Hospital Universitario Pitié Salpêtrière.
Distrito 13, París, Francia.
~*Presente*~
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Emmett mantenía los ojos fijos en mí, pero tenía la mirada perdida; por lo visto, le había dado mucho en qué pensar. Yo estaba muerta de nervios mientras esperaba a que dijera algo, pero aun así me pareció increíble que, pese a solo estar vistiendo una insípida bata de hospital y después de haber perdido peso estando tanto tiempo en cama, él siguiera viéndose tan intimidante como cuando lo conocí, cuando realizaba las juntas antes del accidente. Pero así era Emmett, nada ni nadie le quitaría jamás el aura de poder que le envolvía.
—Así que… Lo hicimos para poder quedarme con la empresa —comentó finalmente, y aunque no era una pregunta, yo decidí asentir y responder como si lo fuese.
—Sí, nos casamos ese mismo fin de semana, antes de tu cumpleaños… Nadie pudo refutar nada.
—¿Mi familia lo aceptó así sin más? —preguntó incrédulo—. Pues no, obviamente. Damien enloqueció de ira, dijo mil cosas y quiso desestimarlo todo, pero… Era un matrimonio real… legal, todo estaba firmado como debía estarlo. Tu mamá no hizo el mismo drama, pero sí nos abordó en privado, por separado, a mí con mucho menos tacto que contigo, pero… tal y como tú habías planeado, ambos le dimos la misma versión: que siempre habíamos sentido algo el uno por el otro, pero Damien estuvo siempre en el medio, y que cuando ya no fue así… Nos escapamos al día siguiente a Estrasburgo, fuimos al Registro Civil y estuvimos casados para el fin de semana. No pareció conforme, seguía siendo un golpe bajo para su Damien, ya te imaginarás, pero nos dejó estar con el tiempo.
—¿Y ya? —siguió en tono incrédulo y un tanto burlón.
—No, claro que no. Pero estaban maniatados en muchos sentidos. Como sea, Damien les dijo a todos lo que había pasado entre nosotros, dijo que yo solo buscaba venganza y que tú únicamente tratabas de mantener el control de la empresa. Vivimos en el ojo del huracán durante meses, todo era un verdadero caos, murmuraban a donde quiera que fuéramos, Damien y Nadine procuraron hacerme la vida imposible desde que descubrieron que tras un divorcio también había una cláusula similar en el testamento, y de ahí todo fue un desastre tras otro, y luego de que esos dos se casaran y Nadine se mudara a la mansión, todo empezó a irse a pique, nos peleábamos a diario, por lo que tomamos la decisión de irnos de la mansión Lefevbre, compramos una casa en Estrasburgo, eso nos dio algo de paz, pero… A los pocos meses…
—Tuve el accidente —concluyó él mientras yo asentía una vez más—. ¿Qué me pasó?
—Habías pasado el fin de semana por el pueblo, supervisabas la cosecha. Cuando venías de regreso, tu auto perdió el control, te saliste de la vía y caíste por una ladera… Atravesaste el cristal y diste contra un muro, el auto quedó hecho trizas; fue un milagro que sobrevivieras. —Los labios me temblaron al recordar el estado en el que había llegado al hospital; cuando lo vi, pensé que ya estaba muerto—. Reaccionaste un par de veces esa primera semana, luego nada… Después abriste los ojos el mes siguiente, luego nada otra vez. Tuviste un paro respiratorio una vez, creímos que morirías. —Sollocé una vez más—. Todo esto ha sido una pesadilla.
—¿Por qué te quedaste? —preguntó Emmett un minuto después.
—¿A qué te refieres?
—¿Sientes lástima por mí?
—¡Claro que no! —Le aseguré de inmediato—. Me quedé porque soy tu esposa, ¿acaso no escuchaste nada de lo que dije?
—Sí, sí… Ya esa historia la escuché —Gruñó otra vez—. Entendí lo que obtuve a cambio de mi libertad, y creo que puedo entender lo que tú ganaste, pero… Si ya estaba medio muerto… ¿Por qué quedarte con un hombre al que no amas y que además estaba postrado en una cama?
