Capítulo 7. El descaro

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Posteriormente, el médico comprobó rápidamente la hora en su reloj, mostrando un leve gesto de apuro en su rostro mientras les comunicaba: ―Muy bien, entonces esperaré a que lleguen sus familiares directos... ―hizo un ademán con sus manos insinuando que sería mejor retirarse―. Caballeros, quizás sería mejor salir afuera y permitir que la paciente descanse. Las enfermeras se quedarán aquí para asegurarse de que no se quite nuevamente las vías intravenosas y que el sedante surta efecto. ―Entonces, ¿tendrá ella que pasar más días aquí? ―preguntó Hermes con una fingida preocupación. ―Efectivamente, la paciente deberá permanecer hospitalizada durante varios días ―confirmó el médico. Todos salieron de la habitación, y el médico se despidió de Stavros y Hermes. Ambos hombres se quedaron en el pasillo mientras el moreno, con su imponente altura, miraba a Jennifer a través de una pequeña ventana en la puerta a pesar de que estaba recostado en la pared del pasillo. ―Bueno, señor, así que… al final no tendremos que pagar. ¿Qué mal rato sacar todo este dinero, verdad? ―comentó Hermes, tratando de romper el silencio. Stavros con su ceño fruncido, como siempre, y dijo: ―Quédatelo ―respondió secamente, sin desviar su mirada de la mujer. Hermes abrió los ojos sorprendido y una sonrisa iluminó su rostro. ―¿Habla en serio, señor. G? ―inquirió, entusiasmado―. Ah, no era para tanto señor―bromeó. Stavros suspiró frustrado y respondió: ―¿Acaso suelo bromear? Si no lo quieres, entonces dáselo a la chica del mes de abril. Hermes apretó con fuerza la bolsa de terciopelo en sus manos, y su rostro transmitía una mezcla de ansiedad y emoción. ―¡No, no, no, señor, era solo una broma!―dijo, con una sonrisa fingida que ocultaba su verdadera intención de quedarse con aquel preciado dinero―. ¡Gracias, señor! Usted es muy generoso, el mejor jefe que existe, solo que esos ineptos no lo valoran. Los ojos de Stavros, entrecerrados, lo observaron y luego le habló con voz baja y amenazante: ―Espero que sepas guardar silencio, Hermes. No quiero que los demás empleados digan que tengo favoritismo, cuando sabes que no es así. Hermes asintió con nerviosismo, entendiendo la importancia de mantener la discreción en aquella situación delicada. ―Por supuesto, señor. Puede estar seguro de que nadie sabrá de esto. ―aseguró, mientras sus ojos curiosos veían cómo Stavros desviaba su mirada hacia la puerta entreabierta de la habitación de Jennifer―. Entonces, señor G, ¿nos retiramos o... prefiere quedarse aquí? Stavros soltó un suspiro impaciente, con su ceño fruncido revelando su rostro enojado. ―Obviamente no pienso quedarme aquí. Aún hay mucho por hacer, especialmente después de la pérdida de la mercancía de quinientos mil dólares. ―apretó su mandíbula con fuerza, expresando su frustración y comenzó a caminar―. Hoy no ha sido mi día. Solo vine aquí para asegurarme de que la mujer no murió. Hermes con sus piernas pequeñas, como de costumbre, trataba de seguir el ritmo acelerado de los largos pasos de Stavros, sosteniendo su gabardina cuidadosamente entre sus manos para evitar que se arrastrara por el suelo. ―Ah... yo creía que usted ya la conocía, señor, considerando su... interés en su bienestar. ―dijo, tratando de sonar casual. ―No, solo vine por nuestro código―respondió Stavros, con voz firme, sin dejar de caminar. Hermes abrió sus ojos sorprendido por la revelación, dejando escapar un murmullo de comprensión. ―Oh, si, es cierto señor. Pero bueno...menos mal que no pagó. Ella lo golpeó, lo vomitó y es familia de los Lancaster―abrió sus ojos―¡a lo mejor es la esposa del tal Archibald, el heredero! ―¡Ah!―Se quejó Stavros. ―¡Oh… ¿y si el bebé que perdió era de él? ¿qué mal no? Él caminando hacía el auto respondió secamente: ―Pues, que en paz descanse. ―Guau, entonces que día tan malo tuvo esa mujer: Abortó, infidelidad del marido con su hermana... porque eso fue lo que le dijo a usted cuando le dio la cachetada...como que se confundió. Parece que el destino no ha sido amable con ella, está bien salada. Lástima que está casada y es una Lancaster o si no, le ofreceria una noche con usted por unos miles. La recuerdo y es pelirroja como a usted le gustan señor. Pero... hay otro problema con ella, es una mujer común y esas a usted no le gustan. Hermes le abrió la puerta del auto a Stavros quien se mostró indiferente ante las palabras de Hermes. ―Llama a Giro, dile que lo espero en la oficina. Tenemos mucho de qué hablar. ―le ordenó Stavros, sin suavizar su tono. Hermes asintió una vez más, con una mezcla de sumisión y curiosidad. ―Oh, parece que hoy le tocó la oficina en lugar