Habían pasado tres días desde que Arturo y yo habíamos hablado y yo le había escuchado decirme que se masturbaba con mis bragas. Ni que decir tiene que fue una conversación y un recuerdo que rara vez abandonó mi conciencia en ese tiempo. No es que no lo hubiera disfrutado. De hecho, esa era parte de la cuestión con la que estaba lidiando. Lo había disfrutado. Además, nada más colgar, me había metido un dedo hasta alcanzar un orgasmo increíble.
Hasta ese momento, me había parecido bien masturbarme mientras fantaseaba con mi hijo, porque era sólo eso, una fantasía muy traviesa que sólo yo (bueno, y mi mejor amiga, Luciana) conocía.
Pero ahora había dejado que avanzara a un nuevo nivel. Mierda, incluso lo había alentado. Una cosa era saber tácitamente que Arturo se masturbaba pensando en mí y otra escucharle mientras lo hacía. Para colmo, estaba segura de que él sabía que yo hacía lo mismo mientras hablábamos. Me sentía muy culpable. Lo único que me salvó fue que colgué antes de que ninguno de los dos se corriera. Al menos tenía ALGÚN sentido de la decencia, racionalicé.
Cuando Arturo llamó esa noche, yo aún me sentía culpable, pero había decidido hablar con él y poner fin a cualquier conversación inapropiada entre nosotros.
—Hola, cariño—, respondí, tratando de poner un tono algo serio de buenas a primeras.
—Hola—, dijo alegremente. —Cuánto tiempo sin hablar.
—Arturo, antes de seguir charlando, quiero hablar de la otra noche—, le dije con severidad. —Te quiero y me encanta que tú y yo podamos hablar de cualquier cosa, pero nuestra conversación del martes pasado no fue el tipo de conversación que ninguna madre debería tener con su hijo. Sólo quiero que sepas que lamento haberla alentado y que no volverá a ocurrir.
Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Esperaba no haberle juzgado mal.
¿—Arturo—? ¿Cariño? ¿Estás ahí?— Pregunté, esta vez mi tono era más suave.
—Sí mamá, estoy aquí—, dijo. Intenté leer en su voz lo que estaba pensando, pero no pude.
—Mamá, entiendo lo que dices. Pero supongo que yo lo veo de otra manera—, explicó. —Me encantó que pudiéramos hablar así el uno con el otro. No sabes lo excitante que fue para mí y lo mucho que... lo disfruté después de colgar.
—Cariño, eso no es lo que estoy diciendo...— Le interrumpí.
—Lo sé, mamá—, dijo antes de que pudiera continuar. —Sé que puede parecer raro para la mayoría de madres e hijos, pero a nosotros nos pareció bien, es todo lo que intento decir. Te amo mamá. Y quiero poder hablar contigo de cualquier cosa, aunque sea de sexo. En realidad, especialmente si es sobre sexo. ¿Quién mejor para hablar cuando tengo preguntas sobre cosas así que mi madre, la mujer que mas quiero?—, razonó.
Sabía que estaba racionalizando, al menos un poco, pero también estaba tocando un punto débil conmigo. Desde que su padre se había ido, estábamos solos él y yo. Sabía que probablemente era sobreprotectora, pero también sabía que tenía que desempeñar el papel de madre y padre en su vida.
—Pero cariño—, dije, tratando de retomar el control de la conversación, —una cosa es que hablemos de cosas como el sexo y la masturbación, y otra que nos escuchemos mientras lo hacemos.
—Cielos mamá, ¿también te estabas tocando?—, preguntó, obviamente excitado.
Uh oh, pensé. Sabía que había confirmado accidentalmente lo que creía que él ya sabía. ¿Cómo iba a salir de ésta? Rápidamente decidí intentar el enfoque clínico y honesto.
—Bueno, sí—, le dije, algo insegura. —Los chicos no son los únicos que se masturban. Todos lo hacemos de vez en cuando.
—¿Ves, mamá?—, dijo riendo, —Ése es el tipo de cosas de las que hablo. Sé que todo el mundo lo hace, pero supongo que nunca pensé que tú también lo hicieras. Quiero decir que supongo que nunca pensé en ti de esa manera y es un poco agradable que ahora sé que no estabas enfadada conmigo.
Sentía que la ventaja que intentaba conseguir se esfumaba rápidamente. Pero también necesitaba que supiera que le quería, sin importar lo que sintiera por lo que habíamos hecho unos días antes.
