• CAPÍTULO III •

3192 Words
Un nuevo día pasaba tan lentamente como siempre, pero, extrañamente, estar en aquél pequeño lugar blanco frente a la imponente morena de dispersos lunares, no fue tan inquietante como las otras veces, al contrario, parecía acostumbrarme. La Doctora Jhonson hablaba y hablaba pero yo no lograba escucharle en lo absoluto, solo podía ver como sus grandes y oscuros labios se movían. Y en estos instantes, el esqueleto humano que colgaba a un lado suyo decorando aquella sombría habitación, parecía ser más interesante que escucharle, sin embargo, un nombre que ya había escuchado antes fue lo que llamó nuevamente mi atención. — ¿Roniel? — pregunté confundida al haber solo prestado atención a éso. — Así es, Roniel Jackson — afirmó esperando mi respuesta pero al ver mi mirada confundida solo suspiró y continuó — Ayer en la tarde varias colegas los vieron charlar en la hora libre. — asentí confundida aún sin lograr entender a qué llegaba — El interno Jackson lleva internado aquí desde los 15 años, han pasado ya 7 años y en todo ese tiempo, nunca le habíamos visto hablar con alguno de los internos — comentó — sinceramente nos tardó mucho tiempo para lograr entablar una conversación con él y, tú recién sales y logras que te hable. Mi rostro confundido no podía ser más evidente puesto que al verlo, quitando de vista que podía ser una persona depresiva con problemas de auto lesión, él había llegado a mí aparentando ser una persona bastante conversadora y un poco extrovertida, aunque con lo que recién escuchaba, aquello quizás solo era una actuación para llegar a su cometido inicial. — yo no hice que me hablara — Negué ésta vez confundiendo a la doctora — él se acercó porque creyó que... — ¿Creyó que?.. — murmuró la morena esperando a que continuara mis palabras que habían quedado en el aire. «creyó que yo era una loca asesina y que podría matarle» No podía decirle aquello y por más que mis labios eran mordidos para no soltar esas palabras, gran parte de mí no quería hacerlo realmente. 7 años llevaba Roniel aquí, éso era mucho tiempo, y yo que me quejaba por llevar apenas una semana y dos días. Debía decir la verdad, ya que se suponía que ellos son los únicos capaces de ayudarle pero, si fuese así, ¿Por qué en todo éste tiempo no a parecido cambiar en nada? Quizás Roniel necesitaba salir, quizás él necesitaba que ignoraran sus problemas y lo dejaran vivir. Él sólo se daría cuenta que afuera es otro mundo y quizás, solo quizás, llegaría a olvidar y sanaría aquellas heridas que aquí viven recordándole. — creyó que, era interesante — me encogí de hombros tratando de sonar convincente — pero luego de hablar, creo que se le acabaron sus expectativas. — ¿Por qué lo dices? — volvió a preguntar mientras sus negros ojos eran cerrados ligeramente dudosos. — No lo sé — negué mientras mis manos sudadas fueron pasadas y limpiada con mi pantalón — solo son suposiciones. — Luci.. — murmuró reprochante y antes de que continuara, me levanté y sonreí en modo de despedida. — Son las 11:00 am — indiqué y la morena giró a ver el circular reloj n***o que gindaba de la pared el cual al instante como si hubiese sido activado, se movió marcando la hora que había dicho. — fue muy entretenida la charla Zara, pero ya debo irme. — no te aproveches Luci — regañó — mañana trata de conversar ma.. La puerta rápidamente fue cerrada y ya no se escuchó más nada, solo podía escucharse el sonido de algunas puertas a lo lejos siendo cerradas y el ruido de algunos internos al hablar. Sin pensarlo, mis pies se movieron en dirección al patio en busca de un chico de ojos verdes, sin embargo, para mí mala suerte, apenas llegar y recorrer mi mirada el lugar, ningún indicio de que él estuviera, había. Incluso en aquel árbol donde reposaba la otra vez, estaba tan vacío como lo había dejado ayer y eso me hizo extrañar. ¿Donde podía estar? Nuevamente me dirigí a las instalaciones ésta vez dudosa tratando de encontrarlo con la mirada. Aquél lugar era bastante grande como para recorrerlo en un segundo, sin contar que probablemente Roniel podía estar en su habitación y entrar en el cuarto de algún interno estaba prohibido. — ¡Quiero hamburguesa! — gritó ése hombre alto que ya había visto antes. — Matthias, hay puré de papas y .. Trató de convencerle la encargada detrás de la barra de comida en aquél comedor sin éxito alguno ya que éste gritó dramáticamente haciendo berrinche por su hamburguesa