Aun jadeando, Jade quien era la hermana menor de Jennifer tan solo por un año, respondió rápidamente mientras luchaba por recuperar el aliento. Sus ojos brillaban con una mezcla de malicia y satisfacción.
―Jajaja, igualmente, bebé quiero que se muera ya ―dijo, su sonrisa maliciosa dibujada en sus labios―. ¿Pasaste la noche con ella?
Archie, todavía dentro de Jade, respondió sin titubear.
―No me interesa en absoluto. Siempre huele a medicina y me repugna. Tú eres lo único que quiero, mi amor.
Jade, también una pelirroja escultural de veinticuatro años con curvas seductoras, respondió con una risita traviesa.
―La voy a preguntar jaja, ya sabes que soy celosa.
―Cariño, debes creerme. Tu hermana me repugna. Solo me acosté con ella esa vez porque estaba borracho, y ni siquiera sabía que hacía, pero aun así solo pude pensar en ti. ¿Ves qué fiel soy?
Jade entrelazando sus brazos sobre el cuello de Archie, le respondió:
―Mmmm, eso espero bebé. A veces pienso que mi hermana miente para que tu le tengas lastima. He averiguado sobre aneurismas y siempre dicen que las personas duran solo unos meses, pero Jenny ya tiene un año en eso. Ojalá y que se explote pronto su cerebro para ser la señora Lancaster.
―Claro que si lo serás. A lo mejor de estos meses no pasa, todo lo que come lo vomita y siempre se marea, ya está con un pie en el más allá.
Jennifer quien estaba aún detrás de la puerta, se quedó en silencio, escuchando cada palabra que resonaba como puñales para su corazón. Pero antes de enfrentarlos, se acobardó al oír el sonido del ascensor. Observó cómo Jade y Archie se alarmaban y se separaban. Sin decir una palabra, Jennifer dio media vuelta y abandonó rápidamente la entrada de la oficina.
―¡Amor, dejaste la puerta entreabierta! ―exclamó Jade, bajándose la falda.
―No pude resistirme a follarte, cariño ―dijo Archie con voz llena de lujuria.
Del ascensor salió un ejecutivo distraído que se acercaba leyendo unos papeles y Jennifer para evitar ser vista, Jennifer optó por adentrarse en las escaleras de emergencia. Ella al estar allí, sintió como sus piernas se volvían débiles, y cayó al suelo porque el dolor en su corazón se hizo insoportable, provocándole lágrimas incontrolables. Y tapándose la boca enseguida pensó:
«¡Mi esposo... me engaña... con mi propia hermana!»
Se quedó allí llorando desconsoladamente y decidió salir de ahí porque sentía que las paredes la estaban ahogando. Así que, llorando desconsoladamente se arrastraba por las barandillas de las escaleras porque el dolor por la traición de su hermana su única familia y su esposo era insoportable.
Por lo tanto, la mujer bajó unos cuantos escalones mas y luego tomó el ascensor de uno de los pisos en donde salió. Se puso unos lentes oscuros para evitar que vieran sus ojos enrojecidos llenos de desesperación y dolor abandonando el edificio. Su mente era un caos de emociones devastadoras y sentimientos de ira y desesperanza. La recepcionista observó su partida y la llamó en repetidas ocasiones:
―¡Señora, Lancaster, señora Lancaster espere!
Pero en eso, Cecilia fue detenida por unos visitantes y no pudo ir tras ella, quien caminaba con pasos letárgicos. Y mientras la pelirroja se alejaba, la recepcionista, murmuró para sí misma con intención de dejar caer la verdad:
«Pobre, ya se enteró que su esposo la engaña con su hermana. De todas formas, nunca hubiera sido capaz de advertirle al asqueroso del Archibald que ella... ingresaría para que lo encontrara con las manos en la masa. Iba a fingir llamar»
Cecilia deseaba arduamente darle a Jennifer la información sobre la traición de su esposo y su Jade, su hermana. Ambos llevaban años manteniendo una relación oculta, un secreto para todos menos para Cecilia quien los había descubierto una vez, teniendo sexo apasionadamente en la azotea del edificio. Pero nunca se atrevió por temor a perder su trabajo si la descubrían, hasta que por fin vio su oportunidad en ese momento.
Jade visitaba la oficina de Archie o la compañía, bajo el pretexto de decorar el espacio de trabajo de su cuñado, porque ella era “decoradora”
Mientras tanto, Jennifer caminaba sin rumbo por las calles, llena de dolor, arrastrando los pies y abrazando su vientre donde su futuro hijo crecía. Se sentía atrapada entre su bebé y la dolorosa traición que acababa de presenciar.
