—¿Por culpa de Lady Aline? —Me temo que sí. Es una niña caprichosa y malcriada. Siempre la tiene a una en ascuas tratando de adivinar qué nueva maldad trama. —¿Y qué maldad le hizo ahora a la señorita Graves? ¡Le puso una víbora en su cama!— repuso la señorita Whitcham con gran turbación. —Pero, ¿cómo pudo una niña apoderarse de una víbora? —Resultó ser una víbora de jardín, completamente inofensiva, pero, desde luego, la señorita Graves no lo sabía. Le tenía especial aversión a los reptiles. Me comunicó que no permanecería una noche más en la casa aunque le ofreciéramos 100 libras por minuto. Marisa tuvo que contener la risa. —Supongo que Aline conocía esa aversión de la señorita Graves. —No me sorprendería— contestó la señorita Whitcham—. Le seré franca, señorita Mitton, al decirl