que no había. Mi mirada estaba más extrañada de lo normal, siempre que venía al área de el comedor, solo me limitaba a tomar algo ligero y poder marcharme, y sinceramente, en toda mi estadía aquí, nunca había llegado a toparme con internos comiendo y así prefería que se quedara, ya que ver tal escena solo hacía que se te fuese el hambre. — ¿Saben? Escuché que Superman obtuvo sus poderes comiendo puré de papas con — murmuré viendo el menú — filete de carne — terminé ignorando por completo aquella incómodo situación pero mágicamente haciendo que éste hombre dejase de gritar y me viese curioso seguido de la encargada que veía aquella ocurrencia de mi parte como si fuese un milagro. — ¿Puede darme de eso? — le pregunté a la chica la cual asintió rápidamente y me sirvió. — ¿Superman tuvo poderes comiendo ésta horrible comida? — se atrevió al fin preguntar el hombre haciendo que girase a verle. — ¡Claro! ¿Crees que esos músculos salieron porque es un alienígena de un planeta de súper hombres que se hizo fuerte al llegar a la tierra gracias a su gravedad? — pregunté con ironía — tienes que comer lo que te dan para ser como él, y yo seguiré su ejemplo — comenté orgullosa y traté de contener mi risa al ver como sus algo arrugados párpados se abrían sorprendidos. La chica una vez terminó de servir mi plato me lo entregó y yo lo ví con exagerada felicidad — ¡Muchas gracias! — ¡Yo también quiero! — exigió el señor Matthias viendo que de verdad me llevaría el plato y al escuchar aquello la chica me sonrió aliviada y al igual que yo, lo hice y me marché con bandeja en manos. Ni siquiera tenía hambre pero tampoco quería botar la bandeja. Mi mirada aún así recorrió el lugar por primera vez y justo cuando paró en la puerta de el comedor, alguien salía. Ni siquiera recordaba haber visto a alguien más en el comedor. Rápidamente me dirigí a la puerta con bandeja en manos y para mí gran sorpresas, mis labios se curaron en una sonrisa al ver aquella ancha espalda de un peculiar rubio. Él estaba en el comedor y no me había dado cuenta... Mierda, él estaba en el comedor y no me había dado cuenta. — ¡ey! — llamé a éste pero solo siguió caminando ignorandome. — ¿Roniel? — pregunté llegando a su lado y pude ver como sus verdes ojos se ponían en blanco y apretaba fuertemente su mandíbula, pero a pesar de que creí que seguiría caminando, se detuvo y me observó de arriba a abajo con indiferencia logrando en cierto modo intimidarme. Sabía que mi aspecto era realmente patético, ni siquiera me molestaba en arreglarme y mi pequeño cuerpo sosteniendo una bandeja de aspecto dudoso de comida, frente a un alto chico algo flaco, sinceramente en apariencias él se veía mucho mejor que yo. — ¿Planeas convencerme también de que esa comida me convertirá en Superman? — preguntó seriamente aún pudiéndose notar una ligera burla en sus palabras. — admito que fue un gesto tierno y tan humillante de tu parte, — afirmó — como hubiese deseado tener un móvil, grabarte y hacerme famoso a costilla de la vergüenza ajena. — ¿Terminaste de burlarte? — mmm — dudó — no. — negó para luego impredeciblemente levantar su brazo y pasar sus esqueléticos y pálidos dedos sobre mi cabello y remover un pegoste que parecía ser puré, mientras, una vez en sus dedos, jugar con él ante mis ojos viéndolo algo divertido. — tienes comida en tu cabello. — respondió a lo que ya claramente me estaba enseñando. Decir que tenía vergüenza, sinceramente era muy poco comparado a lo que sentía en estos momentos, pero, a juzgar el lugar en donde estaba, en mi rostro solo se reflejó indiferencia y un poco de asco al ver aquellos restos de comida entre sus dedos. — Ni siquiera sé porqué pregunté — murmuré divirtiéndole aún más. — Me hago esa misma pregunta — contestó encogiéndose de hombros — y ahora, si me disculpas, tengo cosas más importantes que hacer. El rubio al instante estaba a punto de girarse y marcharse, y yo lo habría dejado irse de no haber sido por aquellas últimas palabras. — ¿Qué tan importante debes hacer un miércoles aquí? — pregunté confundía recordando que no siquiera era día ni hora de visitas. Bufó cansado — no lo sé, cualquier cosa es más entretenida que estar con una chica que pasea una bandeja de comida — soltó de forma despectiva haciendo que mis ojos bajaran la mirada a la bandeja. Extrañamente sus palabras no me dolían, ni siquiera el enojo y cansancio en ellas generaba algún mal sentimiento en mí, y en