—Ya te lo dije, me quedé porque soy tu esposa, mi lugar está aquí contigo. Quizás no nos casamos por amor, pero yo firmé un papel que me obliga a estar a tu lado en las buenas y en las malas… Me comprometí con eso, y he procurado hacerle justicia a mis votos cada uno de estos días; no ha sido fácil, pero tampoco he flaqueado.
—Claro, siempre has sido una chica buena, no me sorprende, pero insisto… Ya estaba prácticamente muerto, ¿por qué quedarte? ¿Qué más esperas obtener?
—¿Obtener? —pregunté ofendida, dándome cuenta de otra cosa que había dicho un minuto antes—. ¿Y a qué te refieres con “puedo entender lo que ganaste”?
—Oh, vamos, Irina… Siempre has sido una niña buena, pero detestabas ser pobre… Eso todos lo sabíamos, nunca intentaste ocultarlo. Sí, estabas muy enamorada de Damien, pero parte de ese amor se debía a que él era rico, ¿no es así? Así que cuando un día lo perdiste… al siguiente estabas huyendo a Estrasburgo para casarte con su hermano, que te ofreció algo muy conveniente.
—¿Me llamas oportunista?
—Solo me baso en los hechos. —Siseó con mirada gélida—. Tú y yo ni siquiera nos agradábamos, me temías y, ¿de pronto no solo aceptas casarte conmigo, sino que te quedas a mi lado durante un año mientras estuve moribundo? Es confuso.
—¿Qué es lo que te parece confuso? ¿Que yo, a diferencia de las personas con las que sueles rodearte, sí tengo principios?
—¿Por qué aceptaste? —preguntó de mala gana, ignorando mi respuesta.
—Porque ofreciste cuidar de mí —admití enfadada y avergonzada; el sol no solo brillaba para mí y eso era palpable ahí—. Luego de lo que me hizo Damien, iba a ser el hazmerreír del pueblo; tú prometiste devolverme la dignidad que había perdido esa noche, terminaste de pagar mis estudios, y cuando papá enfermó, pagaste su tratamiento. —Hice una pausa y agregué lo que sabía que quería escuchar—. Y una vida de lujos… claro, no me voy a hacer la tonta con eso. —Concluí con amargura.
—Si lo que dices es cierto, Irina… Mi muerte te hubiese dejado una gran suma de dinero, ¿lo sabías? Te era más conveniente mi muerte.
—Algo llegó a comentarme Adrien, pero yo jamás deseé tu muerte; no te atrevas a acusarme de algo así. He tenido dinero, sí, pero no tienes ni la más remota idea de lo que he vivido desde que acepté firmar ese papel.
—Vaya… Veo que te has hecho más dura. —Sonrió con burla—. En el pasado jamás me hubieses hablado así.
—He tenido que hacerme más dura. He tenido un año de mierda entre visitas al hospital y lidiar con tu familia. —Ladré con rencor; después de todo lo que había tenido que pasar, no podía creer que me acusara de ser tan frívola después de todo lo que había entregado, pero una parte de mí intentaba entender su desorientación.
—Y aun así… Aquí estás. Lo que quiero decir, Irina, es que, incluso si me dejabas… al morir te correspondería tu parte, ¿por qué sigues aquí?
Me removí en mi asiento y sentí que el calor abandonaba mi cuerpo. Emmett no era estúpido, jamás lo había sido, y ni el tiempo en el hospital ni la amnesia temporal borrarían esa característica tan arraigada en él; incluso bajo esa situación podría adivinar que había algo más que nuestro matrimonio que me motivaba. Sabía que eventualmente lo descubriría; no pretendía ocultárselo, pero no se lo diría en ese instante; tenía que esperar a que fuese el momento adecuado… Estaba muerta de miedo de decirlo, y sería un descubrimiento muy impactante para él.
Sí, tenía mis propios motivos, mucho más importantes que la empresa y que el mismo Emmett. Damien seguía con sus ojos puestos sobre la presidencia de Lefev's, pero no lo permitiría. En parte porque me pareció una canallada, una bajeza incluso para él, intentar aprovechar la condición de su hermano para llegar al poder. Cuando se atrevió a mencionar la opción de desconectarlo… rocé la locura.
