Simplemente solté el machete, mi mente estaba en blanco, mi cuerpo lo sentía relajado, bien podría lanzarme a la cama y quedarme profundamente dormido.
Caminé hacia la puerta como un espectro, esta se abrió inesperadamente a poco pasos de mí, dejando ver a “Red” bajo el dintel.
-Sígueme, tienes que darte un baño –Su seriedad fue absoluta.
Obedecí yendo detrás de él. No puse atención al camino, todo a mí alrededor había desaparecido. Sólo estaba seguro que no habíamos salido del edificio, porque íbamos caminando por los mismos pasillos, hasta que abrió otra puerta y me permitió pasar primero. Aunque a decir verdad, él permaneció en la entrada.
-Puedes usar esta habitación. Ese, -señaló la pequeña puerta de madera, -es el baño. Cuando te sientas descansado, puedes llamar por teléfono de servicio, -volvió a apuntar, pero con dirección a la mesa que estaba a un lado de la cama, -alguien estará listo para brindarte apoyo.
-Gracias. –Balbuceé.
De nuevo, la fugaz y prácticamente imperceptible sonrisa. -8 mil, recuérdalo –Terminó por cerrar la puerta, y aunque yo no era paranoico, escuché que aseguraron la puerta.
Lo pasé por alto. Hice lo que me recomendó. Me desvestí, y dejé el celular junto a las llaves de la casa en la repisa del lavabo, para darme un baño con agua helada, que removió la suciedad y el calor de mi cuerpo. Tan pronto me sentí limpio, salí envuelto en la toalla y me tiré en la cama, donde caí en un pesado sueño.
El sueño fue como mis recuerdos: mezclado. Entre alegrías, angustias y aflicción. Los rostros de mi familia aparecían en medio de risas y sangre. Como si fuera una maldita película de terror. Aun en mis sueños, sentía el corazón contraído, el nudo en el estómago y las lágrimas mojando mi rostro, cayendo para mojar también las sábanas. La pesadilla que se quedó incrustada en mi cabeza, fue la que incluso me hizo considerar que alucinaba: Séfora estaba frente a mí, llamándome, con esa sonrisa que la caracterizaba, llena de dulzura, amabilidad y alegría; sus ojos estaban brillando, como solían hacerlo cada vez que me hablaba. Su mano extendida parecía querer tomar la mía; pero yo, por más que me esforzaba no lograba alcanzarla. Algo me lo impedía, no sabía lo que era, pero deseaba que no me detuviera. Maldije. Maldije en tantas ocasiones que la garganta se me secó. Y entonces, Séfora se giró con lentitud, y al darme la espalda, dejó a la vista la perforación en su cráneo, del que escurría la sangre sin parar. De repente, se desvaneció frente a mí; provocándome una sensación de fracaso y terror, porque no había podido evitar su caída, porque no había podido ayudarla, porque sabía lo que esa bala representaba. Fue mi turno de llamarla, sin embargo, ella no daba señales de vida. La clara evidencia de lo obvio: ella estaba muerta. Caí de rodillas al suelo, y cuando estaba a punto de llevar mis manos a mi rostro, me percaté que tenía el arma de fuego en mi mano…
Parpadeé en varias ocasiones, entre mi sueño y la realidad, tratando de descifrar en dónde estaba, porque ni siquiera lo recordaba. Todo me pareció tan confuso, mi cerebro parecía atrofiado, tan lento, intentando comprender lo que mi retina le enviaba; pero permitiendo que los sentimientos tuvieran el control de mi cuerpo. Sentía la angustia en mi pecho y la tristeza mojando mis mejillas. Me percaté que estaba sentado, y me puse de pie para recorrer la habitación.
-¡Maldita sea! –Grité tan fuerte, que la irritación en la garganta causó un escozor instantáneo.
No quería sentirme así. Las palabras de Román sólo reavivaron los hechos pasados en mi cabeza. Cada segundo pasando, cada acción desarrollándose, cada disparo y el destino de cada una de las balas. Si le permitía a los recuerdos trágicos regresar, estos se adueñarían de mi cuerpo, haciendo parecer al dolor interminable. O, ¿esa debía ser mi penitencia? ¿Cargar con el dolor por el resto de mi vida? Sufrir…
La calma pareció haber durado menos tiempo, yo necesitaba liberar el malestar. Beber o matar.
Me vestí tan rápido como pude, con la ropa sorpresivamente limpia. Cuando observé mi reflejo en el espejo, este era la fehaciente muestra de mi estado de ánimo, de mi necesidad.
