Capitulo 3

1706 Words
A la mañana siguiente recogí todas las cosas y salí. Había metido las bragas con las que había dormido entre varias camisas que él me había pedido en una bolsa de viaje junto con sus otras cosas. Pensé que podría abrir la bolsa cuando yo estuviera allí, pero no creí que la deshiciera hasta que me fuera. Si abría la bolsa, no quería que se descubriera mi treta hasta que me hubiera marchado. Así que no las puse encima. Además, eso habría parecido demasiado obvio, pensé. Cuando llegué a su apartamento era justo antes de comer. Me recibió fuera. Llevé su bolso y él llevó la mesita de noche a su apartamento. Dejé caer la bolsa sobre su cama y él no hizo ademán de abrirla. Hice un buen trabajo ocultando lo nerviosa y excitada que estaba de pie en su dormitorio con él y un par de bragas empapadas de mi que sabía que estaban a menos de un metro de distancia para que las encontrara. Fuimos a comer y me paseó por el campus de la universidad, ya que nos quedaba de paso. Pasamos un par de horas maravillosas juntos y, en un momento dado, me rodeó con el brazo mientras caminábamos. Volví a sentirme como una colegiala enamorada del chico popular. Cuando llegó la hora de irse me dio un fuerte abrazo y pude sentir sus fuertes brazos a mi alrededor, estrechándome con fuerza. —Te he echado de menos, mamá—, dijo sinceramente. —Me alegro mucho de que hayas venido. —Yo también, cariño. Ha sido un día maravilloso para mí. Diviértete esta noche y ten cuidado. Me besó en la mejilla y sostuve su cara cerca de la mía durante más tiempo del habitual. Deseaba desesperadamente besarle en los labios... sentir cómo me abrazaba y cómo sus manos recorrían todo mi cuerpo. Pero, por supuesto, no lo hice. —Te amo, bebé. —Yo también te amo, mamá. Y me fui. En el coche de vuelta estaba nerviosa y muy excitada. Me sentía muy traviesa, pero como él nunca sabría que lo había hecho a propósito, no podía ser realmente traviesa, ¿verdad? No supe nada de él hasta la noche siguiente. Cuando oí sonar el teléfono, supe que era él antes incluso de ver el nombre de quien llamaba y el corazón me dio un vuelco. —Hola, cielo—, le contesté, tratando de ocultar la emoción en mi voz. —¿Siempre contestas así al teléfono?—, se rio. —Sólo cuando sé que eres tú—, le respondí riendo. —Entonces - ¿cómo fue la fiesta? Me habló de la fiesta y de algunas otras cosas mundanas que nunca sería capaz de recordar, ya que todo el tiempo me preguntaba si ya habría deshecho su maleta y visto las bragas que yo había escondido. Estuvimos charlando unos 15 minutos y yo estaba convencida, porque no me había dicho nada, de que no había descubierto nada. Cuando la conversación por fin terminó, dijo: —Eh, mamá, no sé si lo sabes, pero había un par de tus bragas entre las cosas que me trajiste. —¡¿Qué?!— Dije, tratando de sonar sorprendida y alarmada. —¿De qué estás hablando? —No pasa nada—, se rio. —Es que no sabía si te habías dado cuenta de que te faltaba un par y, si te habías dado cuenta, pensé que te gustaría saber que no se habían perdido. —Dios mío—, respiré, con la cara sonrojada. Mi plan estaba funcionando aunque él no tenía ni idea. —Supongo que debí confundirlas cuando lavaba tus camisas para traértelas. —No hay problema—, volvió a reír. —No sabía si intentabas dejarme un regalo o si había sido un accidente. Los guardaré hasta que vuelva a casa. —De acuerdo. Gracias—, dije, quizá demasiado rápido. Sentía que me sonrojaba furiosamente por lo que había hecho y no quería que se diera cuenta de mi nerviosismo. —Hablamos pronto, cariño. No volvimos a hablar en dos días. Pensaba en él y en mis bragas en cada momento libre que tenía. Sabía que tenía que haberlas olido y probado. Ojalá me hubiera atrevido a hablarle de ello. Pero quizá era mejor así: que yo conociera su secreto y le ayudara —inocentemente. Cuando llamó aquel martes por la noche, la conversación volvió a girar en torno a los acontecimientos ordinarios de nuestros días. Mientras charlábamos, me pregunté si tendría en la mano las bragas que le había dejado. ¿Era mi imaginación o su respiración sonaba algo agitada? ¿Podría ser que se estuviera acariciando con ellas mientras charlábamos? Sentí que me ruborizaba mientras hablábamos. Tanto si se estaba masturbando como si no, la imagen estaba ahora en mi cabeza y me estaba excitando. —¿Está tu compañero de piso en casa esta noche?