Sacudí la cabeza, tratando de sacar el rostro ensangrentado de Damien de mi cabeza, y todo el absurdo remordimiento que venía con ello… Se lo merecía, merecía lo que le hice y mucho más. Y desde entonces había procurado estar siempre en el medio de su camino, cualquiera que fuera, no le permitiría ganar. La empresa ya no le pertenecería nunca, ni siquiera si Emmett moría, y no estaba dispuesta a ceder eso, pero era necesario que él recuperara la memoria rápido.
—Porque seguimos bajo la mira del cañón, Emmett. —Decidí responder, en cambio, siendo esta una verdad y una mentira a partes iguales.
Ya nadie podía darle vuelta atrás al reloj, nuestro matrimonio era real, estaba consumado y se encontraba asegurado para la posteridad; ya con eso no tenían nada que hacer en nuestra contra. Pero por la condición médica de Emmett había tenido que ceder muchas cosas, y si para cuando llegaran los demás, él seguía refutándome cosas en lugar de mostrar un frente unido conmigo, que había sido nuestra estrategia… todo se derrumbaría.
—Tienes que entender que yo no soy el enemigo, Emmett… Son ellos, es Damien.
Él suspiró y apartó la mirada, se pasó la mano por el cabello y con ojos nublados se dejó caer hacia atrás. Me levanté de un salto y corrí hacia él.
—¿Te sientes mal?
—Siento que la cabeza me explotará… Todo esto es una locura.
—Lo sé.
—No, ¡no lo sabes! —exclamó furioso—. ¿Cómo podrías saberlo? Tú no perdiste un año de tu vida en coma, ni te despertaste para enterarte de que te casaste con la exnovia de tu hermano. ¡¿Qué más me perdí?! —Esa pregunta fue una puntada en mi corazón, pudo haber sido una señal, pero yo sabía que no era el momento.
—Poco a poco irás poniéndote al día, debes…
—¡Emmett! —Me giré al oír la voz familiar a mi espalda.
Paradas frente a la camilla estaban Gioconda y Paulette, madre y hermana de Emmett; ambas tenían labios temblorosos y ojos llorosos, anonadadas por lo que estaban viendo, aunque ya se les había dado la noticia.
—¡Hijo mío! Estás vivo —exclamó la mujer corriendo hacia él y lanzándose a abrazarlo—. No sabes lo destrozada que me tenía verte postrado en esta cama.
—Hola, mamá… Hola, Pau —dijo Emmett mirando a su hermana.
—Hola, gruñón… ¿Cómo te sientes? —saludó Paulette al borde del llanto.
Me aparté, incómoda. Las cosas en la familia habían cambiado un poco luego del accidente de Emmett, al menos en lo que se refería a las dos mujeres. Mi cuñada era mucho más íntima conmigo, aunque yo seguía sin confiarme, y mi suegra había bajado sus armas desde hacía un año, seguía sin quererme, pero me parecía que había sacado su amor maternal hacia el mayor de sus hijos, cosa que en el pasado no se veía.
—Confundido, sorprendentemente cansado… Conmocionado —respondió él suspirando, era obvio que estaba resultando ser demasiado.
—No es para menos. —Sonrió Paulette—. Un año en coma no es ningún juego, tienes mucho con lo que ponerte al día. Ni siquiera has conocido al pequeño Elliott. ¿Dónde está, por cierto?
Me puse fría al instante, y Emmett frunció el ceño.
—¿Elliott? ¿Quién es Elliott? —preguntó confundido.
—Tu hijo, por supuesto. Así llamó Irina al niño, es una lástima que te perdieras su nacimiento —respondió ella, sin saber de la amnesia de su hermano.
Miré a Emmett al mismo tiempo que él volteaba hacia mí. Parecía tranquilo, pero yo había aprendido a conocerlo, respiraba con pesadez y en sus ojos pude ver cómo el infierno empezaba a arder una vez más, supe que me haría pagar por haberle ocultado algo tan importante.