Capítulo 1. ¿Un día para morir?
Lunes 1:00 pm
―¡Por favor, Señor Stavros, le ruego que me perdone!―suplicó un hombre con voz temblorosa reflejando su profundo temor.
En un sótano muy frío y sombrío, de paredes y suelo de concreto descuidados y manchados de sangre, los cuales revelaban historias algo macabras, se encontraba aquel hombre que pedía clemencia, sujeto por dos hombres de rostro severo, frente a su jefe: Stavros Galifianakis. Aquel despiadado jefe, era un hombre imponente de un metro con noventa y cinco de estatura, el cual tendría como unos treinta y siete años.
Stavros era conocido por su impecable manera de vestir y su tez bronceada, que encantaba a todas las mujeres. Él era de ascendencia griega y sus músculos siempre se notaban siempre a través de su ropa, infundiendo respeto y miedo. Sus ojos eran de un azul penetrante que emanaban una mirada fría, que hablaba de su alma despiadada. Así que, él, sosteniendo un filoso cuchillo en sus manos cubiertas por costosos guantes oscuros, miró fijamente al hombre, respondiendo con severidad:
―Te dejaste robar un camión de doscientos mil dólares por unos simples vándalos que por cierto también la quemaron, y todo sucedió solo por irte a beber a un barrio peligroso en tu horario laboral―Hizo una pausa, mientras jugueteaba con el filo del cuchillo en sus manos―.También allí había quinientos mil dólares en mercancía delicada la cual estaban esperando unos clientes importantes. ¿Y sabías que mi reputación...ahora se verá manchada porque esa mercancía no llegó?
―¡Lo sé señor perdóneme, perdóneme yo le juró que se la pagaré siendo su esclavo si es necesario!
Stavros mirandolo intensamente, con sus penetrantes ojos azules, le respondió de manera fría:
―¿Sabías que todos esos camiones son especialmente ensamblados para mí en Japón, y todo para que el FBI no me persiga? Claro que... si me pagarás, pero...obvio que una parte, porque no alcanzarás a pagar la mercancía perdida.
Su trabajador, en ese momento, orinándose del miedo mojando sus pantalones le dijo con lágrimas en sus ojos:
―¡Le pagaré como usted quiera señor! yo solo me distraje por un momento viendo el parti...
Antes de que pudiera terminar de hablar, la afilada hoja del cuchillo que sostenía Stavros se hundió sin piedad en el cuello de ese hombre, llevándolo rápidamente hacia una muerte fulminante. Sus ojos seguían fijos en su jefe, que mostraba una frialdad descomunal en su mirada mientras él moría.
―¡Ahhhh! ―gemía el hombre agonizante.
En un acto despiadado, el imponente moreno sujetó la cabeza del hombre, hundiendo aún más el cuchillo en su cuello hasta que la hoja salió por el otro extremo. Observó serenamente cómo la sangre brotaba de la profunda herida, sin que una pizca de emoción o remordimiento alterara su semblante. Su voz, gélida como el hielo, se hizo oír mientras presionaba el cuchillo sosteniendo la cabeza de aquel sujeto:
―Lo siento, pero no suelo dar segundas oportunidades, mucho menos cuando se trata de casi setecientos mil dólares.
Con un suspiro final, el hombre sin vida cayó al suelo. Stavros retiró el cuchillo del cuello y lo limpió meticulosamente con un pañuelo. Luego, dirigiéndose a sus temerosos sirvientes con severidad, ordenó:
―Llévenlo con Petra y díganle que hay órganos nuevos en el mercado: un corazón, riñones y un hígado. Con eso... esta mierda me pagará mi camioneta, lo de la mercancía, habrá que prepararla de nuevo.
Stavros guardó su afilado y peligroso cuchillo en un elegante estuche de cuero después de haberlo limpiado. Su fiel sirviente, Hermes, cuyo rostro mostraba una sonrisa a pesar del episodio sangriento, se acercó a él para colocarle una costosa gabardina gris sobre los hombros. Hermes había sido testigo de la crueldad de Stavros por alrededor de unos seis años, y era admirado entre los demás sirvientes porque había sobrevivido gracias a su leal y perfecto servicio.
