El trayecto del baño a la salida, se sintió eterno. Con los nervios, la angustia, el temor de que fuéramos descubiertos en cualquier momento, quemaba el cerebro y el cuerpo. Ambos salimos sudando, con el corazón acelerado y cargando a un “borracho.”
-¡Gracias! –Le dije tan pronto puse el dinero en su mano, tras acomodar el cuerpo aun inconsciente de mi actual víctima.
Me tomó de la muñeca. –Llama a este contacto. –Suspiró a gran profundidad, al mismo tiempo que me daba un pedazo de papel. –Si se te pasa la mano, “Red” lo arreglará –Me aconsejó con preocupación.
-Lo haré, gracias. –El detective estaba siendo de mucha ayuda.
De nuevo, el mismo procedimiento. Unas cuantas calles más adelante, amordacé y amarré las extremidades de Justin. Solo que a diferencia de Kamil, este si se despertó prácticamente arribando al destino. Iba haciendo ruido y moviéndose con insistencia, tratando de liberarse. Por supuesto, sin éxito.
Me estacioné dentro de la cochera, dejé las ventanas arriba, el auto encendido, puse una manguera conectada del escape del motor, hasta una de las ventanas, y esperé.
Esperé hasta que el dióxido de carbono desmayara a Justin.
A pesar de que era ligeramente más pesado y más alto que yo, mis planes eran diferentes con él, porque había osado ver a mi mujer, se había atrevido a tocarla de manera impúdica, asquerosa e indigna; así que, merecía un final un poco más… cruel, sangriento y doloroso. Lo acosté en una tabla, la que improvisadamente había preparado para acostarlo y mantenerlo inmóvil, con todos lo arneses posibles, que me garantizaran que su cuerpo no tenía la posibilidad de hacer el más mínimo movimiento.
Y de nuevo, esperé sentado a un lado de él hasta que recobrara la consciencia.
Cuando abrió los ojos, con dificultad y pesadez, intentó moverse; pero apenas si podía parpadear. Se tomó un tiempo, supongo que intentando reconocer el lugar o descifrar qué sucedía. Me acerqué, colocándome en su campo de visión. Parpadeó en repetidas ocasiones, y se quedó así, estático y sin hablar.
-¿Sucede algo? –Fui yo quien rompió el silencio.
-Yo no hice nada. Te recuerdo que también recibí un plomazo. –Lo último lo dijo con resentimiento.
-Es cierto. –Acepté. –Pero ese no es realmente el motivo por el que estás en esa mesa. –Le revelé, moviendo mi dedo índice horizontalmente en el aire, con despreocupación.
-¿Entonces? –Había desconcierto en su pregunta.
-Me faltan dos nombres. –Alzó una de sus cejas con sorpresa e interés. Comencé a enumerar con mi mano, levantando mi dedo índice primero. -Kamil, Justin... -Levanté el dedo medio. -¿Estás dispuesto a decirme el resto? –Cuestioné con malicia.
-Si te los doy, ¿me liberarás? –Respondió con otra pregunta.
-Por supuesto –Lo haría, sólo que no de la forma que él esperaba.
Suspiró profundamente. –No te creo –Sonreí maléficamente.
-¡Excelente! –Me alejé, para dirigirme hacia la mesa donde tenía varios instrumentos preparados. –Obtendré la información de una u otra manera. –Le informé en la distancia, mientras tomaba un cuchillo de acero inoxidable, de filo recto, uno de esos que Séfora me hizo comprar, y que provenía de ese país mundialmente conocido por fabricar las hojas más afiladas.
Me di la vuelta, caminé para acercarme lo suficiente, hasta que me viera.
-¿Qué… Qué… Qué vas hacer? –Tartamudeó alarmado.
-Torturarte, por supuesto –Sonreí perversamente, listo y dispuesto a provocarle heridas perniciosas.
Me paré al final de la mesa, y toqué el tobillo con el lado filoso del cuchillo, produciendo un ligero corte. Justin siseó de dolor, pero obviamente no era el suficiente. Implementé un poco de presión, con eso, la hoja afilada entró con mayor profundidad, y eso si lo hizo gritar. Le di la vuelta al tobillo, viendo cómo la piel se iba abriendo, separándose; y acto seguido, las gotas de sangre formarse hasta que cubrió por completo la rajada que había hecho. Comencé a subir por la pierna, jalándo el pellejo conforme avanzaba hacia el muslo. La melodiosa tonalidad agonizante de Justin llenando mis oídos, me satisfizo.
-¡Detente! ¡Te los diré! –Gritó con la voz rasgándose en cada palabra. Pero continué despellejándolo. -¡Los nombres! -
Detuve mi actividad, por más placer que diera, lo primordial era obtener los nombres. Ya después, me haría cargo de él. Me acerqué para quedar encima de su rostro, que sudaba y manifestaba el claro dolor que estaba sintiendo.
-Soy todo oídos –Me mofé.
-Román y Ronald –Dijo los nombres apresurado.
-¿Dónde los encuentro? –Continué con el interrogatorio.
-En el Club Pani -¡Ah! De ahí se conocían.
-¿Cómo puedo identificarlos? –Era de los datos más significativos.
-Román es un drogadicto, rubio, ojos color miel, tiene una perforación en la ceja derecha, y un lunar que no es inadvertido: una gran macha cafesosa se extiende por su mejilla izquierda. –Lo describió a gran velocidad.
-¿Y el tal Ronald? –Lo insté a que continuara.
-No te vas a perder, es el gerente general del club. –Fruncí el ceño. ¿Por qué él estaría involucrado en un asalto? -¡Ahora, libérame! –Justin llamó mi atención, con su tono implorando porque lo absolviera del dolor.
-¡Con gusto! – Me acerqué de nuevo a los instrumentos. En esa ocasión, tomé otro utensilio que me hizo comprar Séfora, un metal alargado que finalizaba puntiagudamente, ella lo usaba para cortar hielo.
-¡No! ¡¿Qué vas a hacer?! – Preguntó en un grito tan pronto me vio. Caminé con lentitud hacia su pierna derecha. -¡Dijiste que me dejarías ir! ¡Maldito mentiroso! –El terror era tan real, que fluidos de su cuerpo salieron involuntariamente. Las lágrimas y la orina, empezaron a escurrir a la par de la sangre de la pierna que tenía la incisión.
-¡Yo no mentí! –Alcé la voz. –Te voy a liberar de tu patética, inservible y miserable vida. –Hundí el objeto punzo-cortante en el muslo, ahí, donde sabía que la arteria pasaba. Un nuevo grito de dolor, que fue disminuyendo conforme el chorro de sangre salía a gran velocidad y presión. De manera inmediata me salpicó y yo, tuve la retorcida idea de meterme bajo él, empapándome para lavar mis culpas aunque fuera brevemente.