Me acerqué al teléfono para realizar la llamada. –Necesito salir. –Hablé con imaciencia, porque de un momento a otro, me estaba asfixiando en ese pequeño espacio.
La puerta se abrió a los pocos segundos. –Sígame –El sujeto caminó frente a mí, guiándome por pasillos y escalera, con una lentitud exasperante. Abrió con una tarjeta magnética la puerta, y fue cuando me percaté de que era de noche. El tiempo había parecido detenerse ahí adentro; de no ser porque saqué mi celular, que por primera vez le presté atención, fue que confirmé que el día era otro.
Corrí a sentarme en una pequeña barda que estaba frente al edificio. Y me quedé ahí, esforzándome por calmarme.
-Lo llevaré a su casa. –Me informó el sujeto serenamente. Y a pesar de un sinfín de cuestionamientos, le permití que me llevara, porque no tenía cabeza para conducir.
Nos encaminamos a una camioneta, ni siquiera vi el auto de Román en los alrededores, y supuse que ellos se habían hecho cargo. El silencio verbal reinó, desde que nos subimos al auto, hasta que casi llegamos a la casa. Pero el ruido insistente y constante, permaneció en mi cerebro.
Justo cuando dimos vuelta en la esquina de mi calle, el sujeto rompió el silencio. -Por las circunstancias del día de ayer, comprendimos que el p**o no podría llevarse a cabo, sino hasta que usted hubiera terminado. –En ese instante, comprendí la situación. –Generalmente, solicitamos el p**o por adelantado; así como un aviso previo de que requerirá las instalaciones. –Me informó de las políticas.
-Comprendo. –Detuvo la camioneta frente a mi hogar. Pero yo, presioné el botón de las llaves, que tenían el mecanismo automatizado para abrir la puerta eléctrica de la cochera. Admito que me sorprendí, mi auto estaba en su lugar. –Estaciónate, para darte el dinero. –Le señalé el espacio que solía usar Séfora, pero que ya tenía bastantes días usando en otra cosa. Él era más atento y cortés, lo digo porque me dio una sonrisa amable.
Se estacionó; sin embargo, solo yo me bajé del auto. Fui por el dinero al despacho y regresé a la brevedad, porque necesitaba hablarle al detective. Si él tenía la información de Ronald lista, esa misma noche tendría el alivio a mi malestar.
Llegué a la cochera, abrí la puerta del copiloto, donde dejé el dinero. -Un placer hacer negocios con usted. Quedamos a sus órdenes para los futuros servicios que requiera. –Ni siquiera contó el dinero, procedió a encender el motor.
-Necesitaré una habitación seguramente hoy –Le informé apresurado, siguiendo la política que me había dicho.
-Estaremos listos entonces –De nuevo, la sonrisa amable.
Cerré el auto, y lo vi salir de mi cochera; así como perderse en la distancia.
Y en ese momento le llamé al detective, sin importarme siquiera la hora.
-¡Vaya! Creí que ya no iba a ver mi dinero. –Lo escuché con la voz somnolienta. Otra vez lo desperté.
-Sólo fueron dos días detective, no exageres. –Su frase me hizo sonreír.
Hacía mucho tiempo que no sonreía así…
-Tengo a Ronald. –La revelación cambió todo mi estado de ánimo.
La supresión de los sentimientos por el instinto salvaje, para cumplir con el objetivo.
-¿Cuándo puedo hacerlo? –Pregunté, con el anhelo de que fuera de inmediato.
-Hoy por la noche. Llega al Club a las 8 –Noté cierta emoción en su tono de voz.
-¡Ahí estaré! –Y colgó.
El malestar previo, desapareció. La idea de la venganza, permitió a mi cerebro liberar, en menor medida, el placer. Y por inexplicable e inverosímil que me pareció, me quedé dormido en el sillón de la sala. Finalmente, pude descansar.
Eran cerca de las 7 de la mañana, faltaban poco más de 12 horas para ir por el cuarto y último de los autores materiales. Esa idea fue la única que me mantuvo enfocado, insensible y lúcido durante ese tiempo.
Preparé el dinero, para “Red” y para el detective. Sería la última vez que me darían servicio, ya que Harper no necesitaba ser investigado, y yo… Bueno, aún no lo decidía del todo. Salí de mi casa a tiempo, con el único fin de llegar puntual al club; no obstante, el detective esperó por mí en el estacionamiento.