Emmett respiraba con pesadez, tensando su mandíbula y paseando su mirada de un rostro a otro, como si esperara que le dijeran que todo se trataba de una broma, por desgracia, no era así.
—¿Mi hijo? —preguntó entre dientes, haciéndome sudar frío.
—Sí, hijo. —Gioconda sonrió acercándose a la cama y pasándole una de sus manos por la frente—. Irina dio a luz pocas semanas después de tu accidente… ¡No te imaginas qué drama se armó! Se le adelantó el parto.
—Es que el pequeño Elliott escuchó que su papá no quería despertar y se apresuró a ver si él lograba regresarlo a la vida —agregó Paulette entre risas, yo no podía parar de temblar.
—Pero al final él tampoco pudo traerte de vuelta. —Gioconda rompió en llanto, demostrando lo blanda que se había hecho luego del accidente, y se lanzó contra el pecho de su hijo, que miraba y escuchaba todo con atención, se mantenía sereno salvo cuando miraba en mi dirección… Entonces solo había odio.
—Bueno, mamá, pero lo importante es que ya está aquí… Y no sabes lo feliz que nos hace verte despierto, Emmett. Te extrañé como no tienes una idea, creí que nunca tendría oportunidad de hablarte de nuevo.
—Quisiera decir lo mismo, Pau; pero… comprenderás que no puedo —respondió él con una mueca.
—La siesta más larga de la historia.
—Y aún me siento cansado, ¿puedes creerlo?
—¡Ya basta los dos! Esto no es ningún juego —exclamó Gioconda.
—Ay, mamá, relájate, ¿quieres? —Se quejó Paulette—. Ya despertó, ya está bien, regresó con nosotros… ¡Disfrútalo!
—Sí, despertó… Acaba de despertar… ¡Luego de un año en coma! No puede ser tan simple, eso siempre deja secuelas, Paulette. Emmett podría tener daños serios. ¿Qué ha dicho el doctor, Irina?
Las dos mujeres voltearon a verme en ese instante y yo me paralicé por un momento; no había tenido oportunidad de reponerme, aún sentía mi cuerpo sacudirse por los nervios, pero al mismo tiempo me sentía paralizada… Estaba empezando a hiperventilar cuando de pronto un teléfono empezó a sonar en la habitación.
Gioconda se incorporó de inmediato y buscó en el interior de su bolso hasta que dio con el aparato, esa cosa alemana sofisticada, y costosa a niveles absurdos, de la que tanto había alardeado las últimas dos semanas, y como ya se había acostumbrado hacer desde que lo adquirió, la mujer presionó el botón que permitía que todos escucháramos su conversación.
—¡Cariño! Por fin me respondes… ¡Mira! —dijo, sonriendo como llevaba mucho tiempo que no sonreía, y acercó el teléfono al rostro de Emmett, que la miraba confundido. No era para menos, si yo aún tenía problemas con acostumbrarme a ese aparato, no podía imaginarme a alguien que recién se despertaba de un coma.
«Debe creer que despertó quinientos años en el futuro… para nada traumático», me dije con amargura.
—Anda, cariño. Habla —Le animó Gioconda.
—Hola… —Emmett estaba tenso y se escuchaba escéptico, sin apartar sus ojos del teléfono.
—Vaya, pero si es cierto… Despertaste, qué alegría. —Él se tensó más al oír la voz de Damien en la habitación, por lo visto, sorprendido por aquella nueva tecnología tanto como por las palabras de su hermano. A mí, como siempre, oírle me causó fuertes escalofríos.
—Sí, así parece —murmuró Emmett, que notó mi reacción, y pareció pedirme calma.
En el último año, me había dado cuenta de lo vil que era en realidad Damien Lefevbre, antes lo había idealizado tanto que había sido incapaz de captar esa esencia maquiavélica. Pero descubrí que era un hombre sin escrúpulos ni buenos sentimientos, aunque no por eso dejó de parecerme triste que, tras un año en coma, los hermanos se saludaran de esa forma tan vacía; dejaba mucho que desear su relación… siempre lo había hecho.
—Pues qué alivio… Ya nos estábamos empezando a preocupar. —No pude evitar cerrar los ojos al oír aquella mentira.
«Preocupado debes estar ahora, maldito buitre», bramé dentro de mí, tomando una respiración profunda.
Estuve segura que el hombre debía estar entrando en crisis al comprender que con Emmett despierto, sus días en la Directiva estaban contados; perder el poco poder que había adquirido en esos meses debía estarle comiendo las entrañas como el ácido más violento.
