Me ofreció una botella pequeña de cristal, de color obscuro; y aunque no lograba ver el contenido, lo tomé. –Va a tener una reunión con un cliente dentro de 10 minutos. Vas a entrar por esa puerta, -apuntó hacia el segundo piso del lugar, dónde había un balcón que lucía más como decorativo, que como para uso. ¿Cómo diablos iba a subir ahí? Estaba a punto de quejarme, cuando lo vi sacar una escalera portátil. –Le encanta beber, así que pondrás ese líquido, -apuntó hacia mi mano, -en la licorera. Dependerá de cuánto beba, pero por la dosis, deberá hacer efecto en menos de 5 minutos. Una vez que caiga desmayado, lo echas por la ventana. –Me dio los detalles. –Ahora, ¡vamos! ¡Rápido! –
El detective se veía confiado, sin voltear a todos lados para asegurarse de que nadie nos viera; así que supuse que él había preparado ya todo, sólo me restaba confiar. Subí sin problemas, entré al despacho, que a decir verdad, no esperaba un lugar de esa índole. Escuché en la distancia voces, estaban del otro lado de la puerta, así que no me esmeré en detallar el lugar, simplemente ubiqué la mesa de los licores, y eché a prisa el líquido que me dio el detective.
Me apresuré a salir al intento de balcón, rogando porque no se le ocurriera correr las cortinas, y como pude, me oculté detrás de la pequeña puerta. Apenas si alcanzaba a estar de pie en ese pequeño y reducido espacio; cuando finalmente, las voces ya estaban dentro de la oficina.
-¡Chingado Ronald! ¿Es que no comprendes la situación? –Esa inconfundible voz.
La pesadez, me embargó. Mi corazón se aceleró, además de sentir cómo se rompió en el proceso. No lo podía creer, sencillamente no lo podía aceptar tan fácil.
-¡Deja de estar viniendo! ¡Me tienes harto! ¡El trabajo fue hecho! ¡Obtuviste lo que quisiste! ¡¿No?! –La respuesta fue acelerada, con fastidio y enojo.
-¡Eres un pendejo Ronald! ¡Te di instrucciones simples y sencillas! ¡Pero no! ¡Quién sabe qué mierda se te metió en tu cabeza vacía, y decidiste hacer tu pendejada! ¡Todo se te salió de las manos! ¡Y no te das cuenta que sigue fuera de tus manos! –Cada palabra dicha por ambos, transmitía la tensión en la que se encontraban.
-¡Fuiste tú quien no quiso que terminara con el trabajo! –Se refería a mí…
-¡Llegaste a un hospital pendejo! ¡La policía estaba ahí! ¡Y eso en un principio no debió de suceder! –Abrí mis ojos con sorpresa, recordando que fue ese mismo día en el que desperté, en el que él estaba ahí.
-¡¿Qué quieres que haga ahora?! –Solicitó instrucciones, aunque me pareció que habló con ironía.
-¡Qué al menos te calles el pinche hocico y no menciones siquiera mi nombre! ¡Porque no le has dicho a nadie quién te contrato, ¿cierto? –Eso sólo reveló que tenía miedo y me hizo sonreír.
-¡Claro! ¡Mi vida es desechable! ¡Aquí lo único que importa es que el nombre inmaculado de Horacio Steel permanezca santificado! –¡Ahí estaba! ¡Lo nombró! Todo estaba confirmado, no había lugar a duda.
-¡Te pagué tu maldito dinero! ¡Ahora sólo quiero asegurarme que mi nombre no saldrá de tus labios! –En ese instante, mi cuestionamiento era: ¿por qué?
-¡Vete a la mierda Horacio! ¡No tienes nada con que amenazarme! ¡Y si el hijo de perra tiene éxito quitándome la vida, deberías temblar, porque va a ir tras de ti! –Ronald lo amenazó conmigo.
-¡Eres un cabrón mal parido! –Le gritó ofendido e irritado.
-¡Ya lárgate de una vez! –La respuesta fue igual de intensa.
Escuché el azote de la puerta, Horacio se había ido.
¿Cuál era el motivo por el que me había traicionado? Y yo, era un pendejo. Había caído ante sus engaños e hipocresía. Al menos, había descubierto la verdad, y estaba dispuesto a rectificar mi error. El grandísimo error de haber confiado en él, de haberle abierto las puertas de mi casa y de haberlo llamado amigo. Horacio, también pagaría.
En ese momento Ronald era en lo que debía enfocarme. Entré a la oficina, descubriendo que estaba sirviéndose un vaso de whisky. Caminé con seguridad, y sin la menor preocupación de que me escuchara, me senté en uno de los sillones.
Lo vi girar con rapidez y levemente su cabeza hacia el lado derecho -¡Vaya! –Regresó a su posición original. -Después de todo, terminaste enterándote. –Habló sin siquiera verme. Su sospecha de que yo había escuchado su conversación, no estaba errada. –Va a creer que yo hablé –Hasta ese momento se giró, mirándome con altivez y bebiendo de su vaso.
