Mis labios temblaban al igual que mis manos, sentía que mi alma quería dejar mi cuerpo… Huir de ahí, pero al mismo tiempo necesitaba quedarme y entender qué estaba pasando.
—¿Cómo que te vas a casar con ella? —Logré articular.
Damien se encogió de hombros y se rascó la sien. El hecho de que estuviese actuando como si le hubiese encontrado simplemente viendo algún video obsceno en lugar de teniendo sexo, estaba catapultando mi enojo.
—Pues… La situación en la familia ha cambiado, Irina.
—¿Cómo que ha cambiado? ¿De qué hablas? ¿Tu madre te ha pedido que me dejes? ¿Tu hermano? —Mi voz se quebró un par de veces, pero me negaba a llorar frente a ellos.
Una parte de mí se sentía humillada por el hecho de que, en un abrir y cerrar de ojos, había dejado de lado su evidente infidelidad, preocupándome solo por el hecho de que me estaba dejando. Mi orgullo estaba siendo pisoteado no solo por ellos, sino por mi propia desesperación de no perder al hombre de mis sueños.
—Tengo que hacerlo por la empresa, nena… Estoy a casi nada de quedarme con todo. ¿Te imaginas? Yo, al mando de las industrias Lefev´s —exclamó emocionado, todo eso me parecía surreal.
—No te entiendo, Damien. Eso no tiene ningún sentido, tu hermano es el mayor, a él es a quien le corresponde tomar las riendas de la empresa, ¿cómo dices entonces que vas a quedarte con todo?
—Sí, claro; pero Emmett no se ha casado aún… Perdió. —Siguió en el mismo plan de victoria, como si eso de verdad me diera alguna explicación.
—¡¿Y eso qué?! —chillé furiosa—. ¡¿Qué tiene que ver que tu hermano no esté casado aún con que me fueras infiel, y quieras dejarme para casarte con otra?!
—El testamento de mi padre, ¡eso! Papá estipuló que si Emmett no se ha casado para los treinta, entonces las empresas pasarían a ser mías… solo que yo también debo haberme casado para entonces, o también las perderé.
—Emmett cumplirá treinta el próximo mes —susurré, entendiendo lo que decía.
Emmett Lefevbre era un hombre de pocas palabras, y hermético en todo lo referente a sus asuntos personales, tanto con la prensa como con sus allegados, quienes jamás le habíamos visto con más de un par de mujeres a lo largo de los años.
De ser cierto lo que decía Damien, su hermano entonces ya no podría ser presidente de la compañía.
—¡Exacto! El idiota ni siquiera tiene una novia justo ahora… así que ya soy en teoría dueño de todo, y para asegurarlo solo debo casarme.
—Pero... tu hermano… Creí que hacía un buen trabajo dirigiendo las empresas.
—Sí, claro, pero nada de eso importa si no cumple con el requisito de mi padre, fue muy específico en eso, ¿entiendes? Estoy a nada de lograr lo que siempre quise.
—Sí, supongo que eso lo entiendo, pero… si lo que necesitas es casarte, ¿por qué ella? —Señalé a Nadine, que ahora se sentaba de piernas cruzadas en la banqueta, aun mirándome con superioridad—. Soy tu novia, tú y yo… Todo estaba bien, ¿por qué me haces esto?
—Lo siento, Irina, en serio que sí, pero esta es mi primera gran movida de negocios, claro está. Nadine es la heredera del mayor fabricante de champán de Francia. Casarnos representa la unión de las más grandes empresas del país, sin mencionar que unificaríamos a dos familias poderosas… Seremos una potencia.
Mientras el significado de sus palabras construía una horrorosa panorámica en mi cabeza, mis sueños de futuro iban muriendo.
—Entonces… Has preferido casarte por conveniencia más que por amor —susurré dolida.
Siempre había sabido que Damien era ambicioso, pero siempre lo vi como un punto a favor. Quise creer que su ambición le haría querer crear algo por su cuenta, ser tan exitoso como su padre, quizás ocupar algún cargo junto a su hermano, no que tornaría todo en codicia, ni que me sacrificaría a la primera oportunidad.
De pronto su risa me hizo volver el rostro hacia él.
—¿Qué ocurre?
—Vamos, Irina… ¿Amor? El amor no es importante para mí, y lo de nosotros no era amor, nena. A ti te gustaba la posición social que yo te daba, y a mí me gustaba follar contigo; eso era todo, no te engañes. —Rechiné los dientes al oírlo—. Además, seré uno de los hombres más importantes del país ahora, necesito una dama que pueda estar a la altura de mi posición, y por encima de todo tienes que reconocer que… tú no eres apta para eso.
