• CAPÍTULO I •
“Todos Somos Pecadores” no importa cuan mínimo sea tu pecado, eres un pecador desde el día en que tienes uso de razón.
Quizás tú pecado no sea tan grande, quizás tú tengas un paso directo al cielo, sin embargo, ¿Qué pasa cuando tú pecado es irremediable?
La muerte no puede revertirse, y por mucho que lo deseara, Hugo había muerto por mi culpa y yo estaría anclada a aquello para el resto de su vida.
— ¿Debo volver a repetirle todo? — pregunté algo cansada mientras aquella esbelta mujer vestida de un impecable traje blanco con azul permanecía atenta a mis palabras sentada detrás de aquel escritorio color caoba.
— No — negó amablemente — solo quiero saber cómo te sientes, Luci.
Doctora Zara Jhonson. Recién una semana había pasado luego de que me inundaron en interrogarios para caer en cuanta que todos pensaban que había perdido la cordura. No sé si aquello había influido a no darme una pena de cárcel en prisión o si fue porque habían tomado mis actos como en defensa propia.
Nunca presté atención a mi caso y admito que había pasado toda ésa semana inmersa en un gran estado de shock imaginando que todo era un horrible sueño, y nada más por una fracción de segundo, quería convencerme, al igual que los psiquiatras, que sí había alucinado todo y que incluso Hugo seguía vivo, pero en éstos momentos me sentía más cuerda que nunca y eso hacía que mi dolor aumentara más con cada día.
Estar atrapada en un psiquiátrico es incluso más desgastante que ir a la prisión, y que cada día tuviese que soportar una charla, que te traten como si estuvieses loca y que tus ideas no se acoplan a la realidad, era tan enfermizo que inclusive por las noches cuando el insomnio no me dejaba dormir, llegaba a creer que de verdad estaba enferma, que de verdad había algo muy malo en mí que debido a mi trauma no veía con claridad.
Negué y mis ojos se cristalizaron.
Un enorme nudo se había formado en mi garganta y había sido la suficiente escusa para no hablar y aquella mujer morena entendió rápidamente.
— Luci, no tienes que aguantarte lo que sientes — soltó con cautela como si yo fuese una niñita y necesitara explicarlo detalladamente — el dolor no se irá si no lo dejas salir.
Desear que el dolor se fuera era algo que hacía a cada minuto, pero ¿Cómo eliminas un dolor que simplemente no puede ser eliminado?
Estaba cansada, cansada de esta conversación que no servía de nada, casada de decir todo lo ocurrido y que solo trataran de convencerme que así no pasaron las cosas y básicamente decirme que amaba tanto a Hugo que habría imaginado que era otra persona solo para no odiarlo. Estaba cansada de solo tener 10 minutos para llamar a algún familiar, estaba cansada de solo tener los viernes para poder recibir la visita de mis padres y amigos que al verme lo único que hacían era expresar su lástima y tristeza, pero por sobre todo, estaba cansada de lidear con todos y cada una de las personas que habitaban en ese lugar.
Me sentía enferma y en la gran mayoría de la veces veía con ilusión los cubiertos de plásticos deseando que éstos fuesen de un material más duro y así poder acabar con todo.
No lo soportaba, no soportaba aquella “ayuda” que solo me atormentaba, no soportaba ése lugar y lloraba al darme cuanta que ellos a pesar de lo que sufría, cruelmente, como si llevasen un puño de sal y agua a mi herida, ellos hacían que esta no se cerrara y, en cambio, doliera intensamente tras aquellas constantes preguntas y terapias sin sentido.
— Quiero ir a casa — pedí casi en súplica y una lágrima por fin escapó de mis ojos captando la atención de la Doctora Jhonson.
— Sabes que no puedes hacer eso.
— ¿Por qué? — pregunté tontamente ya que sabía claramente la respuesta, a lo que ni le di tiempo de contestar cuando la callé al instante al hablar yo nuevamente — No voy a lastimar a nadie — negué rápidamente — no voy a auto lesionarme, prometo no hacerlo.
La morena tras mis palabras pareció sentir compasión por mí, mas sin embargo, sabía que solo era un gran engaño para agradar tal y como solía hacer con todos. Sus gruesos labios permanecieron cerrados por unos largos segundos mientras parecía pensar, más sin embargo lo que aquella morena diría no se me habría cruzado por la mente.
— ¿Qué harás si te doy de alta y dejo que te vayas? — preguntó tomándome por sorpresa.