—Cariño, creo que no estás entendiendo lo que intento decirte—, le dije. —Por supuesto que no estaba enfadada. Y sabes que no hay nada que puedas hacer que cambie mi amor por ti. Es sólo que pensé que la otra noche había cruzado alguna línea en mi mente que una madre no debería cruzar con su hijo. ¿Tiene sentido?
Se hizo el silencio al otro lado de la línea durante lo que pareció mucho tiempo, pero probablemente sólo fueron unos segundos.
—Supongo—, dijo finalmente Arturo. —¿Pero eso significa que no quieres que te pregunte sobre cosas que me pregunto cuando se trata de sexo?
—No. Claro que no—, dije, intentando sonar maternal. —Sabes que siempre estaré a una llamada de distancia si me necesitas—. Y luego, tratando de aligerar el ambiente, me reí —Pero tal vez puedas tratar de mantener tus manos fuera de ti mientras estamos hablando.
Arturo también se rio. —Vale—, dijo. —Lo intentaré.
Empezamos a charlar sobre sus clases y sus amigos. Le conté algunos cotilleos del barrio y sentí como si hubiera recuperado a un amigo. Era divertido y encantador. Antes de colgar, me preguntó si podía hacerme una pregunta más sobre sexo en la que había estado pensando desde nuestra última conversación. Le dije que estaría encantada de responderle si podía.
—Bueno—, empezó él, pareciendo que buscaba las palabras adecuadas, —ahora que te he dicho que me gusta jugar con tus bragas cuando... bueno, ya sabes...
Sonreí ante su esfuerzo por no pasarse de la raya. —No pasa nada, cariño, puedes decir que te masturbas—, me reí.
Arturo también se echó a reír. —Vale, cuando me masturbo. ¿Pero eso es raro? ¿Que me guste hacerlo con las bragas de mi madre? Quiero decir que sé que Fred también lo hace. Él y yo hemos hablado de ello. Pero me preguntaba si pensabas que yo era una especie de bicho raro o algo así.
—Cariño, no pensé que fueras —un bicho raro— cuando estuvimos hablando la otra noche, y sigo sin pensarlo. De hecho, cuanto más lo pensaba, más podía entender que eso pudiera sentarle bien a un chico. ¿Responde eso a tu pregunta?
—Sí, así es. Pero se me ha ocurrido una más—, se rio.
—Vale, una más—, yo también me reí.
—Bueno, antes dijiste que tú también... te estabas masturbando. Quiero decir, cuando estábamos hablando la otra noche—, dijo. —¿Eso significa que te excitaba pensar en mí... masturbándome con tus bragas?
Oh Dios, pensé. ¿Cómo respondo a esto? Si decía que no, él sabría que estaba mintiendo. Pero si decía que sí, bueno, no parecía el tipo de cosa que una madre debería decirle a su hijo. Así que intenté ser evasiva.
—Sólo diré que me pillaste en un momento vulnerable—, intenté.
—Vamos mamá—, suplicó Arturo. —Sé sincera.
Me quedé atascada y no supe qué decir, así que no dije nada durante unos segundos, intentando averiguar cómo responder.
Arturo llenó el silencio. —Si te dijera que ahora mismo tengo tus bragas en la mano y que de vez en cuando, mientras hemos estado hablando, las he olido, ¿eso te haría... ya sabes, vulnerable otra vez?
De nuevo, sentí cómo se me endurecían los pezones. Y me retorcí en la silla. No dije nada, pero sabía que Arturo podía oír cómo se aceleraba mi respiración, a pesar de que intentaba controlarla.
—¿Te parece raro que me encante acercarme las bragas de mi madre a la cara y olerlas? ¿Y saborearlas?— preguntó, su respiración ahora también era más superficial. —¿Eso te molesta mamá? ¿Sabiendo lo mucho que me gusta sostenerlas mientras me masturbo?
Sólo se me ocurrió una cosa que decir. —No—, susurré.
—Me alegro——, jadeó al teléfono. —Quiero que sepas lo mucho que me gusta sostenerlas mientras hablamos. Me hace sentir más cerca de ti, como si estuvieras compartiendo algo muy íntimo conmigo.
Aunque sabía que estaba mal, no pude evitar la reacción de mi propio cuerpo al oír a mi hijo describir cómo le excitaba mi lencería. Mi mano recorrió involuntariamente mi pecho. Podía sentir la dureza de mis pezones a través de la camiseta. Luego mi mano bajó por mi estómago hacia mis pantalones cortos. Quise parar, pero no pude evitarlo. Sabía que se estaba masturbando con las bragas que yo había metido a propósito en su bolso. Sabía que la idea de que oliera mi aroma en ellas era la fuente de un sinfín de fantasías con las que vivía desde hacía semanas. Oír su voz mientras ambos reproducíamos la fantasía en nuestras cabezas me parecía íntimo... e incluso más poderoso que cuando estaba sola en la cama por la noche.
—Me... Me alegro de que te sientas así, cariño—, dije finalmente. —Si te hacen sentir más cerca de mí, entonces me alegro de que las tengas. Tal vez sea mejor que colguemos ahora.
—Por favor, no cuelgues mamá—, suplicó. —Quiero hablar contigo... oírte mientras... mientras me masturbo.
—Pero cariño, acabamos de hablar de esto. No sé si esto está bien—, intenté, sonando poco convincente incluso para mí misma.
—Por favor mamá, sabes lo que estoy haciendo con tus bragas ahora mismo, ¿verdad?—, preguntó.
—Sí—, susurré, con la mano desabrochándome los pantalones cortos y bajándome la cremallera.
—¿Estás vulnerable esta noche mamá?—, dijo en tono bajo, hablando muy cerca al teléfono. —Quiero que me lo digas esta vez. ¿Te estás tocando?
Mi mente se aceleró. Podía imaginármelo con su polla dura fuera, moviendo su mano arriba y abajo, sujetando mis bragas a su alrededor. Quería colgar y poner fin a la conversación... pero no podía. Estaba demasiado excitada. Mi mano llegó a mi coño y estaba ardiendo. Mi clítoris estaba duro y lo froté con el dedo corazón en círculos. Acuné el teléfono contra mi hombro y con la otra mano tiré de mi pezón.
Contesté despacio, de repente me costaba respirar. —¿Es eso lo que quieres? ¿Quieres que me toque el coño mientras me hablas? ¿Mientras tú... te masturbas?
No sabía quién era esa persona que hablaba así a su propio hijo, pero por el momento me daba igual. Estaba tan mojada que sabía que sólo pasarían unos instantes antes de que me corriera. Y para hacerlo aún peor, ni siquiera me importaba si Arturo iba a oírme.
—Oh Dios—, gimió Arturo. —Sí, me encantaría que lo hicieras conmigo mamá. Dios, estoy tan empalmado pensando en ti tocándote el coño. ¿Está mojado, mamá? ¿Está tan mojada como cuando llevabas estas bragas?
—Mmmm—, gemí. —Sí cariño, mami está mojada. Muy mojada. Y mi clítoris también está duro. Podría correrme en cualquier momento. ¿Quieres oír a mamá correrse, cariño? ¿Te gustaría?
Ahora oía a Arturo respirar con jadeos más cortos y superficiales, y sabía que él también estaba a punto de correrse.
—Sí mami, córrete para mí—, jadeó.
Con los ojos cerrados, imaginé a Arturo con mis bragas cerca de la cara, inhalando mi aroma, y luego sacando la lengua y llevándose la entrepierna de las bragas a la boca, intentando saborearme a través de ellas. Mi dedo trabajaba ahora furiosamente mi clítoris y sentí que aumentaba aún más. Arqueé la espalda y metí un dedo, luego otro, embistiéndolos dentro y fuera.
—Aaaahhh—, jadeé, mientras mi cabeza volaba hacia atrás y el teléfono caía sobre la alfombra. Estaba absorta en mi propio orgasmo y no me di cuenta de que el teléfono estaba en el suelo hasta que recuperé la consciencia. Lo cogí rápidamente.
—Lo siento, cariño, ¿sigues ahí? Se me cayó el teléfono—, dije, con la respiración agitada.
—Dios mamá, eso fue tan caliente—, dijo. —Creo que nunca me he corrido tan fuerte.
—Yo tampoco, bebé—, dije, aún luchando por recuperar el aliento y la compostura. —Creo que es mejor que colguemos ahora. Tengo que prepararme para ir a la cama.
—Vale mamá, y gracias—, dijo, también obviamente sin aliento, —espero que podamos repetirlo.
—Ya veremos—, me sonrojé. —Buenas noches, cariño.