¡Sí! Por mí, podía terminarse toda la licorera.
-¿Te preocupa que lo crea? –Me crucé de piernas y estiré mis brazos en el respaldo de mi asiento.
-¡Me preocupa una mierda lo que crea ese hijo de puta! –Se bebió todo el vaso de un solo trago. Al parecer, Horacio no le gradaba después de todo. –Los demás son los que me preocupan. –Caminó de nuevo hacia el whisky, sirviendo otro vaso.
-Ah, ¿sí? –Pregunté, sólo para hacer tiempo.
-Van a retirarme su confianza –Se había servido con rapidez, porque pronto se dirigió hacia su escritorio. -Pero eso es otro tema. Hagamos negocios. Supongo que quieres combatir –Se detuvo a medio camino, para darle un sutil trago al líquido.
-Supones mal. He venido a matarte. –Su carcajada resonó por toda su oficina.
-¿Y crees que me voy a ir así, nada más? –Era una pregunta cargada de sarcasmo.
-¿Nada más? No precisamente. –Sonreí, porque ese era un juego de poder.
Alzó el rosto con engreimiento. -Pongámosle fecha, y que sea a muerte. No quiero andar viéndote de nuevo –Soltó con arrogancia.
-Ya hay fecha, y el muerto ya ha sido declarado –Continué con mi postura en el sillón, demostrándole que no me amedrentaba. Y eso lo molestó.
-¡Déjate de …! –El pesado cuerpo cayó sobre la alfombra; el vaso de cristal cayó junto a él, derramando el whisky que lo traicionó.
Me acerqué para cargarlo. ¡Vaya que pesaba el maldito! Cuando me asomé hacia abajo, había un colchón de aire para rescate, no muy grande, pero si lo suficiente para evitar rompernos un hueso con la caída. El detective estaba ahí, haciéndome señas, así que dejé caer a Ronald, y una vez que lo quitó del colchón, fue mi turno.
-Llévate a Ronald –Me lo entregó como un costal. –Tengo que quitar todo esto. Mañana voy al bar a las 6 por el dinero. –Me apuntó con su dedo índice de forma amenazante. -¡Más te vale pagarme! -
Eché a Ronald al auto, tomé el bolso con el dinero que le correspondía, y sin decir nada, lo lancé a sus pies. Clavó su mirada en mí, pero ya no hubo intercambio de palabras, me subí al auto y salí del lugar.
¿Cuál sería la mejor manera de hacerlo pagar? Había sido él quien le disparó a Sara, el que le arrancó la vida sin más. Debía sufrir al igual que lo hizo Román. Pasar días atormentado, sabiendo que no habría nada que impidiera que muriera.
Llegué una vez más al territorio de “Red”. Donde me dieron el mismo recibimiento y atención. Ronald, fue acomodado en la misma mesa en la que pereció Román, y en la que él tendría el mismo final.
Después de un par de horas, despertó. Horas que aproveché, eligiendo con que iba a causarle dolor.
-Tengo deudas y enemigos. Si me hubieran dicho, que caería a manos de un hombre que sólo busca venganza, me hubiera reído de él. –Manifestó con seriedad, haciéndome ver que había aceptado su derrota.
-¿Por qué le disparaste? Ella no representaba ningún peligro -Pregunté, porque realmente me interesaba.
-Porque no debían quedar testigos; además, se hubiera quedado sola. La libré de una vida miserable. –No pude evitar reírme ante la última frase absurda, carente de sentido.
-¿Por qué fueron cuatro personas esa noche? –Otra duda que me carcomía.
-¿Importa? –Tenía razón, para ese momento ya no importaba. De cualquier forma respondió, después de ese suspiro pesado que dio. –No quería sorpresas. Sabía que habían tenido una fiesta, y desconocía si habría más personas que hubieran decidido pasar la noche en su casa. –
Tomé una navaja afilada, con la que hice un corte en el muslo, lo suficientemente profunda para que la sangre comenzara a chorrear. Me quedé ahí, observando la cantidad, la velocidad y el movimiento que hacía Ronald por el dolor. Así, como escuchando sus siseos o gruñidos, con los que expresaba lo que su cuerpo sentía. Pronto, la sangre dejó de caer con la misma intensidad, y fue cuando hice otro corte; observando y siguiendo el mismo proceso, una y otra vez. Pasé horas viéndolo perder sangre.
-Tengo hambre. –Habló bajó, ya no tenía fuerzas siquiera para expresar el dolor físico.
No respondí, porque no le daría nada. Simplemente, observé cómo su cuerpo iba hundiéndose en un cansancio, que lo guió hacia la pérdida de consciencia intermitente. Hasta que llegó el momento en el que no despertó.