|°06°| Un Gran Descaro

2449 Words
~•Emmett•~ •°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°•°• Tan pronto como bajé los pies de la camilla, sentí que mi cabeza empezó a dar vueltas, pero haciendo un gran esfuerzo tomé el pantalón que había dejado mamá sobre la mesa de al lado y procuré ponérmelos correctamente. Tenía perfecto control de mis manos, pero mis ojos parecían desenfocarse una vez por minuto, provocándome una terrible jaqueca, parecía que existir como una persona funcional se había vuelto una odisea para mí; los doctores parecían tan enfocados en mi cerebro y esa condenada amnesia que ahora sufría, que estaban pasando por alto que llevaba un puto año sin moverme, mi cuerpo no respondía a mis demandas. —Maldita mierda —gruñí al no lograr abrocharme el botón. —¡Hey! Aguarda, yo te ayudo. —Levanté la cabeza al oír la voz de Irina, que entró a la habitación corriendo. Sus manos reemplazaron las mías, haciendo la tarea con rapidez, pero no la suficiente como para que no resultase incómodo tenerla inclinada frente a mí subiendo mi cremallera. —Yo puedo hacerlo, no estoy inútil. —Seguí con mis reproches cuando le vi tomar el suéter, con toda la intención de ponérmelo a ella... Eso era más de lo que podía soportar Irina alzó ambas manos a la defensiva y dio un paso atrás, cruzándose de brazos para que yo lo hiciera. Desdoblé la prenda y la pasé por mi cabeza, pero cuando quise maniobrar para ponérmela por completo, sentí una horrible punzada atravesar mis omóplatos, quedé paralizado al instante. —¡Joder! —exclamé, encogiéndome sobre mí mismo en un intento de detener el dolor. Mantuve los ojos cerrados por un minuto, la sensación era demasiado para poder mantener la compostura. Poco después sentí el calor de las manos de Irina sobre mí, y esa fue una corriente igual de fuerte, pero en absoluto dolorosa, aunque era difícil describirla por completo. No recordaba una sola vez que me hubiese tocado en el pasado, y sin embargo ahí estaba, haciendo todas esas cosas por mí como si lo hubiese hecho miles de veces antes. —Atrofia muscular —dijo ella mientras me ayudaba a deslizar la tela sobre mi espalda—, te toca enseñarles nuevamente a tus músculos cómo moverse. —¿Te volviste doctora mientras no estuve? —pregunté con cinismo, arqueando una ceja. Sabía que estaba siendo un idiota malagradecido, que ella solo me estaba ayudando, pero estaba mareado, adolorido y, sobre todo, me sentía humillado, solo por intentar vestirme. Estaba furioso y con ganas de desquitarme con alguien… y ella, por desgracia, estaba ahí. —No, pero sí leí mucho sobre qué esperar de alguien que despierta del coma —respondió con un todo tan despreocupado que parecía no haberse dado cuenta de mi mal humor. —¿En serio? ¿Se consigue toda esa mierda en internet? —Sí, claro… Hay mucho material en “Cómo-cuidar-a-tu-esposo-que-recién-despierta-del-coma.com”. —Sonreí, muy a mi pesar. La Irina mordaz que había dado aquella respuesta, no era la chiquilla que yo recordaba. —Vale, fue buena, lo reconozco. Disculpa por mi mal genio, y… gracia por ayudarme, es solo que... quiero hacerlo solo, necesito hacerlo. —Tuve que admitir finalmente. —No hay de qué, te ayudaré en todo lo que pueda… y te dejaré hacer por tu cuenta también, pero no te exijas demasiado; que estés en pie por tu cuenta ya es bastante, Emmett; date un respiro. Los zapatos están aquí en esta caja y… tu mamá te trajo este ostentoso abrigo —murmuró entornando los ojos—. No tengo tu ropa a la mano, y le pedí que te comprara algo rápido, algo sencillo, pero me parece que se gastó unos cuantos miles de euros tan solo en este abrigo. —A los Lefevbre nos gustan los lujos —respondí tomando el abrigo. Sí, era ostentoso, pero no me gustó su tono de burla hacia mamá. Ella entornó los ojos en respuesta y se alejó para que yo terminara de alistarme. —Avísame si necesitas ayuda con los zapatos. —Estoy bien, gracias. —En realidad no lo estaba, pero se sentía sumamente incómodo por dejarle ayudarme de ese modo, era… demasiado íntimo, todos seguían actuando como si de verdad fuese mi mujer, pero la situación seguía siendo confusa para mí. La miré con atención, vestía un suéter color crema de cuello alto ajustado a su silueta, unos jeans blancas y unas zapatillas deportivas a juego. Lo simple y casual del atuendo no le restó elegancia. Irina ahora lucía mayor, como si en lugar de un año hubiesen pasado diez, mi cerebro se negaba a asimilarlo. En mi mente, ella seguía siendo aquella muchacha alegre de