— Demostrar que no estoy loca — solté decidida mientras mi mirada se desviaba tratando de convencerme a mí misma de ello.
— ¿Y cómo planeas hacerlo?
— No lo sé — murmuré casi inaudible y mis ojos volvieron a arder — buscaré a Daniel y les demostraré que no mentía.
— ¿Qué pasará si no lo encuentras? — volvió a preguntar enfocando toda su atención en mí mientras sus manos eran entrelazadas y la silla rechinaba ligeramente al inclinarse un poco más cerca de mí — ¿Qué harás si ya no lo encuentras y descubres que realmente, al igual que Hugo, ya no está con nosotros?
— Voy a encontrarlo — afirmé convencida aunque más aquellas palabras parecían ser dirigidas a mi misma — Él nunca murió, él ocasionó todo ésto.
— Daniel Lee Dussán está muerto, Luci — contradijo la morena — murió en un accidente automovilístico hace varios años.
Negué — no, no, no lo entiendes — repetí mientras mi cabeza iba de lado a lado negando rápidamente una y otra vez — él está vivo, él hizo todo esto, y por mi culpa.. — traté de decir pero mi sollozo calló mis palabras seguido de lágrimas que salían mientras en mi mente a aquella escena de yo disparándole a Hugo, se reproducía insistentemente, volviéndose una grabación más lenta en el momento en que veía a Hugo desangrándose y aún así preocupándose por mí.
— Te tenía retenida, solo buscaste la manera de escapar.
— ¡Yo debí reconocerlo! — solté y mis manos viajaron a mi rostro cubriendo sus lágrimas mientras tomaba mi cabello con rabia. — yo debí morir, no él — murmuré entre sollozos — yo debí disparar a Daniel.
— Luci, Hugo no era la persona que tú creías que era.
— ¡tú no lo conociste! — contradije a sus palabras sintiendo enojo al instante. Mis ojos nuevamente intentaba aguantar aquellas lágrimas y mi cuerpo permanecía tembloroso al tratar de retener mis emociones. — ¡Ninguno de ustedes lo conoció, ni Elisa, ni la corten! ¡Nadie!.
— No necesité conocerlo para ver todo el daño que te hizo y que ha hecho, leí su expediente.
— Él no me hizo nada malo — negué — y si usted tiene algún respeto no puede hablar así de él cuando no es verdad.
— ¿Verdad? — volvió a preguntar sin dejarme hablar — la verdad es que te enamoraste de alguien quien no debías, y de alguna manera tu cerebro llegó a desarrollar una historia para hacer ver a tu gran amor como el bueno de la historia. — dijo y mi cuerpo se contuvo para no gritarle que su historia estaba más errada que la mía. Suspiró. — Desde el momento en que leíste sobre los Dussán y su familia te obsesionaste más con él, me dijiste que al leer sobre él y aquellas muertes te sentiste en la necesidad de demostrarle a todos que él no era malo, pero lo que realmente sucedía es que en todo ese tiempo te convencias tanto de que él era el bueno de la historia que incluso armaste una en tu mente tan convincente que ya no veías a Hugo haciendo algo malo, si no que imaginabas a su difunto hermano como el gemelo malo de las películas, aún cuando eran la misma persona.
Negué. — no lo eran. — murmuré tan bajo que incluso dudaba que hubiese podido escucharme, y, luego de unos escasos segundos en completo silencio, mi cuerpo se levantó de aquel incómodo asiento atrayendo la mirada de la doctora la cual miró con fingida tranquilidad mis movimientos, cuando muy en el fondo se le notaba la tensión y el temor que había sentido. — quisiera retirarme — logré decir una vez de pie frente a ella. — por favor.
Por un momento llegué a imaginar que ésta como varías veces antes, se negaría, pero a pesar de la duda y negación en sus ojos, ésta suspiró y asintió.
— Claro, puedes ir al patio si deseas — respondió dándome el permiso que necesitaba para poder marcharme de esa aburrida y perfectamente organizada habitación blanca.
Mi más delgado de lo usual cuerpo se dirigió al instante a la puerta dejando a adentro a la morena para poder toparse con unos largos pasillos con muchas cámaras colgando desde lo alto.
Todas las esquinas de ésa instalación tenían cámaras en todas partes vigilando a sus locos pacientes, y yo, que me concideraba normal, constantemente buscaba un rincón en donde pudiese estar sola sin temer entablar una conversación con una persona peligrosa, y mi aislación no se hacía muy difícil últimamente.