—¿Soy muy poca cosa para ti? ¿Eso dices? —pregunté, hablando ya desde la bilis. Herida y humillada, sentía que ya no quedaba nada dentro de mí.
—Nunca dije eso, Irina, pero…
—Ay, por favor… ¡Solo mírate! —exclamó Nadine con voz burlona—. Tienes puesto un lindo vestido, pero estás descalza y sudorosa. No creo que nadie pueda llamarte una dama, nadie podría llevarte a una gala y estar orgulloso de ti.
—Vamos, Nadine… No hay necesidad de ser tan bruscos con ella —le dijo Damien, mirando sobre su hombro; la mujer entornó los ojos, pero yo no pude soportar más aquella humillación y aproveché la distracción para salir huyendo del depósito.
La noche ya había caído por completo, todo estaba a oscuras, salvo por el sendero que había usado para llegar ahí, en este los faros iluminaban el camino de vuelta a la mansión, pero ese horrible lugar era el último sitio al que quería ir, no soportaba la idea ni de pasar por ahí otra vez.
Lancé las sandalias al suelo y empecé a correr con la intención de desviarme entre la vegetación, hacia el río.
Las luces de un auto iluminaron mi espalda de pronto, quise chillar, pero no dejé de correr. Apresuré el paso para alejarme, aunque sabía que no serviría de nada, pero la idea de que fuese Damien, que la humillación tuviese una segunda parte, me dio algo de fuerzas.
No quería volver a verlo, ni esa noche ni nunca; me había roto el corazón y me había humillado como jamás creí posible, haría todo por poner kilómetros entre nosotros.
Me mantuve unos minutos en mi intento de huida, cuando de pronto tropecé con una roca en la que no reparé y caí sobre la tierra rojiza, golpeando mi rostro con el suelo y estropeando mi vestido. Lancé un par de sollozos al sentir la dolorosa punzada en mi pie, antes de escuchar el chirrido de los neumáticos a mi espalda.
Cuando oí los pasos acercándose a mí, no pude controlarme más y empecé a llorar desconsolada, sabiendo que no podía quedar más en ridículo… No había más por hacer, me había torcido un pie; no solo me había engañado y me había dicho que yo no era digna de casarme con alguien como él, sino que ahora tendría que dejar que Damien y Nadine me llevaran de vuelta al pueblo.
Mis pensamientos empezaron a volverse oscuros y cada vez más tormentosos tan pronto como los pasos se detuvieron.
—¿Te lastimaste? —Me incorporé en un movimiento brusco al oír la voz del hombre que se mantenía de pie ante mí.
—¿Emmett? ¿Qué haces aquí?
Intentando limpiarme los restos de tierra de la cara, pero al mezclarse con mis lágrimas se había vuelto una pasta asquerosa. Tenía todo el rostro cubierto de lodo, mientras el que aún era heredero y dueño de todo aquel lugar mantenía sus fieros ojos azules sobre mí.
—¿Puedes levantarte? —preguntó una vez más, ignorando mi pregunta.
Así era Emmett Lefevbre, un hombre autoritario que no permitía que nadie le pasara por encima, él era siempre el que hacía las preguntas y si no, decidía cuándo responderte.
No me quedó de otra más que sacudir la cabeza, negando… resignándome a que parecía ser mi destino quedar en ridículo frente a esa familia.
—Creo que me torcí el tobillo —murmuré derrotada. Como fuese, recibir ayuda de Emmett era mejor que toparme otra vez con Damien.
Él se agachó junto a mí y examinó mi pie, lo movió de un lado a otro con cuidado y luego me tomó en brazos para subirme a su camioneta. Cerró la puerta junto a mí y mientras rodeaba el auto, las lágrimas empezaron a salir otra vez. ¿Cómo le explicaría todo lo sucedido? ¿Cómo se lo explicaría a mi padre?
—No... No quiero ir a... a casa —tartamudeé tan pronto como estuvo dentro del auto. Ya no me importaba humillarme, no podía caer más bajo, estaba completamente derrotada.
—No planeo llevarte a casa aún —fue todo lo que dijo antes de poner el vehículo en marcha.
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Una hora después, nos encontrábamos en un pequeño aparcadero a un lado de la vía cerca de la iglesia del pueblo, una zona poco transitada a esas horas, en la que los sencillos habitantes de Obernai se disponían a cenar con sus familias. Parecía que solo estábamos él y yo, y quizás así era.