vestidos floreados que se paseaba día y noche por los viñedos… Persiguiendo a Damien, regalándole todas sus atenciones a él. Que ahora estuviera ahí queriendo ponerme los zapatos se me hacía absurdo e inquietante, sobre todo cuando siempre fue parte de nuestra naturaleza mantenernos alejados el uno del otro; ella por incomodidad, o temor; yo... por instinto de preservación. Pero si todo aquel circo del que me hablaba era cierto, entonces yo había lanzado a la basura todos esos años protegiéndome de Irina Varane, y debía indagar por qué lo hice. —Bueno, veo que ya estas casi listo para partir, Emmett —dijo el doctor Giroud irrumpiendo en la habitación—. ¿Cómo te sientes, muchacho? —No puedo vestirme solo… Se me nubla la vista a cada momento… Y tengo jaqueca permanente —respondí, un tanto humillado de tener que admitirlo delante de ella. —A ver: dificultad para moverse, dolores de cabeza, mareos… —Empezó a murmurar el doctor mientras tomaba notas en su libreta—. Sí, parecen ser los síntomas comunes de alguien que pasó un año en coma. —Resoplé ante su broma, y no pasé por alto la risa baja que dejó escapar Irina—. Tómalo con calma, Emmett. Lo importante es volver a usar tus músculos, tus órganos también tendrán un progreso lento, pero asiste a tus terapias físicas, haz tus ejercicios y come sano, y pronto recobrarás tu vida. —¿Y mi memoria qué? —pregunté, la idea de despertarme en una realidad en la que no sabía qué diablos pasaba me preocupaba, yo necesitaba estar en control de todo a mi alrededor. —Esa quizás vuelva mañana, quizás en un mes… o quizás no la recuperes, lo importante es que retomes tu rutina, quizás eso ayude en el proceso, pero debes estar preparado por si eso no sucede. . •°• . Quince minutos después, las palabras del doctor seguían pesando sobre mí. Porque… ¿Qué iba a pasar si nunca recuperaba la memoria? Casi no fue consiente del trayecto porque no pude sacarme ese pensamiento de la cabeza, la idea me inquietaba tanto que me generaba dolor físico. —Hemos llegado —anunció Irina, devolviéndome a la realidad. Estaba estacionando el auto frente a un elegante condominio al oeste de París, en pleno Saint Germain. —No recuerdo ni siquiera estos edificios —murmuré con enojo unos minutos después mientras tomábamos el elevador, más para mí mismo que para ella. —No tienes qué… Los inauguraron hace cinco meses, compré un espacio aquí para poder estar cerca del hospital, luego de un tiempo se me hizo incómodo quedarme en hoteles —respondió con una mueca de pesar. Asentí en silencio, comprendiendo que, en esta realidad, mi dinero era suyo también, comprar un apartamento en un edificio nuevo en el barrio más exclusivo de la ciudad nos ería un problema para ella. Llegamos al octavo piso y las puertas metálicas se abrieron, dando paso a un espacioso y lujoso apartamento, de grandes ventanales y paredes blancas. La decoración era de estilo clásico, pero los tonos claros le daban un toque de calidez y minimalismo que me gustó mucho, pero lo reconocí como un derroche. —Veo que no perdiste tiempo y empezaste a darte la gran vida —murmuré; imaginarme cuánto habría costado aquel sitio, incluido el trabajo de decoración, me hizo enfurecer. —Soy una Lefevbre ahora, y a los Lefevbre nos gustan los lujos, ¿no?—respondió ella de inmediato, lanzándome de vuelta, esta vez con una dosis de veneno, las palabras que yo mismo le había lanzado en el hospital. Sonreí en una mueca, viendo cómo enderezaba sus hombros y mantenía su barbilla altiva mientras me sostenía la mirada, estaba lista para la batalla, y eso me demostró una vez más que no conocía a la mujer que tenía en frente. —Bueno… es justo que vivas a la altura. Aquel comentario no pretendía ser uno conflictivo, fue en realidad un intento de admitir mi error y dejar el asunto, pero ella pareció no tomarlo así, porque lanzó las llaves sobre la mesa del comedor y se quitó el abrigo para lanzarlo al sofá. —Tengo que hacer una llamada, ponte cómodo… Estás en tu casa, después de todo. —Y sin más me dejó solo, nada considerado de su parte tomando en cuenta que yo estaba volviendo del hospital ese día, pero no podía culparla, mi actitud había sido una mierda. Me quité el abrigo y, tras dar una rápida vuelta por el salón, me dejé caer en el amplio y suave sillón blanco que ocupaba gran parte del mismo… Otro lujo. Miré hacia el salón continuo, que parecía ser el comedor, donde Irina hablaba con el teléfono al oído, nuevamente el pensamiento de que parecía otra persona me inundó la