—Me hubiese gustado estar ahí, pero… Aún me quedan algunas negociaciones que concluir por acá, pero tan pronto como termine… volaremos directo a París, estamos ansiosos por verte.
—¿Volaremos? —preguntó Emmett, frunciendo el ceño.
—Nadine y yo, por supuesto.
—Ah, claro…
—No creo que tengas que venir a París, Damien. —Intervino Paulette mientras Gioconda orientaba el teléfono hacia ella para que pudiera oírle bien—. Pero creo que sí nos dará tiempo de llegar a Obernai para las festividades, ¿cierto?… Todo el pueblo estará feliz por el regreso de Emmett, ¡seguro harán una fiesta en su honor!
—Seguro que sí. El hijo pródigo está de vuelta, no es para menos, serás una celebridad… Una vez más.
Estuve segura que las dos mujeres no lo notaron, estaban demasiado cegadas por el amor hacia Damien, pero yo sí que lo noté; había hiel, resentimiento del más primitivo, en su comentario. Una envidia que arrastraba años de enemistad, y no pude evitar resoplar con cinismo, pero noté que Emmett también lo sintió, y eso fue algo bueno de notar, al menos sabía que estaba alerta.
—No nos apresuremos, Paulette. —Negó su madre—. Ya te dije que la condición de Emmett puede ser delicada, ¿cierto, Irina?
Nuevamente me miró y la inmovilidad volvió a mí, parecía que todo el año de caos ahora caía sobre mis hombros y era difícil de sostener. Miré a mi suegra, esa mujer que parecía haber envejecido diez años mientras su hijo “dormía” en un hospital. Yo seguía dudando de su nueva actitud menos conflictiva, pero las desgracias cambiaban a las personas, eso lo sabía, me habían cambiado a mí, pero aun así, Gioconda fue demasiado vil en el pasado como para que yo pudiera darme el lujo de bajar la guardia. Pero ese no era el momento para preocuparme por eso, al menos no con Damien al teléfono, atento de cada palabra.
—Pues… El doctor ya lo vio y… todo parece normal, pero… —Me detuve por un par de segundos al ver que Emmett sacudía la cabeza de un lado a otro casi imperceptiblemente, no quería que hablara—. Aún hay que hacerle algunos exámenes para descartar… Pero que todo parece indicar que estará bien. —Forcé una sonrisa, para no dejar en evidencia mis nervios.
—¡Lo ves! ¡Tendremos fiesta! —Festejó Paulette.
—Bueno… Parece que tendremos más que festejar entonces. De verdad me alegra que Emmett esté con nosotros otra vez, pero yo debo volver a los negocios. —Tan pronto como dijo aquello, se escuchó un sordo “clic” que dejó a su madre contrariada.
—Cielos… Seguramente debe estar muy ocupado. —Le excusó, mirando a Emmett.
—No lo dudo —respondió mi esposo con una sonrisa.
—¡En fin! ¡La fiesta! —Siguió Paulette sentándose a los pies de la camilla y empezando a hablar sobre lo contento que estarían todos por su regreso.
Eso les llevó un rato, la chica fue la que más habló mientras su hermano solo se limitó a asentir o sonreír de vez en cuando. Pero media hora después, aprovechando que Gioconda había salido de la habitación para responder una llamada, finalmente decidió ponerme contra la pared.
—Pau, hermosa… ¿Podrías darme un momento a solas con Irina? —Le preguntó con amabilidad.
—Ah, sí, claro. Qué tonta, lo siento… Ustedes no han tenido mucho tiempo para ponerse al día —respondió ella con una sonrisa antes de girarse hacia mí y guiñarme un ojo—. Me llevaré a mamá por algo de comer al cafetín, y volveremos en un rato.
Su partida dejó la habitación en completo silencio. Emmett seguía sentado en la camilla, mientras yo me rompía las uñas sentada en el sillón del rincón, pero me puse de pie cuando él me miró y señaló hacia sus pies. Me senté justo donde había estado Paulette.
—¿Elliott? —preguntó sin preámbulos, y la sola mención del nombre en sus labios me hizo estremecer.
—Sí, Elliott… Está por cumplir un año, el cuatro de noviembre —murmuré sin saber qué más decir, no había sido así como imaginé contarle sobre nuestro hijo.
—¿Y cómo pasó eso? —Levanté la cabeza al oír su pregunta.
—¿A qué te refieres?
—¿Cómo es que saliste embarazada, si yo…?
