El mesero continuaba mirándome, podía sentir perfectamente su mirada sobre mi. Pero en realidad no sabía si miraba mi rostro sonrojado o miraba mi escote que había quedado un poco más abierto de lo que estaba cuando llegue. Mis labios seguían vibrando, mi mente estaba en blanco y mi intimidad estaba jodidamente húmeda. Aunque no debería estarlo. Debería estar molesta, debería estar tras los pasos de Lorenzo y arrancarle la cabeza, o las piernas, o las manos. Pero allí estaba yo sentada disfrutando de lo que acababa de pasar, porque me había gustado esa frialdad para besarme, me gusto que me tomara sin pedir permiso aunque haya sido por las ganas de hacerme quedar en ridículo. Era obvio que estaba molesto por lo que paso en mi apartamento y quería jugar un juego que yo iba a jugar con é