletín y zapatos en el armario de la entrada. Me vio con extrañeza, y yo terminé de bajar los dos últimos escalones.
-¡Qué sorpresa! ¿Marie te recibió? –Preguntó con desconfianza, porque yo bien sabía que Marie era su más preciado tesoro.
-Sí, está arriba. Estábamos teniendo una charla… –Achicó los ojos, con la ira adueñándose de ellos.
-¿Acerca de qué? –Se apresuró a cuestionarme.
-De la lealtad. –Su semblante cambió. Él era un idiota, sus celos enfermizos eran erróneos, infundados y al menos en esa ocasión, agradecí haber provocado conmoción. -De la familia y de una muerte prematura. –Abrió los ojos de la sorpresa.
¡Sí! ¡Yo lo sabía todo! ¡El castigo estaba a punto de llegar!
Se lanzó hacia mí a golpes. Sí bien, él era más robusto, yo tenía experiencia en lucha y eso me daba cierta ventaja. A pesar de todo, ambos fuimos certeros y terminamos rodando por el piso, como dos adolescentes combatiendo a la salida de la escuela. Pero fui yo quien al final, lo inmovilizó. El golpe que le propiné en el rostro, fue el que lo desestabilizó, para que su cuerpo azotara en el piso, totalmente desorientado.
-¡Elijah! ¡Por favor escúchame! –Extendió su brazo en mi dirección, en su intento de poner distancia, defenderse; mientras con la otra mano se agarraba la cabeza.
-¿Qué mentira me vas a decir? –Cuestioné con desprecio, a la par que caminaba hacia él con los cinchos en la mano..
-¡No son mentiras! ¡Te juro que todo se salió de control! –Al fin levantó su rostro, pero no podía enfocarme, batallaba para hacerlo.
-¿Y crees que eso te va a salvar? –Estaba manoteando, evitando que lo agarrara; incluso empezó a arrastrarse sobre el suelo.
-¿Qué quieres decir? –Su pregunta se escuchó temerosa, y yo seguía persiguiéndolo a su ritmo.
-Qué va a suceder exactamente lo mismo que pasó en mi casa.-Trató de ponerse de pie, recargándose en la pared, buscó estabilizarse.
-¡Saca a Marie de esto! ¡Ella no está siquiera enterada! –Su instinto protector salió, provocando en mí el aire de superioridad.
-No, Horacio. Vas a escucharla sufrir. –Le di otro golpe, para que cayera de nuevo al suelo.
-¡Por favor, Elijah! ¡No lo hagas! –Suplicó desde el piso, sabiéndose vulnerable. No dudaría en aplastarlo, así como habían hecho conmigo.
Continuó rogando, luchando en vano, porque él estaba físicamente aturdido. Coloqué con brusquedad pero lleno de precisión los cinchos, sus extremidades estaban inmovilizadas y sólo restó fijarlo en una silla. Lo envolví en cinta alrededor de los muslos y en el torso.
-Dime, Horacio. –Fue mi turno de hablarle, colocándome frente a él. -¿Tú te detuviste a pensar en mi familia? –Pregunté con rencor, amargura y aborrecimiento.
-¡Me arrepiento! ¡¿De acuerdo?! –Soltó a prisa.
-Tu arrepentimiento no los traerá de vuelta. –Le di la espalda para abandonar la sala.
-Lo sé. –Dijo casi en un susurro, y aunque le creyera que estaba realmente arrepentido, eso no cambiaba los hechos.
-Entonces, también sabes que es tu turno de sufrir, por medio de ella. –Él sabía perfectamente que me refería a Marie. -Lo único que me duele Horacio, es que te llamé amigo. –Fue lo último que dije, dejándolo abandonado en la sala, mientras él lanzaba gritos suplicantes para que no dañara a su esposa.
La angustiante idea de que algo o alguien pudiera herir a tus seres queridos, producía un malestar mental y físico. Algo imposible de describir, y yo bien conocía el sentimiento: la angustia. Lo haría probarla, aun cuando lo único desafortunado, era la persona que sería utilizada para lograr ese objetivo.