Le pareció a Marisa, al entrar, que la expresión del Duque era severa, como si no estuviera particularmente divertido, pero Lady Wantage se mostraba sonriente y seductora. Se veía, tuvo que reconocer Marisa para sí, extremadamente atractiva en un complicado vestido para tomar el té, al que se había cambiado a su llegada. —¡Oh, mi pequeña y querida Aline!— exclamó—. ¡No sabes cuánto deseaba verte! Ven cuéntame qué has estado haciendo con tu linda personita desde que estuve aquí la última vez. Marisa le dio a Aline un suave empujón cuando comprendió que la niña no hacía ningún esfuerzo por adelantarse. Lady Wantage abrió los brazos en un gesto casi teatral. —Ven, pequeña— la llamó—. Sé… lo solitaria que debes sentirte, en este inmenso Castillo, sin ninguna compañía. Despacio, con pasos