―Señor, déjeme decirle que su nueva amante del este mes que viene lo espera en su apartamento ya que, marzo se fue, le traje a "Abril" para que la pruebe para ver si da la talla―Le entregó a Stavros una toalla húmeda para que se secara algunas gotas de sangre de su rostro― Además, tengo buenas noticias. Las acciones de Ares Company están en constante crecimiento en la bolsa de valores. Creo que en pocos años superaremos a la compañía de entregas Mac & Caster Company. Hoy, sus acciones cayeron un cinco por ciento, probablemente debido al cambio de propietario. Parece que el público nos prefiere cada vez más gracias a...
Interrumpiendo la información sobre las acciones, Stavros limpiándose la cara le preguntó de manera enigmática:
―¿Es pelirroja?
Hermes, sorprendido por la pregunta repentina, se quedó momentáneamente desconcertado, ya que su mente estaba ocupada en el tema de las acciones:
―¿Perdón, señor? ―alzó sus cejas―¿Las acciones... pelirrojas?
Stavros, con su mirada fría perforando a Hermes le respondió con enojo:
―Está claro que... las acciones no tienen el pelo rojo, idiota.
Con evidente temor, Hermes tartamudeó en respuesta:
―¡Oh, no, no, señor claro que no señor! ¡Me habla de la chica. Y sí, ella es pelirroja como a usted le gustan. Permítame disculparme de nuevo―bajó su rostro―, me emocioné al hablar de las acciones!
Sus manos temblorosas sacaron el teléfono celular de su sacó y le mostró a Stavros la imagen de la mujer: una sexy y voluptuosa dama de compañía de una lujosa agencia con el cabello rojo y pecas en su piel.
―Mírela, señor. Es pelirroja, con grandes senos, y piel blanca como la leche. La elegí especialmente para usted de acuerdo a sus gustos y la dueña de la agencia me aseguró que... no está completamente depilada allá abajo, como a usted le gusta jeje.
Era evidente que aquel apuesto moreno mediterráneo tenía un fetiche ardiente por las pelirrojas de piel blanca. Observó fijamente la pantalla del celular donde se encontraba la foto de la dama de compañía de cabello rojo y, con su característica frialdad, alzó una ceja y dijo:
―Me gusta―Hizo una pausa mientras le entregaba su valioso y afilado cuchillo a Hermes. Se acomodó su costosa gabardina gris y con frialdad continuó―La probaré hoy mismo antes de ir a la empresa para ver si es buena y puede aguantarme el mes que viene. Mientras estoy ocupado con ella, prepara una junta sorpresa.
Stavros colocándose sus lentes oscuros, avanzó con elegancia hacia la salida de aquella oscura guarida que él llamaba su "quirófano", rodeado de sus leales guardaespaldas que velaban por su protección. Mientras que, Hermes suspirando del alivio caminando detrás de su jefe guardó aquel cuchillo y con una sonrisa le contestó:
―¡Entendido, señor!
Media hora después... 1:30 pm
Estando dentro de su auto camino hacía su apartamento, el retumbar de un choque intenso y el chirrido de frenos bruscos interrumpieron al frio e intimidante Stavros mientras se distraía con su Tablet, revisando sus inversiones usando sus lentes oscuros.
―¡Mierda!―exclamó el moreno.
El conductor, mirando hacia adelante donde la multitud se amontonaba, respondió:
―¡Señor, parece que uno de los vehículos encubiertos de su anillo de seguridad ha atropellado a alguien!
―¡Ahh!―suspiró Stavros, exasperado tensando sus dientes.
―¡Me bajaré, señor!―comentó Hermes―¡Investigaré qué pasó!
Stavros apretó más la mandíbula y asintió con la cabeza, mientras que Hermes salió corriendo del auto y se abrió paso entre la multitud. Cuando llegó al lugar de los hechos, se encontró con una mujer inconsciente en el suelo que por sus ropas se veía de clase alta. Vestía unos elegantes pantalones blancos y entre sus piernas, un flujo de sangre teñía la tela. Un transeúnte se acercó y, poniendo una mano en el cuello de la mujer, exclamó:
―¡Está viva, está viva! ¡Llamen a emergencias!
Nota de la autora Lily Andrews:
Acá conociste al sanguinario Stavros. Esta historia será un poco fuerte querida lectora, con escenas un tanto sangrientas y s3x*uales. Agrégala en tu biblioteca en Sueñovela o Dreame.