Eros caminó hasta una de las habitaciones con la linda castaña en sus brazos, ambos desnudos, mientras pequeñas gotas de sudor le bañaban la frente y el pectoral. Ella lo miraba con fascinación y los ojos le brillaban de felicidad.
La habitación tenía un sistema de seguridad de huella dactilar, en la que Deméter, colocó su mano y la puerta se abrió; ella y Eros eran los que podían abrirla.
El cuarto era iluminado por luces purpuras, que se encendían al momento de que uno de los anfitriones colocará su huella. En el techo se podían observar fuertes cadenas que tenían grandes aros resistentes, al igual que en las paredes. Hay sillas de diferentes estilos, una especie de equis hecha de tablas, una un sillón con dos escalones a los lados y uno más alto; los tres estaban recubiertos por cojines rojos. Había unos muebles que tenían forma de una eme cursiva y otro que era circular, en verdad el lugar estaba repleto de una gran variedad de artículos que resultarían un poco extraños y que eran más perecidos a objetos de tortura.
Había un hueco cuadrado en una de las paredes donde se observaba una cantidad de artículos: esposas, cinturones de cuero, collares con cadenas, cuerdas de cáñamo y cabuyas de nylon y algodón, diferentes envases de crema, máscaras sin orificios para los ojos y mucha más parafernalia.
Eros dejó caer a Deméter con suavidad en el piso. Empezó a acariciarle los muslos, provocando un cosquilleo en la castaña y excitándola mucho más. Subió por su abdomen plano y le sostuvo el envidiable pecho, apretándoselos y manoseándolos tanto como quiso, haciendo que ella disfrutara de cada rose que Eros le hacía, los senos le ocupaban toda la palma por su gran volumen. Todos los vellos de Deméter se erizaron en respuesta a las caricias de su amado y más cuando sintió la respiración de Eros en su cuello, ocasionando que descargas eléctricas le recorrieran desde la nuca hasta los dedos de los pies.
Eros cogió una máscara satinada, una mordaza de bola roja y se puso detrás de ella. Ascendió sus manos hasta el rostro de la castaña y le puso el antifaz en los ojos, privándola de su vista y le colocó la mordaza en la boca. Tomó una cabuya y le amarró las muñecas con destreza, esa que había obtenido después practicar hasta el cansancio, y le hizo un nudo elaborado para que no le apretara ni la lastimara. Tiró con fuerza y la comenzó a guiar por el cuarto rojo, ella lo seguía como una buena sumisa hacia donde sea que la llevara su señor. Posicionó su mano derecha en la nuca de Deméter, la otra en la barriga y la recostó con rudeza sobre una mesa rectangular negra, aplastándole los senos y el rostro, sintiendo ella un tremendo placer que ya empezaba a llenarla. Ató la cuerda en unos aros que estaban en los bordes y desenredó otra cabuya de algodón para sujetarla por la espalda para inmovilizarla por completo. El trasero de Deméter estaba expuesto en su totalidad, dejando apreciar sus intimidades por completo ante la mirada de Eros. El aire le abrazaba el cuerpo desnudo a Deméter, que esperaba el castigo de su amo, y él cual ya tenía un látigo en su poder, se daba pequeños golpes en la palma de su mano contraria. Llevó la fusta hasta arriba y la ondeo a una gran velocidad. Los ojos de Eros chispearon como fuego llameante y dio inicio a una serie de latigazos en las nalgas de Deméter, la cual brincaba y se estremecía ante cada golpe y soltaba quejidos dispersos debido a la mordaza transpirable. Pero más que de dolor, sentía un tremendo placer al ser amarrada y sometida a los choques de la fusta, cada golpe la excitaba más y le acaloraba cada rincón del cuerpo.
La piel donde recibía los azotes se le pintaba de rojo, y fue cuando Eros dejó de hacerlo. Cambió la fusta y ahora sostenía un cinturón de cuero que hacía sonar, dejándole escuchar a la castaña. Ahora Deméter jadeaba con más fuerza y se sobresaltaba con más energía por los correazos del cinto grueso que le quemaban las nalgas como acero caliente que hacían que una increíble sensación le asaltara pecho y la garganta.
Ya el trasero lo tenía todo de enrojecido y la carne le ardía. Eros conocía los alcances de Deméter, aunque ella le dejara hacer lo él que quisiera, todos los cuerpos humanos tienen un límite, así que le quitó la mordaza llena de saliva y Deméter dejó escapar un largo suspiro, sacando y moviendo su lengua para limpiarse la boca.
—¿Safeword? —preguntó Eros con una excelente pronunciación del inglés.
—Amarillo, mi amo —respondió la castaña, haciendo uso de las palabras de seguridad.