Emmett había hecho una parada en una pequeña tienda del pueblo y había comprado unas pastillas para el dolor, toallas húmedas, un par de bolsas de guisantes congelados y un gran suéter de esos que se les vendían a los turistas que hacían la ruta del vino.
Le agradecí el gesto, ese suéter me ayudaría a ocultar mi vestido sucio ante los ojos de mi padre. Tendría que inventarme alguna mentira ingeniosa para justificar el mero hecho de llevarlo puesto, quizás que se me rasgó el vestido al engancharse con algo, con eso probablemente papá no haría preguntas, pero nada más pensar en cómo explicaría mi rostro hinchado por el llanto… se me revolvía el estómago nuevamente.
Emmett me puso las bolsas de guisantes sobre el tobillo para ayudar con la inflamación mientras yo me limpiaba la cara con las toallas, una tarea inútil si no dejaba de llorar.
Estaba sentada sobre el capó de la camioneta, agradeciendo la fría brisa que nos golpeaba en ese momento, me hacía sentir menos incómoda; pero cavilar sobre lo que me esperaba al llegar a casa no me hacía olvidar lo probablemente estaba pasando en la cabeza del hombre frente a mí. Hacía un buen rato que estaba en silencio… meditando sobre todo lo que yo acababa de decirle.
—Así que… Pretende quedarse con la empresa —murmuró justo en ese momento, como si hubiese estado leyendo mis pensamientos, apoyó su cadera contra el parachoques y se cruzó de brazos.
—Increíble —resoplé entre una risa cínica—. ¿De todo lo que te dije, eso fue lo único que escuchaste?
—Escuché cada una de tus palabras, pero eso es lo único que me afecta directamente. —Me miró y tuve que reconocer que tenía razón.
De entre todas las personas del mundo, si había alguien a quien le importaba una mierda si Damien me había engañado o botado, era a él. Emmett se caracterizaba por ser poco empático, brutalmente honesto, y nada cercano a su hermano menor, y conmigo siempre había mantenido una actitud distante.
—Buen punto, pero sí, dijo no sé qué cosa sobre el testamento de tu padre y que él ya casi tiene la empresa en sus manos porque tú no te has casado ni tienes novia. ¿Es en serio eso?
—¿Qué cosa? ¿Qué no tengo novia? —preguntó con una sonrisa burlona.
—¿Te pueden quitar la empresa por eso?
—Sí. —Resopló con frustración—. Papá fue muy claro en esa cláusula. Él fundó y manejó la empresa apoyándose en su familia, quiere que se mantenga así. Creía que un hombre sin familia pierde el rumbo muy fácil, y consideraba que un hombre soltero nunca podría con esa carga.
—Tu papá era un hombre sabio —murmuré—, pero tú estabas haciendo un trabajo estupendo, y sinceramente dudo que una familia vaya a ayudar a Damien. Apostaría a que llevará la empresa a la ruina y perderá todo el dinero en casinos y mujerzuelas, las que le gustan son bastante caras, por lo que alcancé a ver.
—Gracias, y pues… Sí, yo también creo lo mismo que tú. Mi hermano no heredó la inteligencia de mi padre, eso es un hecho; en cambio, sí adoptó lo de la ambición férrea, solo que la está orientando muy mal. —Sonrió en medio de otro resoplido—. La verdad, creo que alguien debería darle una lección, y se me ocurre una bastante buena.
—¿Cuál? —Lo miré extrañada, pero en el fondo, deseosa de que en verdad pudiera darle su merecido al idiota de Damien.
—Casarme antes de los treinta.
—Claro, eso sería genial, solo me parece que olvidas un pequeño detalle, señor “yo soy más listo que mi hermano”.
—¿Qué no tengo prometida?
—Exacto.
—Pero tengo a alguien en mente, y creo que sería la mejor esposa para mí.
—¿Sí? ¿Y quién es esa afortunada señorita? Porque Damien piensa que no tienes ningún prospecto en el horizonte.
—Una mujer que conoce mi situación, y no pondría “peros” para una boda rápida y sin grandes festejos. Quizás la que fuera novia de mi hermano. Una mujer a la que él dejó, en medio de una escena vergonzosa, por otra mujer a la que consideró más digna solo por tener vestidos caros y saber cómo usar todos los tenedores de la vajilla de plata. Una mujer que quizás esté deseosa de vengarse de él —respondió mirándome fijamente, mientras yo no podía evitar abrir los ojos de par en par ante su propuesta.