Capitulo 2

2530 Words
Estaba un poco atontada por el vino de la noche anterior, pero me levanté de la cama y volví a preparar el café. Cuando mi cabeza empezó a aclararse, recordé por qué me había sentido obligada a beber más de lo habitual esa noche y empecé a pensar de nuevo en cómo manejar el hecho de que Arturo me estuviera quitando las bragas. Antes de que se me ocurriera un plan, bajó las escaleras dando saltitos. —Buenos días—, me dijo mientras se acercaba y me abrazaba por detrás. Me estaba imaginando que podía sentir su antebrazo rozando la parte inferior de mis pechos mientras me daba un abrazo rápido pero firme. —Hola, cielo. Sin duda estás de buen humor esta mañana—, sonreí. Cuando me di la vuelta, seguía abrazado a mí, pero ahora podía ver que estaba sin camiseta y sólo llevaba puesto el bañador. Esperaba que no se diera cuenta de que se me ponían duros los pezones bajo la camiseta mientras miraba su pecho musculoso. —¿Vas a tumbarte en la piscina hoy?— pregunté mientras me zafaba de su abrazo antes de que pudiera pillarme sonrojada. —No. Fred y yo decidimos anoche que hoy iremos al lago en el bote de su padre. Lo siento. No tengo tiempo para desayunar esta mañana. Tengo que irme. Me dio un beso rápido en la mejilla, cogió su cosas, las llaves, y se marchó. Me preparé unas tostadas, saqué un poco de yogur de la nevera y me lo llevé fuera para disfrutarlo al aire de la mañana. Allí se me encendió la bombilla. Entré rápidamente, me puse unos pantalones cortos, un sujetador y una camiseta más bonita y llamé a Luciana, la madre de Fred. Luciana, Lucy como a veces la llamaba, era una de mis vecinas más cercanas y mejores amigas. Nos habíamos conocido cuando los niños estaban pequeños y trabajábamos juntas como voluntarias en la escuela. Ahora las dos éramos madres solteras y, aunque haya pasado el tiempo, tanto ella como yo, así como Fred y Arturo, seguíamos muy unidos. Podía confiar en ella, y ella en mí, sin juicios ni intenciones ocultas. —Has madrugado para ser sábado—, contestó al teléfono sin molestarse en saludar. —Sí. Anoche bebí demasiado vino y me dormí pronto—, contesté. —¿Estás ocupada? ¿Por qué no te pasas a tomar un café conmigo? —Suena bien. Ahora mismo voy—, dijo. Luciana y Fred vivían al otro lado de la calle y a los cinco minutos ella ya estaba entrando por la puerta de atrás. —Parece que los chicos tienen planeado un gran día—, dijo mientras se servía una taza de café. —¿Te dijo Arturo que anoche conocieron a unas chicas en el partido y que las iban a llevar al lago? Me reí. —No. Supongo que tenía demasiada prisa para mencionarlo. Ella también se rio. —Fred no me dijo mucho sobre ellas, excepto que eran mayores y que estaban buenas. Supongo que lo del lago fue idea suya para poder verlas en bikini—, sonrió. —Hablando de bikinis—, empecé, —creo que he descubierto algo sobre lo que estoy un poco confusa. Nuestros chicos son tan parecidos, que pensé que tal vez podrías darme algún consejo. Luciana levantó la vista de la revista que estaba ojeando despreocupadamente mientras yo hablaba y dejó la taza. —Claro. ¿Qué pasa? —Bueno, creo que Arturo ha estado cogiendo mis bragas del cesto y... bueno... —usándolas—, me sonrojé. —¿Alguna vez has notado a Fred haciendo algo así? Lucy sonrió y soltó una carcajada. No con maldad, sino más bien como si supiera exactamente de qué estaba hablando. —¿Ahora te das cuenta?—, preguntó. —Sé que Fred lleva haciéndolo desde que estaba en el instituto y apostaría a que Arturo lleva haciéndolo el mismo tiempo. Ya sabes lo unidos que están. Si uno de ellos está haciendo algo, normalmente asumo que el otro también está en ello. Me sorprendió un poco su despreocupación. —Entonces... cuando te diste cuenta... ¿qué dijiste? ¿O hiciste? Lucy volvió a soltar la misma carcajada. —Nada. Quiero decir que supongo que no veo el daño. Si es como Fred, lo único que hace es —tomarlos prestados— del cesto, masturbarse y devolverlos—, afirmó con calma. —No es como si los robara y yo tuviera que comprar más ropa interior. Y, no sé Arturo, pero Fred no los ensucia, si sabes a lo que me refiero—, sonrió. —A Javier (su ex) le encantaba que me pusiera lencería sexy y quería que me la dejara puesta cuando empezábamos a tener sexo. Es solo cosa de hombres. Mientras me contaba esto, recordé que a mi ex también le encantaba la lencería sexy. Siempre me la compraba y le encantaba que me la pusiera en la cama. Le