Durante una hora caminó sin rumbo por las calles de Nueva York, donde las lágrimas fluían sin control por sus mejillas, detrás de los lentes oscuros. Recordaba cómo su hermana prácticamente se burlaba de ella a sus espaldas, durante tanto tiempo. En medio de su dolor, recordó las palabras que le había dicho su hermana antes de partir supuestamente de viaje para reunirse con su falso novio llamado James.
―"Hermanita hermosa, no quiero perderte. Eres lo único que tengo, no sé qué haría sin ti. Me voy por un tiempo porque James y yo llevamos meses sin vernos, pero no te preocupes, estaré contigo en videollamadas. Te juro que si algo te sucede, tomaré el primer avión y estaré a tu lado, no quiero ir porque me preocupas mucho, pero… soy la prometida de James, está algo enfermo y me tiene solo a mí".
―No te preocupes hermanita, ve. Estaré bien. Archie o Virginia me acompañaran a las consultas para ver como está el aneurisma.―Fue lo que le dijo Jennifer inocentemente sin saber que James ni existía.
Jennifer caminaba con el dolor apretando su corazón, y murmuraba entre llantos:
―James era Archie, nunca... nunca te fuiste a ningún lado porque ahora sé…que los dos tienen un apartamento juntos. Su nido de amor.
Atormentada por esta traición, Jennifer intentó cruzar la calle por otro lado de la ciudad, sin darse cuenta de que un automóvil azul oscuro se aproximaba por suerte a una velocidad moderada pero de todas maneras chocó con ella un tanto fuerte y cayó al suelo. En ese momento, instantáneamente, perdió a su frágil bebé debido al intenso choque y las terribles pastillas que había tomado para su aneurisma por todos esos casi dos meses. Aquel auto que la atropelló era nada más y nada menos de aquel del anillo de seguridad de Stavros Galifianakis.
―¡Oh, santo Dios!―gritaron algunos de los transeúntes al ver el arrollamiento.
Tiempo actual… 2:00 pm.
Media hora después de aquel accidente, los paramédicos continuaron incansables con su labor mientras atendiendo a Jennifer. Mientras que Stavros se encontraba en su auto muy imperturbable y en silencio como de costumbre mirando su Tablet. Solo se escuchaba la sirena de la ambulancia, los susurros apresurados del personal de emergencia y el suave zumbido del motor.
Finalmente, llegó el momento en que Jennifer fue trasladada y la normalidad empezó a inundar el tráfico circundante. El automóvil reanudó su marcha, dejando atrás la escena del accidente. Sin embargo, el silencio aún persistía, hasta que la voz firme y decidida de Stavros mencionó lo siguiente:
―Cuando lleguemos al apartamento para que me presentes a la mujer y le digas las instrucciones de ser mi amante del mes... ve directamente al hospital y averigua el paradero de la mujer herida.
Hermes quedó sorprendido ante la repentina orden, y sus ojos se abrieron por el asombro. Levantó una de sus cejas y le dijo lo siguiente buscando calmar la inquietud de su jefe.
―¿Ahora señor? Ay pero no se preocupe, si ella se muere usted saldrá ileso, nadie sabe que ese auto es uno de sus matones encubiertos, ella tampoco…―de inmediato dejó de hablar al notar la mirada penetrante y molesta de Stavros.
En ese instante, Hermes comprendió su error y una sonrisa tímida y llena de vergüenza se dibujó en su rostro mientras intentaba disipar la tensión en el aire.
―Mis disculpas, señor jeje. Actuaré con diligencia y me dirigiré al hospital tan pronto como termine de darle las instrucciones de su amante del mes y de preparar su junta. Le informaré todo sobre el paradero de esa mujer herida ―respondió, tratando de mantener la calma y el control en su voz.
Stavros con frialdad, clavando su mirada en Hermes, dejando claro que no toleraría más errores le sentenció:
―Hoy has hablado de más y sabes cuánto me molesta la gente que habla mucho. Me… cansan.
Hermes abrió sus ojos y le contestó:
―Pido disculpas nuevamente, señor. Mantendré un perfil bajo. Y hablando de trabajo, quiero decirle que―sacó una caja pesada de color rojo debajo de su asiento―aquí compré nuevos articulos para que use con su nueva amante.
Stavros alzó una de sus cejas y le preguntó:
―¿Está todo?
―Si, todo señor.
Nota de la autora Lily Andrews
Pobre Hermes, siempre anda caminando sobre hielo delgado con Stavros, esperemos que Jennifer no esté grave, revisa el proximo capitulo para ver acerca de su estado de salud.