CAPÍTULO VIIMarisa lloró hasta el agotamiento y después, temblando de frío y de desventura, se desvistió y se metió en la cama. En medio de la oscuridad, se enfrentó a lo que había hecho y comprendió que el Duque tenía razón en todo lo que le dijo. ¿Cómo, se preguntaba, pudo llegar a rebajarse tanto como para convertirse, como había dicho él, en una coleccionadora de todo y una calumniadora? Jamás creyó posible que un hombre fuera capaz de hablarle como el Duque le habló. Sin embargo, era lo suficientemente honesta para reconocer que estaba en su derecho de hacerlo. Él no sabía, y Marisa lo comprendía ahora por primera vez, que ella sólo había sido un instrumento del rencor y de la amargura de su padre. Volviendo la vista atrás, recordó que, cuando tenía sólo cinco años, su padre le h