encantaba mojarme cuando aún la llevaba puesta y se colocaba entre mis piernas para poder saborear mi humedad a través de las bragas. Quizá era —sólo cosa de hombres. —Vale. Supongo que puedo entender—, dije. —Pero, quiero decir, ¿crees que son las bragas en general? ¿O son NUESTRAS bragas las que les atraen? En ese momento Lucy me miró directamente a los ojos, y esta vez no hubo la misma respuesta desenfadada. —No estoy segura de eso... y lo he pensado—, dijo seriamente. —Pero supongo que mi respuesta es que ambos parecen ser muy buenos chicos que están bastante bien adaptados, así que no me preocupa demasiado. —Además—, añadió, ahora riendo de nuevo, —no he notado que se me insinúe. Así que, tal vez estoy siendo ingenua, pero creo que es sólo el olor y el tacto y tal vez el sabor de las bragas lo que les atrae. Cuando mencionó que Arturo podría estar oliendo y saboreando mis bragas, volví a sonrojarme. —Así que... se nota que tú también has pensado en eso... pero me da la impresión de que tienes un pensamiento diferente...—, dijo al notar lo sonrojada que me había puesto. —Sí—, dije en voz baja. —Estaba pensando que a Arturo le gustaba olerme en las bragas—, continué, bajando la mirada, incapaz de mirarla a los ojos. —No sé... Supongo que me preguntaba qué pensabas tú... —Me identifico con eso—, dijo en voz baja. —Y por la forma en que estás sonrojada, tengo la sensación de que cuando consideraste que podías ser el objeto de las fantasías de tu hijo, te excitó. ¿Quizá se convirtió en objeto de tus fantasías? Estaba tan avergonzada que lo único que pude hacer fue asentir. Luciana se levantó de la silla y se acercó a donde yo estaba. Me dio un dulce y suave abrazo y me dijo: —Linda, me parece bien que juegues contigo misma mientras fantaseas con tu hijo. Es un joven muy guapo. Y, si te hace sentir mejor, no estás sola. Es sólo fantasía. No me siento culpable, y creo que tú tampoco deberías. Ahí estaba. El secreto más profundo que habíamos compartido estaba ahí para que lo supiéramos una de la otra. Sin decirlo, sabía que Lucy se había corrido fantaseando con su hijo y ella sabía que yo había hecho lo mismo. Como ella no se sentía culpable por ello, sentí que me había quitado un peso de encima y dejé que mi culpa también desapareciera. De hecho, por dentro, me sentía liberada por tener una fantasía nueva y poderosa a la que podía recurrir siempre que me asaltara el deseo. La miré y ambas sonreímos. —Gracias—, dije y le di un abrazo. —Esto ha sido de gran ayuda. Cuando se marchó, supe que no iba a decirle nada a Arturo. Si le gustaba usar mis bragas como fuente de fantasías mientras se masturbaba, ahora me parecía bien. Desde luego, no actuaba como si se avergonzara de sus fantasías y yo no sentía la necesidad de hacerle sentir diferente. Además, probablemente llevaba años haciéndolo y, como se iría la semana siguiente, sólo me quedaban unos días para ocultar el secreto de que yo sabía lo que hacía, aunque él creyera que se salía con la suya. *** Los días siguientes pasaron volando. Entre el trabajo, no tenía mucho tiempo libre para pensar en lo que podría estar haciendo con mis bragas detrás de la puerta de su habitación por la noche. Eso no quiere decir que no me corriera cuando tenía tiempo para pensar en ello. Durante la semana siguiente me di cuenta de que mis bragas se habían movido cuatro veces y cada vez cogía esas mismas bragas y me las frotaba por el cuerpo cuando me iba a la cama soñando con que la polla de Arturo había estado tan cerca. Cada vez me frotaba hasta alcanzar un orgasmo bien duro con las bragas aún puestas, dejando un fuerte olor para que Arturo lo disfrutara si decidía mirar en el cesto al día siguiente. Quizá por eso la frecuencia pareció aumentar esa última semana. Pero, ¿qué sabía yo? Tal vez cuatro o cinco veces por semana era la norma y yo me estaba dando cuenta ahora. Cuando se fue el sábado siguiente, sentí un nuevo nivel de cercanía hacia él, aunque él no supiera por qué. También sentí una nueva sensación de soledad, ya que volvía a estar sola en casa. Esperaba con impaciencia su promesa de que volvería a casa en un par de semanas para recoger algunas de sus cosas que no había podido empaquetar en este viaje. El miércoles antes de que llegara a casa, Arturo me llamó para decirme que no iba a poder venir. Quería asistir a una fiesta el sábado por la noche. Estaba cabizbaja, pero intenté que no lo notara en mi voz. Mientras hablábamos por teléfono, me ofrecí a llevarle sus cosas el sábado. Eran sólo unas horas en coche y no tenía nada planeado, le dije. Pareció animarse y dijo que sería estupendo. Me dijo lo que necesitaba, sobre todo ropa, y acordamos que llegaría a la hora de comer, le llevaría las cosas, pasaríamos un rato juntos y luego volvería para que pudiera disfrutar de su fiesta. Ambos colgamos emocionados por vernos.. Al día siguiente decidí trabajar desde casa. Sobre las nueve y media recibí una llamada de Luciana. —¿Estás bien?