Como en todas partes, los rumores corren velozmente, y sinceramente ya creía que aquellos locos en su mayoría me temían a mí al pensar que yo era una loca asesina.
Ni siquiera sabía a dónde ir pero aún así mis pies se movían por su cuenta en dirección al patio.
No quería ir allí porque sabía que todos o almenos la gran mayoría tomaban su hora de descanso en aquel lugar, pero ése día algo era diferente y mi necesidad por salir era tan grande que ni siquiera me importaba “salir” aunque sea en el patio solo para sentir aquella sensación de libertad.
Una vez que el sol pegó en mi rostro al salir por aquellas grandes puertas mis ojos instintivamente se cerraron por la luz que no veía hace ya días y al acostumbrarse a aquella claridad, pude divisar un pequeño lugar verde rodeado de árboles que bloqueaban la vista afuera y una cerca que bloqueaba el paso a esos grandes árboles.
Era deprimente ver qué hasta aquel patio que no estaba controlado por tantas cámaras, aún así era controlado por trabajadoras de el lugar que vigilaban a lo lejos a todos.
Las personas vestidas de blanco al igual que yo, girando a verme sorprendidos y mientras unos susurraban entre si, fue extraño para mí ver como una señora algo mayor le parecía hablar de mí a la nada.
No quería acercarme a ellos y en sus rostros se notaba que tampoco me querían cerca, a excepción de un hombre aparentando rondar los 40 que trató de acercarse viéndome como si yo fuese un fantasma.
Mi corazón latía pero aún así no me movía de mi sitio y solo bastó una mirada curiosa para que aquél hombre se sobre exaltara como si le hubiese apuntado con un arma,y corriera y se lanzara en los brazos de otra señora con una blanca cabellera que comenzó a darle mimos como a un niñito mientras me veía molesta.
— Perfecto — susurré con ironía alejándome de ellos a otra parte de el patio donde no estuviese rodeada de ninguno de los internos.
El lugar sinceramente era lindo, y de no saber que estaba en un psiquiátrico, en otra ocasión habría dicho que era un lindo parque.
Mientras caminaba podía ver la grama finamente podadas y adornadas con arbustos coloridos y árboles medianos en donde hasta un niño podía subirse sin hacerse daño.
El caminito era de cemento con algunas decoraciones en cerámica y cada cierto tramo encontrabas una banca donde poder sentarse solo que el camino que había tomado estaba deshabitado por lo que aquellas bancas estaban completamente vacías, con unas pequeñas hojas secas que las pintaba de color.
Mis manos al instante se dirigieron a la banca más alejada de todas posada al lado de un árbol con flores blancas en lo altos, y bruscamente tiré todo sucio y hojas que en ésta había para poder sentarme.
— No creí que fueses de las que saliera — comentó una voz masculina proveniente de el árbol logrando asustarme al instante.
¿Y es que a caso ahora escuchaba voces de los árboles?
Mi mirada se alzó en lo alto de éste pero arriba no había nadie y apenas dudaba que alguien pudiese siquiera subirse a ése árbol, haciendome sentir una completa tonta cuando el proveniente de aquella voz salió detrás de éste con una mirada confundida al ver que veía a la copa completamente adornadas de hojas.
— ¿Qué miras? — preguntó confundido el chico atrayendo mi mirada avergonzada a éste.
Era la primera persona de éste lugar que no me veía con temor, y aún cuando aparentaba incluso estar más cuerdo que yo, traía la misma ropa que todos los internados afirmando a mi duda de si era quizás un enfermero.
Sus ojos verdes brillaban por la luz de el sol al igual que su ondulado cabello dorado, y la tela blanca de su ropa hacía que un tatuaje n***o en su cuello con una frase en otro idiota que no sabía identificar, se viera mucho más sobre saliente.
— Creí que.. — traté de responder pero me callé al instante al ver lo que hacía.
¿Por qué hablaba con él? ¿Si a caso no era una persona peligrosa?
Era tonto que pensara aquello luego de todo lo que había hecho, y en dado caso, es a mí a la que deberían juzgar, no yo a él.
— ¿Que estaba trepado de el árbol? — continuó mi frase al ver que no continuaba, a lo cual asentí permaneciendo en un completo silencio.