cambio, mis pensamientos comenzaban a divagar en hacer algún plan con el único chico medianamente normal de el establecimiento. — podemos comerlo juntos — propuse encogiéndome de hombros y éste al escucharme no pudo evitar mostrar la confusión en su rostro y con la misma extrañeza comenzar a caminar sin saber qué decir mientras una sonrisa burlona trataba de ser reprimida por mis labios al mismo tiempo que le seguía. — No tengo hambre — negó sin siquiera verme. — yo menos, pero no quiero botar la comida. — respondí tratando de seguirle a sus grandes pasos sin tropezarme y tirar todo. — En primer lugar no debiste meterte en los asuntos en los que no te llaman — retó — se supone que es su trabajo, no quieras quitárselos, aquí no te dan puntos por querer ayudar. — ¿Se necesita tener algo a cambio para ayudar a alguien más? — pregunté confundida mientras cruzabamos uno de los pasillos y comenzaba dirigirse a un área en la que nunca había ido antes. — Se supone que es así — contestó como si lo que dijo fuese de lo más obvio — las personas siempre ayudan a los demás para recibir algo a cambio. — claro que no — negué confundida y éste se detuvo en frente de una gran entrada con puerta doble mientras giraba a verme. — Todos lo niegan pero saben que es así — intentó contradecirme — siempre intentan recibir algo a cambio, ya sea de otra persona o, algunos creyentes esperan que con sus buenas acciones puedan recibir un lugar en el cielo — le restó importancia — sea lo que sea, nadie lo hace porque le nazca o realmente no espere nada. — ¿En verdad tienes ésa opinión tan errada de las personas? — cuestioné y éste solo afirmó mi pregunta al ignorame y entrar por aquellas puertas dejándome corto tiempo a que igual pasara sin su ayuda. — que caballero. — murmuré sarcásticamente sorprendiendome de que escuchara. — yo no te pedí que me siguieras, pero al parecer te encanta estar con personas con quienes no deberías. Aquella frase, vagamente se me hacía tan conocida y mencionada en varias ocasiones, y a pesar de que en toda nuestra conversación había intentado estar lo más serena posible, un fugaz recuerdo de Hugo apareció en mi mente haciendo que me paralizara en ése lugar. Estábamos en una amplia sala iluminada de blanco con alguna cámaras desde lo alto y grandes ventanales sin cerraduras para abrirse, y unos grandes estantes marrones algunos repletos con libros y otros con cosas que parecían ser para elaborar manualidades. El lugar era tan hermoso, desalojado y pulcro que recién sospechaba que a ninguno de los internos les gustaba estar aquí, a excepción de Roniel el cual al verme estática con bandeja en manos y sin pronunciar ninguna palabra, recién comenzaba a mostrar algo de interés a mi repentino cambio de humor, salvo que ésta vez mi mirada se centraba en los detalles de el lugar y no en sus verdes y brillantes ojos mirándome tan intensamente como para hacer que te hagas bolita intimidada. Unas grandes mesas cuadradas adornaban el lugar y éstas a su vez parecían haber sido usadas muy pocas veces pero no obstante, limpiadas a cada momento. Mi cuerpo se acercó a la más cercana, y un gran alivio se posó en mi manos al dejar aquella bandeja posada en aquella superficie marrón, para, luego de ignorar por completo al curioso rubio, dirigirme a los altos estantes y mirar los títulos de aquellos libros que en él reposaban. — Ya me he leído todos — comentó mientras mis ojos examinaban lo desgastados que estaban algunos de éstos libros clásicos. — “Orgullo y Prejuicio” — comencé a leer pasando de libro en libro — “Romeo y Julieta”, “Odisea”, “Cumbres borrascosas” — leía deteniendome en el lomo de un libro en específico, o menor dicho, una sección de la estantería con cuentos muy bien acomodados de Horacio Quiroga. — “A la deriva” — leí el lomo de el primero perdiendome en los títulos de los cuentos escritos por aquél peculiar hombre. — Horacio Quiroga tiene una forma muy particular de escribir y darle finalidad a sus historias — se atrevió a decir cuando mis manos ya sostenían aquél libro en éstas. — sus libros acaban en muertes. — murmuré enfocando mi atención en el rubio de ojos verdes — ¿Qué clase de persona masoquista disfruta de leer siempre historias en el que sabe que el final será horrible para el protagonista? Se encogió de hombros — Supongo que la clase de persona que prefiere leer algo menos común en vez de un final previsto y esperado. — respondió con simpleza — Horacio logra transmitir en sus escritos un cuento común que acaba como debería de acabar, una muerte inminente y sin alguien que pueda salvarte o revertirle. Creo que en cierto modo te prepara a esperar algo que ya está programado en tu vida y, que por mucho que leas un lindo final en las historias, solo queda en éso — negó — simples historias tan perfectas y con un perfecto final que terminan alejándose a la realidad. — ¿No es por ese motivo por el que las personas leen? — pregunté dudosas — alejarse de la realidad — me respondí a mi misma. Bufó — Es irónico que digas que una persona que disfruta de un final trágico es masoquista, pero ves normal que alguien escape de su vida para introducirse y creer que pertenece a un libro. — contradijo confundiendome aún más — Las personas suelen adentrarse tanto en una historia que incluso, cuando ésta acaba, terminan enamorandose y obsesionandose con alguien, con un personaje que no es real, — comentó soltando un leve suspiro que casi ni pudo oírse — en lo personal, prefiero leer una historia corta y con un final sin dar más rienda al cuento, que un gran libro lleno de un amor perfecto y un final perfecto que al terminarlo te des cuenta de la mierda de vida que llevas y que nunca llegará a sucederte algo igual. Sus serenas y profundas palabras solo me hacían querer maldecir en mis adentros y, una punzada en el pecho aumentaba aún más cuando al él hablar, recordarba a Hugo como si fuese él el que me decía aquellas palabras. — El amor de libros puede pasar en la vida real — traté de contradecir y éste asintió con ligera ironía. — Tú lo amabas, ¿No? — murmuró y mis ojos se abrieron ligeramente por aquella repentina pregunta — dime, ¿Tu gran romance terminó como en una perfecta historia de amor? «no...» Sus toscas palabras eran como una fría aguja atravesando tu pecho y aunque quería enojarme y salir corriendo de allí, mi cuerpo actuó muy distinto a las otras veces, y, en vez de querer ocultar mi tristeza, ésta junto con la culpa y los recuerdos que comenzaba a aparecer, rápidamente hicieron que mis ojos se cristalizaran haciendo que todo a mí alrededor se viese borroso. Él solo me vía, inexpresivo y aparentemente sin saber qué hacer, y yo no esperaba nada tampoco, mis ojos ardían tanto y como un intento de calma, la primera lágrima cayó como fuego en mi mejilla. — No — respondí lo más firme que pude intentando que mi voz no se quebrara — pero hubiera deseado demostrarle, que a pesar de todo.. — solloce sin poder continuar mientras una de mis manos libres era llevada a mi rostro intentando olcultar mis lágrimas, mientras mi otra mano sostenía aquél libro. «que a pesar de todo, ambos podríamos vivir la vida de una original historia de amor.» — la vida no es lo que esperamos, Luci — susurró suavemente el rubio mientras podía sentir como su cuerpo se acercaba al mío y de un momento a otro aquél libro dejaba de sentirse en mis manos para ser colocado nuevamente en el estante. — y no podemos pretender que al leer una historia, automáticamente ésta puede semejarse a la realidad, porque eso nunca va a pasar — añadió y poco a poco mi mano era apartada de mi rostro por las suyas, revelando ante su cercanía, mi roja nariz y mis ojos desbordando aquél conocido líquido. Aquél rubio me veía comprensivo y contemplaba mis ojos como si éstos al llorar se convirtieran en lo más hermoso de ver, pero a pesar de su cercanía, la tristeza que sentía no dejaba que me importara aquello. Fué ahí, que sorpresivamente sus manos soltaron mis brazos y terminó de romper nuestra distancia fundiendonos en un fuerte abrazo que instintivamente solo causó muchas más lágrimas y sollozos en mí, seguido de mis manos aferrándose a aquella camisa. — lo lamento — vagamente llegué a escuchar pero muy fácilmente pudo confundirse con mis sollozos. Fue allí que comprendí la verdad que duramente me negaba a aceptar. Yo también era de aquellas que creía que mi vida podía llegar a ser como un gran libro de amor, y ni siquiera le prestaba atención a los detalles, esos pequeños detalles como el autor que la escribía. Quizás, solo quizás, sí vivía una gran historia, pero el escritor de mi vida era un Horacio Quiroga, un maldito Horacio Quiroga que hacía que me destinara a una vida plena de tragedias y finales irrealmente realistas para un libro. Estaba destinada a sufrir y mi final solo terminaría en una tragedia.
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