Eros fue y cogió un tarro de esa variedad que había y se untó lubricante en su dura entrepierna, aunque ya se había lubricado de forma natural por el líquido preseminal, eso no era suficiente para lo siguiente. Él ya estaba más sudado debido a la azotaina que acaba de realizar, el pectoral le subía y le bajaba con ligereza. No apartaba la vista del extraordinario panorama que le otorgaba su dama: unos glúteos en verdad duros y apetecibles, sus turgentes y rosados labios estaban húmedos por el acto previo en la sala, cada parte de ella era hermoso. Deméter se había entregado a Eros en todas las formas posibles: cuerpo, corazón y alma, pues él era el hombre que ella amaba desde hace muchos años atrás, su primer y único amor, su enamoramiento quizás haya comenzado desde el primer día en que lo vio y Afrodita se lo encargó para que fuera su tutora temporal, pero no fue hasta que él ya era mayor, cuando ambos se entregaron el uno al otro con viva llama del deseo, pues ellos ya habían desarrollado un gran vinculo.
Eros se puso detrás de ella, se agachó y comenzó a darle besos por las nalgas. Acarició desde los talones, corvas de las piernas, hasta los muslos, con toda la lentitud del mundo, no había nada que lo afanara, dándole así, más placer a Deméter solo con el tacto de sus dedos. Sentía la suavidad de su piel blanca, y después de haber recorrido y palpado cada tramo y línea de la piel, situó sus manos en la cintura de Deméter. Llevó su cara hasta el oído derecho y le susurró:
—Comenzaremos la siguiente sesión…
Acomodó su abultada virtud encima de los labios y se fue incrustando con lentitud en el trasero de Deméter, que lo apretó con fuerza y dejó escapar un sonoro gemido que rebotó en las paredes de la habitación. Su movimiento era lento para no causar tanto dolor a la castaña, pero a medida que pesaban los segundos iba aumentado el baile de sus caderas.
Deméter se tambaleaba ante el movimiento de Eros que ya la embestía con más velocidad por detrás. Ella jadeaba de modo uniforme y su respiración ya estaba muy agitada. Eros La desamarró de las muñecas, de la espalda y la tumbó de cara contra la cama acolchonada. La levantó por el vientre y ella quedó apoyándose en sus antebrazos y sus rodillas. Eros se arrodilló y pegó su abdomen por encima del trasero de Deméter, le sostuvo pecho que le caía debido a la postura y rozaba con la punta de sus dedos los pezones endurecidos. Ambos jadeaban y el corazón ya les latía con fuerza.
Eros acomodó la espalda de Deméter sobre el colchón y reposó la cabeza de ella sobre su mano izquierda, quedando él al costado. La besaba con pasión el cuello y con su mano derecha acariciaba uno de sus pechos, mientras que Deméter había levantado su pierna diestra y la había pasado por encima del muslo de Eros, dejando él la penetrara de lado. Al estar en esta posición, Deméter, con su mano zurda se auto estimulaba con sus dedos, haciendo que se le escaparan incesantes gemidos, producto del sexo placentero que ella y Eros disfrutaban sin límites o contenciones y tampoco sin vergüenza o timidez. Ambos se habían aventurado en un juego erótico del que ninguno se arrepentía, pero todas esas noches llenas de pasión y deseo, hoy, en este día, llegarían a su fin.
Eros dio una embestida más ruda y la apretó con fortaleza con sus brazos, en tanto Deméter se sacudía extasiada y ambos llegaron al orgasmo. Eros volvió a llenarla y eso significaba que la sesión ya había terminado, así que le quitó la máscara y ella parpadeo varias veces para volver a balancear la entrada de luz en sus ojos. Lo abrazó por el torso, mientras jadeaba al igual que Eros, al que el tonificado pecho le subía y le bajaba con levedad. El sudor de sus cuerpos era el testigo de su apasionada despedida y el sexo había sido más que apremiante, muy extremo y excitante serían las palabras adecuadas para tan salvaje velada.
—¿Te acuerdas cuando nos conocimos por primera vez? —preguntó ella con voz suave, recordando aquel momento.
—Fue hace mucho, y yo era muy pequeño como para recordarlo —respondió él con neutralidad.
—Tonto. Aunque no lo recordaras, debías decir que sí. No debes romper el corazón de una mujer de esa forma.
«Desde pequeño ya eras un seductor empedernido, y conquístate mi corazón con ese beso», pensó Deméter y por el cansancio cerró sus ojos y se sumergió en el sueño.
Eros le apartó un mechón de cabello de la frente y la vio durmiendo. Él sabía que lo que ella sentía por él, pero no podía corresponderle, sino ya hace mucho que ellos fueran marido y mujer con bastantes hijos en un vivo matrimonio lleno de bastante placer.
—Tú eres la tonta, claro que lo recuerdo.