Aquél misterioso chico parecía realmente cómodo con ese silencio, en cambio, yo me sentía tan inferior e incómoda ante él que incluso llegaba a imaginar que éste podía percibirlo y aprovecharse de esto. — Eres callada — dijo mientras veía ese gran árbol y se sentaba al pie de éste para fijar toda su atención en mí. — Creí que serías más, no lo sé, extrovertida — volvió a hablar confundiendome un poco.
— ¿Por qué pensaste éso?
Se encogió de hombros. — Porque eres la que más pasa tiempo charlando con las enfermeras y Doctora Jhonson.
— A veces siento que solo habla conmigo para torturarme — solté recordando nuestra charla que no mejoraba en el transcurso de los días.
Hugo, aún cuando no estaba con nosotros lo seguían culpando de todo y que inclusive tratara de convencerme de ello me molestaba aún más.
Hugo no era el malo, el monstruo era Daniel y su horrible padre. Él sólo había sido su títere manipulado por ellos para llevarse ante la sociedad toda la culpa que a él no le correspondía.
— Es así con todos los nuevos — dijo mientras giraba a ver en dirección a el grupo de internos que se encontraban sentados en las mesas al aire libre, a lo lejos. — La señora Nelly duró un año conspirando con su esposo para coserle la boca para que no hablara. — volvió a hablar sin despegar su vista de aquella señora que hablaba a la nada para luego volver a verme a mi. — Ella tiene esquizofrenia.
Su repuesta, por muy delicado que fuese para muchos, para mí era de esperarse, por lo que sinceramente no me sorprendió al él comentarlo.
Y en un intento de evadir aquél tema, mis ojos viajaron rápidamente curiosos a ese hombre que había intentado acercase a mí y volví a ver al rubio.
— Ése hombre que juega con los carritos rojos — indiqué haciendo que éste se fijara — ¿a él qué le a sucedido? No sé exactamente porqué actúa así.
— Ah — exclamó al fijarse de quién me refería — él es Matthias. Tiene algo llamado “El síndrome de Peter Pan”, o algo así — negó dudoso tratando de recordar — Físicamente es un hombre pero nunca deja de actuar como un niño de 9 años, suele llevarse bien con los internos más pequeños pero tienen que tenerlo constantemente vigilado, es algo berrinchudo. La señora Mirta es la única que lo tolera sin problemas.
¿Síndrome de Peter Pan? ¿Realmente existía eso?
— ¿Quién es Mirta? — pregunté y éste señaló a aquella viejita de cabello blanco que me había visto molesta cuando “asusté” a ese hombre.
— Tenía tres hijos y todos están muertos por un descuido suyo — comentó de repente y eso sí había logrado sorprenderme. El rubio del cual aún desconocía su nombre volteó a verme y al ver mi rostro confundido, sin esperar preguntas de mi parte continuó — tenía un hijo de 2 años cuando dió a luz a gemelos — dijo y mi corazón se detuvo nada más con escuchar ésa última palabra — por lo que sé, su marido estaba trabajando cuando ella decidió llevarlos a un lago cerca de donde vivía, tres niños fueron muchos para ella, todos murieron, — murmuró sin una pisca de conmoción al decirlo — su marido devastado le terminó y ella fue internada en el momento que intentó robarse a un niño y terminase matandolo al los policías intentar quitárselo. — culminó la historia con simpleza como si escuchar aquello no fuese de por si horrible. — Por eso es que se lleva bien con Matthias, le cayó como fortuna conocerle, siempre será su niño.
Él parecía saberse las historias de todos y no parecía que él tuviese una historia en especial, realmente actuaba normal en comparación al resto y eso me confundía. Quería preguntar porqué él estaba allí, de verdad quería hacerlo pero no me atrevía ya que vagamente una parte de mí imaginaba que él preguntaría de vuelta y volvería a caer en lo mismo de intentar explicar algo que nadie lograba entender.
Fue allí que tratando de detallarlo por completo, en un descuido, lo ví.
Unas largas y horribles cicatrices en sus brazos adornaban éstos como si se tratase de un cuaderno cuadriculado, y para empeorar la incómoda y extraña situación, sus verdes ojos voltearon a verme atrapandome viéndole.
Rápidamente éste bajó sus brazos tratando de taparles disimuladamente mientras volvía a fijar su vista a el grupo de internos ignorando por completo el echo de que le había visto, pero ya le había visto y mientras él fingía que nada sucedía, en mi cabeza cruzaban un montón de ideas que no organizaba y me daba vergüenza soltar.
Depresión.
Aquél chico se autolesionaba.