—, preguntó. —Todavía veo tu coche en la entrada. —Oh. Sí.— Le dije. —Acabo de decidir trabajar en casa hoy. Voy a ver a Arturo este sábado y llevarle algunas cosas que se dejó, así que hoy voy a hacer algo de lavado y cosas de casa . —Vas a ver a Arturo, ¿eh?—, dijo con una sonrisa irónica en la voz. —¿Echas de menos a tu bebé, Linda?—, se rio. Yo también me reí. —Bueno, sí, echo de menos verle. Pero no es así. Es sólo un viaje de ida y vuelta por el día. —¿Te ha pedido que metas un par de bragas con las cosas que quiere que lleves?—, bromeó. Yo también me reí. —No. No lo mencionó. Pero estoy segura de que no le importaría. Por lo que sé, toda mi lencería sigue aquí, así que o está pasando por un síndrome de abstinencia o tiene una nueva fuente de bragas a la que recurre cuando está fuera de casa.— —Sabes lo que deberías hacer—, dijo Lucy, de repente con un tono excitado y travieso en la voz, —deberías incluir accidentalmente un par de tus bragas entre sus cosas. —Oh, no—, dije, sintiéndome repentinamente ruborizada. —No podría hacer eso. Sería demasiado exagerado. —¿Cómo sabría que no fue un accidente?—, preguntó. —Es perfecto. Tienes la negación y tu propio secretito de que sabes lo que va a hacer con ellos. Además, sabes que le encantará, accidente o no. —No lo creo—, dije. —Eso parece cruzar alguna línea. De todos modos, tengo mucho que hacer—, ofrecí, tratando de cambiar de tema. Después de colgar, no podía quitarme de la cabeza la idea de Luciana. A la mañana siguiente sabía que iba a hacerlo. Probablemente lo supe en cuanto me lo dijo, pero no me atreví a admitirlo hasta el día siguiente. El viernes por la noche, cuando me iba a la cama, me puse las mismas bragas negras transparentes que semanas antes había notado que faltaban. Cuando me metí en la cama, mis manos empezaron a recorrer mi cuerpo. Alrededor de mis tetas, por el centro hasta mi estómago y luego de nuevo hacia arriba. Mis manos se acercaban cada vez más a mis pezones mientras repetía este movimiento y sabía -aunque aún no me había tocado el coño- que estaba mojada. Pensaba en Arturo. Pensaba en él teniendo estas bragas... oliendo mi coño en ellas... viendo lo mojada que se había puesto su mami con ellas puestas... saboreándolas... envolviéndolas luego alrededor de su gran polla y corriéndose en un torrente. —Oh, Arturo, quiero que me pruebes de verdad, bebé—, dije en voz alta a nadie. —Mami quiere que su bebé la coma, que haga que mami se corra. A estas alturas, ya me había adaptado a mi nueva realidad. Estaba fantaseando con mi propio hijo follándome sin culpa. Sólo era una fantasía, ¿no? No había nada malo en fantasear. Me agaché y empecé a pasar el dedo por fuera de las bragas, por el clítoris. Estaban empapadas. Puse toda la mano sobre mi coño y lo froté. Quería que la humedad impregnara la fina tela. Quería que pudiera olerme y saborearme a través de mis bragas. No podía más. Tenía que correrme. Metí la mano dentro de las bragas y empecé a frotarme el clítoris furiosamente. La otra mano tiraba con fuerza de mi pezón. —Fóllate a mamá, Arturo—, casi grité. —Fóllate a mamá ahora. Con eso me metí el dedo en el coño y luego añadí otro dedo, simulando lo que sentiría su polla dura y me corrí. Pero esta vez no paré. Seguí metiendo y sacando, tirando aún más fuerte de mi pezón, follándome con los dedos. Quería que mi hijo me follara y, en mi mente, lo estaba haciendo. Podía verlo encima de mí... su pecho musculoso, sus ojos azules mirándome, sus brazos rectos para que pudiera mirar hacia abajo y ver su polla dura deslizándose dentro y fuera de mi coño mojado. Dios, cómo me corrí. Cuando ya no pude correrme más, me tumbé exhausta en la cama. Al volver a la realidad, en lugar de sentirme culpable, sonreí. —Creo que Arturo se va a divertir con estas bragas—, pensé, y me quedé dormida.
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