del quirófano. Supongo que es porque asumió toda la responsabilidad, ¿verdad? ―comentó irónicamente, dejando escapar una pequeña risa maliciosa―jejeje. ―Podría decirse. Pero no me dejó tener sexo y eso es imperdonable. Estoy aquí por su culpa, porque violó el código de la organización―respondió Stavros, ajustándose en su asiento dentro del vehículo mientras se preparaba para enfrentar a su otro trabajador que hizo que su día fuera turbulento. Minutos después… En el imponente edificio de la compañía de Stavros, una habitación secreta ocultaba un escenario de tensión. Giro, uno de los leales sirvientes de Stavros, yacía de rodillas ante su imponente figura, mientras Stavros sostenía un palo de Golf firmemente en su mano, emanando una aura de intimidación. ―Les p**o una fortuna para que cumplan adecuadamente con su trabajo de protección, ¡y aún así no logran hacerlo bien! ―gruñó Stavros, apretando con fuerza el palo de golf en su puño. Giro, cuyos ojos reflejaban un temor palpable, balbuceó en respuesta: ―¡Señor, pero la mujer pasó como un relámpago! No pude reaccionar a tiempo, no iba a toda velocidad. ¡Le ruego que no me mate! Hermes con una pequeña sonrisa intervino: ―La mujer perdió a su bebé y estuvo al borde de la muerte. Recuerden que no son asesinos de gente común. Eso es violación del código de valores de la organización. Giro implorando clemencia, estando arrodillado exclamó: ―¡Sé que eso está en el código de valores, señor! pero… Sin darle oportunidad de terminar su frase, Stavros comenzó a golpear violentamente a Giro con el palo de golf, liberaba su ira con cada impacto. ―¡Ah, ah! ―gemía Giro, sintiendo el dolor agudo atravesar su cuerpo mientras los golpes se sucedían sin piedad. Finalmente, Stavros cesó su ataque brutal y, desde su posición dominante, miró a Giro con desdén y resoplando le dijo: ―Ahora, abre la boca. Una hora después, en el hospital... ―¡Señora, señora! ―exclamó Virginia con lágrimas, desbordándole los ojos, su voz cargada de angustia y preocupación. Jennifer abrió los ojos, desorientada y confundida. En la habitación se encontraba Virginia, su fiel sirvienta que había acudido al hospital tras recibir la llamada de emergencia directamente en la mansión Lancaster. Un doctor de la familia les informó, gracias al otro médico que había atendido a Jennifer. ―¿Dónde estoy? ―¡Señora... tuvo un accidente! ―susurró Virginia, su voz entrecortada por el dolor que le embargaba. ―Sí... lo sé. ―contestó Jennifer con un pesar profundo en sus palabras. ―¡El señor Archibald me dijo que viene en camino, señora. El médico me explicó todo, me dijo sobre el bebé!―sus palabras se vieron sofocadas por lágrimas incontenibles. ―No llores Virginia. Ya pasó lo que pasó, así... lo quiso el destino. ―¡Perdón señora!―comentó secándose las lágrimas―. Pero, dígame, ¿cómo ocurrió todo esto? Fui a entregarle su teléfono, pero la recepcionista me dijo que usted había salido, así que recorrí todos los lugares habituales por los que suele pasar, pero no logré encontrarla. Jennifer suspiró, con una mezcla de dolor y frustración surcando su rostro, y con su voz cargada de anhelo y tristeza, reveló la cruel verdad: ―Un automóvil me atropelló porque no estaba en mis cabales, mi mente estaba nublada y no lo vi venir. Y todo porque... descubrí a Archie follándose a Jade en su oficina. Y lo peor es que… los dos conversaron y desean verme muerta―comenzó a llorar. Las lágrimas de Virginia se deslizaron sin control por su rostro, mientras bajaba la mirada en señal de pesar y profundo dolor. ―Son unos malditos, señora. Le pido perdón por usar semejante palabra, pero es la única que los describe. Pero... siempre sospeché un poco de su hermana, pero no estaba en mi posición de decirle algo. ―Parece que lo escondió bien la muy idiota, pero Archie no, desde hace años era distante conmigo―Se limpió las lágrimas―pero haré como si no supiera nada. Quiero ver cómo se burlan de mí en mi propia cara, especialmente ahora que...no moriré. Suerte que no lo saben. Unos cuantos minutos después... Finalmente, Archie y Jade irrumpieron en la habitación donde Jennifer y Virginia se encontraban. Jade, con una expresión fingida de inocencia, exclamó: ―¡Hermanita, ¿qué te pasó?!―Se arrodilló en en el suelo y comenzó a llorar fingidamente―me bajé del avión porque quería visitarte...y... me enteré de esto. ―Oh, amor, ¿Que pasó?―preguntó Archie fingiendo también. Jennifer los miró con tristeza apretando sus dientes y enseguida pensó: «¡Debo armar algo para hacerlos pagar!» Nota de la autora Lily: Uy pero que descarados, esperemos que Jenny arme un buen plan y que sea con el loco del Stavros.
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