4. Tristeza

1095 Words
Sentía una opresión en mi pecho. Estaba angustiado. Saber qué pude haber hecho más. Que pude haber actuado diferente. Qué como padre de familia, mi deber era protegerlos. Tal vez, simplemente debí lanzármeles tan pronto entraron a la casa. Destrozarlos despiadadamente. Posiblemente, Séfora y yo habríamos sido los únicos perjudicados, y nuestros dos hijos no hubieran sido partícipes. Séfora… Junior… Sara… Ni siquiera estaba seguro de lo que había sucedido con ellos. Mi cabeza rondaba las mismas ideas martirizantes. Todo era mi culpa. Había fallado como hombre y protector. Las voces constantes en la distancia, desconocidas y conocidas, hablando acerca de mi estado de salud, tampoco ayudaban mucho en mi estado de ánimo. Al parecer, ellos no se daban cuenta que yo estaba en un extraño proceso de consciencia. Un inexplicable limbo. Un lugar en el medio, donde no estaba inconsciente al cien por ciento, pero mi cuerpo tampoco me respondía. -¿Cómo sigue doctor? –Una persona que conocía. ¿Cómo no reconocer esa voz rasposa? Horacio. -Mejorando, con lentitud por supuesto, pero mejorando… – Otra vez los pensamientos: ¿Junior estaría como yo? ¿Luchando por su vida? Seguramente Séfora estaba enojada conmigo, por haber actuado como un loco. ¿Dónde estaba Séfora? ¿Por qué Sara no había venido a visitarme? -Es una verdadera desgracia. – Esa maldita voz. -Lo sé Harper, estaba… - ¿Cómo se atrevía a visitarme? -¡Llama a una enfermera! - ¡Maldito hipócrita! ¡Qué se fuera! ¡Qué se fuera! -Señores, salgan por favor de la habitación – ¡Sí! ¡Le agradecería después a la mujer desconocida! –¡El paciente está entrando en un ataque…! - Una vez más, las ideas. ¿Iba a morir? Sino, con total seguridad Séfora iba a enviarme directo a la muerte, por preocuparla de esa forma. Séfora… Junior, ¿en qué habitación estaría?... ¿Y Sara? ¿Dónde estaban todos? . . . Aquella mañana, en la que sentí que podía salir de ese limbo, cuando mi cuerpo finalmente me respondió, vi a Horacio en el sillón, dormido en una posición que lucía incómoda. Traté de hablar, pero un sonido extraño salió de mi boca. Aclaré la garganta, que hasta ese momento me percaté que en realidad estaba seca. -¡Por Dios! –Horacio se levantó apresurado en mi dirección. -¡No te muevas! ¡Llamaré al médico! –Apretó el botón que estaba a un lado de mi cama, escuchándose el intercomunicador, y por donde dio el aviso de que había despertado. -¿Dónde está Séfora? –Yo mismo noté la debilidad en mi habla -¿Dónde está Junior… y Sara? – Horacio tomó con firmeza mi brazo, provocando que el dolor físico viajara por todo mi cuerpo. –Tienes que ser fuerte amigo – No fue necesario que dijera algo más para que todo desapareciera. –No –Alcancé a escuchar mi propio susurro, tan apagado, como si fuera la última exhalación de vida. El médico llegó. Observaba cómo sus labios se movían con las preguntas de rigor, mientras sus manos revisaban mi cuerpo de forma rutinaria; y yo, obedeciendo y respondiendo de manera automatizada. Con el pensamiento repitiéndose: debí haber muerto junto a ellos… -Señor Korman, por el tiempo que transcurrió en cama, es normal que se sienta débil, que no pueda sentarse o que se mareé con facilidad, que la comida al principio no la vaya a soportar o que coma poco; tenga paciencia, irá retomando poco a poco su vida. –…Retomar mi vida… -La policía vendrá en unas cuantas horas para tomarle su declaración –El médico llamó mi atención con la última frase. -Elijah, ¿te sientes listo para eso? –Horacio, me preguntó de inmediato con inquietud. -¿Cuánto tiempo dicen que estuve inconsciente? –Toda la información, apenas si estaba siendo procesada por mi cerebro. -Once meses –Me informó de nuevo el médico. -Doctor, ¿está seguro que la policía debería venir hoy? –Una vez más, Horacio; haciendo notoria su preocupación respecto a mi estado de salud. -Es un procedimiento de rutina en el que no tengo injerencia. El oficial que se presente, le dirá que es mejor que sea tan rápido como sea posible, aprovechar que los recuerdos aún están frescos. Comprendo su inquietud, pero no puedo hacer nada –La firmeza con la que le habló a Horacio, no lo convenció; pero él, no podía insistirle más. El médico abandonó la habitación. Entonces, encontrándome solo con mi amigo, me atreví a preguntar. -¿Sabes lo que sucedió? –Cuestioné con esa mezcla de temor y desasosiego, y sólo negó con pesadumbre. -¿Sabes quiénes fueron? ¿Les viste los rostros? –Fue su turno de interrogarme. Me eché a llorar. Era un maldito inútil, un bueno para nada que no sólo no había podido defender a su familia, no tenía la puta idea de quiénes habían sido, no tenía nada siquiera para vincular a Harper en el crimen. Todo se había caído a pedazos, todo se estaba desmoronando entre mis manos, haciéndome sentir que estaba cayendo en un agujero obscuro y sin fondo. Los brazos de Horacio me rodearon con fuerza, intentando brindarme soporte y consuelo. Pero, ¿habría consuelo para mi pérdida? ¿Habría algo que me sostuviera? ¿Qué me diera las fuerzas y el deseo de vivir? Porque mi corazón había sido arrancado de mi cuerpo en un solo movimiento, dejando un hueco que no sería llenado con nada. -Todo va a estar bien amigo, todo va a estar bien –Su cálida voz fue susurrante, buscando ser un bálsamo para mi herida. . . . Pasé meses en el hospital en recuperación, con la familia de mi esposa y la mía visitándome, con amigos, compañeros de trabajo y directivos de la empresa, trayendo ánimos renovados que yo no aceptaba. Incluso podría decir que los aborrecía, por querer obligarme a “continuar con mi vida.” ¿Cómo podría hacer eso? Tenía todo: una esposa, con la que formé una familia, un hogar. Teníamos diferencias, como todos los matrimonios discutíamos, pero la amaba. Amaba lo que habíamos creado juntos. Y todo eso se esfumó. De la noche a la mañana estaba solo. ¿Cómo pretendían que los reemplazara? ¿Cómo se atrevían siquiera a considerar que en algún punto de mi vida, estaría bien? No tenía nada. Yo era nada. No servía para nada. Después de todo, habían matado a mi familia en frente de mí, y yo no había hecho nada.
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