—Ya estaba embarazada antes de tu accidente, Emmett, por supuesto. —Me apresuré a decir.
—Sí, claro… Sé sacar cuentas, eso no lo he olvidado, pero justamente por eso lo pregunto… ¿Intentas decirme que nosotros, en medio de nuestro arreglo, tuvimos un gran San Valentín? —Me sonrojé de inmediato, porque en efecto, sí había sido en San Valentín.
—¿A qué quieres llegar, Emmett?
—A la verdad. ¿Cómo sales embarazada en un matrimonio falso?
—Nuestro matrimonio no es falso —respondí de inmediato, clavando la mirada en él, cuyos ojos grises escrutaban los míos sin piedad.
—¿Intimamos? —Emmett frunció el ceño, como si le ofendiera tan solo decirlo.
—Obviamente. —Resoplé, ofendida—. Hay muchas cosas que debemos aclarar, pero tú y yo estamos casados ante la ley y nos hemos comportado como marido y mujer a los ojos de todos. Y no te voy a decir que teníamos sexo todos los días, ni que nos amábamos con locura, porque no es así; pero si llegamos a hacerlo… una vez y…
—Aguarda, aguarda… ¿Intentas decirme que nos acostamos solo una vez?… ¡Una! ¿Y engendramos un hijo?… ¡¿En San Valentín?! —En ese momento sus ojos no eran más que un par de líneas sobre su rostro, suspicaz y desconfiado como era… No me creía ni una sola palabra.
—Lo sé, es una locura, pero así fue.
—Siento que esto es un maldito sueño, y no estoy entendiendo nada.
—Todo debe ser confuso para ti, lo sé. Te prometo que te lo diré todo.
—¡No lo hiciste! —exclamó furioso—. ¿Cómo quieres que confíe en ti? Te apareces aquí contándome un cuento de hadas. ¿Damien te engañó, pero tú corriste hacia mí y los dos le dimos una lección? Tú y yo apenas si hablábamos, pero no dudamos en casarnos; todo el mundo lo creyó, nos mudamos a la ciudad, follamos en San Valentín ¡y ahora tenemos un hijo! ¡¿Qué más ocurrió?! ¿Me saqué la lotería? ¿Me volví un justiciero nocturno? A estas alturas nada me parece una locura.
—Sé que no te he contado todo, Emmett, pero lo haré. —Aseguré antes de respirar profundo—. Están pasando muchas cosas al mismo tiempo, y en este año que te perdiste pasaron muchas más. Te lo diré todo, pero también debes comprender que no puedo soltarlo todo así así… de golpe. —Me llevé ambas manos a la cara—. Nuestra vida ha sido una montaña rusa desde que me encontraste en aquel sendero dos años atrás, y todos estos meses he intentado mantenerla a flote yo sola. Sí, hay mucho que no te he dicho, pero no te estoy mintiendo.
—¿Dónde está?
—¿Quién? —pregunté confundida, mi cabeza era un desastre.
—El niño.
—En casa, con la niñera.
—Quiero verlo —exigió, sorprendiéndome.
—No me permiten traerlo al hospital, no a esta área, al menos. Tendrás que esperar a que te den de alta… Entonces lo conocerás.
—De acuerdo… —murmuró con aire ausente—. Al menos mamá y Pau actúan como si fueses mi esposa, eso es algo. Aunque… Damien no lucía muy contento de verme.
Asentí, aunque aquello no era ninguna pregunta. Emmett lucía agotado y contrariado, eso sí había cambiado. El hombre fuerte, casi indestructible, que yo había conocido, estaba mostrando sus grietas. Él no confiaba en nadie, en cambio, sospechaba de todos, pero en ese momento, en el que no podía confiar en sí mismo… ni en sus recuerdos, esa característica suya le estaba jugando una mala pasada.
—¿Realmente quiso quitarme la empresa? —preguntó un minuto después… Yo asentí—. ¿Y él está a cargo de la empresa en mi ausencia?
—Algo así… Es un poco más complicado, pero sí está en la Directiva.
—Beneficioso para él —murmuró antes de mirarme—. ¿De verdad decidiste ayudarme? —Me miró fijamente, como escudriñando mi alma, pero volví a asentir—. Voy a confiar en ti, Irina, y en lo que dices. Hablaremos con el doctor, y no le diremos a nadie lo de mi amnesia, ¿de acuerdo?
—¿Por qué no?
—Porque seguiremos aparentando ser un matrimonio feliz hasta que yo tenga mi vida y mi empresa de vuelta... Hasta que Damien esté fuera de todo.