cabeza de preguntas. La Irina que yo recordaba siempre tenía una respuesta amable y cordial para todos, incluso para mí, aunque fueron pocos los momentos en los que pudimos compartir más que un par de conversaciones superficiales, y ahora que se suponía que las cosas habían cambiado entre nosotros… Yo no recordaba nada. «Otra de las jodidas ironías de la vida», me dije con un largo suspiro. Entender que no sabía qué había pasado con mi vida fue tan doloroso como lo fue el hecho de que ella se hubiese enamorado de mi hermano años atrás… Eso sí que lo recordaba muy bien. Había perdido la cuenta de las veces que soñé despierto con ella cuando no éramos más que un par de críos. Intenté muchas veces enamorarme de alguna chica de mi edad, pero no pude, y me sentí un maldito enfermo muchas veces, pero ella ocupó siempre mis pensamientos, pero la adoración que Irina mostró hacia Damien desde el inicio me hizo mantenerme al margen, aunque no mató así mis sentimientos por ella. Me pasé una mano por la boca, recordaba también la latente punzada de dolor que siempre estaba ahí cuando la veía. Por años me obligué a hacerme a la idea de que ella jamás sería mía, no cuando su corazón le pertenecía a otro, pero ahora despertaba para enterarme de que finalmente lo era... Era mía, la había hecho mi esposa e incluso habíamos tenido un hijo, pero yo no recordaba nada, era más una tragedia que un milagro. Una parte de mí quería creerlo, quería festejar y alegrarse por tenerla a mi lado, pero otra, la voz de mi razón me decía que debía ir con cuidado, presentía que había algo mal en todo aquello, esa mala sensación que siempre se presentaba ante mí al verla, la de reconocer su ambición por la riqueza, seguía ahí. Sí, había estado perdidamente enamorado de Irina, pero siempre la reconocí como una de esas mujeres que deseaba tener dinero… Que aceptara casarse conmigo, del modo en que me lo contó, pudo haber sido una respuesta al hecho de haber perdido a Damien y los lujos que él le proporcionaba en su noviazgo… y que recobró al unirse a mí, y eso, igual que antes, no me permitía relajarme en su presencia; solo había que estar en ese apartamento unos minutos para comprender que a Irina le gustaba ser rica… Lo disfrutaba a plenitud. No podía pecar de tonto y creer que se había enamorado de mí de buenas a primeras, pero una voz en el fondo de mi cabeza seguía luchando por mantener esa ridícula esperanza. Ella dijo que habíamos pasado casi un año juntos, ¿qué había pasado durante ese tiempo? ¿Por qué mi familia parecía tan cómoda con aquella escandalosa situación? ¿Realmente podía confiar en ella? Me sentía perdido y la jaqueca atacó una vez más, parecía que jamás se iría. Me llevé ambas manos a la cabeza y la dejé caer, procurando respirar, rogando por hallar claridad, pero entonces, como si hubiese sido el diablo y no Dios, quien me mandaba las respuestas que estaba pidiendo, la puerta se abrió y una joven rubia y delgada entró al apartamento… Con un pequeño niño en brazos. La inmovilidad me atacó de inmediato, un rotundo shock me dominó cuando vi a la criatura que me miraba de vuelta. No tenía que preguntar quién era, lo supe tan solo verlo… Era imposible no saberlo, ese cabello n***o y sus ojos marrones me lo confirmaban, había visto ese rostro muchas veces en mi infancia… Seguía inmortalizado en los retratos familiares... Junto al mío, tan diferentes como el día y la noche. Y al contemplar ese inocente rostro… confirmé la culpabilidad de Irina, sus mentiras y sobre todo... su maldito descaro. —¡Ah! Ahí están. Gracias por traerlo, Annie —dijo Irina acercándose a la mujer para tomar al niño en brazos. —Descuida, me imagino que él debe ser Emmett —dijo la mujer con una sonrisa amable, agitando su mano a modo de saludo, pero yo solo tenía ojos para Irina. —Sí. Emmett, ella es Anna, nuestra vecina del piso de abajo, y este… es Elliott, nuestro hijo. —Le dio un beso al niño en la mejilla. Sonreí con amargura al oírla, su descaro no conocía límites, pero ya había alcanzado el mío. —¿Mi hijo? ¿Cómo te atreves a burlarte de mí y de mi familia de esta forma? —pregunté enfadado—. Por eso no me dijiste nada de él desde el principio, ¿no? —¿De qué hablas, Emmett? —preguntó ella frunciendo el ceño, parecía realmente confundida, era una buena actriz, pero yo ya no le creía. —Hablo, Irina... de que no hace falta ser ningún genetista para decir que este niño es hijo de Damien, ¿o vas a negarlo?
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