—Escúchame —dijo la joven Afrodita con autoridad y seguridad—. Tú no eres mi hijo y yo no soy tu madre. Se acercó hasta el niño que luego se convertiría en su amante, se agachó y le dio un beso en la frente. —Y de ahora en adelante pasaras a llamarte: Eros… Porque te convertiré en el más completo y perfecto, dios del placer. Lo sujetó por la mano y lo condujo con ella hasta las rejas de la entrada del orfanato, en el que dos hombres de traje n***o con corbatas y lentes oscuros, la abrieron. Pegaron una de sus manos a una de sus orejas donde sobresalía el cable de un audífono y dijeron: —VIP, saliendo. Había dos autos custodiando a uno que se encontraba en el centro y otro grupo de hombres de atuendo similar parados a los lados. Le abrieron la puerta trasera a su señora y ella entró co