Los días pasaban y Alessandra parecía mejorar rápidamente, aunque no era fácil. Tenía que mantenerse quieta y sus hermanos se estaban haciendo cargo de la empresa, lo que la ponía en una situación difícil pues ella, aunque confiaba en ellos, dudaba de sus capacidades y dudaba porque simplemente no era ella la que hacía el trabajo. Mi espalda me estaba matando, entraba y salía de esa habitación de hospital sin medir el tiempo, dormía en el incomodo y duro sofá que estaba junto a la cama de Alessandra, siempre su insistencia era que debía regresar a casa y aunque mi espalda me lo pedía a gritos mi cordura y mi deber y la necesidad de estar cerca de ella me impedían alejarme a pesar de las incomodidades de una habitación VIP en aquel hospital. Pero mi verdadera molestia, lo que en verdad m