3. Fatalidad (Parte 1)

1133 Words
Llegué a casa a la hora acostumbrada y Séfora tenía prácticamente todo listo. Cuando entré, descubrí los globos y la pancarta con la palabra: ¡Felicidades! El poco personal, yendo y viniendo, así como mi mujer gritando las indicaciones para dar los últimos toques a los arreglos florales y las mesas. -¿Cómo estuvo el día? –Tan pronto me vio, ella se acercó para recibirme con mi usual beso. -Normal. –Me agaché para recibir la muestra de afecto. –Iré a cambiarme. –La dejé, porque su expresión estresada habló por ella. Y yo la conocía, lo mejor para su sentido de perfección, era no estorbar. A la fiesta estaba invitada la familia, amigos y algunos compañeros de trabajo, esos que conocían que sólo necesitaban pasar 72 horas para mi nombramiento. El evento transcurrió con conversaciones, una espectacular cena, un brindis emotivo, bromas y chistes, tanto familiares como laborales. Fue una velada realmente inolvidable. Era la una de la madrugada cuando despedimos a los últimos invitados, y los empleados contratados ya se habían ido para esa hora. -Me voy a dormir –Dijo Sara con notable cansancio, que al igual que Junior se habían quedado hasta el final. Se acercó a su madre para darle un beso y un abrazo de buenas noches. -Yo también –Junior se acercó a mí para despedirse –Reynaldo es todo un personaje –Habló con diversión, y al mismo tiempo que él se pasó a despedir de su madre, Sara vino a darme un beso a mí. -¡Vaya que lo es! –Respondí también divertido. Abrazados lateralmente, al pie de la escalera, vimos subir a nuestros hijos; entonces, Séfora se soltó para ir a recoger unos cuantos vasos que quedaron en la sala. -Estuvo bien la fiesta, ¿cierto? –Sonreí. Su necesidad de confirmación siempre al final de un evento. Me acerqué para ayudarla. -¡Por supuesto que sí! ¡Todo estuvo fantástico! –Caminamos hacia la cocina, con la conversación acerca de la fiesta, cuando escuchamos el timbre de la entrada principal. -¿Reynaldo habrá olvidado algo? –Preguntó Séfora con el ceño fruncido. -No lo sé –Comencé a caminar hacia la entrada cuando el timbre se escuchó de nuevo, provocando que me molestara. -¡Ya voy! –Y a pesar de mi grito, volvieron a timbrar. Abrí la puerta de mala gana, para que antes de decir palabra alguna, un golpe en el estómago me sacara el aire, provocando que cayera al suelo de rodillas. La adrenalina me recorrió abrupta, mis instintos se activaron, mis ideas comenzaron a pasar con rapidez, para considerar escenarios. -¡Elijah! –El tono angustiado de Séfora, me hizo percatarme que me había seguido. En el piso, con una mano sosteniéndome y otra tomando mi estómago, vi pasar dos pares de zapatos a gran velocidad; mientras acto seguido, otro par de brazos me levantó con brusquedad, para meterme a la casa y terminaran cerrando la puerta. Otro grito desesperado de Séfora, me hizo levantar la vista en su dirección. Dos de los cuatro sujetos se habían dirigido hacia ella. -¡Mira nada más esta belleza! –Uno de ellos sujetó del cabello a Séfora, con la suficiente fuerza para ladear su rostro, y provocar que ella se quejara ante el maltrato. Noté que en la otra mano tenía un cuchillo, y rogaba porque no se atreviera a ponerlo en su cuello. -¿Podemos jugar un rato? –El hombre que se posicionó frente a mi esposa, no le quitaba la vista de encima, siguiéndole el juego al que la tomó del cabello. Ese infeliz, traía un arma de fuego, que deslizó con morbosidad desde el estómago hasta el cuello de mi mujer. Y es que, a pesar de la furia que estaba sintiendo; a pesar de querer levantarme a defenderla, borrarles la sonrisa del rostro a golpes, no podía. No podía ser estúpido, no debía dejarme dominar por mi hombría. Debía ser más inteligente, no sólo era yo, toda mi familia estaba en riesgo. -¿Dónde están los niños? –Noté cierto nerviosismo en la pregunta que hizo casi al instante, el desgraciado que estaba parado a un lado de mí. -¡Déjense de pendejadas! –Gritó exasperado el cuarto hombre, al parecer él era el líder, porque todos guardaron silencio. –¡Tenemos trabajo qué hacer! ¡Tú y tú, busquen en la oficina! -Lo vi apuntar al par de bastardos que estaban con Séfora. ¿Cómo sabían que tenía una oficina en mi casa? ¿Qué estaban buscando? Presté atención a los cuatro sujetos, todos iban vestidos de n***o, con una capucha que apenas si les dejaba ver los ojos. El que estaba a un lado de mí, traía también un cuchillo; mientras el líder, que estaba a cierta distancia, portaba otra arma de fuego. –Si me dicen qué están buscando, los ayudaré –Intenté hablar con calma, y los dos hombres que estaban a punto de dirigirse a mi oficina, se detuvieron. Había obtenido la atención de todos. -Así me gusta. –El tono se escuchó con mofa. El líder se me acercó a paso firme, y puso la boca del arma en mi sien. –Coopera, y todo se terminará más rápido de lo que piensas. – Me forzó a levantarme, el malestar por la falta de aire había desaparecido, así que le fue fácil estrujar mi cuerpo, porque además, yo lo permití. Estar de pie frente a los cuatro, me permitió percatarme que la diferencia de estatura entre todos era mínima, así como sus complexiones tampoco eran tan robustas; sin embargo, eran cuatro, estaban armados y yo, estaba totalmente en desventaja. Haber pertenecido al equipo de lucha en la universidad, en ese momento era inservible. -No quieras pasarte de listo –Volvió a amenazarme, golpeando con el cañón del arma mi frente. –Necesitamos tu lista de clientes, –fruncí el ceño –nombres y contactos de cada uno; así como las cuentas de banco que te hayan proporcionado. –En ese instante un solo nombre apareció en mi cabeza: Harper. Asentí –Diles, que le quiten las manos de encima –Apunté a los dos hijos de puta que se habían regresado con Séfora, que de inmediato levantaron las manos, sinónimo de rendición. -¡No hagan ninguna pendejada! –El líder les habló con severidad; de alguna manera, eso me dio confianza. Me dirigí a mi oficina. Ese bastardo hijo de perra se había excedido. Haber enviado matones a mi casa, para obtener lo que quería, era demasiado. Y lo haría pagar por su imprudencia, atrevimiento y falta de profesionalismo. Sólo tenía que pensar bien cómo lo haría caer, porque Harper no saldría ileso de eso.
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