CAPÍTULO IIMientras viajaba hacia el Castillo de Vox, Marisa pensó con franco deleite en lo que le esperaba. Había decidido mostrarse extravagante y viajar en primera clase, de modo que el compartimiento era muy cómodo, casi privado. El tren debía llegar a su destino en las primeras horas de la tarde. Había llegado a casa de su tía, en Londres, a la hora del desayuno y tuvo que esperar casi una hora antes que la Condesa la recibiera. Finalmente, subió a la lujosa y adornada alcoba de Lady Berrington, a quien encontró sentada frente a un espejo, mientras una doncella le arreglaba el cabello. —Ya es suficiente, Rose— había dicho su tía al ver aparecer a su sobrina—, quiero hablar a solas con Lady Marisa. La doncella se retiró y la Condesa se volvió, en el asiento del tocador, para mirar