—, pregunté, intentando controlar también mi respiración. —No, se fue a la biblioteca a estudiar un par de horas—, dijo Arturo. Sonaba como si tuviera el teléfono inusualmente cerca de la boca. Le oía respirar y me estaba afectando. —Um, bebé, sobre esas bragas que accidentalmente puse en tu bolso—, empecé, esperando no sonar culpable al decir la palabra —accidentalmente—. —Espero que no se lo hayas enseñado a tu compañero de piso. —Dios, mamá, no—, dijo, muy sinceramente. —Como dije, me imaginé que había sido un accidente o que estabas tratando de hacerme un regalito, jajaja. De cualquier manera, no es asunto suyo. Me reí. —Gracias, cariño. Fue un accidente, pero no estoy segura de lo que entiendes por un regalo. ¿Pensarías que fue un regalo si lo hubiera hecho a propósito?. Empecé a desabrocharme la blusa y los pantalones cortos mientras se lo pedía. Si iba a masturbarse mientras hablábamos, no veía por qué no iba a ocuparme de mí al mismo tiempo. —Bueno, ya sabes...— Arturo tartamudeó. —A veces una chica le deja un par de bragas a un chico como una especie de trofeo o para... ya sabes. —¿Masturbarse?— No podía creer que acabara de decirle eso a mi propio hijo... pero lo había hecho, incluso mientras me quitaba la ropa. ‍​‌‌​​‌‌‌​​‌​‌‌​‌​​​‌​‌‌‌​‌‌​​​‌‌​​‌‌​‌​‌​​​‌—Dios, mamá—, dijo Arturo al teléfono. —Um, sí... a algunos chicos les gusta tener la ropa interior de una chica cuando ellos, ya sabes, hacen eso. Me tumbé en el sofá. Estaba desnuda excepto por la tanga que llevaba puesta. Cuando miré hacia abajo para ver cómo mi mano se deslizaba sobre ellas, pude ver los tonos de mi carne a través del material transparente. —Ya veo—, le respondí. —Entonces... supongo que eres uno de esos tipos. Por eso pensaste que podrían ser un regalo. Ahora tenía las manos por todo el cuerpo. Ni siquiera me importaba si Arturo podía oír mi respiración agitada a través del teléfono, que seguía intentando controlar, pero sin mucho éxito. —Bueno, sí, supongo. Me gusta cuando una chica me da sus bragas—, dijo. A Arturo también le costaba controlar la respiración. —¿Pero y si es tu madre la que te las deja, cariño? ¿Eso no te molesta?— Me pasé la mano por mis propias bragas y pude sentir lo mojadas que estaban. —Claro que no, mamá—, respondió Arturo, con la boca más cerca del teléfono ahora. —De hecho, incluso mejor. No hay nadie que me guste más. Me encanta mirarlas, tocarlas y...—. Su voz se entrecorta. —¿Y qué bebé? No pasa nada. Dime qué te gusta de mis... quiero decir, de las bragas de una mujer. Las tienes en la mano, ¿verdad? Dime lo que te gusta de ellas—, dije al teléfono sin aliento. Dios, esperaba no gritar en medio de un orgasmo mientras hablábamos. —No puedo mamá—, suplicó. —No creo que esté bien. —Cariño, puedes contármelo—, le dije. Luego, con una pequeña carcajada, dije: —No hay nada que me vayas a contar que yo no haya hecho ya probablemente... o quizá esté haciendo ahora mismo—, añadí casi en un susurro. —Me gusta olerlas. De hecho me encanta cómo huelen. Se nota que estabas excitada cuando te las ponías, ¿verdad mamá?. —Um, sí bebé, supongo que sí. A veces incluso a tu vieja madre se le meten imágenes en la cabeza que la excitan—. De algún modo, hablar de mí misma a mi hijo en segunda persona parecía menos desagradable. Pero ahora tenía las manos dentro de las bragas frotándome el clítoris y la respiración cada vez más agitada. —Me di cuenta—, dijo. —Pude ver dónde las habías mojado con tu coñ... —No pasa nada, cariño—, le tranquilicé. —Sé que ya no eres virgen y que sabes lo que es el coño de una chica. Está bien si lo dices—. Dios - estaba ardiendo. —Te estás masturbando ahora mismo, ¿verdad Arturo? Puedo decir por tu respiración... que te estás... masturbando.— Silencio. Luego, en un susurro, —sí. —Me alegro de que te gusten, cariño—, le susurré. Por mucho que quisiera oírle correrse con mis bragas, no estaba segura de estar preparada para que él me oyera correrme a mí todavía y, a regañadientes, pensé que lo había llevado todo lo lejos que hubiera creído posible incluso horas antes. —Mami va a dejar que te cuides solo ahora, bebé—, le dije tranquilizándolo. —Volveremos a hablar pronto. Colgué y me regalé el orgasmo más intenso de mi vida. —Dios mío—, pensé. —¿Por que esto es lo mejor me ha pasado?
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD