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Milf

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Blurb

Natalia, viuda y soltera tiene como familia al único hombre en su vida, el hijo de su difunto esposo, su hijastro Arturo. Al descubrir que Arturo le roba las bragas para masturbarse, la vida s****l de Natalia cambiaria para siempre.

"Oh, Arturo, quiero que me pruebes de verdad, bebé", dije en voz alta a nadie. "Mami quiere que la comas, que hagas que mami se corra".

A estas alturas, ya me había adaptado a mi nueva realidad. Estaba fantaseando con mi propio hijastro follándome sin culpa. Sólo era una fantasía, ¿no? No había nada malo en fantasear.

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Capitulo 1
Todo empezó como un sábado cualquiera. Pude dormir un poco más tarde de lo habitual y, como afuera estaba tan bonito, decidí disfrutar de mi café matutino junto a la piscina. Había hecho un calor terrible todo el verano, pero la noche anterior había llovido y el aire de la mañana no sólo era algo fresco, sino que hacía que todos los colores del jardín fueran más vivos y que el olor de las flores del patio fuera más dulce. Apenas había nubes en el cielo esa mañana, así que sabía que era cuestión de tiempo que volviéramos a tener otro día de altas temperaturas, pero esta mañana me sentí como en un pequeño oasis en medio de la ola de calor. Mientras estaba allí sentada, escuchando la mezcla del parloteo de los pájaros y el correr de la fuente de la piscina, mis sentidos se inundaron y pensé en lo afortunada que era. Mi ex y yo nos habíamos divorciado hacía unos siete años, tras un año de separación. En aquel momento fue devastador, pero yo había seguido adelante. Ambos teníamos bastante éxito en nuestros respectivos campos y, tras descubrir que tenía una aventura con una mujer en su oficina, yo había recibido la mayor parte de nuestros bienes. Poco tiempo después falleció por complicaciones al corazón. Dejando solo a Arturo, decidí adoptarlo y quererlo como mi propio hijo, el niño de mi vida. Arturo y yo llevamos una vida muy cómoda en un tranquilo suburbio de una gran ciudad. Tenemos una casa grande sin hipotecas, con la obligada piscina para combatir el susodicho calor en verano. He ahorrado suficiente dinero para pagar sus estudios universitarios. Los dos conducimos coches bonitos, pero no de lujo. En resumen, puede que tengamos cosas de las que preocuparnos, pero el dinero no es una de ellas. Arturo tiene diecinueve años y ha pasado el verano en casa, tras terminar su primer año en la universidad, a unas horas al sur. Había hecho sobre todo cursos básicos, pero planeaba ser abogado como su padre. A veces, cuando le miro ahora, me parece un clon de él. No llega al metro ochenta, sigue teniendo el cuerpo atlético que le ayudó a ganar las distinciones en fútbol en el instituto, y esos ojos claros que aparentemente hacen que las chicas flaqueen si él se fija en ellas. Hice todo lo que pude para criar a Arturo sola, pero no siempre fue fácil. De hecho, ahora que lo recuerdo, no estoy segura de que fuera fácil. Se había convertido no solo en un joven apuesto, sino en el tipo de hijo del que cualquier madre estaría orgullosa. Era inteligente y trabajador, y había decidido trabajar como becario en un bufete de abogados bastante importante durante el verano en lugar de tumbarse en la piscina como muchos de sus amigos. Decir que estoy orgullosa de él sería quedarme corta. Ahora que había vuelto para el verano, me encantaba volver a cuidar de él, prepararle el desayuno todas las mañanas y la cena todas las noches, lavarle la ropa y, básicamente, mimarle por la sencilla razón de que podía hacerlo. Mientras Arturo todavía iba al instituto, me apunté a clases de yoga y a clases de spinning tres o cuatro veces por semana. Estoy orgullosa de haber podido mantener mi figura. Supongo que el hecho de que sea menuda, tenga las tetas grandes y pueda mantener una conversación sobre deportes no me perjudica a la hora de atraer a hombres. Cuando Arturo se fue a la universidad, empecé a salir más y conocí a algunos tipos muy interesantes, pero desde que está en casa he vuelto a reducir mi vida social para poder pasar más tiempo con él. Pensaba en él aquella mañana cuando salió al patio con su propia taza de café en la mano. —Buenos días, mamá—, le oí decir mientras se acercaba y me daba un beso en la mejilla. —Hola, cielo. No pensé que te levantarías tan pronto—, sonreí. Se ríe. —Le prometí a unos amigos que no he visto en todo el verano que saldríamos hoy. Arturo se sentó a mi lado en nuestras tumbonas y, por un momento, disfrutamos de todos los sonidos, las vistas y los olores que nos ofrecía aquella hermosa mañana. Sólo llevaba puestos los calzoncillos y me sorprendí mirándole, pensando en lo crecido que se había hecho en el último año. Me pregunté brevemente si alguna vez me habría mirado con mis bragas y mi vieja camiseta hecha jirones y habría admirado mi cuerpo como yo lo hago ahora. Pero rápidamente deseché la idea. Era el tipo de ropa con el que siempre dormíamos y estábamos acostumbrados a vernos así. Charlamos un poco sobre nuestros planes para el día. Desde que había terminado su primer año de universidad parecía que había madurado diez veces. Era fácil hablar con él, divertido y me hacía sentir joven de nuevo. Yo seguía siendo su madre y nunca cruzamos los límites de la sociedad, pero ahora era una relación más adulta. Podíamos hablar de carreras, de política, de citas, de las películas que nos gustaban y de prácticamente cualquier cosa con la que yo pudiera encontrarme hablando con un chico si tuviera una cita. A principios de verano me enteré de que no era virgen y -aunque eso es algo que a cualquier madre le cuesta un poco oír de —su bebé—- no parecía ser promiscuo. Además, ya era mayorcito para tomar ese tipo de decisiones por sí mismo. En mis momentos más sinceros supe que, con todas las chicas guapas que aparentemente le adoraban, probablemente me habría preocupado un poco si no hubiera perdido ya la virginidad. Terminamos el café y entramos. Nos preparé el desayuno mientras él subía a ducharse y cambiarse. Cuando terminó de comer, me dio un beso rápido en la mejilla y me dijo que volvería a última hora del día. Empecé mi rutina habitual de los sábados por la mañana: limpiar la casa y lavar la ropa. Mientras ordenaba la ropa, me di cuenta de que un par de bragas que me había puesto unos días antes no estaban en la pila de ropa sucia. Normalmente no me habría dado cuenta, pero formaban parte de tres conjuntos de sujetador y bragas a juego que había comprado hacía poco. Volví al cesto para asegurarme de que había sacado toda la ropa, pero estaba vacío. No se trataba de ropa interior blanca de uso diario que fuera fácil pasar por alto. Hacía una o dos semanas que había decidido vestir mi colección de lencería y había comprado sujetadores y bragas caros, transparentes y sexys. Del tipo que nos gusta llevar cuando esperamos ligar o simplemente queremos sentirnos sexys bajo la ropa de trabajo sin que nadie se entere. Volví a revisar la pila y emparejé los sujetadores y las bragas nuevos, excepto el par que faltaba. Eran negras, transparentes, tipo bikini, con un bonito lacito rosa en la parte superior rodeado de encaje. Después de un rato, supuse que estarían en algún lugar de mi armario y seguí lavando, pensando que aparecerían más tarde. El domingo por la noche me estaba preparando para irme a la cama y fui a poner la ropa que llevaba puesta a la cesta. Cuando la abrí, miré hacia abajo y allí estaban las bragas por las que me había estado preguntando la mañana anterior. Al principio me quedé mirándolas, pensando que debía de estar volviéndome loca, pero cuando salí de mi aturdimiento, empecé a teorizar sobre lo que podía haber pasado. Como sólo estábamos Arturo y yo en la casa, la única explicación posible era que él las hubiera puesto allí. ¿Las dejé en algún sitio y él las encontró y las puso en el cesto? ¿Las había cogido deliberadamente? ¿Las había cogido por accidente, había descubierto su error y las había devuelto? Estaba confusa, pero no demasiado preocupada. Sin embargo, empecé a tomar nota de la ropa interior que llevaba e incluso de dónde la colocaba en el cesto por la noche. Anotaba mentalmente que los colocaría a la derecha o a la izquierda del cesto antes de ducharme. Durante los cuatro días siguientes, siempre estaban en el mismo sitio. —Quién sabe— pensé. Quizá había tenido un lapsus mental y siempre habían estado ahí. Los viernes solemos tener una hora feliz después del trabajo, a la que decidí asistir. Arturo sólo trabaja media jornada los viernes, así que le llamé a casa para decirle que llegaría con una hora de retraso más o menos, pero que le prepararía la cena cuando llegara. Me dijo que no había prisa porque tenía previsto ir a un partido con uno de sus amigos y que comerían allí. Cuando llegué a casa, ya se había ido. Fui a cambiarme y, al abrir el cesto para dejar la ropa del día, me dio un vuelco el corazón. Las bragas rosas que me había puesto el día anterior no estaban donde las había puesto. Estaban en el lado derecho del cesto y recordaba haberlas puesto encima de los pantalones cortos que me había puesto la noche anterior, en el lado izquierdo. Los pantalones cortos estaban en el mismo sitio, pero las bragas se habían movido. Y sólo había una persona que podía haberlas movido. Me quité el sujetador, me puse una camiseta y unos pantalones cortos, entré, me preparé una ensalada y me senté en silencio mientras comía. ¿Por qué se las llevaba? ¿Qué hacía con ellas? Creo que ya lo sabía, pero en aquel momento todavía estaba intentando hacerme a la idea. Terminé de comer, me serví una copa de vino y salí al patio a tomar el aire. El vino, combinado con los dos que tomé en la hora feliz, empezó a marearme un poco. Cuando empecé a aceptar que utilizaba mi lencería cuando se masturbaba, empecé a hacerme otras preguntas. ¿Por qué mis Bragas? ¿Por qué MIS bragas? ¿Las olía? ¿Las probaba? ¿Las envolvía alrededor de su pene mientras jugaba con ellas? Dios mío, ¿las llevaba puestas? De repente me levanté, entré, las saqué del cesto y me las llevé fuera. Cuando las miré, no pude ver ninguna prueba de que se las hubiera puesto y estirado o de que se hubiera corrido en ellas. Me los acerqué a la cara y aún podía olerme en ellas. Dios mío. Si yo aún podía olerme, por supuesto que él también. Entonces saqué la lengua y la pasé por la entrepierna como imaginé que él habría hecho. Cuando lo hice, supe que tenían el sabor más tenue de mi coño. Un hormigueo me recorrió y mis pezones se endurecieron. Empecé a visualizarle con mis bragas tan cerca de su cara como lo estaban de la mía en ese momento. Como si estuviera desconectada de mí y tuviera mente propia, mi mano que sujetaba las bragas se metió bajo la camiseta y empecé a frotarlas contra mis pechos. ¿Esas bragas habían estado frotando su pene? y ahora las mismas bragas estaban frotando mis pezones. Empecé a frotar con más fuerza y a tirar de mis pezones con los dedos, tirando de ellos, pellizcándolos. Me senté en la silla y, como si fuera otra persona la que hacía ruido, empecé a gemir. ¿Qué demonios hacía yo pensando en esto? ¿En mi propio hijo? ¿En su pene? Pero ya estaba demasiado lejos para detenerme. Dejé el vino y me metí la mano, pasando un dedo por la ropa interior que llevaba. Estaba empapada. Sabía que estaba mal, pero no podía evitarlo. Fantaseaba con mi propio hijo probando mis bragas mientras se masturbaba. Y ahora, mientras las saboreaba, me metía un dedo en mi propio coño. Me froté las bragas sucias alrededor de los labios, creyendo que tal vez podría saborear sus jugos en ellas como él había hecho con los míos. El olor de mi aroma femenino era denso en mis fosas nasales y me ponía aún más cachonda, como si el olor a sexo estuviera realmente en el aire. Con el dedo frotándome furiosamente el clítoris, aparté la otra mano de la cara y me agarré el pezón, tirando y retorciéndolo. Empecé a meter y sacar un dedo, luego dos, de mi coño empapado. Caray, ya estaba a punto de correrme. Cada músculo de mis piernas se tensó, mi espalda se arqueó, me oí gemir el nombre de Arturo y me corrí. Dios mío, ¡acababa de tener un orgasmo pensando en mi propio hijo! Incluso había pronunciado su nombre. Mientras volvía lentamente a la tierra, empecé a reflexionar sobre lo que iba a decir... o hacer. ¿Me enfrento a él? ¿Lo ignoro? Tal vez todos los chicos pasan por esto. De momento estaba demasiado agotada para pensar racionalmente. Decidí pensar en ello al día siguiente, cuando no estuviera pensando en el resplandor de uno de los orgasmos más intensos que había experimentado en bastante tiempo. Me tomé otra copa de vino, es mucho más de lo que suelo beber, pero pensé que esa noche estaba justificada y me fui a la cama antes de que él llegara a casa. Cuando me fui a dormir aquella noche, noté que las bragas que llevaba todavía estaban un poco mojadas por mis acciones anteriores, pero ahora no me importaba. Mañana sería otro día y lo resolvería.

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